– Trato hecho -respondió Simon, con una sonrisa.

Entonces se produjo una pausa. Aquel era el momento en el que ella debía haberse levantado para sentarse en su hamaca, pero no se movió. Simon le tomó un mechón de pelo y se lo colocó detrás de la oreja.

– ¿Crees que éste es un buen momento para nuestro beso diario? -preguntó él.

– ¿Por qué no? -respondió Polly, intentando mantener la calma.

Aquello había sido idea de ella y, cuando antes empezara a pensar en ello como un ejercicio, mejor. Sin embargo, no pudo evitar sentir un embarazoso sentimiento de anticipación y el miedo revoloteándole en la boca del estómago.

– De acuerdo -dijo Simon, esperando sonar alegre y decidido.

Él se inclinó torpemente sobre ella, haciendo que las narices se chocaran cuando Polly se inclinó al mismo tiempo. Ambos se echaron a reír.

– ¡Tenías razón! -afirmó él-. ¡Necesitamos practicar!

– Fue más fácil ayer, cuando no estábamos esforzándonos -respondió ella sin pensar.

Enseguida se arrepintió de aquellas palabras. Se suponía que no tenían que disfrutar con aquellos besos, tal y como lo hacía Simon, sino que tenía que ser una rutina diaria.

– Probemos otra vez -dijo Simon, inclinándose más cuidadosamente.

Polly se inclinó también hasta que sus labios se encontraron. Se besaron suavemente, una, dos, tres veces para luego apartarse y mirarse a los ojos. Durante un momento, dudaron. Lo más fácil hubiera sido dejarlo allí, pero una fuerte atracción parecía atraerlos con una fuerza que ninguno de los dos podía resistir. Los labios de Polly se separaron instintivamente y la boca de Simon tomó la de ella. Se besaron una vez más, profunda, dulcemente hasta que la pasión de hizo la dueña con una velocidad aterradora.

Polly apoyó las manos en los hombros de Simon para sujetarse, como si se sintiera arrastrada por una fuerza incontenible. Se suponía que aquel beso no tenía que ser tan bueno, deberían parar… pero, ¿cómo iban a poder parar cuando todos los sentidos la animaban a que se acercara más a él?

Simon, como si hubiera escuchado sus pensamientos, la estrechó con más fuerza entre sus brazos. Polly se dejó llevar, rodeándole el cuello con los brazos, abandonándose al placer gozoso que surgía entre ellos. ¿Cómo podría ella pensar cuando Simon le había retirado la toalla y le acariciaba la espalda, las caderas y los muslos de un modo que la hacía temblar?

Poco a poco, aquella situación se estaba escapando a su control. De mala gana, Simon se obligó a levantar la cabeza, aunque la mano se negó a moverse de donde estaba. Polly estuvo a punto de murmurar una protesta. Algo mareada, dejó caer los brazos de los hombros de él y se reclinó en la hamaca.

– Creo… creo que se nos va dando mejor, ¿no te parece? -se obligó ella a decir.

Simon forzó una sonrisa. Él también parecía estar teniendo problemas con su respiración.

– Creo que tenemos que trabajar en el principio -dijo él-. Pero lo demás no parece ser un problema.

– No.

Polly sentía que los huesos se le habían hecho agua, pero, del algún modo, se las arregló para recuperar su toalla y sentarse en la otra hamaca. Tenía miedo de que si estaba demasiado tiempo al lado de él, haría algo que lamentaría. Por eso, alcanzó la copa de vino y se la llevó a los labios. Sin embargo, temblaba tanto que se golpeó con ella en los dientes y tuvo que volver a dejarla en el suelo.

– Bien -dijo ella.

– Bien -repitió él.

No parecía que tuvieran mucho que decir. Simon sentía que el cuerpo le palpitaba y que la cabeza le daba vueltas. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llevarla a su dormitorio, quitarle el biquini y hacerle el amor, larga y dulcemente. Simon se miró las palmas de las manos y supo, con un desagradable sentimiento de impotencia, que la deseaba con una intensidad que nunca había experimentado antes.

¿Qué diablos estaba pensando? Aquella mujer era Polly, la Polly que él recordaba con trenzas y que se echaba a reír a la menor oportunidad, pero se había convertido en una mujer hermosa y deseable.

Simon tomó un sorbo de vino para darse fuerzas. Polly era la hija de John, la mejor amiga de Emily. Los Armstrong eran como familia suya. No podía tener una aventura con Polly para luego dejarla cuando hubiera terminado.

Ella estaría en cada fiesta familiar, en cada boda, en cada bautizo…

Aparte de todo eso, no había nada que le indicara a Simon que ella quería otra cosa de él que no fueran aquellas dos semanas. Tal vez lo besaba como si le fuera en ello la vida, pero Polly había sido siempre muy apasionada en todo. Lo que Polly hacía, lo hacía de todo corazón.

Aquella idea de que se besaran todos los días era un ejemplo de lo impulsiva que era. ¡Seguramente estaba convencida de que iba a funcionar! Para ella, él era una figura familiar, alguien a quien resultaba un poco extraño besar, pero no una persona que se le pudiera besar en serio. Sospechaba que, para Polly, besarlo había sido más una forma de pasar el tiempo hasta que pudiera concentrarse en su maravilloso francés, que la haría daño tan sólo para divertirse.

De reojo, Polly lo vio pensativo y se mordió los labios. Parecía tan triste que ella se preguntó si estaría pensando en Helena. Sería terrible que él se sintiera culpable tan sólo porque ella prácticamente le había obligado a besarla. En su momento, le pareció una buena idea, pero ella se había dado cuenta lo cerca que habían estado de perder el control. Si Simon no hubiera parado cuando lo hizo, ella le habría rasgado la camisa y le habría suplicado que le hiciera el amor.

Aquellos besos no significaban nada. Sin embargo, Polly pensó que, si ella fuera Helena, no le agradaría que Simon se besara con nadie, aunque sólo fuese la tonta de la hija de John Armstrong.

Mientras se daba vueltas al anillo, Polly estuvo a punto de sugerir que no se besaran de nuevo. Pero si lo hacía, Simon pensaría que ella se había tomado aquel asunto demasiado en serio y tal vez se temiera que ella se estuviera enamorando de él. Polly se estremeció de sólo pensarlo. Aquella idea era ridícula. ¿Acaso no estaba ella deseando que Philippe se enamorara de ella? Sin embargo, aunque sólo se le pasara por la cabeza, la situación sería muy embarazosa.

De alguna manera, tenía que dejarle claro que no corría peligro de que ella se enamorara de él. Necesitaba que Simon supiera que ella no iba a tomarse aquellos besos en serio y que no se iba a olvidar de que él tenía una novia maravillosa para besarla siempre que quisiera.

Polly intentó encontrar algo alegre y desinhibido que decir para demostrarle lo bien que ella llevaba aquella situación.

– ¿Le has dicho ya a Helena que me estoy haciendo pasar por ella? -preguntó por fin.

– No -respondió él, levantando la vista-. Todavía no.

¿Cómo podría explicarle a Polly que no había llamado a su novia porque no tenía novia? Si Polly se enteraba, lo estropearía todo. Cada vez que la besara, cada vez que la tocara, Polly se preguntaría si él no se lo estaría tomando demasiado en serio.

– No quiero distraerla -añadió él, después de una pausa-. Está trabajando en un caso muy difícil y va a estar muy preocupada con eso durante las próximas dos semanas al menos. Se lo diré cuando haya terminado.

– Tal vez tenga tiempo para venir aquí y pasar contigo el resto de tus vacaciones.

– Tal vez -repitió Simon-. Ya veremos lo que pasa. De todos modos, tú ya no estarás aquí -musitó él, con una sonrisa-. Estarás divirtiéndote con Philippe.

– Sí -respondió Polly sin mucho entusiasmo.

Si todo salía bien, Helena y Simon tendrían las vacaciones que se merecían y ella estaría con Philippe y se lo pasaría estupendamente yendo a los casinos y paseando en yate. Sería perfecto y aquello le debería haber sonado tal y como ella lo había soñado. Sin embargo, no era así.

Capítulo 8

ALGO había cambiado entre ellos al lado de la piscina. Aquella noche, mientras Simon respiraba plácidamente a su lado, Polly pensó que la situación debía de haberse hecho más fácil después de haberlo aclarado todo. Sin embargo, no era así.

Las discusiones parecían haber desaparecido, pero la irritación parecía haberse visto reemplazada por otra clase de tensión: la que hacía que los silencios se prolongaran hasta más allá de lo que se podía soportar, la que le hacía más consciente de la boca de Simon y de la solidez de su cuerpo, tumbado a pocos centímetros del de ella.

Polly se preguntó con frustración que qué le pasaba. Después de un mal comienzo, aquel verano tenía posibilidades de ser uno de los mejores de su vida. No había manera de que ella ganara tanto dinero de otro modo. Philippe había sido más que amable con ella y sus ojos oscuros habían prometido más de lo que lo habían hecho sus inocuas palabras. Tendría que haber estado más que contenta ante la perspectiva de haber llamado la atención del hombre más guapo y sofisticado que había conocido. Entonces, ¿por qué no estaba pensando en él? ¿Por qué estaba pensando en Simon y en el roce de sus labios? Polly contempló la línea de sus hombros a la luz de la luna y se imaginó que extendía

la mano para tocarlo. ¿Cómo podría Helena estar trabajando cuando podría haber estado allí, con aquel aire perfumado, y pasar largas veladas con Simon?

Polly suspiró y, volviéndose para mirar a la ventana, llegó a la conclusión de que Helena debía tener mucha confianza en él. ¿Por qué no iba a ser así? Helena era todo lo que Simon había dicho de ella: atractiva, inteligente, sofisticada… Era la compañera perfecta para él en todos los sentidos.


– ¿A qué hora llegan Chantal y Julien? -preguntó Polly mientras colocaba las flores en dos enormes jarrones.

Por alguna razón, no había dormido demasiado bien la noche anterior y se habían levantado sintiéndose algo deprimida. Estaba decidida a ganarse el dinero que Simon le iba a pagar y se decía una y otra vez que si consideraba aquello como un trabajo más, no se sentiría tan extraña al lado del Simon.

– Chantal me dijo que intentarían llegar aquí a las seis -dijo Simon, mientras se terminaba el café. La cocina no estaba todo lo ordenada que a él le gustaba, pero le gustaba ver a Polly colocando las flores, una por una, en el jarrón-. Tenemos mucho tiempo para prepararlo todo.

– He pensado que esta noche podría cocinarles una buena cena -sugirió ella-. ¡No te preocupes, no te destrozaré la cocina!

– ¿Quieres que te eche una mano?

– No -respondió ella. No entendía por qué, de repente, se sentía tan tímida. Además, le costaba mucho apartar la mirada de él-. Me las arreglaré bien.

– De acuerdo.

Entonces se produjo una pausa. Polly se concentró en las flores y Simon dejó la taza encima de la mesa y se puso a mirar por la ventana, consciente de la tensión que reinaba en la cocina.

– Bueno, si no hay nada que pueda hacer… -añadió él, poniéndose de pie.

Polly tragó saliva. Aquella era la oportunidad perfecta para demostrar que, en lo que a ella se refería, aquello era sólo un trabajo. No sabía si tenía que demostrárselo a Simon o a ella misma, pero esperaba que ayudara a aliviar la tensión que flotaba en el aire.

– Hay algo que puedes hacer -dijo ella, dejando las tijeras encima de la mesa-. Necesito besarte.

– ¿Ahora? -preguntó él, mirando a Polly algo alarmado. Le había llevado toda la noche convencerse de que sólo era Polly. Si la besaba, volvería a donde había estado al borde de la piscina.

– No veo por qué no -respondió Polly, que no quería confesarle que era mejor hacerlo entonces para no tener que pasarse toda la tarde rezando por no perder el control-. Se supone que esto no es nada romántico, sino algo que debemos practicar.

– De acuerdo -accedió Simon, esperando que no se le notara que tenía que armarse de valor.

Polly le puso las palmas de las manos en el pecho y lo miró a los ojos. Había planeado darle un beso apasionado, pero en el último momento le falló el valor y se lo dio en la comisura de los labios.

Simon, deliberadamente, no la abrazó, pero, al ver que ella se retiraba, le tomó la cara entre las manos y le dijo:

– Muy bien. Ahora me toca a mí.

Entonces, inclinó la cabeza y la besó en los labios. Aquella vez, Polly estaba mejor preparada para soportar el placer. Tuvo sensaciones agradables, pero no sintió como si le cediera el suelo bajo los pies. Se estaba felicitando por soportarlo tan bien, cuando Simon se apartó de ella. Los dos se miraron con un alivio mal escondido.

– Creo que tenías razón -dijo él suavemente-. Con la práctica mejora. ¡Estamos mejorando mucho!

– Ya te lo dije.

Polly analizó cuidadosamente el ambiente. No parecía haber sensación alguna de incomodidad. Había sido un beso de lo más agradable, pero ella no había sentido que se desmoronaba como cuando Simon la había tocado antes y el aire parecía libre de tensiones embarazosas.