– Tú di sí -susurró él con suavidad- y yo haré todo lo que haga falta. Te sacaré esta noche de aquí y nunca más tendrás que ver a Toni.

Donna respiró profundamente para intentar calmar el ritmo enloquecedor de su corazón. Oír el nombre de Toni la despertó de aquel trance: Toni la amaba. Se quedaría destrozado si se enterase de lo que su hermano estaba intentando.

– Aparta tu mano de mí -le ordenó ella. Rinaldo, desconcertado, se enfureció al comprobar que Donna no se había rendido todavía-. ¿Qué dirá Toni si llegara a saber la verdad?

– ¿Y cuál es, en tu opinión la verdad?

– Que eres el tipo de hombre que intenta seducir a la mujer de su hermano.

– Prueba a ver si se lo cree -respondió con cruel serenidad.

– Lo negarías, claro.

– Por supuesto que lo negaría. Haría cualquier cosa para proteger a mi familia. Cualquier cosa -repitió Rinaldo -. Estás advertida. Todo habría sido distinto si hubieras sido sensata. Habrías tenido tu apartamento y todo lo demás; pero has decidido hacerte la lista; así que, de acuerdo, ya veremos quién gana.

Se levantó de golpe y regresó al interior. Donna permaneció quieta, estremecida. Por un momento, la intensidad de su mirada y un cierto tono de voz la habían hipnotizado. Tembló aterrorizada por lo que podría haber sucedido.

– ¿Estás bien? -Le preguntó Toni con ansiedad, que acababa de ir al encuentro de Donna-. ¿Te ha estado molestando mi hermano?

– Estoy bien -respondió ella-. Pero me gustaría irme a la cama. Estoy muy cansada.

Toni la acompañó a casa, Piero le dio un beso de buenas noches y hasta Sasha se restregó cariñosamente contra los tobillos de Donna. No había ni rastro de Rinaldo.

Cerró con fuerza la puerta de su dormitorio, Las contraventanas estaban abiertas y la luna iluminaba algo que había sobre la cama. Era un sobre grande, repleto de dinero. Aturdida, Donna cantó hasta un millón y medio de pesetas en billetes de cinco mil. También había una nota que decía:

Toma el dinero y haz el favor de largarte. Rinaldo.

Capítulo 3

El calor resultaba sofocante incluso de noche. Donna no lograba dormir, vehementemente resentida con Rinaldo por destruir su tranquilidad.

Un hombre cruel y rastrero había arruinado sus ilusiones y esperanzas, y Donna lo odiaba por ello.

Entonces recordó aquel instante en el jardín en el que Rinaldo la había acariciado, y se quedó sin saliva. La mera presencia de Rinaldo, su indiscutible masculinidad, la habían hecho ser consciente de que Toni era un chiquillo que aún no había madurado, y que quizá no maduraría nunca.

Se incorporó para intentar no pensar más en aquella caricia perturbadora. No podía permitirlo: ella amaba a Toni. Y, fuera como fuera, era demasiado tarde para cambiar las cosas: él era el padre de su hijo. Se esforzó por recordar su amabilidad, su ternura, lo orgulloso que Toni estaba de ella; pero, ¿por qué no le había dicho a la familia nada del niño todavía?

Pensó que estaba guardando silencio por temor a Rinaldo. Donna se sintió incómoda. Toni temía a su hermano, de la misma manera que un niño pequeño podía temer a un padre severo.

Se levantó de la cama, abrió las contraventanas y respiró un poco de aire fresco. Apenas quedaba una hora para que despuntara el alba.

Se puso el pijama y salió de su habitación. Tenía que pasear por el jardín un rato para intentar serenarse. No se orientaba bien en medio de la oscuridad, de modo que empezó a dar vueltas por la casa hasta que vio una franja de luz de luna bajo una puerta. Al abrirla, descubrió aliviada que estaba en unas escaleras que bajaban al patio. Descendió unos escalones y cerró los ojos, dejando que una suave brisa le acariciara la cara. Era una delicia.

Casi se quedó dormida en esa posición. Entonces oyó que en algún lugar cercano de la casa, dos voces discutían agriamente en italiano. De pronto, una puerta se abrió y Toni entró en el jardín con paso acelerado.

– No te marches cuando te estoy hablando -le ordenó Rinaldo, que lo segura a poca distancia.

– Llevo horas escuchándote -replicó Toni.

– Pues no he hecho más que empezar.

Se habían detenido cerca de la fuente. Donna podía verlos con claridad, sentada y escondida en las escaleras. Seguían llevando la misma ropa que durante la cena, como si hubieran estado toda la noche discutiendo y ninguno hubiera ganado.

– Voy a decirte un par de cosas, y vas a tener que escucharme -prosiguió Rinaldo.

– Ya me has dicho todo lo que tenías que decirme repuso Toni cansinamente-. Puede que con las otras chicas tuvieras razón: pero Donna es diferente.

– Para ti todas las chicas son diferentes -se burló Rinaldo-. Esta mujer que te tiene embobado -insistió Rinaldo con agresividad-. ¡Dios! Nunca te habías comportado de una manera tan estúpida y obstinada como ahora.

– Te digo que ella es distinta -repitió-. ¿Es que no puedes verlo?

– Puedo ver que ella parece distinta -concedió Rinaldo-. Pero no debes fiarte de las apariencias. Es muy astuta y a pesar de que parece inofensiva, seguro que está tramando algo.

– ¡Claro! ¡Para ti es imposible que una mujer astuta e inteligente se fije en mí sin tener segundas intenciones!

– Me cuesta creérmelo -reconoció Rinaldo-. En tu corta vida, has destacado por muchas cosas: por tus coches, por tus gustos caros, por tus roces con la Ley… Pero nunca por tu inteligencia.

– Piensa lo que te dé la gana. Donna me ama.

– Ama el dinero de tu familia: eso es todo. Ya la has oído esta noche. No tiene familia, no tiene pasado, es tres años mayor que tú. Debes de haberle parecido su oportunidad de oro y la ha aprovechado. Tenías que haber visto su cara mientras examinaba el jardín.

– Tú siempre piensas lo peor de todo el mundo.

– Piensa mal y acertarás.

– Te ha impresionado, ¿verdad? -Preguntó Toni de repente-. Por eso no te gusta.

– No niego que sea inteligente, pero escúchame: vosotros no seréis nunca felices. Sé sensato. Estás haciendo el tonto, pero todavía puedes remediarlo. Me puedo deshacer de ella rápidamente, con discreción.

– ¡Vete a la porra! ¡Deja de intentar manejarme como si fuera una marioneta! -exclamó Toni enfurecido-. Siempre igual: Toni, haz esto; Toni, haz lo otro. Nunca me has dejado respirar.

– No está mal que uno de los dos tenga un poco de sentido de la responsabilidad -replicó Rinaldo-. De no ser por mí, tu vida sería un desastre a estas alturas. Le prometí a tu madre que te cuidaría y esa promesa es sagrada para mí.

– No metas a mamá en esto -gritó Toni, como si le hubieran tocado su fibra más sensible-. Respeta su memoria y déjala fuera de tus sucios tejemanejes.

– Tengo que hablar de ella -insistió Rinaldo-. Ella fue la que hizo de esta familia una verdadera familia; la que protegió a sus hijos de todos los peligros. ¿Qué diría ella ahora si viera cómo quieres arruinar tu vida?

– ¡Ella sabría que no estoy arruinando mi vida, sino que la estoy salvando! -gritó Toni, como dándose ánimos -. Ella se alegraría por mí y diría que estoy haciendo lo correcto… ¡porque un hombre debe casarse con la madre de su hijo! -añadió desquiciado.

Las palabras quedaron flotando en el terrible silencio que prosiguió a tal declaración.

– ¿Te he entendido bien? -preguntó por fin Rinaldo en tono amenazante.

– Donna está embarazada, sí -la voz se le quebró un poco.

Donna aguardaba la reacción de Rinaldo con expectación.

– ¡Serás estúpido! -Exclamó por fin, golpeando la piedra de la fuente con un puño-. ¿Cómo puedes ser tan inocente? ¿Te ha engañado con ese truco tan viejo? Creía que eras más listo. No creerás que el hijo sea tuyo, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo necesitó tu angélica Madonna para quedarse embarazada?

– Bue… bueno… fue casi a la primera; pero…

– ¡Lógico! No quiso perder más tiempo después de seducirte para meterse en tu cama.

– Ella no me… sedujo -Toni la defendía a duras penas-. Casi tuve que suplicarle para…

– ¡Pero bueno! ¡Hasta fingió que se acostaba contigo de mala gana! ¡Santo cielo! ¡Es peor de lo que pensaba! ¡La había subestimado!

– ¡Y tanto que me has subestimado! -intervino Donna.

Los dos hermanos se giraron hacia las escaleras, donde encontraron a Donna con expresión iracunda. Fue hacia ellos a todo correr para enfrentarse a Rinaldo, demasiada furiosa como para tenerle miedo.

– Toni es el padre de mi hijo -gritó-. Y eso es verdad, por mucho que intentes ensuciarlo.

– Debería haber imaginado que andarías espiando por todos los rincones de casa -dijo Rinaldo con desprecio.

– No era mi intención. Bajé a tomar un poco de aire fresco, y ahora me alegro de haberlo hecho. Creo que eres el diablo en persona. No sabes nada de mí, pero das por sentado lo peor porque prefieres creer lo peor de todas las personas. Sí, me acosté con Toni. Porque lo amo. Y vamos a tener a nuestro hijo. Y no puedes hacer nada por evitarlo.

Envalentonado por la actitud de Donna, Toni se había puesto junto a ella, pasándole un brazo sobre los hombros.

– Bonito discurso -replicó Rinaldo con cara de disgusto-. Pero no te creo.

– ¡Al diablo con lo que tú creas! -dijo Donna sin más. Rinaldo contuvo la respiración y los ojos le brillaron con furia. Luego emitió un juramento, se dio media vuelta y desapareció entre las sombras. Oyeron un portazo.

– ¡Santo cielo! -Murmuró Toni-. Me daba miedo ver cómo se lo tomaría, pero no pensé que reaccionaría así de mal.

– No te preocupes, por favor -le pidió Donna-. No lo necesitamos. No necesitamos a nadie. Cuanto antes nos vayamos de aquí, mejor para todos.

Sin darle tiempo a responder, volvió hacia las escaleras, subió a su dormitorio y empezó a hacer las maletas. Tenía que marcharse de aquella casa en la que tan mal la estaban tratando.

– Cara, ¿qué estás haciendo? -le preguntó Toni, que la había seguido hasta el dormitorio y la observaba con desmayo.

– Estoy haciendo lo que dije que tengo que hacer. Marcharme -dijo con suavidad.

– ¡Pero no puedes abandonarme! -Exclamó Toni-. Te necesito…

– ¡Mira esto! -Donna le enseñó el fajo de billetes-. Ha intentado comprarme. Y mira lo que se ha atrevido a escribir.

– ¿Has visto cuánto dinero hay! -preguntó Toni asombrado después de contarlo y de leer la nota.

– ¿Eso qué importa? -preguntó Donna furiosa-. ¿Pensabas que me podía sobornar?

– Claro que no, pero…

Donna no le dejó terminar. Metió el dinero en el sobre otra vez, escribió el nombre de Rinaldo en el exterior y lo colocó bajo la almohada.

– Alguna criada lo encontrará y se lo dará a Rinaldo mañana por la mañana -dijo Donna-. Y ahora me voy. No quiero verlo nunca más.

– Tienes razón – Toni le agarró las manos-. Yo también me voy.

– No quiero interponerme entre tú y tu familia…

– Mi familia eres tú -insistió Toni-. Tú y nuestro pequeño. Nos vamos los dos. Espera que meta algo de ropa en una maleta.

Desapareció. Donna se sentó en la cama, repentinamente agotada. Se había sentido tan enfadada que no había parado a pensar cómo se las habría arreglado si Toni no se hubiera marchado con ella. Estaba derrengada: tenía que alejarse de Rinaldo Mantini, la persona más cruel con la que jamás se había cruzado.

– ¿Lista? -le preguntó Toni tras regresar con una maleta.

– Sólo una cosa antes de irnos -le dijo Donna-. Por favor, cariño, tienes que comprenderlo: no puedo quedarme con el anillo de tu abuelo.

– ¡Pues claro que puedes! Él quiere que te lo quedes tú.

– Es un anillo de familia…

– Pero él nos lo ha dado a nosotros -protestó Toni.

– Lo siento, no puedo -Donna se quitó el precioso anillo y se quedó mirándolo-. ¿Dónde puedo dejarlo para que esté a salvo? -preguntó.

– Mételo en el sobre, con el dinero -sugirió Toni-. Si quieres lo hago yo, mientras organizas las cosas que tengas en el baño.

– Ya lo tengo todo.

– Será mejor que te asegures. Las mujeres siempre os olvidáis los cepillos de dientes y esas cosas.

– Está bien, está bien. Pero tenemos que darnos prisa. Efectivamente, Toni tenía razón, pues Donna se había olvidado el neceser en la bañera.

– Date prisa, creo que la gente empieza a despertarse.

– ¿Está todo…? -preguntó Donna, saliendo del baño instantáneamente.

– Venga, vámonos antes de que sea demasiado tarde -le dijo él con suavidad, agarrándole una mano.

Donna lo siguió por el pasillo. Bajaron las escaleras con sigilo, dando grandes zancadas y conteniendo la respiración. Por suerte, no tenían que salir por la puerta principal. Toni la condujo a una puerta lateral que daba directamente al garaje y, momentos después, habían metido las maletas en el coche y las puertas del garaje estaban abiertas.