Tal vez aquello estuviera funcionando. Si podían evitar la tensión que le había embargado la tarde anterior, aquellas dos semanas podrían ser de lo más agradable. Y cuando llegaran Chantal y Julien, todo sería mucho más fácil. Polly llegó a la conclusión de que su desmedida respuesta a los besos de Simon debía haber sido fruto del cansancio o de los nervios. Había levantado una montaña de un grano de arena. A partir de aquel momento, volverían a su relación de siempre y todo volvería a ser como antes.


– ¡Qué flores tan bonitas! -exclamó Chantal, admirando el jarrón que Polly había colocado en la chimenea.

Al poner los ojos en Chantal, Polly había sentido que le abandonaba toda su confianza. La antigua novia de Simon era menudita, con unos enormes ojos verdes, una piel perfecta y la constitución que Polly sólo podía tener en sueños. Llevaba puestos unos pantalones color crema, muy amplios, y una camiseta blanca. A su lado, Polly se sentía gorda y desaliñada.

Al ver la reacción de Chantal por las flores, se animó un poco. Simon no había hecho ningún comentario, pero Polly sabía que él odiaba la manera caótica en la que había colocado las flores. Él hubiera preferido un arreglo minimalista, por lo que le consolaba que Chantal apreciara el efecto.

– Simon, esta casa no se parece en nada a tu piso de Londres -añadió Chantal, mirando a su alrededor.

Simon pensó que no lo era después de que Polly hubiera hecho todo lo posible por arreglarlo, pero no parecía haber sido consciente de que, en dos días, había cosas suyas por todas partes. En la mesa de café, normalmente vacía, había una pila de libros, revistas y un par de tazas sucias, limas y esmaltes de uñas y unas postales que ella había empezado a escribir pero que no había terminado.

– Polly es responsable de este cambio -dijo Simon, secamente.

– Yo solía intentar hacer el piso de Simon más femenino, pero él nunca me dejaba cambiar nada -afirmó Chantal-. ¡Debes de ser muy especial para él!

– Lo es -respondió Simon, tomando a Polly por la cintura ya que había visto fruncir el ceño a Julien.

Él era algo mayor que Chantal y resultaba muy atractivo. Resultaba evidente que adoraba a su esposa y que no podía ni quitarle los ojos de encima, por eso no le había gustado la referencia a la vida que ella y Simon habían compartido juntos.

A Polly tampoco le habría gustado si fuera él, especialmente teniendo en cuenta la manera tan afectuosa con la que Simon había saludado a Chantal cuando llegaron. Ella lo había observado casi con tanto recelo como Julien y no pudo dejar de pensar que si Helena viera cómo había saludado a su antigua novia, no estaría tan segura de él. Polly estaba segura de que a ella, Simon nunca la había besado con tanto afecto.

– Me alegro tanto de conocerte -le decía Chantal-. ¡No eres como te había imaginado!

– ¿Por qué no? -preguntó Polly, aunque creía saber la respuesta.

– Es difícil saber por qué… supongo que pareces más relajada que lo que Simon dijo de ti. Y pareces ser muy joven para ser una abogada de tanto éxito -añadió Chantal.

– Creo que estás confundiendo a Polly con Helena -dijo Simon, dándose cuenta de que, probablemente, le había dicho más cosas a Chantal sobre Helena de lo que él mismo creía.

– ¡Helena! ¡Claro! -exclamó Chantal, algo avergonzada, llevándose la mano a la boca-. ¡Lo siento mucho, Polly! Sin embargo, estoy segura de que no me habías dicho nada, Simon. ¿Cuándo ocurrió todo este cambio?

– Hace un par de meses. Las cosas se enfriaron con Helena -explicó Simon, recogiéndole a Polly un mechón detrás de la oreja-. Entonces, conocí a Polly y ¡bum! eso fue todo.

– ¡Siempre te dije que te pasaría eso algún día! -comentó Chantal, riendo-. Sólo tenías que esperar a la chica adecuada.

– Sí -afirmó él, mirando a Polly. Luego la estrechó fuertemente entre sus brazos-. Y ahora, sé que la he encontrado.

Polly sintió que se le encogía el corazón al ver cómo la miraba Simon. Sería tan fácil creer que aquellas palabras eran ciertas… Pero tenía que recordar que todo ello era una farsa e iba siendo hora de que ella representara su papel.

– ¿Se lo decimos? -le preguntó Polly.

– ¿Por qué no? -respondió Simon.

– Simon y yo nos prometimos ayer -dijo Polly, mirando a Chantal.

Estaba segura de que Chantal se daría cuenta de que todo era una mentira. Ella conocía a Simon y sabía el tipo de mujeres, elegantes y sosegadas, que le gustaban. ¿Cómo iba ella a creer que él se enamoraría de una chica algo desaliñada que parecía haber irrumpido en su ordenada vida con su caos y su desorden?

Polly esperaba que Chantal se echara a reír, pero ésta ni siquiera se sorprendió. En vez de eso, pareció genuinamente emocionada y abrazó primero a Polly y luego a Simon.

– ¡Es una noticia magnífica! -exclamó Chantal.

– Enhorabuena -dijo Julien, visiblemente más relajado.

Al ver la reacción de Julien, Simon se dijo que todo aquello había merecido la pena. Si Julien se relajaba, podrían hablar de la fusión tranquilamente y aquello era lo más importante, ¿o no? Durante los dos días anteriores, había habido momentos en los que Simon casi se había olvidado de la fusión, en los momentos que había mirado a Polly a los ojos y se había dado cuenta lo fácil que sería olvidarse de que todo aquello era mentira.

La llegada de Julien se lo había recordado. Todo lo que tenía que hacer era recordar lo importante que era aquella fusión para su empresa y sería más fácil resistirse al encanto de los ojos de Polly, a sus labios y a la suavidad de sus curvas. Sería fácil.

– ¡Por Polly y Simon! -dijeron Chantal y Julien, quienes habían insistido en abrir una botella de champán.

Polly sonrió cortésmente y miró a Simon. Resultaba evidente que aquel momento requería algún gesto de cariño. Simon debía de haber pensado lo mismo porque le pasó la mano por debajo del pelo y la atrajo suavemente hacia él. Polly no se resistió y cerró los ojos mientras él la besaba. Pero, durante un momento, no pudo dejar de imaginar cómo sería aquel beso si el compromiso fuera real.

Cuando Simon la soltó, se reclinó en el sofá, medio aliviada y medio desilusionada porque el beso hubiera sido tan breve. Había sido de lo más natural y, a juzgar por las caras de Chantal y Julien, había merecido la pena.

– Contadnos cómo os conocisteis -quiso saber Chantal-. ¡Quiero saberlo todo!

– Nos conocemos desde siempre -respondió Polly, repitiendo lo que había decidido que dirían cuando la pregunta surgiera: la verdad-. De niños, solíamos pasar las vacaciones juntos, pero cuando Simon dejó de vivir con su madre, nuestras vidas se separaron. Durante los últimos años, casi no nos hemos visto hasta que, recientemente, volvimos a encontrarnos.

– Así que, ¿fuisteis novios en la infancia? -preguntó Chantal, encantada.

– No exactamente -respondió Simon, tomando la mano de Polly-. Aunque Polly sí que quería casarse conmigo cuando tenía cuatro años.

– A decir verdad, nunca nos llevamos nada bien -explicó Polly, para evitar que él hablara de aquella parte de la historia-. A mí Simon me parecía terriblemente aburrido y yo a él le parecía una tonta, ¿no es cierto, cariño? -añadió ella, obligándose a mirar a Simon.

– Pero ahora he cambiado de opinión -replicó Simon, mirándola de una manera que la hizo enrojecer.

– ¿Y qué te hizo cambiar a ti de opinión? -preguntó Chantal, con una sonrisa.

– No sé -respondió Polly, consciente de que Simon seguía teniéndola de la mano-. Un minuto Simon era el irritante amigo de familia y al otro…

– ¿Y al siguiente te diste cuenta de que estabas enamorada de él? -sugirió Chantal, acabando la frase por ella.

A Polly le dio un vuelco el corazón. Se sentía como si estuviera al borde de un abismo, sabiendo que un paso en falso le haría caer a lo desconocido. El sentimiento era tan fuerte que lo único que podía hacer era mirar a Chantal con los ojos muy abiertos, mientras, mentalmente, se iba apartando del borde del abismo. ¡Claro que no estaba enamorada de Simon! Únicamente se estaba dejando llevar por aquella farsa. ¿No era así?

– ¿Polly? -preguntaron todos, mirándola con curiosidad.

– Sí -replicó ella-. Así fue como fue.

– ¿Te pasó a ti lo mismo, Simon? -insistió Chantal.

– Creo que me enamoré de ella en el momento que volví a verla -dijo él, levantando la mano de Polly para besarla en la palma. Aquel beso mandó una serie de sensaciones por el brazo de Polly que le hicieron temblar.

– ¡Te lo estás inventando! -exclamó Polly, como si estuviera bromeando. Sin embargo, Simon le devolvió la mirada con una perturbadora expresión.

– No, es cierto. Cuando abriste la puerta, tenías un aspecto muy diferente al que yo recordaba de ti. Me sentí como si nunca te hubiera visto, intenté seguir pensando en ti como lo hacía antes, pero no puede. Cuando me di cuenta de lo que había pasado, ya estaba perdidamente enamorado de ti y era demasiado tarde para dar marcha atrás.

Los ojos de Simon desprendían un afecto que Polly nunca había visto. Intentó recordarse que él estaba solamente disimulando, pero le resultó imposible apartar la vista de él, como si no hubiera nadie más en la habitación.

– Nunca me habías dicho eso -dijo al final Polly, diciéndose a duras penas que aquello era sólo una mentira.

– No quería hacerlo hasta que estuviera seguro de que me amabas también… y así es, ¿no es verdad?

– Sí -afirmó Polly, dándose cuenta de que, a pesar de que era lo que se esperaba que ella dijera, la respuesta había acudido sin tener que pensarla-. Así es.

Y entonces, como si lo hubieran ensayado, se acercaron el uno al otro y se besaron de un modo tan dulce que, cuando se separaron, Polly se dio cuenta, horrorizada, que tenía lágrimas en los ojos.

Sin embargo, nada de aquello extrañó a Chantal y a Julien. Ambos estaban sonriendo y Julien levantó la copa para hacer otro brindis.

– ¡Por el amor! -dijo él.

La mano de Polly estaba temblando, pero, consciente de que Simon la estaba mirando, tomó la copa con valentía.

– ¡Por el amor! -repitió Polly, obligándose a mirar a Simon como si de verdad estuvieran enamorados.

Pero Simon tenía una extraña expresión en los ojos. Por fin, levantó la copa y le devolvió el brindis.

– Por el amor -dijo Simon.


Simon puso un gesto horrorizado al ver el estado en el que estaba la cocina, pero tuvo que admitir, que de ese caos, Polly había creado una cena deliciosa. Después del vino y del champán, Julien y él habían podido relajarse y divertirse mucho más de lo que ninguno de ellos había esperado al principio de la tarde.

Cuando cerraron la puerta del dormitorio aquella noche, Simon estaba sonriendo y fue a abrazar a Polly.

– ¡Lo hemos conseguido! -exclamó con júbilo.

– ¡No me irás a decir que Julien ha accedido a la fusión tan pronto! -replicó Polly, riendo.

– Todavía no, pero nos llevamos bien y sé que va a considerar nuestra propuesta muy seriamente -explicó Simon, sonriendo-. Resulta evidente que Julien está muy relajado y dispuesto a divertirse mientras esté aquí y eso es gracias a ti, Polly. ¡Estuviste fantástica!

– Tú tampoco estuviste mal -respondió ella, sin poder dejar de ignorar las manos de él en la cintura.

– Julien se pasó toda la noche diciéndome la suerte que tengo de tenerte.

– Chantal me ha estado diciendo lo mismo sobre ti. No tienen ni idea de que, de verdad, no estamos enamorados.

– No -dijo él, lentamente-. Hemos resultado bastante convincentes, ¿verdad?

– Debemos de ser actores natos -sugirió Polly, algo incómoda al oír que le temblaba la voz.

– Debe de ser.

Sin pensarlo, Simon la abrazó aún más fuerte, pero el tacto de seda del vestido que ella llevaba hizo despertar sus sentidos más de lo que él hubiera deseado. De repente, se dio cuenta de lo cerca que ella estaba, de la calidez de su cuerpo, del aroma de su perfume y de lo fácil que sería dejarse llevar… Entonces, casi bruscamente, se apartó de ella y se produjo un incómodo silencio.

– Bueno -dijo él, por fin-. Es mejor que nos vayamos a la cama. Ha sido un día muy largo.

– Sí -respondió Polly, aclarándose la garganta-. Voy… voy a lavarme los dientes.

Ella salió corriendo hacia el cuarto de baño y se sintió horrorizada al ver que las manos le temblaban mientras empezaba a quitarse el maquillaje. Durante un momento, había estado completamente segura de que Simon iba a tomarla entre sus brazos y se había quedado atónita con la desilusión de ver que no había sido así.

El día había ido perfectamente y Polly había logrado convencerse de que podía relajarse y divertirse hasta que Simon la había abrazado. Todo era culpa de él. Si no la hubiera abrazado de aquella manera, si lo hubiera sonreído, ella no estaría preguntándose lo que sentiría si estuvieran verdaderamente enamorados, cómo sería si ella supiera que, cuando saliera del cuarto de baño, él la estaría esperando con los brazos abiertos…