– Vamos -dijo Jack-, te lo pasarás bien.

Ellie sucumbió a la tentación, tal y como sabía que iba a ocurrir.

– De acuerdo -dijo-, me encantará ir.

CAPÍTULO 2

BUENO, ¿qué te parece? Ellie dudó. Había un par de sillas en el porche de Waverley, pero estaban tan viejas y desvencijadas que ella y Jack se habían sentado en los escalones del porche. Pensó en la casa que acababan de ver, cada cuarto más sucio y deprimente que el anterior, en los patios llenos de matojos, en la vallas rotas y en los establos derruidos.

– Es una… tarea difícil -dijo por fin.

Jack no pudo evitar una sonrisa ante la delicadeza de su respuesta.

– Crees que estoy loco por considerarlo, ¿verdad?

– No -contestó sorprendentemente-. Ha debido de ser una finca muy bonita y podría volver a serlo, pero llevará muchísimo trabajo.

– Eso no me importa, mientras trabajas no tienes tiempo para pensar.

Ellie asintió con la cabeza, sus ojos estaban puestos en el molino roto.

– A veces es más fácil así.

Su comprensión hizo que Jack la mirara con curiosidad. Le había resultado de gran ayuda su compañía. Pedirle que fuera había sido un capricho, pero se quedó sorprendido por lo mucho que le agradó que aceptara.

Siempre le había gustado Ellie. Gray y él habían crecido con Lizzy y Kevin. Ellie era mucho más joven, una niña callada eclipsada por sus exuberantes hermanos y a la que solo se le consentía que los siguiera. Lizzy y Kevin se quejaban por tener que cuidar de ella, pero Gray y él no tenían una hermana pequeña y encontraban muy halagüeña la indisimulada adoración de Ellie, aunque en esa época habrían preferido morir antes que reconocerlo.

Se encontró observando el perfil de Ellie mientras esta miraba los patios desolados, pensando en sus cosas, y se preguntó por qué habría tenido que sumergirse en el trabajo. Por primera vez pensó en lo poco que sabía realmente de ella. Ellie siempre escuchaba, no hablaba. Incluso de niña se podía contar con ella para confiarle penas, planes o éxitos, pero Ellie nunca había contado los suyos. «También es verdad que nunca se los pregunté», pensó Jack.

De repente se dio cuenta de que Ellie había vuelto la cabeza y de que lo estaba mirando con ojos inquisitivos.

– Perdona -dijo apuradamente-, ¿qué me has preguntado?

– Te he preguntado qué piensas tú de Waverley.

– Creo que debo ver un poco más antes de hacerme una idea -dijo Jack sin pensarlo. ¿Nos vamos de exploración?, he visto unas sillas en un establo y esos caballos parecen dispuestos a cabalgar un rato.

Se levantó, se sacudió el polvo de los vaqueros y se puso en marcha con grandes zancadas hacia el prado, donde unos caballos pastaban a la sombra y espantaban las moscas con la cola. Ellie lo siguió dócilmente, como había hecho tantas veces en el pasado.

– ¿Crees que debemos? -preguntó dubitativamente cuando alcanzó a Jack en la valla.

– ¿Por qué no? -y dio un penetrante silbido que hizo que los caballos levantaran la cabeza.

– Bueno, no son tuyos -precisó Ellie con una mirada inexpresiva-. Deberíamos preguntar antes de irnos de paseo con los caballos de otro.

– No hay nadie a quien preguntar -dijo Jack juiciosamente-. Además, no nos estamos llevando los caballos, los estamos tomando prestados durante un rato.

Volvió a silbar y, esa vez, los caballos sucumbieron a la curiosidad y se acercaron a medio galope. Asomaron su cabeza por encima de la valla y Jack tuvo que gritar un poco para que se le oyera por encima de la ruidosa bienvenida.

– ¿A quién le puede importar? Si yo fuese el vendedor, estaría feliz de que alguien que piensa seriamente en quedarse este sitio hiciese lo que quisiera; y si fuese un caballo, ¡estaría feliz de hacer algo de ejercicio! -como comprobó que Ellie no estaba muy convencida dio una palmada a un bayo con una mancha blanca en el morro-. ¿Tú que opinas, viejo amigo?, ¿te gustaría enseñarnos Waverley Creek? -el caballo sacudió la cabeza arriba y abajo y resopló-. ¿Has visto?, está deseando salir.

«Es típico de Jack» pensó Ellie con resignación, «puede conseguir que hasta los caballos hagan lo que él quiere», pero no pudo evitar una sonrisa y partió deseosa de acompañarlo.

Los caballos no estaban tan dispuestos a que los montaran como había predicho Jack, pero Ellie, como él, había montado a caballo desde que aprendió a andar y era perfectamente capaz de controlar su montura. Eligieron un camino entre los árboles que se agrupaban en las orillas del riachuelo. Durante la estación húmeda bajaba como un torrente caudaloso, pero hacía meses que no llovía y el agua estaba almacenada en profundas pozas verdes. Todo estaba en calma.

Ellie sentía muy cerca a Jack cabalgando junto a ella. Se lo notaba cómodo sobre el caballo, con una mano sujetaba las riendas mientras la otra descansaba sobre su muslo. Evaluaba todo con mirada experta, indiferente a todo lo que lo rodeaba. Era posible que Jack hubiese sido el alma de todas las fiestas, pero eso no quería decir que no supiera lo que costaba dirigir con éxito una explotación ganadera.

Mientras Jack estaba concentrado en la productividad, las cosechas y las hectáreas, Ellie aspiraba el olor a hojas secas y calor y se dejaba llevar por el placer de estar junto a él. La noche anterior, en la cama en la que había dormido desde niña, se había hecho una serie de reflexiones. Ya era hora de dejar de soñar. Jack estaba apenado por Pippa, y bastante tenía con tener que adaptarse a la paternidad. No estaba preparado para volver a pensar en el amor y cabía la posibilidad de que nunca lo volviera a estar.

No podía evitar amarlo, pero sí podía evitar soñar que alguna vez sería algo más que una amiga y, en ese instante, cabalgando a su lado, la amistad era más que suficiente. Se encontraba despierta y animada, como no lo había estado desde hacía tres largos años. Podía percibir la fragancia de los eucaliptos mezclada con el olor a polvo y a cuero en sus manos. Podía escuchar el ruido metálico de las bridas y los periquitos alborotando en las copas de los árboles. Pero, sobre todo, podía ver a Jack, su perfil recortado con una claridad estremecedora contra los árboles, como si solo en ese momento se hubiese permitido a sí misma creer que él estaba ahí realmente y sus sentidos captaran con nitidez hasta los detalles más nimios: sus dedos alrededor de las riendas, el reflejo del vello de sus brazos, la sombra sesgada producida por el ala de su sombrero. Jack se volvió y vio la sonrisa de Ellie.

– Pareces contenta -comentó.

– Estoy contenta de volver a estar en casa -dijo mirando a otra parte temerosa de que la expresión de sus ojos la traicionara-. He echado mucho de menos todo esto mientras estaba fuera -confesó con una tímida sonrisa-, a veces cerraba los ojos y soñaba con estar en casa, pero siempre que los abría estaba en otro sitio y quería llorar.

Ellie se calló, consciente de que había hablado más de la cuenta, pero no parecía que Jack se hubiese dado cuenta de que él siempre estaba en sus sueños. Cuando lo miró, vio que él la estaba observando con el ceño fruncido.

– ¿Por qué no volviste si lo echabas tanto de menos? -dijo ligeramente molesto porque le espantaba la idea de que Ellie hubiese sido desgraciada.

– Lo pensé muchas veces, pero sabía que si lo hacía, acabaría trabajando en la ciudad como Lizzy, y eso era peor. Yo quería estar en el campo.

«Contigo», añadió mentalmente, consciente de que era algo que no podría decirle nunca.

– Pero, ¿no podías volver a casa?, no eres ninguna inútil -dijo Jack desconcertado-, puedes hacer muchas cosas en la finca.

– Podría haberlo hecho, pero mamá y papá se jubilaron el año pasado. Siguen viviendo en la finca, pero no hay mucho sitio en su casa nueva y, aunque me podría haber quedado con Kevin y Sue, creo que no es justo tenerme siempre dando vueltas a su alrededor. Está bien venir de visita, pero ahora es su casa, no la mía.

Jack, preocupado, se giró sobre la silla.

– ¿Qué vas a hacer?

– No estoy segura -Ellie se encogió de hombros e intentó sonreir-. Lo ideal sería encontrar un trabajo aquí, pero no hay muchas oportunidades en Mathison. Sería distinto si pudiese hacer algo útil, como pilotar un helicóptero, pero no puedo -suspiró-. Podría trabajar en el campo, supongo, pero son trabajos temporales, y nunca tendría un hogar.

– No es justo. Ya sé que a Lizzy le faltó tiempo para irse a la ciudad, pero en tu caso es distinto. ¿No podías haber llevado la finca con Kevin?

– No desde que se casó con Sue. Sue es fantástica y siempre está dispuesta a acogerme, pero la tierra es suya y deben llevarla a su manera.

– Sigo pensando que es injusto -dijo Jack con obstinación.

Ellie sonrió levemente.

– Las cosas son como son, Jack. Creo que papá siempre se imaginó que Lizzy y yo nos casaríamos con alguien que tuviese sus propias tierras.

Jack hizo un repaso mental de todos los posibles candidatos del distrito. Podía pensar en algunos, pero ninguno estaba a la altura de Ellie.

– Todavía estás a tiempo -dijo Jack, aunque la idea le produjo cierto desasosiego.

Ella tenía la mirada clavada en la cabeza del caballo.

– A lo mejor -dijo con una sonrisa forzada.

Cabalgaron un rato en silencio, hasta que llegaron a un lugar donde el agua se había almacenado en una profunda poza entre los árboles.

– Vamos a descansar un poco -dijo Jack.

Ató los caballos en una sombra. Ellie se sentó sobre una roca. Se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo con un suspiro de satisfacción. La poza, lejos del calor de la meseta, parecía un lugar casi mágico. Sin embargo, la tranquilidad del ambiente no afectaba a Jack. Iba de un lado para otro por el borde del agua, de vez en cuando tiraba una piedra para calcular la profundidad.

– Podría enseñar a nadar a Alice aquí -dijo mientras metía la mano en el agua-, me recuerda la poza de casa. De niños nos pasábamos el día a remojo.

– Ya me acuerdo, me encantaban las visitas a Bushman's Creek.

– Nos lo pasábamos bien, ¿verdad? -recordó él con una sonrisa nostálgica-. Quiero que cuando Alice crezca tenga unos recuerdos parecidos.

– Los tendrá, Jack.

– ¿Y si está sola? -la preocupación había vuelto a los ojos de Jack, quien se sentó al lado de Ellie-. Tú tuviste a Lizzy y a Kevin, y yo tuve a Gray. Pero Alice no tiene a nadie con quien jugar -su mirada estaba perdida en la profundidad de la poza-. Waverley Creek tiene muchos inconvenientes, pero me parece la finca apropiada. De lo único que no estoy seguro es de si lo será para Alice.

Ellie era consciente de la proximidad de Jack y de que para él no significaba nada que sus muslos se rozaran, ni que sus hombros se tocaran solo con moverse un poco. Estaba preocupado con cuestiones más importantes,como, por ejemplo, el futuro de su hija.

– El sitio apropiado para Alice es donde tú estés, Jack -le dijo, deseando que se pudiese decir lo mismo de ella.

– ¿Incluso si eso significa crecer sola?

Ellie miraba un dibujo que estaba haciendo en el suelo con la bota.

– Podrías encontrar a otra persona. Podrías tener más hijos…

– No quiero encontrar a nadie -la voz de Jack sonaba inexpresiva y rotunda-. Lo que vivimos Pippa y yo fue especial. ¿Cómo iba a volver a encontrar un amor como ese?

– A lo mejor encuentras un amor diferente -dijo Ellie sin levantar la mirada y notó el respingo de Jack ante la idea.

– Para ti es fácil decirlo -dijo secamente-, tú nunca has estado enamorada.

– Sí lo he estado.

Jack se sorprendió y la miró con curiosidad. Le pareció que tenía un tono amargo. ¿No era demasiado joven para hablar así? Calculó que tendría unos veinticinco años. Más que suficientes como para saber lo que son las decepciones y el sufrimiento por amor. A Jack le resultaba extraño imaginarse a Ellie enamorada. Siempre le había parecido como un muchacho.

Se lo parecía todavía. Se acordó de su aspecto cuando la recogió esa mañana. Lo esperaba en la pista de aterrizaje, sentada en el capó de una vieja furgoneta, atractiva y práctica: con unos vaqueros y una camisa vieja. Sin bolso, ni gafas de sol, ni carmín. Un sombrero y lista. La buena de Ellie, siempre igual.

La miró con cariño, pero ella no prestaba atención; se encontró observando divertido su distante rostro, pero la diversión se convirtió en desconcierto.

¿Siempre había tenido una piel tan suave y dorada?, ¿desde cuándo tenía unas facciones tan delicadas? Jack sintió una inquietud extraña. Era como encontrarse con alguien conocido y descubrir, al cabo de un rato, que era un completo extraño. Era Ellie, que esa misma mañana había saltado de la furgoneta para recibirlo, pero, de repente, ya no parecía como un muchacho. Los ojos de Jack se posaron en su boca. Realmente no lo parecía.