Inconscientemente, se llevó la chaqueta de él a la cara y la olió. Aquel era el olor de Simon, un olor limpio, masculino y tremendamente familiar.
Polly apartó la cara de la chaqueta, algo avergonzada de sí misma y la llevó al perchero. Luego, recogió la bandeja de las copas, jurándose que Simon tendría mucho que explicarle cuando pudiera hablar con él a solas.
De vuelta a la fiesta, Polly lo buscó con la mirada. Allí estaba, flanqueado por los Sterne, quienes, obsequiosamente, le estaban presentando a un grupo de celebridades.
Aquel era Simon, el niño con el que ella había jugado de pequeña, que había sido su hermano mayor…
Hacía mucho tiempo desde la última vez que habían hablado, pero él le había parecido el mismo en la boda de Emily, el año anterior. Era imposible que, desde entonces, él hubiera cambiado tanto…
Mientras servía las copas, Polly no podía dejar de preguntarse por qué todos le prestaban tanta atención. Estaba completamente segura de que no era ni por su aspecto ni por su estilo. Toda la sala estaba llena de actores que eran mucho más guapos que él.
No era que Simon fuera feo, pero no tenía nada de especial. Tenía el pelo castaño, ojos grises y una cara de lo más normal. Era del montón. Era Simon.
Polly lo observaba, sin poder entender por qué Simon parecía ser el centro de la fiesta. Tal vez fuera el hecho de que no parecía estar intentando atraer la atención de la gente lo que le hacía más interesante. Allí, rodeado de las personas por las que Polly hubiera dando un mundo por conocer, ignoraba a las personas que hacían toda clase de gestos extravagantes para llamar su atención.
Olvidándose de que tenía la bandeja en las manos, Polly se quedó quieta en el centro de la habitación. Tal vez el hombre que ella había considerado aburrido y remilgado era algo más de lo que ella no se había dado cuenta. Algunas de aquellas personas parecían encontrar muy atractivo aquel aire de autoridad, en particular una actriz que no lo dejaba a solas ni un momento. En aquel momento, Simon miró a su alrededor y su mirada se cruzó con la de Polly. En vez de parecer arrepentido por poner en peligro su trabajo, él sonrió.
Mientras todos intentaban averiguar quién habría atraído la atención de aquel dios, Polly se dio la vuelta, mortificada por que él la hubiera sorprendido mirándolo. No cabía la menor duda de que Simon estaba disfrutando de aquella situación, en la que él se veía rodeado de admiradores y ella tenía que servir copas. Ya se lo imaginaba contándole a su padre la verdad del trabajo del que ella había presumido tanto…
– Pareces estar muy interesada en Simon Taverner -le dijo Philippe, apareciendo de repente a su lado.
Mientras él tomaba una copa de la bandeja, Polly se sintió algo dolida. Se había pasado seis semanas soñando con el momento en el que Philippe la buscaría. Y lo había conseguido sólo gracias a Simon.
– ¿Simon Taverner? -repitió ella, sorprendida de que alguien como Philippe conociera a Simon.
– El hombre que has estado observando durante la última media hora. Lo mismo que he estado haciendo yo contigo.
¿Qué Philippe la había estado observando a ella? Al oír aquellas palabras, Polly se olvidó inmediatamente de su dolor de pies. Philippe, de cerca, era mucho más guapo. Tenía que hacerle entender que no estaba interesada en Simon.
– ¿Ese hombre de aspecto tan aburrido que está hablando con tu hermana? ¿Es así como se llama?
– Dista mucho de ser aburrido. Simon Taverner es el dueño de una importante compañía financiera.
– Eso me parece bastante aburrido -dijo Polly. Sabía que Simon tenía que ver con las finanzas, pero nuca se había interesado demasiado.
– Pues no lo es cuando haces con ese negocio tanto dinero como Simon Taverner.
– ¿Quieres decir que es rico?
– Parece un hombre muy sencillo y puede que, con sólo mirarlo, uno no se dé cuenta de ello. Sin embargo, Simon Taverner podría comprar a la mitad de las personas que hay en esta fiesta
– ¿De verdad? -preguntó ella, incrédula.
– ¿Por qué crees que mi hermana lo ha invitado a esta fiesta? Está esperando que él ponga el dinero para el nuevo proyecto de Rushford.
– ¿Quieres decir que invierte dinero en películas? -insistió Polly, preguntándose si Philippe no la estaría engañando.
– La gente como Simon son los que dirigen el mundo del espectáculo. Sus nombres nunca aparecen en los créditos, pero ellos son los que pueden hacer triunfar una película. El interés de Taverner es sólo financiero, pero sabe muy bien lo que está haciendo. Si él invierte en tu película, puedes garantizar que será un éxito de taquilla.
– ¿De verdad?
Aquello era demasiado para Polly. Al volverse a mirar a Simon, él los estaba mirando, como si supiera lo que estaban hablando.
– Me parece que el señor Taverner también está interesado en ti.
– Yo no estoy interesada en él -replicó Polly-. Y si él es tan rico como tú dices, no es muy probable que esté interesado en mí, ¿no te parece?
– No sé. Eres una chica preciosa, Polly.
– ¿De verdad? -repitió ella, sin aliento, avergonzándose de haber utilizado la misma expresión en varias ocasiones. Philippe se iba a pensar que su inglés era tan malo como su francés.
– Sí. ¿Acaso creías que no me había dado cuenta? Nunca he tenido oportunidad de hablar contigo. Martine te hace trabajar mucho, ¿verdad?
– Me gusta tener cosas que hacer -respondió ella, mintiendo porque, después de todo, Martine era su hermana.
– ¿Cuánto tiempo vas a seguir trabajando para Rushford?
– Hasta que vuelvan a los Estados Unidos.
– ¿No vas a ir con ellos?
– No, quiero quedarme en Francia -respondió, sin decirle que probablemente Martine no estaría dispuesta a tanto-. Quiero mejorar mi francés, pero tu hermana y Rushford hablan en inglés, lo mismo que todas las visitas, así que, casi no he practicado desde que llegué.
– Bueno, si quieres hablar francés, efectivamente debes quedarte en Francia. ¿Vas a buscar otro trabajo o te vas a dedicar a viajar?
– Espero que un poco de las dos cosas.
– Si te diriges hacia Marsillac, tienes que venir a verme.
– ¿Lo dices en serio?
– Claro -respondió Philippe, sacándose una tarjeta del bolsillo de la camisa-. Toma mi tarjeta.
– Gra-gracias -tartamudeó a duras penas Polly.
Aquella conversación había cambiado de un plumazo aquella desastrosa tarde. Hasta entonces, una sonrisa de Philippe le hacía sentirse en el paraíso, pero él la había invitado a ir a visitarlo… Polly no podía creer su suerte.
Tras echarle a Philippe una última mirada llena de ensoñación, Polly se volvió con la bandeja y se encontró con Simon, que la miraba con más severidad que de costumbre.
– ¿Quién era ése?
– Philippe Ladurie -suspiró Polly-. ¿A que es guapísimo?
– ¡Así que ése es Philippe Ladurie! -replicó él, con un bufido-. He oído hablar de él. Es uno de estos donjuanes que viven por encima de sus posibilidades y no tienen más talento que el de ser invitado a las fiestas y romper matrimonios.
– Es muy agradable -le dijo Polly, en tono desafiante. No estaba dispuesta a dejar que Simon le estropeara de nuevo la tarde.
– Eso es lo que tú crees. Pero siempre has tenido un gusto pésimo para los hombres.
– ¡Eso no es cierto!
– Sólo alguien como tú se podría sentir impresionada por un hombre como ése. ¡Míralo! Está tan seguro de sí mismo y es tan baboso que me sorprende que no se resbale con el rastro que va dejando.
– ¡Al menos él tiene encanto! -le espetó ella, muy enojada-. ¡Tú no reconocerías lo que es eso aunque lo tuvieras delante de las narices!
– Pues a Martine Sterne le parezco encantador.
– ¿Me vas a decir de una vez lo que estás haciendo aquí, Simon?
– Ya te lo he dicho. He venido a asegurarme de que estás bien.
– Si, claro, y, además, daba la casualidad de que tenías una invitación para la fiesta de Martine Sterne en el bolsillo.
– Eso no es del todo cierto. Martine Sterne siempre me está mandando invitaciones que yo inevitablemente tiro a la basura. Simplemente, ella dio por sentado que yo me acordé de que hoy daba una fiesta… ¿Qué estás haciendo? -preguntó Simon, al ver que ella cambiaba el peso de un pie al otro con un gesto de dolor.
– Me duelen los pies.
– Bueno, pues entonces, siéntate -le dijo Simon, buscando algún sitio para sentarse.
– ¡No puedo hacer eso! Martine me despediría en el acto si me viera sentada.
– De acuerdo. Entonces, vamos fuera.
– No sé si…
– Venga, sólo cinco minutos -insistió Simon, tomándola del brazo-. Creo que le sentaría muy bien a tus pies.
– Hay una mesa al lado de la piscina -cedió Polly por fin, sin poder resistirse-. Supongo que allí no nos verá nadie.
– Martine Sterne no es tan mala, ¿verdad?
– ¡Lo es! -exclamó ella, sintiéndose aliviada al ver que Martine estaba hablando con un famoso actor-. Tienes que prometerme que si alguien se da cuenta dirás que todo esto ha sido idea tuya.
– No se darán cuenta -replicó Simon con amargura-. Están todos tan ocupados felicitándose por ser tan guapos, que no se darían cuenta si nos desnudáramos y nos pusiéramos a bailar el cancán. ¡Vamos!
Capítulo 2
POR FIN, qué gusto! -exclamó Polly, dejando la bandeja en una silla, cuando se sentó al lado de Simon.
Él la contempló quitarse los zapatos y levantar las piernas para descansarlas encima de la mesa.
– ¿Por qué siempre haces que todo resulte tan complicado? -preguntó él, algo molesto por la maniobra que ella había ideado para que nadie les viera salir juntos al jardín-. Cualquier persona sensata que hubiera sabido que iba a estar sirviendo bebidas toda la tarde, se habría puesto unos zapatos más cómodos.
– Lo sé, pero pensé que podrían mejorar algo el aspecto de este ridículo uniforme -explicó ella, quitándose la cofia para abanicarse con ella.
Simon la miró. Tenía el pelo más rubio de lo que él recordaba. Al quitarse la cofia vio que lo llevaba recogido de mala manera, con unos cuantos mechones sueltos. Siempre había algo de desaliñado en el aspecto de Polly, por mucho que ella se esforzara en tener buena presencia. Incluso aquella blusa blanca tenía un aspecto algo arrugado e incluso sexy…
¿Sexy? ¿De dónde se le habría ocurrido aquella palabra a Simon? Él no podría considerar a Polly sexy. Sacudiendo la cabeza mentalmente, se convenció de que se había equivocado de palabra.
Intentando apartar los ojos de las sombras del pecho que se vislumbraban a través de los botones abiertos del escote, intentó concentrarse en el delantal y en las largas piernas que estaban apoyadas encima de la mesa. Nunca antes de había dado cuenta de que Polly tenía unas piernas verdaderamente espectaculares.
– Además, lo de mis zapatos no tiene ninguna importancia -continuó ella, bajando de repente las piernas al suelo, ya que se había dado cuenta de cómo las estaba mirando él-. Lo que sí me parece importante es por qué no me dijiste que conocías a los Sterne, y más aún, porque no le dijiste a Martine que me conocías.
– Me dijiste que no lo hiciera.
– ¡Sabes perfectamente que te dije eso porque pensé que ella se enojaría mucho al descubrirte en la casa! Me podrías haber advertido que Martine se desharía al verte.
– ¡Estabas tan ocupada intentando echarme de la casa que no me dio tiempo a decirte nada!
– ¡Claro! ¡Como si alguien te hubiera podido impedir alguna vez decir lo que quieres! Lo que pasó fue que te pareció más divertido dejar que yo hiciera el ridículo.
– De acuerdo, lo admito. No me pude resistir, pero, si te sirve de consuelo, yo también me llevé lo mío. No tenía ninguna intención de ir a la fiesta, pero, cuando Martine me vio, no me quedó elección. ¡Acabo de escaparme de las garras de Rushford Sterne! Sin embargo, todo ha merecido la pena por poder haberte visto la cara al ver que Martine me saludaba.
– ¡Me alegro de que te hayas divertido! -exclamó Polly, con algo de amargura-. Pero supongo que nunca se te habrá ocurrido que, por eso, yo puedo perder mi trabajo.
– Tengo que admitir que nunca me había dado cuenta de que Martine fuera una mujer tan difícil. Lo siento. Si quieres, puedo hablar con ella y explicarle que ha sido todo culpa mía.
– Entonces se sentirá como una idiota y será mucho peor -replicó Polly, incorporándose aún más en la silla-. Tal vez podrías ofrecerte a invertir en la nueva película de Rushford y entonces, ella se pondrá de tan buen humor que se olvidará de mí.
– ¡No lo siento tanto como para eso! ¡Prefiero que tú te busques otro trabajo! Por lo que me ha estado contando Rushford, puedo ver que ese nuevo proyecto va a ser un desastre.
– ¿De verdad inviertes en las películas? -preguntó ella, apoyando los brazos en la mesa, muy intrigada.
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