A menudo, le había dicho a Polly lo perfecta que ella era y lo bien que los dos se llevaban. Simon no iba a dejar todo eso por ella, desorganizada y caótica, una mujer que no hacía otra cosa que irritarle y discutir con él.

Al mirar por la ventana comprendió que jamás le podría decir a Simon que lo amaba. Aquella confesión no conduciría a nada y sólo les causaría a los dos una profunda vergüenza. Si él hubiera sido un extraño, Polly se habría arriesgado, pero Simon era parte de la familia. Tendría que acostumbrarse a verlo con Helena, tendría que ir a su boda y sonreír, simulando que no tenía el corazón destrozado.

Al entrar en la casa, Polly evitó mirar a Simon para que él no notara la tristeza que había en sus ojos. Chantal y Julien ya se habían acostado, por lo que ella subió rápidamente al dormitorio y se metió en el cuarto de baño. Tras encerrarse, contempló con desesperación la patética imagen que se reflejaba en el espejo y tuvo que armarse de valor para encontrar el coraje que iba a necesitar para dormir con Simon por última vez.

Mientras tanto, en el dormitorio, Simon se maldijo mientras se desnudaba. Todo había salido mal. Había esperado que, si le daba la oportunidad a Polly de pasar una tarde con Philippe, ella descubriría que no estaba enamorada de él, pero aquella velada parecía haber tenido un efecto contrario. A juzgar por lo que ella había dicho en el coche, Polly estaba locamente enamorada de Philippe.

Y no había nada que él pudiera hacer. Era evidente que ella apenas podía esperar al día siguiente para llamar a Philippe y aceptar su oferta y una vez que estuviera allí, Polly no podría resistirse a sus encantos.

Simon iba a tener que dejarla marchar, aunque cada fibra de su cuerpo le pidiera que no lo hiciera. Sin embargo, sabía que Philippe no la haría feliz. Él no sabía lo afectuosa, divertida y exasperante que podría ser. No había visto la transformación de una niña traviesa en la espléndida mujer que ella era. El corazón de Philippe no le daba un vuelco cada vez que ella sonreía.

No. Simon estaba convencido de que todo lo que Philippe sabía de ella era que tenía unas piernas espectaculares y que, aparentemente, pertenecía a otro hombre. Aquello era todo lo que Philippe necesitaba para interesarse. Comprometida con otro hombre, Polly era un desafío. Por sí sola, Polly tenía poco que ofrecerle y Simon temía que, al final, resultaría herida.

Simon se juró que, si aquello llegaba a ocurrir, él estaría allí el primero para recoger los pedazos. No le resultaría difícil encontrar una excusa para seguir unos días más en Provenza. Si ella lo necesitaba, allí estaría. Si no, se volvería a Londres y seguiría su vida sin ella.

En aquel momento, la puerta del cuarto de baño se abrió y Polly salió, tal y como lo había hecho las noches anteriores, vestida con una enorme camiseta. Se había lavado la cara y el pelo le caía por los hombros. Simon tuvo que reprimir un suspiro, igual que había hecho todas las demás noches, durante dos largas semanas.

Al mirarla, se dio cuenta de que aquélla era la primera vez que le había visto la cara desde que había ido a recogerla a la fiesta. Al ver la mirada triste que tenía en los ojos, se sintió desorientado. Sólo había esperado ver pura felicidad.

– ¿Te pasa algo, Polly?

Polly quiso responder que todo iba mal, pero allí estaba él, de pie, con la camisa abierta. Resultaba una imagen de lo más tentadora para ella. Polly quiso acercarse a él y apoyar la cabeza sobre su pecho y oír los tranquilizadores latidos de su corazón. Polly deseaba tanto hacer aquello que las lágrimas estuvieron a punto de escapársele de los ojos, por lo que tuvo que dirigirse al lado opuesto de la habitación.

– No -respondió ella, sentándose en la cama-. Es que estoy un poco cansada, eso es todo. Ha sido una tarde de lo más emocionante.

Polly hubiera deseado que él no la hubiera mirado, por si él notaba que se le estaba partiendo el corazón. No quería que Simon se sintiera culpable por no poder amarla tanto como ella lo amaba a él. Él le había dado lo que creía que ella quería y ella estaba dispuesta a hacer lo mismo por él. El quería marcharse a casa, con Helena. Todo lo que tenía que hacer era convencerlo de que estaba bien.

– ¿Qué podría pasarme? -añadió, lanzándole una sonrisa por encima del hombro-. He estado bailando toda la noche con el hombre más guapo que conozco y mañana voy a volver a verlo.

– Parece que, después de todo, has conseguido el amor maravilloso y romántico que estabas buscando -respondió Simon, con pesar.

– Sí.

Sin embargo, se sintió de lo más aliviada cuando por fin apagaron las luces y pudo dejar de sonreír.


– Adiós, Polly -le dijo Chantal, dándole un afectuoso abrazo-. Muchas gracias por todas esas maravillosas comidas.

– Ojalá no tuvierais que marcharos -respondió Polly, muy sinceramente.

– Me temo que no podemos hacer otra cosa -replicó Chantal-. En cualquier caso, creo que ya va siendo hora de que tú y Simon paséis algún tiempo solos. Nos avisareis cuando sepáis la fecha de la boda, ¿verdad?

– ¿Qué boda? -preguntó Polly, inocentemente.

– ¡La vuestra, por supuesto! -exclamó Chantal, riendo.

– Te enviaremos una invitación tan pronto como esté todo organizado -afirmó Simon, tomando a Polly por la cintura.

Aquel abrazo era agridulce. Sería la última vez que tendrían que mentir, la última vez que Polly sentiría el cuerpo de Simon contra el suyo. Cediendo a la tentación, ella lo tomó también por la cintura, esperando que nadie notara lo mucho que luchaba por no llorar.

Julien la besó afectuosamente y le dio un golpe a Simon en los hombros.

– Seguiremos en contacto sobre lo de esa fusión -prometió-. Y no esperéis demasiado para decidiros por la fecha de la boda. Estáis hechos el uno para el otro.

Simon y Polly siguieron abrazados mientras el coche se perdía en la distancia. Era casi como si los dos estuvieran deseando prolongar aquel momento antes de separarse para siempre. Por fin, el coche desapareció, dejando sólo el rugido del motor y las palabras de Julien flotando en el aire.

«Estáis hechos el uno para el otro…»

Sin embargo, no era así. Ya no quedaba nada que les mantuviera abrazados y que les impidiera separarse y marchar en direcciones opuestas. Fue Simon el que dejó caer el brazo el primero. Al sentir que lo hacía, Polly hizo lo mismo, ya que no quería que él pensara que ella estaba intentando prolongar aquel momento. El silencio era desolador.

– Se van a sentir muy desilusionados cuando sepan que no nos vamos a casar -comentó ella, con la voz temblorosa.

– Sí.

– ¿Qué piensas decirles?

– No sé. Diré que tú encontraste a otra persona. Además, si todo sale bien entre tú y Philippe, será cierto.

– Será un alivio dejar de fingir, ¿verdad? -afirmó Polly, dando vueltas el anillo de compromiso alrededor del dedo.

– Sí.

– Ya no me necesitas.

– No -replicó Simon, tras un momento de duda.

– Entonces, es mejor que te quedes con esto -replicó ella, sacándose el anillo del dedo y entregándoselo.

– ¿Estás segura de que no quieres quedártelo? -preguntó él, sin tomarlo.

– Sí. Un anillo de compromiso es algo muy especial. Éste sólo representa una farsa. La próxima vez que lleve un anillo, quiero que sea de verdad. Ya no quiero mentir más -añadió, pensando que aquellas palabras resultaban irónicas. Lo que estaba haciendo era mentir para no confesar que amaba a Simon.

– De acuerdo -dijo él, metiéndose el anillo en el bolsillo-. ¿Quieres llamar a Philippe?

– Preferiría hacerlo desde el pueblo -respondió Polly, a punto de llorar-. ¿Crees que podrías llevarme en el coche?

– Claro. Estoy seguro de que tienes muchas ganas de marcharte con él.

Polly quería gritar a los cuatro vientos que no quería marcharse de allí que quería estar con él. Sin embargo…

– Sí -replicó ella-. Voy a recoger mis cosas.

Capítulo 10

UNA de las veces que bajaron de compras a Marsillac, Simon había insistido en comprarle una maleta. Polly la hizo muy lentamente, con un nudo en la garganta por el esfuerzo que estaba haciendo por no llorar. Todo lo que iba poniendo dentro le recordaba un momento pasado con Simon, un momento en el que ella todavía no había sabido que lo amaba.

Cuando ella bajó con la maleta, él la estaba esperando al pie de las escaleras. Tenía el rostro impasible, pero la boca estaba pálida y rígida.

– ¿Ya lo tienes todo?

– Creo que sí -respondió ella, con una débil sonrisa-. He intentado dejarlo todo bien recogido.

– Entonces, ¿ya estás lista?

Polly asintió con la cabeza, ya que EL nudo que tenía en la garganta le impidió hablar. Al salir de la casa, no se volvió para mirarla y se metió rápidamente en el coche. Sin embargo, cuando iban por la carretera, Polly se sintió como si se dejara algo muy valioso detrás de ella.

Aquel viaje en coche fue una agonía, sin embargo, Polly deseaba que terminara y lo temía al mismo tiempo. Ante la perspectiva de decirle adiós a Simon sentía un dolor profundo en la garganta y los ojos le dolían por el esfuerzo de contener las lágrimas. Aunque hubiera querido hablar, no hubiera podido.

Simon insistió en ir al banco y sacó lo que a Polly le pareció una ingente cantidad de dinero.

– Es demasiado -le dijo ella, cuando Simon se lo entregó.

– Es lo que acordamos.

– Yo no he hecho nada para merecer esto -replicó ella, tomando el dinero de mala gana-. Sólo he estado de vacaciones durante dos semanas.

– Has cocinado y has hecho que Chantal y Julien se sientan bienvenidos y les has convencido de que realmente estamos prometidos. Te has ganado ese dinero, Polly. Puedes hacer lo que quieras con él.

Polly se mordió los labios, sabiendo que aquella cantidad era mucho más de lo que ella necesitaba. Sin embargo, no podían estarse así todo el día. Utilizaría lo que creyera necesario y el resto se lo daría a su padre para que se lo enviara a Simon.

– De acuerdo, gracias…

Simon le había estado llevando la maleta, pero se la dio a ella con un gesto realmente formal, como si le estuviera devolviendo mucho más que una maleta.

– Bueno… -empezó Polly, poniendo la maleta en el suelo-. Pues ya está…

– Quiero que me prometas algo -le dijo Simon, de repente.

– ¿Qué?

– Si las cosas no salen como tú esperas, si necesitas algo, lo que sea… quiero que me lo hagas saber. Me voy a quedar en La Treille durante unos días más, así que ya sabes dónde encontrarme.

– Pensé que ibas a regresar a Londres -respondió ella, muy sorprendida.

– Así era, pero… he cambiado de opinión -replicó Simon, ocultando las verdaderas razones de su estancia allí.

– Estarás muy solo, en esa casa tan grande… -comentó Polly, con la esperanza de que él le pidiera que se quedara.

– Llamaré a Helena -mintió Simon. Tenía que hacerle creer que aquella oferta que le había hecho era desinteresada-. Supongo que ya habrá terminado ese caso. Tal vez pueda venir durante unos días y podamos pasar unas vacaciones juntos.

– Buena idea -dijo Polly, sintiendo que el corazón se le hacía pedazos.

– Entonces, ¿me llamarás si necesitas algo? -insistió Simon, intentando ocultar la urgencia en la voz.

– No puedo imaginarme qué podría necesitar con el dinero que me acabas de dar…

– Prométemelo de todos modos.

– De acuerdo. Te lo prometo.

Sus miradas se cruzaron y Simon sintió que algo se le quebraba en el alma. Polly se marchaba de su lado.

– Adiós, Polly -se oyó decir. Su voz sonaba como si fuera de otra persona-. Gracias por todo.

Polly no pudo decir nada. Sólo pudo mirarlo, mientras Simon la estrechaba entre sus brazos y la abrazaba desesperadamente. Como amigo de la familia, él podía tomarse aquellas libertades. Sin embargo, no se atrevió a besarla, ni siquiera en la mejilla. Todo lo que pudo hacer fue apretarla entre sus brazos y rozarle la mejilla con la suya, sintiendo la caricia sedosa del cabello de Polly por última vez.

– Buena suerte -dijo él, con voz ronca.

– Adiós -respondió Polly.

Entonces, se inclinó para recoger la maleta para que él no pudiera verle las lágrimas en los ojos, se dio la vuelta y se marchó todo lo rápidamente que pudo, sin mirar ni una sola vez hacia atrás.


– ¿Para qué te estás haciendo esto, Polly? -le preguntó Philippe, sentándose a su lado, mientras le ponía un brazo alrededor de los hombros.

Habían pasado tres días desde que llegó al umbral de la casa de Philippe llena de angustia. Philippe había sido mucho más amable con ella de lo que Polly había esperado. Había dejado caer la máscara de la sofisticación tan pronto como se hubo dado cuenta de lo triste que ella estaba y concentró todos sus esfuerzos en alegrarla. Polly se lo agradeció lo mejor que pudo, pero le fue imposible engañarle.