– Invierto en todo tipo de cosas. Hoy en día, el mundo del espectáculo es un buen negocio, pero sólo es una parte de nuestras inversiones.
– Cuando Philippe me lo dijo, no me lo pude creer -respondió Polly, muy impresionada, aunque a su pesar-. ¡No sabía que fueras tan rico!
– Si hubiera sabido que estabas tan interesada en mis cuentas, te habría mandado copias de los extractos bancarios -replicó él, en tono de burla.
– No puedo entender por qué no me lo ha dicho nadie -afirmó Polly, sin prestar atención a aquella ironía, ya que estaba intentando asimilar aquel nuevo aspecto de la vida de Simon-. Sé que tienes una casa en la Provenza y mi padre siempre me está hablando de lo bien que te va todo, ¡pero no me había dado cuenta de que eras rico! ¿Lo sabe Emily?
– Supongo que sabe que tengo mi propia empresa, pero sin duda, al igual que tú, no tiene ni idea de lo que hago. Sin embargo, no es ningún secreto. Si alguna de las dos hubierais mostrado algún interés por lo que hago, lo habríais sabido como todo el mundo.
– Bueno, ¡yo nunca me lo habría creído!
– ¿Por qué no?
– Porque no me parece que vaya contigo. Yo siempre he pensado en ti como en el bueno de Simon, que va a su despacho todos los días para hacer algo aburrido con el dinero. De repente, descubro que eres un magnate de la jet-set. De la manera en la que Philippe te describió, ¡hasta es seguro que te invitan a fiestas como ésta constantemente!
– Así es, pero pocas veces asisto -le espetó Simon, algo molesto al darse cuenta de lo aburrido que Polly lo consideraba.
– ¡Ves! ¡A eso era a lo que yo me refería! -exclamó Polly, mientras se frotaba los dedos de los pies-. Todo ese dinero es un desperdicio en ti, Simon. No sabes apreciar ni el glamour ni la diversión. Si fuera yo, sería diferente. A mí me encantaría llevar la vida de los de la jet-set. Y eso era lo que pensaba que conseguiría con un trabajo como éste. Lo más cercano a mis sueños es repartirles champán a las personas a las que admiro -añadió, algo triste.
– No sé por qué no te buscas un buen trabajo.
– ¡No empieces! ¡Te pareces a mi padre!
– No es que no seas capaz -siguió él, ignorándola-. Si quieres, puedes resultar bastante inteligente. Estás perdiendo el tiempo con todos estos trabajos temporales. No parece que dures en ninguno de ellos más de dos meses.
– Eso no es cierto -le espetó Polly-. ¡Me pasé seis meses trabajando en una estación de esquí y en el crucero estuve mucho más!
– En cualquier caso, no me parece nada del otro mundo. Siempre había creído que eran los hombres los que temían comprometerse.
– A mí no me asusta comprometerme -respondió ella con dignidad-. Es que no estoy preparada para hacerlo, ni con un trabajo, ni con una relación… Con nada, a menos que lo vea muy claro. Eso es algo muy diferente de tener miedo. No veo el motivo para lanzarme a una profesión a menos que esté segura de que es eso lo que quiero hacer.
– ¿Y cuándo vas a decidir lo que quieres?
– No lo sé, pero lo reconoceré cuando me encuentre con ello. Mientras tanto, estoy dispuesta a probar muchas cosas diferentes y pasármelo todo lo bien que pueda. Sé que mi padre no lo aprueba, pero tampoco creo que esté siendo una irresponsable. Puede que mis contratos no sean muy largos, pero siempre los termino.
– ¿Para cuánto tiempo es este contrato?
– Para tres meses. Todavía me quedan otras seis semanas. Y no puedo decir que me dé pena. Éste ha sido el peor trabajo que he hecho y tampoco me están pagando nada bien. Se supone que el honor de pasar todo el verano con Martine Steme debe ser suficiente. Bueno… -se detuvo un momento, mientras volvía a ponerse los zapatos y se levantaba-… es mejor que vuelva antes de que Martine me descubra. Se pondría furiosa si descubriera que una mísera esclava está charlando con su invitado de honor. ¡Eso estropearía el tono de su fiesta!
– Prefiero estar hablando contigo que con todos esos de ahí adentro -dijo Simon, poniéndose también de pie.
– ¡Vaya, Simon! ¡Creo que eso es lo más bonito que me has dicho nunca!
– Lo que no es decir mucho. ¿Estás segura de que estás bien aquí, Polly? Si necesitas dinero por si acaso algo sale mal…
– Nada va a salir mal, pero gracias de todos modos. Estoy bien -añadió, con una sonrisa, mientras tomaba la bandeja-. ¿Vas a volver a la fiesta?
– ¡No creo! Me marcho. ¿Dónde has puesto mi chaqueta?
– Está en el guardarropa. ¡Puedes darte por satisfecho de que no esté hecha un rebuño en el suelo después de la escenita que me montaste!
– Adiós, Polly -dijo Simon, con otra de sus desconcertantes sonrisas. Luego, para sorpresa de Polly, le acarició con un dedo la mejilla-. Sé buena…
Mientras él volvía al interior de la casa, Polly se quedó parada, mirándolo fijamente. Resultaba absurdo que la cara le ardiera justo en el lugar en el que él le había rozado. Se sentía muy rara. Sólo era Simon, saliendo de su vida tan rápidamente como había entrado, cumpliendo el patrón que seguía su relación en aquellos momentos, viéndose brevemente una vez al año… Entonces, ¿por qué sentía la necesidad de llamarlo para que regresara a su lado?
Polly sacudió la cabeza y decidió volver al interior de la casa para seguir sirviendo bebidas, lo que no era muy divertido, pero al menos le daría la oportunidad de ver a Philippe, que era en quien ella debería estar pensando.
– ¿Qué te crees que estás haciendo? -le preguntó Martine Sterne cuando Polly entraba a través de las puertas del jardín, haciendo que la bandeja le bailara entre las manos.
– ¡Señora Sterne! -exclamó, muy aturdida-. Yo… había salido al jardín para ver si a alguien le apetecía algo de beber.
– ¡No mientas! ¡Estabas ahí fuera con Simon Taverner! Vi cómo le seguías, así que no te molestes en negarlo.
– No es lo que se piensa -dijo Polly, preguntándose si no sería mejor decir la verdad al ver el rostro crispado de Martine-. Simon vino realmente a verme.
– ¿A verte? -repitió Martine, echándose a reír con desprecio-. No me parece probable que Simon Taverner se vaya a sentir interesado por alguien como tú, ¿no te parece?
– ¡Pero así es! Es amigo mío.
– ¿Un amigo que no sabe cómo te llamas? ¿Un amigo a quien tú no querías dejar entrar en la casa?
Polly apretó los dientes. Sabía que resultaría imposible explicarle la relación que había entre ellos a Martine mientras ella estuviera de aquel mal humor. ¿Y si pretendía que ella y Simon tenían una relación más íntima de lo que en realidad era? Tal vez si Martine pensaba que ella era algo especial para su adorado Simon se calmaría…
– Él es más que un amigo. Él es mi… prometido -mintió a la desesperada.
– ¿De veras? -exclamó Martine entre burlas-. Entonces, ¿por qué se vería la prometida de Simon Taverner rebajada a hacer un trabajo como el que tú estás haciendo?
– Nosotros… tuvimos una pelea terrible -improvisó ella-. Decidí que era mejor que nos separáramos un tiempo y solicité este trabajo. Entonces, Simon descubrió dónde estaba y me siguió… Al principio, no quise hablar con él -añadió ella-. Cuando usted nos vio hablando en el vestíbulo, estaba intentando hacer que se marchara porque no sabía que él la conocía. Luego, me convenció para que saliera al jardín con él y hemos solucionado nuestros problemas.
– ¿Y ahora volvéis a estar comprometidos? -preguntó Martine, completamente incrédula.
– Sí.
– ¿Y él se ha ido y te ha dejado de nuevo?
– Sí -replicó ella, sabiendo que no estaba resultando muy convincente-. Simon sabe que yo quiero continuar trabajando para ustedes hasta finalizar mi contrato.
– ¡Deja de mentir, estúpida!
– ¿Por qué no le pregunta a Simon Taverner si estoy mintiendo o no? -preguntó Polly, en tono desafiante.
– ¡Eso es una buena idea! ¡Efectivamente lo haré!
Simon ya tenía la mano en el pomo de la puerta principal cuando oyó que Martine Sterne lo llamaba. Repasando una excusa para tener que marcharse tan pronto, se volvió hacia ella, forzando una sonrisa. Pero entonces vio a la mujer dirigiéndose con paso desafiante hacia él, con Polly a su lado.
– Tal vez puedas aclarar un pequeño malentendido, Simon -le dijo Martine, obligándose a sonreír a pesar de que los ojos le relucían de rabia-. Polly me ha contado que estáis comprometidos.
– Es cierto, ¿verdad, cariño? -le instó Polly, tomándole del brazo para darle un pellizco a modo de aviso-. ¡Has venido aquí con el único propósito de pedirme que me case contigo!
Polly sonrió, segura de que Simon no la defraudaría. Cuando, de niños, Charlie, Emily y ella se habían metido en líos, nunca les había dicho a sus padres lo que habían estado haciendo.
– Sé que habíamos decidido mantenerlo en secreto, pero estoy segura de que no te importa que lo sepa la señora Sterne, ¿verdad?
Simon miró a los suplicantes ojos azules de ella y suspiró. No sabía lo que estaba tramando Polly, pero no podía hacer otra cosa que seguirle la corriente.
– Claro que no -respondió él, recibiendo una deslumbrante sonrisa de Polly.
– ¡No me lo creo! -exclamó Martine, con la voz temblándole de furia-. ¡Estoy segura de que ella te está obligando, de algún modo, a decir esto, Simon!
– ¿Por qué iba ella a querer hacer eso?
– ¡Y en cuanto a ti! -gritó Martine, volviéndose a Polly-. ¿Cómo te atreves a venir aquí con falsa identidad?
– Pero yo no…
– ¡Me mentiste deliberadamente!
– Yo sólo quiero terminar mi contrato -dijo Polly, muy entristecida. Esperaba que aquella maniobra le hubiera ayudado a salvar su trabajo, pero aquella mentira parecía haber enfurecido a Martine aún más-: Simon se va, pero yo me quedo.
– ¿Que te quedas? ¡No pienso tenerte en mi casa un momento más y supongo que no es necesario decirte que no pienso pagarte tampoco! Has sido un desastre desde que llegaste. ¡Eres la peor doncella que hemos tenido, desordenada, desastrosa, insolente y perezosa!
– ¿Perezosa?
– Creo que ya ha dicho más que suficiente, señora Sterne -dijo Simon fríamente, mientras le rodeaba los hombros a Polly con un brazo-. No permitiría que Polly se quedara aquí aunque se pusiera de rodillas y le besara los pies. Ve a por tus cosas, Polly. Voy a sacarte de aquí. Además, puede decirle a su marido que no se moleste en ponerse en contacto conmigo nunca más. ¡No tengo intención de invertir en ninguna de sus películas!
– Y ahora, ¿qué?
Mientras Simon tiraba la última de las bolsas de plástico que contenían todas las pertenencias de Polly en el maletero del coche, ella lo miraba. Tenía un sentimiento de euforia al recordar la expresión en el rostro de Martine Taverner, pero cuando Simon le hizo aquella pregunta, se dio cuenta de que no tenía dinero, ni trabajo ni ningún sitio a dónde ir.
– No sé -admitió ella.
– Bueno, no te puedes quedar aquí -dijo Simon, algo turbado al ver el modo en el que ella se recogía el pelo tras las orejas, mientras le abría la puerta del coche-. Es mejor que entres.
– ¡Qué desastre! -suspiró ella, mientras se repantigaba en el asiento.
– Y eso que cumples todos tus contratos -replicó él, mientras arrancaba el coche-. ¿Por qué diablos le dijiste a Martine Sterne que estábamos prometidos?
– En su momento, me pareció una buena idea. Martine parecía apreciarte tanto que pensé que sería más agradable conmigo si le decía que yo era tu prometida. Por cierto, gracias por apoyarme. Ella nunca me habría creído si no hubiera sido por ti.
– Pues no parece haber tenido el efecto que esperabas, ¿no te parece?
– De todos modos, me hubiera despedido -señaló Polly-. ¡Al menos de esta manera pude darme el gusto de ver la cara que ponía cuando tú le dijiste que no permitirías que yo me quedara aunque se pusiera de rodillas y me besara los pies!
– Esperemos que se sienta lo suficientemente humillada como para guardarse esa escenita para ella sola. ¿Qué más le dijiste?
– En realidad, nada. Sólo le dije que estábamos prometidos y que habíamos tenido una pelea y que me habías seguido hasta la casa porque no podías soportar vivir sin mí ni un momento más.
– ¡Madre mía! No me extraña que no te haya creído.
– ¡No es tan exagerado!
– ¡Lo es si se sabe algo sobre mí o algo sobre ti!
– Bueno, nadie de los de la fiesta lo sabe, así que no importa que Martine se lo diga. Tú mismo dijiste que no vas a menudo a fiestas como ésa, así que no pueden conocerte. ¡Y ciertamente no me conocen a mí!
– Tal vez no, pero eso no les impedirá que dejen de hablar sobre nosotros. El hablar sobre los demás es todo lo que esa gente tiene que hacer y una historia como ésa puede llegar a Londres en cinco minutos. Y allí la gente sí que me conoce. No me gustaría volver a casa y descubrir que todo el mundo piensa que me he estado recorriendo toda Francia, haciendo el idiota por ti.
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