– Pues yo creo que el amor es mucho más romántico que todo eso -replicó Polly, pinchando con fuerza un trozo de tomate-. Yo creo que es como una habitación que está vacía cuando la persona que amas no está en tu vida. Es cuando los dedos de los pies se estiran de felicidad al verla. Es cuando se sabe en el instante en que ves a alguien que quieres pasar el resto de su vida con él o ella. Yo me podría enamorar apasionadamente de alguien y casarme con él al día siguiente.

– Eso es muy arriesgado.

– Tal vez, pero yo creo que un matrimonio como ése tiene tantas posibilidades de prosperar como el que se ha establecido por lo que las dos personas hacen como la tapa del tubo de la pasta de dientes. Cuando yo me enamore, va a ser para siempre -confesó ella.

– ¿Al igual que te paso con Harry, Mark, Nick y todos los demás?

– No me había dado cuenta de que llevabas el registro de mi vida amorosa -le dijo Polly con frialdad-. En cualquier caso, no estaba verdaderamente enamorada de ninguno de ellos. Sólo eran amoríos pasajeros. El amor verdadero es algo muy diferente, como un relámpago caído del cielo.

– ¿Y es eso lo que sentiste cuando Philippe Ladurie te dio su tarjeta? -preguntó Simon con sorna-. ¡Qué raro! Yo estaba en la habitación y no noté ningún relámpago.

– No ocurrió entonces. Fue la primera vez que lo vi.

– ¡Por amor de Dios! -exclamó Simon-. No sabes nada sobre él aparte de que es guapo y que tiene una hermana que te trató como si fueras basura.

– Sé cómo es aquí dentro -respondió ella, tocándose el corazón.

Simon pensó que era típico de Polly embarcarse en algo tan estúpido como liarse con Philippe Ladurie. Nunca sabría tratar a un hombre como ése, un hombre que, de acuerdo con lo que le habían contado, era un seductor empedernido, un donjuán sin otro medio de vida que no fuera holgazanear. ¡Además, era demasiado viejo para ella! Si Polly tenía que enamorarse, ¿por qué no lo hacía de alguien que le conviniera? ¿De alguien como él?

Simon se puso rígido al ver que aquel pensamiento prohibido se colaba en su cerebro. ¡Imposible con alguien como él! ¡Aquello sería un desastre! Él buscaba compatibilidad y ella un flechazo.

Sin embargo, durante un instante, no pudo evitar recordar la descarga eléctrica que sintió cuando se besaron, pero estaba claro que eso no era lo que Polly estaba buscando. Aparentemente, lo que quería era sufrir enamorándose de hombres completamente inadecuados para ella. Además, aunque ella hubiera sentido la misma chispa que él, tendrían suerte si duraban más de una semana juntos antes de que él sufriera una crisis nerviosa. Le resultaría imposible vivir con Polly.

Sin embargo, eso no significaba que quisiera verla sufrir y eso era lo que Simon se temía que pasaría si ella salía con Philippe Ladurie. No era asunto suyo, pero, desde el fallecimiento de su padre, los de Polly se habían ocupado mucho de él y, de algún modo, se sentía responsable. No podía permitir que Polly se embarcara en una aventura amorosa que tenía todas las posibilidades de acabar en desastre.

Pero, por otro lado, no había razón para preocuparse de algo que muy bien podría no ocurrir. Polly tenía pocas posibilidades de que un hombre como Philippe se interesara por ella. No es que Polly no fuera bonita, pero probablemente los gustos de Philippe eran más sofisticados.

Incluso, tal vez ella ni lo vería. Marsillac no era un lugar tan pequeño. Polly suspiraría por él durante un par de semanas, pero perdería interés en él si no lo veía. Cuanto más pensaba en ello, más llegaba Simon a la conclusión de que podía relajarse. Probablemente nunca tendría que enfrentarse a aquel problema.

Sin embargo, estaba muy equivocado.

– Vamos a comprar unas flores -dijo Polly, mientras pasaban por un puesto lleno de maravillosas y coloridas plantas.

– No necesitamos flores -se opuso Simon, pero ella no le prestó atención y se acercó al puesto, maravillada por el tamaño de los girasoles.

– Ya sé que no están en tu maravillosa lista, pero compremos unas de todas maneras. Harán que la casa esté más bonita para Chantal.

– De acuerdo, un ramo.

– ¡No seas tan agarrado! -exclamó Polly alegremente, mientras tomaba un ramo de acianos-. Se supone que estamos prometidos. ¡Deberías estar cubriéndome de flores!

– Ya te he comprado un anillo muy caro -afirmó él con voz amarga.

– ¿Compramos también un ramo de éstas? -preguntó ella, inclinándose sobre un cubo de mimosas.

– Sí, claro -dijo Simon con sorna-. Sólo tenemos un jardín lleno de ésas en casa.

– Lo sé, pero es una pena cortarlas y éstas son preciosas -replicó ella, tomando dos ramos-. ¿Podemos comprar también unas margaritas?

– ¿Por qué no te compras todo el puesto? -dijo Simon, aunque no le impidió tomar los ramos que quería hasta que ella tenía los brazos llenos de flores.

– ¡Son preciosas! -exclamó ella, hundiendo la cara entre las flores para aspirar mejor el aroma-. Si quieres, las pagaré con mis cuarenta y ocho francos.

– Eso no será necesario -replicó Simon, pensando que Polly era la única persona del mundo que pondría todo el dinero que tenía para comprar flores-. Si tanto te gustan, te las compraré yo.

– Gracias -dijo ella, obsequiándole con una maravillosa sonrisa.

Volviéndose al dueño del puesto, Simon le preguntó cuánto le debía. Polly se sintió algo culpable al ver que él le entregaba un buen montón de billetes al tiempo que el hombre decía algo en francés, tan rápido que Polly no pudo entenderlo.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó a Simon con curiosidad mientras volvían al coche.

– Que eres muy bonita -confesó él, tras una pausa.

– ¡Qué amable! -exclamó Polly, encantada-. ¿Y tú qué le dijiste? -añadió, esperando que él dijera que era un desastre.

Sin embargo, él dudó y la miró mientras ella sonreía, con los brazos llenos de flores, y los ojos reflejaban el cielo azul de la Provenza.

– Le dije que tenía razón -admitió él

– ¿De verdad?

– Venga, Polly, ya sabes que eres muy guapa -admitió él de mala gana.

– No sabía que tú creyeras que lo era. ¿De verdad lo crees? -insistió ella, andando unos pasos para pararse en seco.

Simon también se detuvo y se volvió a mirarla. Estaban en medio de la plaza, mirándose el uno al otro, como si estuvieran envueltos en una burbuja de silencio que les aislaba del mundo exterior.

Simon abrió la boca para responder, sin saber muy bien lo que iba a decir, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, otra voz lo hizo por él.

– ¿Polly?

Polly tardó un momento en darse cuenta de que la estaban llamando y, cuando se volvió, se dio cuenta de que Philippe Ladurie estaba de pie, al lado de ella.

– ¡Ph-Philippe! -balbució ella, con algo de esfuerzo-. Yo… yo no esperaba verte.

– Estaba seguro de que eras tú -replicó él, lleno de encanto, besándola cuatro veces, dos en cada mejilla, con cuidado de no aplastar las flores-. Es maravilloso volver a verte de nuevo, Polly.

– Yo también me alegro de verte -dijo ella, consciente de que Simon estaba a su lado, con cara de pocos amigos. En otro momento, se habría alegrado mucho de ver a Philippe, pero no cuando estaba preguntándose lo que Simon tenía que decirla-. Um… Este es Simon Taverner. Simon, Philippe Ladurie.

– No nos conocíamos -dijo Philippe, mientras se daban la mano-, pero he oído hablar mucho de ti.

– Yo también he oído hablar mucho de ti -repitió Simon, mirando a Polly.

– Siento no haber tenido oportunidad de despedirme, Philippe -se excusó Polly-, pero me temo que me tuve que marchar algo… precipitadamente.

– Eso me contaron -respondió Philippe, riendo-. No te culpo por haberte marchado, la verdad. Mi hermana puede ser una mujer muy difícil, especialmente si se trabaja para ella.

– No me marché -confesó Polly-. Ella me despidió.

– ¿Cómo? -preguntó Philippe, alternando la mirada entre ella y Simon-. Entonces, ¿no es verdad que estáis prometidos?

– Claro que es verdad -replicó Simon, antes de que Polly tuviera oportunidad de responder, mientras abrazaba a Polly posesivamente-. ¿Por qué no iba a ser cierto?

– Nos sorprendió mucho que lo llevaseis tan en secreto -dijo Philippe-. ¡Enhorabuena! -añadió, mirando a Polly-. Eres un hombre muy afortunado -le dijo luego a Simon.

– ¿A qué sí? -preguntó Simon fríamente.

– ¿Os alojáis cerca de aquí? -preguntó Philippe, sin verse afectado por la hostilidad de Simon.

– Cerca de Vesilloux -dijo Polly, sabiendo que Simon no quería decirle el lugar exacto, mientras intentaba separarse de Simon-. ¿Lo conoces?

– Claro. ¡Somos prácticamente vecinos! Vivo en St. Georges, muy cerca de vosotros.

– Está por lo menos a quince kilómetros de distancia -le espetó Simon-. Y al otro lado de Marsillac. Yo no diría que somos vecinos.

– Al menos lo somos en espíritu -respondió Philippe, encantador.

En aquel momento se produjo una pequeña pausa. Polly buscó desesperadamente algo que decir, pero la forma en la que Simon la tenía abrazada se lo impedía.

– Entonces, Polly -dijo Philippe por fin-, te vas a casar con un inglés. ¿Significa eso que ya no te interesa aprender francés?

– No es eso -exclamó Polly, pisando a Simon para que la soltase, pero él ni se inmutó-. De hecho, todavía quiero hacerlo. De hecho, te iba a llamar. Simon tiene que volver al trabajo dentro de dos semanas y pensé que podía quedarme por aquí y concentrarme en mi francés. Pensé que tú podrías recomendarme a alguien para que me diera clases -añadió ella, sólo para fastidiar a Simon.

– Estoy seguro de que hay muchos profesores por aquí, pero lo mejor es hablar francés todo el tiempo y para eso no se necesita profesor. Yo estaría encantado de darte algunas clases de conversación, Polly.

– No te importa, ¿verdad, cariño? -le preguntó ella a Simon, en un tono de voz provocador.

– Claro que no -replicó él, apretando los dientes.

– En ese caso, me gustaría que vinierais los dos a visitarme antes de que Simon se marche.

– No encantaría -respondió Polly, antes de que Simon pudiera oponerse-. ¿No es cierto?

– Ya sabes que tenemos invitados, cariño -le espetó él.

– Pues, traedlos también -sugirió Philippe-. De hecho, voy a dar una fiesta dentro de dos fines de semana. ¿Por qué no venís todos y así podremos fijar una fecha para empezar con las clases de francés?

Philippe contemplaba a Polly con un brillo en los ojos y una encantadora sonrisa, por lo que ella no pudo evitar sonreír. Sin embargo, estaba algo embargada por aquella situación. Estaba acostumbrada a admirarle en la distancia y le desconcertaba un poco ver que sus fantasías se estaban haciendo realidad.

– Nos encantará -respondió ella.

Bajo la atenta mirada de Simon, Philippe volvió a besar a Polly en las mejillas, deteniéndose algo más de lo necesario.

– Au revoir, Polly -musitó Philippe.

– Au revoir -contestó ella.

– Adiós -concluyó Simon, estrechando aún más fuertemente a Polly entre sus brazos-. Vamos, cariño. Es hora de que nos vayamos a casa.

Capítulo 7

AU REVOIR -dijo Simon, imitando a Philippe despiadadamente, mientras se separaban de él. -Si no te gustaba la conversación -replicó Polly, soltándose de él-, te podrías haber ido a comprar el periódico o haberte excusado de algún modo para dejarnos solos. ¡Hubiéramos estado mucho mejor sin ti, de eso estoy segura!

– ¡Sólo Dios sabe lo que habríais hecho si os hubiera dejado solos! Ni siquiera mi presencia fue un obstáculo para impedir que te ofrecieras a él en bandeja de plata. ¡Clases de francés! ¡Ja! ¡Está muy claro la clase de lecciones que él se está imaginando!

– Philippe me va a ayudar con mi conversación, eso es todo -replicó ella, sonrojándose.

– Un hombre como ése sólo conoce una clase de conversación, y es la que tiene lugar encima de una almohada.

– Bueno, pues dicen que ésa es la mejor manera de aprender -replicó ella.

Simon abrió el maletero del coche para que ella pudiera meter las flores y lo cerró con una fuerza absolutamente innecesaria.

– ¡Yo no confiaría en ese hombre en absoluto!

– Nadie te está pidiendo que confíes en él -le espetó Polly, dirigiéndose al asiento del copiloto, mientras esperaba que él abriera el coche-. No tenías necesidad alguna de ser tan grosero con Philippe. Si él se hubiera marchado de repente, no le hubiera echado a él la culpa, pero, además, te invitó a su fiesta.

– No te creerás que yo quiero ir a una fiesta suya, ¿verdad? -replicó Simon, cerrando la puerta del coche de un portazo para luego arrancar el coche.

– Entonces, no vayas. Además, yo preferiría ir sola. No me gustaría que estuvieras allí, controlándome como has hecho hoy. ¿Te diste cuente lo interesado que estaba Philippe?