– Supongo que a mí me pasa lo mismo -replicó ella, tumbándose de nuevo en la cama-. Nunca he pensado sobre ti de otro modo que no fuera como el hermano de Emily y de Charlie. Me pregunto si habría algo que nos hiciera cambiar de opinión -musitó.
Simon no respondió. Lo único que esperaba era que ella se callara y se durmiera, pero Polly estaba bien despierta.
– Probablemente tendríamos que besarnos o algo por el estilo -continuó ella-. Supongo que después de eso me sería difícil seguir pensando en ti como el Simon de siempre. ¿Qué te parece?
– No tengo ni idea -dijo Simon, intentando parece aburrido-. ¿Por qué no pruebas y así lo descubrimos?
Aquella pregunta pilló a Polly desprevenida. Ella no había estado pensando realmente en lo que estaba diciendo. Era como si hubiera estado hablando con ella misma, pero la sugerencia de Simon la devolvió de un golpe a la realidad.
– Ahora ya no te parece tan buena idea, ¿verdad? -añadió Simon, volviéndose en la cama para mirarla, contento de poder entrever la expresión desconcertada en el rostro de ella. Sin embargo, se arrepintió enseguida de haber dicho aquellas palabras ya que sabía que Polly nunca había podido resistirse a un desafío.
– Claro que lo es. Vamos a probar -respondió ella.
– Prueba tú -dijo Simon, maldiciéndose por haber sido tan tonto-. Personalmente prefiero sentir teniendo la misma opinión sobre ti.
– De acuerdo -replicó ella, desafiante.
– ¿Y bien? -preguntó Simon, al ver que ella dudaba, mientras a modo de broma extendía los brazos.
Polly se mordió los labios. Ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Torpemente, se inclinó sobre el colchón hasta estar prácticamente encima de él. Sentía el pecho de Simon subiendo y bajando tranquilamente, como si él quisiera enfatizar que la cercanía de ella no lo excitaba. De repente, Polly se sintió algo ridícula.
– ¿Estás seguro de que no te importa?
– Acabemos con esto, Polly -dijo Simon, ocultando su nerviosismo con un punto de irritación-. No sé tú, pero a mí me gustaría dormir algo esta noche.
Hasta aquel momento, Polly había estado planeando un rápido beso para demostrar que no le tenía miedo, pero la ironía de Simon la encendió. Lentamente, bajó la cabeza, dejando que su melena rubia le cayera sobre los hombros y le acariciara a él en la cara. Entonces, ella le rozó los labios con los suyos y el mundo pareció detenerse.
Polly también sintió aquella sensación y se quedó petrificada, mirando a Simon a los ojos. Una parte de ella le animaba a detenerse y dejar las cosas como estaban. Sin embargo, había algo más fuerte que la atraía hacia él. Sin ser consciente de ello, lo besó otra vez, aquella vez más apasionadamente, hasta que aquel beso pareció adquirir vida propia. Polly se olvidó de que aquel hombre era Simon. Sólo sabía que aquella boca era sugerente y sensual y que no había mejor lugar para sus propios labios que estar contra los de él. Aquello era maravilloso, tan maravilloso que daba miedo.
Incapaz de resistirse a la oleada de placer que la envolvía, ella se dejó caer encima de él. Las manos de Simon, como si tuvieran vida propia, se enredaron entre los mechones dorados y le sujetaron la cabeza para poder besarla mejor. El beso se prolongó, haciéndose más profundo y más apasionado. Simon se incorporó, colocándola debajo de él, mientras sus dedos, posesivamente, se escurrían por debajo de la larga camiseta de ella, subiéndole por los muslos. De repente, él se dio cuenta de que si iba más allá, no podría parar. Aquel pensamiento le devolvió a la realidad, haciéndole retirar la mano y levantar la cabeza.
Durante un largo instante, los dos se miraron en silencio, en la penumbra de la habitación, mientras luchaban por recuperar el aliento.
– ¿Y bien? -dijo Simon por fin-. ¿Qué te parece?
– ¿Que qué me parece? -repitió Polly, humedeciéndose los labios para intentar volver a la realidad, lo que estaba siendo una tarea más que difícil-. ¿Que qué me parece qué?
– Ahora que me has besado, ¿me ves de modo diferente?
Los recuerdos golpearon a Polly de golpe. ¿Qué había hecho? Se suponía que aquello iba a ser un beso breve para demostrarle a Simon que… y en vez de eso… Polly tragó saliva. ¿Quién habría pensado que Simon iba a besarla de aquella manera?
Parecía imposible pensar que aquellas sensaciones las había obtenido por besar a Simon, pero la ironía de la pregunta era demasiado familiar como para hacerle dudar. Evidentemente, la opinión de él sobre ella no había cambiado, a él no le había afectado, por lo que ella no estaba dispuesta a admitir lo que ella había experimentado.
– En realidad, no -mintió Polly.
– Bien -respondió él fríamente-. Ahora que ya está todo aclarado, tal vez podamos dormir.
Dichas aquellas palabras, se dio la vuelta de espaldas a ella, se acomodó y, para mayor enfado de Polly, se quedó dormido enseguida.
Capítulo 4
A LA MAÑANA siguiente, cuando Polly se despertó, la cama estaba vacía. Durante un momento, mientras parpadeaba, se preguntó dónde estaba. Siempre le llevaba un tiempo situarse por las mañanas. Poco a poco, las imágenes del día anterior le fueron volviendo. Vio a Philippe, sonriéndola y diciéndole que era bonita, a Martine, con aspecto algo enojado, y por último a Simon…
En aquel momento, Polly abrió los ojos, mientras la memoria parecía regresarle por completo. Lo estaba recordando todo. El enfrentamiento con Martine, el momento en el que Simon la metió en brazos en el hotel, cuando besó a Simon…
Polly se sentó en la cama de un salto, deseando que aquel último recuerdo hubiera sido un sueño, pero sabía que no era así. Recordaba el roce de sus labios y de su fuerte cuerpo, los dedos moviéndose por debajo de la camiseta y subiéndole por los muslos con demasiada claridad.
Cuando Simon se volvió para dormir, ella permaneció despierta durante lo que le pareció una eternidad, ardiendo de deseo y maldiciéndose por haber sido tan estúpida y haberlo besado de aquella manera. En su momento, aquella opción había parecido bastante interesante, pero el problema principal era que ella le había mentido.
Efectivamente, su opinión sobre Simon había cambiado. Polly se había vuelto en la cama, mirando cómo el pelo se le difuminaba en la oscuridad de la habitación, junto con la línea de los hombros y la suavidad de la piel. Había probado aquella piel y sentía una irrefrenable necesidad de tocar aquel hombro con la boca, de abrazarlo y estrechar contra ella aquel cuerpo tan fuerte…
El sonido de la puerta del cuarto de baño devolvió a Polly al presente. El corazón le empezó a latir a toda velocidad al ver que Simon salía secándose la cara con una toalla.
– Ya iba siendo hora -le dijo con una mirada indiferente-. Pensé que nunca ibas a despertarte.
– ¿Qué hora es? -preguntó, horrorizada al comprobar que su voz era un gritito patético.
– Las ocho y media -respondió él, recogiendo el reloj de la mesilla de noche.
Parte de Polly seguía insistiendo en que Simon seguía siendo el mismo. Verdaderamente, parecía el mismo. Como estaba de vacaciones, había hecho la gran concesión de quitarse la corbata y se había puesto una camisa verde de manga corta y unos chinos de color claro. Tenía el pelo húmedo de la ducha, pero sus rasgos seguían siendo los mismos.
Polly hubiera podido convencerse de que nada había cambiado hasta que cometió el error de mirarle la boca. El recuerdo del beso que habían compartido la invadió de nuevo, haciéndose casi insoportable.
Simon parecía el mismo, pero las cosas ya no eran igual. Todo había cambiado.
– Voy abajo a desayunar -le dijo Simon, impasible-. ¿Vienes?
– Me daré una ducha rápida -respondió Polly, aliviada de que su voz volviera a sonar normal-. Me encontraré contigo abajo.
Bajo el chorro de la ducha, Polly se esforzó por convencerse de que lo que había pasado entre ellos la noche anterior no había significado nada para Simon, así que no había que exagerar la situación. Seguramente, estaba cansada, y en la oscuridad todo parecía distinto a lo que era en realidad. Aquel abrazo apasionado sólo existía en su imaginación. En realidad, había sido sólo un beso sin importancia. Sí a Simon ni le había inmutado, a ella tampoco.
Para cuando se puso los vaqueros blancos y una camiseta cortada ya se había convencido de que no había motivo alguno para sentirse incómoda. Además, aquel día se separarían.
Sin embargo, aquella confianza le falló, aunque sólo fue por un momento, al salir a la terraza donde estaban puestas las mesas para el desayuno. Simon estaba sentado en una mesa, leyendo un periódico francés. Todo en él parecía muy definido. Cuando él levantó la vista para mirarla, el corazón de Polly le dio un vuelco, pero se recuperó enseguida. Tenía que recordar que era sólo Simon.
– Te he pedido café y bollos -le dijo, en un tono de voz como el de siempre.
– Maravilloso -replicó ella-. ¡Estoy muerta de hambre!
Desde la comida del día de antes, no había comido nada, así que cuando llegaron los croissants le parecieron lo mejor que había probado en mucho tiempo. Con una taza entre las manos, miró el azul cielo mediterráneo. Podía relajarse, ya que las cosas entre ella y Simon no habían cambiado.
Simon la contemplaba, algo irritado. Era típico de Polly empujar a todo el mundo a hacer lo que ella quería y luego actuar como si no hubiera ocurrido nada. No podía sacarse de la cabeza lo cálida, dulce y apasionada que había estado la noche anterior. El darse la vuelta en la cama había sido una de las cosas que más le había costado hacer en la vida.
Había intentado olvidarse de aquel beso y lo había prácticamente conseguido hasta que, al salir del baño, vio a Polly encima de la cama. Había salido de la habitación tan pronto como había podido, pero parecía que ella no estaba dispuesta a hacerle fácil aquella situación. Verla en aquellos momentos, sonriendo, y chupándose los dedos estaba haciendo trizas su autocontrol. Evidentemente, para ella, aquel beso no había significado nada.
– He preguntado en recepción por los vuelos a casa -dijo él abruptamente-. Podría llevarte al aeropuerto a tiempo para el vuelo de las once y media.
– ¿Al aeropuerto?
– Creo que lo más sensato es que vuelvas a casa.
– ¡No puedo hacer eso!
– Yo te pagaré el billete, por supuesto.
– No es eso. Dije que iba a pasar el verano en Francia y eso es lo que voy a hacer -respondió ella, sin saber si enojarse por el deseo de Simon de devolverla a Inglaterra-. No voy a volver a casa con el rabo entre las piernas al primer contratiempo. Casi no puedo hilar juntas dos palabras en francés y le dije a mi padre que cuando volviera, lo hablaría perfectamente. No puedo volver todavía, Simon.
– ¿Tienes tu monedero contigo? -preguntó él, señalando con la cabeza al bolso que ella había colgado en la silla.
– Sí.
– Sácalo y enséñame cuánto dinero tienes.
Mordiéndose los labios, Polly hizo lo que él le pedía y vació los contenidos del monedero encima de la mesa y los contó lentamente.
– Cuarenta y ocho francos -admitió ella, de mala gana.
– ¿Cuánto tiempo te crees que te va a durar eso?
– Conseguiré un trabajo -replicó ella desafiante, mientras guardaba el dinero.
– ¿Haciendo qué?
– ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? -exclamó ella, algo enojada-. Debe de haber cientos de cosas que yo pueda hacer. Lavar los platos, trabajar de camarera…, toda clase de cosas.
– Estoy seguro de que las posibilidades son infinitas -dijo Simon, sin intentar ocultar la ironía-, pero, mientras tanto, tienes que tener algo con lo que vivir mientras encuentras alguien que esté dispuesto a contratarte. Incluso en el caso de que encuentres trabajo, no te pagarán enseguida. ¿Cómo vas a pagar el alquiler? ¿Qué vas a comer?
– No estoy del todo sola en Francia, ¿sabes? -le espetó Polly, que, cuanta más oposición encontraba en Simon, más decidida estaba a quedarse-. Tengo contactos.
– ¿Cómo quién?
– Bueno… como Philippe Ladurie, por ejemplo. Él me dijo que podía ir a verlo cuando quisiera.
– ¿Fue esto antes o después de que su hermana te despidiera por contarle una sarta de mentiras?
– Mira -replicó Polly, ignorando aquella pregunta, mientras rebuscaba en el bolso para encontrar la preciada tarjeta-… incluso me dio su tarjeta.
– Marsillac… -leyó él, algo más interesado.
– No está lejos de aquí, ¿verdad?
– Está a un par de horas en coche -respondió Simon, algo preocupado-. ¿Es que no te das cuenta de que la gente reparte tarjetas a todas horas sin que signifique nada?
– Lo sé, pero, sin embargo, estoy segura de que a Philippe no le importaría si yo le pidiera que me recomendara para un trabajo. Cuando hablé con él anoche fue de lo más agradable.
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