– Eso no se me había ocurrido -admitió Polly, sintiendo ciertos remordimientos-. Podría resultar algo embarazoso, ¿verdad? Es mejor que llames a Helena y le cuentes que ha sido todo culpa mía por si acaso se entera de algo. Por cierto, ¿dónde está Helena?

– Está trabajando -respondió él, después de una pequeña pausa.

– Entonces, ¿estás aquí de negocios? Pensé que habías dicho que ibas a tu casa de la Provenza. ¿Cómo me dijiste que se llama tu casa?

– La Treille.

– Eso es. Es un nombre precioso -admitió Polly. Ella nunca había estado en la granja restaurada, pero sus padres y Emily sí y le habían contado maravillas-. Entonces, ¿te vas solo?

– Voy a encontrarme con unos amigos allí.

– ¿Y Helena no quiso venir contigo? -insistió Polly ante el gesto de fastidio de Simon. Era evidente que no quería hablar de Helena.

– Iba a venir, pero desgraciadamente le surgió un trabajo muy importante en el último minuto y tuvo que quedarse en Londres -dijo él. No era toda la verdad, pero para Polly valía. A ella nunca le había caído bien Helena, por lo que él no quería hablar del fin de su relación con ella.

– Yo no me puedo imaginar dejar de irme de vacaciones por trabajo -respondió ella, acomodándose en el asiento y bostezando.

– No todo el mundo es tan relajado como tú en lo que se refiere al trabajo -le espetó Simon-. Helena es una excelente profesional. No puede dejar todo en la estacada porque le apetezca.

– ¿Y a ti no te importa?

– No. Siempre he entendido lo mucho que significa su carrera. Es una de las cosas que más respeto sobre ella. Es una abogada con mucho talento -explicó él, guardándose el hecho de lo mucho que le había sorprendido descubrir que la carrera no lo era todo para la excelente abogada.

Polly suspiró, recordando el día en que Simon había llevado a Helena a la boda de Emily. A las dos les había sorprendido mucho que él apareciera con una mujer tan espléndida. Helena era muy hermosa, inteligente y con mucha clase. A Polly le había resultado demasiado imponente, y le había aliviado el saber que al resto de la familia le había pasado lo mismo.

Al volverse a mirar a Simon, vio que tenía el rostro únicamente iluminado por las luces del salpicadero del coche. De repente, tuvo una sensación rara. El le resultaba tan familiar, y, sin embargo, era un extraño para ella. Y por primera vez entendió lo que una mujer como Helena había visto en él. Eran la pareja perfecta.

Sin embargo, no le gustaba oír hablar de la maravillosa trayectoria profesional de Helena cuando a ella la acababan de despedir. A Helena eso nunca le hubiera pasado. Ni hubiera tenido que ponerse a trabajar de doncella.

Pero, por otro lado, Helena tenía que trabajar mientras ella estaba de vacaciones. Como siempre, Polly decidió mirar el lado bueno. Además, Helena no había conocido a Philippe. Tal vez, aquel despido era lo mejor que le podría haber pasado. Ya no había nada que le impidiera ir a buscar un trabajo en Marsillac. Y Philippe le había pedido que fuera a visitarlo.

– ¿Dónde vamos? -le preguntó a Simon.

– Tengo una reserva en un hotel a unos cuarenta kilómetros de aquí. Estoy seguro de que te podrán encontrar una habitación para esta noche.

– No creo que pueda permitirme los precios que tú pagas por una habitación de hotel.

– Yo pagaré tu habitación.

– ¡No puedo permitir que hagas eso!

– No seas tonta, Polly -replicó él, algo irritado-. Me has dicho tú misma que no tienes dinero. ¿Crees que te voy a dejar en la carretera en mitad de la noche, con unos pocos francos en el bolsillo?

– Podrías llevarme a Niza. Estoy segura de que podría encontrar un hotel barato para pasar la noche.

– No pienso andar buscando hoteles por Niza a estas horas de la noche. Además, no vamos en esa dirección.

– No creo que debas pagar mi habitación. La razón por la que vine a Francia fue para demostrarle a mi padre que podría arreglármelas perfectamente yo sola. No quiero depender de nadie.

– ¡Por amor de Dios, Polly! ¡Estamos hablando sólo de una noche! Además, en parte es culpa mía que te hayas quedado sin trabajo.

– No es cierto. No fuiste tú quien le dijo a la señora Sterne que estábamos prometidos. Sólo estaba buscando una excusa para echarme.

– Sin embargo, no se habría enfadado tanto si yo le hubiera dicho desde un principio que nos conocíamos.

– Bueno, ya es demasiado tarde para todo eso. He estado pensando y me parece que es lo mejor que me ha podido pasar. Era un trabajo horrible y así podré buscarme algo mejor. No será lo mismo que haber cumplido mi contrato, pero mientras me pueda pasar el verano en Francia, le habré demostrado a mi padre lo que quería. Yo creo mucho en el destino -concluyó Polly, con otro bostezo.

– Bueno, pues yo creo firmemente en ser sensato, así que te sugiero que dejes de protestar y me dejes llevarte al hotel. Podrás descansar, yo pagaré tu cuenta y podrás pensar lo que quieres hacer por la mañana. ¿Qué te parece?

– Bueno…

– Si te hace sentirte mejor, no pienso aceptar otra propuesta. Ya he viajado demasiado por hoy, y lo único que quiero es llegar al hotel y dormir. Y no podría hacer eso si supiera que tendría que decirle a tu padre que te dejé tirada en medio de Niza con un montón de bolsas de plástico, sin saber dónde ibas, ni lo que ibas a hacer ni de qué ibas a vivir.

– Si lo pones así…

– Sí. Puedes decirte que soy un egoísta si eso te satisface.

Polly nunca hubiera dicho que Simon era egoísta. Sensato, con aire de superioridad sí, pero egoísta no.

Cuando tenía once años, y Polly le había declarado su amor y no le perdía paso por donde quiera que iba, él lo había soportado sin rechistar. Polly le había pedido que se casara con ella a voz en grito y delante de todo el mundo. Otro chico se hubiera burlado de ella, pero Simon soportó las risas de los demás y le había prometido que lo haría.

– Gracias -dijo ella-. Te devolveré el dinero en cuanto pueda.

– ¡De la mejor manera en que puedes pagarme es no volviendo a hablar del tema!

– Sí, Simon. Claro, Simon. Lo que tú digas, Simon.

– ¡No te va nada el ser tan obediente, Polly! -exclamó él, con una carcajada.

Polly se quedó muy sorprendida al ver cómo le cambiaba la cara por la risa, caldeando sus austeros rasgos y relajando la severidad de la boca. ¿Habría tenido Simon siempre el mismo aspecto cuando reía?

– ¡Algunas personas no están nunca satisfechas! -exclamó ella, horrorizándose al notar el tono de desaliento que tenía en la voz.

Tenía que estar más que cansada para pensar que empezaba a notar cosas sobre la boca de Simon y preguntarse por qué nunca las habría notado antes. Tenía que estar muy cansada.

Capítulo 3

NO NOS vamos a alojar aquí, ¿verdad?

Polly se incorporó repentinamente en el asiento del coche al ver el nombre del hotel, jalonado de blasones, sobre la entrada principal.

– Sí -replicó Simon, echando el freno de mano, como si alojarse en un hotel de aquellas características fuera lo más natural del mundo-. Helena y yo solemos dormir aquí cuando vamos a La Treille. Reservé la habitación hace algún tiempo, así que espero que puedan encontrarte una a ti.

– Lo único que yo espero es que me dejen pasar -dijo Polly, medio en broma medio en serio-. ¡En este sitio, probablemente no hayan visto una bolsa de plástico en su vida!

– No sé por qué no puedes utilizar una maleta como todo el mundo -sugirió Simon, algo irritado por el estado de caos en el que vivía Polly.

– Tenía una bolsa de viaje, pero se me rompió la cremallera -explicó ella-. Me hubiera comprado otra, pero estaba esperando que me pagaran. Esta noche, estaba tan enfadada con la señora Sterne, que tuve que meter mis cosas en lo único que tenía a mano.

– Supongo que será mucho pedirte que metas lo que necesitas para esta noche en una bolsa para que no tengamos que cargar con todas ellas, ¿verdad?

– ¿Qué te parece?

– En ese caso -respondió Simon, suspirando mientras salía del coche. ¿Por qué tenía Polly que ser tan desordenada?-, ya enviarán a alguien para que las meta. Debes de estar loca si te crees que voy a entrar ahí cargado con todo eso. Además, es mejor que primero vayamos a ver si tienen habitación para ti -añadió, entrando en el hotel-. ¿Qué te pasa ahora? -preguntó exasperado, al oír que Polly le llamaba.

– ¡No me puedo poner los zapatos! -exclamó ella, intentado introducir el pie, dolorido e hinchado.

– ¿Y no tienes otros?

– Están en alguna parte -replicó ella, señalando el maletero.

– Mira -replicó Simon, impaciente-, es mejor que entres tal y como estás. ¡Eres tan desastrada que el hecho de que vayas sin zapatos no creo que importe mucho!

– ¡Qué agradable! -musitó Polly, intentando ponerse de pie y caminar sobre la gravilla que cubría la entrada al hotel-. ¡Ay! ¡Ay! ¡Aay!

– ¡Por amor de dios! -le espetó Simon, mientras ella se apoyaba en el coche, torciendo la cara con expresión de dolor-. ¡Nunca he conocido a nadie que monte tal escena por tener que andar unos pocos metros!

– ¡Resulta muy fácil hablar cuando tú ya tienes tus zapatos puestos y no tienes los pies llenos de ampollas! ¡Mira! -exclamó ella, levantando un pie.

Simon no tenía ninguna intención de inspeccionar los pies de Polly. Sólo habría una manera de callarla, así le pasó un brazo por debajo de las rodillas y otro por la espalda y la levantó.

– Pásame el brazo por alrededor del cuello -le ordenó con voz neutral.

Polly estaba tan asombrada por aquella reacción que obedeció sin rechistar. El cuerpo de Simon era duro como una roca y los brazos parecían de acero. A pesar de que Polly era bastante robusta, él la metió en el hotel sin dificultad.

– Gracias -musitó ella, muy tímida de repente.

– Haría cualquier cosa porque te callaras -respondió Simon, dejándola en pie en recepción.

Sin embargo, se había sentido más turbado de lo que quería admitir por el ligero y cálido peso de Polly. Siempre le había molestado el estilo de vida de ella, tan caótico, pero no le había molestado tomarla entre sus brazos. Cuando la había levantado del suelo, una mano le rozó uno de los pechos de ella y la otra descubrió la suavidad de la piel detrás de las rodillas.

– Vamos a encontrarte una habitación -añadió él bruscamente, dirigiéndose al mostrador de recepción sin esperarla.

Al mirar a su alrededor, Polly dejó de sentirse incómoda por estar en un lugar tan lujoso. Es vestíbulo era enorme y estaba decorado con un gusto exquisito. Ella nunca había estado en un lugar tan elegante, por lo que, mientras se dirigía a recepción, cojeando detrás de Simon, no dejaba de mirar a todas partes con la boca abierta.

– ¡Esto es genial! -susurró a Simon al llegar a recepción, mientras la recepcionista la miraba espantada.

Simon explicó la situación en francés, demasiado rápido para que ella lo entendiera. Después, se produjo un dialogo en el que los gestos parecían indicar que las cosas no iban como Simon hubiera esperado, a juzgar por la expresión triste de su rostro.

– ¿Qué pasa? -preguntó Polly.

– No tienen ninguna habitación libre. No ha habido ninguna cancelación y el hotel está lleno.

– Oh -respondió Polly, algo desilusionada.

A pesar de su rechazo inicial a quedarse con Simon, el hotel parecía tan lujoso que ya no le apetecía en absoluto irse a buscar otro hotel por su cuenta.

– ¿No puedo dormir contigo? -le preguntó a Simon.

– ¿Cómo dices?

– No tienes que ponerte como si te hubiera hecho una proposición indecente -dijo Polly, algo ofendida por la expresión horrorizada del rostro de Simon-. Tú tienes una habitación, ¿verdad? A menudo las habitaciones individuales tienen dos camas.

– Supongo -replicó Simon, secamente-, pero en este caso sólo hay una. Cuando hice la reserva, esperaba poder venir con Helena.

– Entonces, ¿tienes una cama de matrimonio?

– Sí.

– Bueno, a mí no me importa compartirla contigo.

– ¿Compartirla conmigo? -repitió Simon, aún más horrorizado.

– Te apuesto a que las camas de este hotel son lo suficientemente grandes como para que duermas seis personas, así que hay sitio de sobra para dos -afirmó Polly, demasiado tentada ya por la perspectiva de una ducha caliente y sábanas limpias como para volverse atrás-. Además, no sé por qué estás poniendo esa cara. De niños, dormimos muchas veces juntos.

– Puede que no te hayas dado cuenta de que ya no somos niños.

– No creo que eso importe -dijo ella, intentando apartar de su mente el recuerdo de cómo se había sentido cuando él la tomó en brazos-. No es que ninguno de nosotros vaya a tener problemas para controlarse, ¿verdad?

Simon suspiró. Efectivamente, él no quería dormir en la misma cama que Polly. El recuerdo del tacto de su piel seguía fresco en su recuerdo y, probablemente, no iba a desaparecer si ella estaba tumbada a su lado. Sin embargo, ¿qué podría hacer? Ella era Polly. Tal vez tenía un cuerpo mucho más tentador de lo que él había imaginado, pero Simon estaba seguro de que acabaría por exasperarle tanto que en lo único que podría pensar sería en devolvérsela a su padre.