– ¡Qué por tanto ni qué ocho cuartos! -Replicó ella con aspereza-. Es que están hechos el uno para el otro. Hay que ser ciego y tonto para no darse cuenta después de haber estado con ellos en Copeland Manor.
La llegada de Vanessa y Elliott, seguida por la de Wesley y Julia, evitó que la conversación se prolongara. Poco después llegaron Katherine y Jasper, y Margaret y Duncan.
– ¿Vendrá Con? -preguntó Elliott mientras degustaban sus bebidas.
– Ha dicho que sí -contestó Stephen.
– ¿Y Hannah? -preguntó Margaret. Y retomaron el tema.
– Mi madre dice que no tienen más remedio que casarse después de cómo la besó en el parque -comentó Julia Winsmore-. Yo lo vi con mis propios ojos. La verdad es que fue muy escandaloso. -Se sonrojó.
– Y también muy romántico -añadió sir Wesley-. O eso fue lo que me dijiste en aquel momento, por supuesto.
– No creo que la duquesa se deje llevar por el argumento de que no le queda más remedio que hacer algo, sea lo que sea -replicó Elliott.
– Está claro que quiere a Constantine -apostilló Katherine-. Lo torturará antes de darle el sí.
Su marido intercambió una mirada apesadumbrada con Duncan después de escuchar semejante muestra de lógica femenina.
– O no -la contradijo Margaret.
– Con no es tonto -les recordó Stephen-. No baila al son que le tocan.
– Pero está enamorado -repuso Cassandra.
Y eso puso punto y final a la conversación. El silencio se prolongó unos instantes.
El mayordomo apareció entonces y le susurró a Cassandra que la cena estaba lista. Sin embargo, ella le replicó también con un susurro que había que esperar un poco. Supuso que sus palabras provocarían un gran desconcierto en la cocina.
Y al cabo de un rato llegaron los dos últimos invitados. Juntos y con algo más de cinco minutos de retraso.
Parecían tan radiantes de felicidad que los demás casi echaron las campanas al vuelo. Al menos las damas que los habían estado esperando en el salón. Y Cassandra los perdonó de inmediato por haberla puesto en una situación tensa con la cocinera.
La duquesa de Dunbarton estaba deslumbrante con un vestido de suave color turquesa y con muy pocas joyas. No necesitaba de ninguna para brillar. De todas formas lograría atraer las miradas durante toda la noche. El brillo y el resplandor que solían acompañarla por fuera los irradiaba esa noche desde el interior de su persona.
– Si llegamos tarde es por mi culpa -informó Hannah antes de que pudieran saludarlos-. Ya estaba lista muchísimo antes de que Constantine llegara, pero justo cuando lo oí llamar a la puerta decidí que no quería ponerme mi vestido de fiesta blanco preferido. Ni tampoco los diamantes que hacen juego con él. Así que me cambié mientras él se mordía las uñas y rechinaba los dientes en el vestíbulo. -Miró a su alrededor con una sonrisa deslumbrante.
– Jamás rechino los dientes -protestó Constantine con serenidad-. Si lo hiciera cada vez que tengo que esperarte, a estas alturas no quedaría ni rastro de ellos. Tendré que cultivar esa gran virtud que es la paciencia. Tendré que aprender a encontrarle el chiste a la espera. Sin embargo, te desaconsejo que llegues tarde el día de la boda. Te recuerdo que trae mala suerte.
De ese modo se respondieron todas las preguntas sin necesidad de formular ninguna.
La cena se demoró otro cuarto de hora mientras recibían abrazos, besos, palmadas en la espalda y apretones de manos, y mientras Hannah declaraba que la situación era denigrante, pero que de todas formas había accedido a que la degradaran de duquesa a condesa.
– Aunque también me habría sentado de maravilla ser solo la señora Huxtable -añadió con otra de sus deslumbrantes sonrisas.
Le brillaban los ojos por las lágrimas y acababa de morderse el labio inferior. Constantine le pasó un brazo por los hombros y Cassandra sugirió que todos se trasladaran al comedor antes de que la cocinera le presentara su renuncia inmediata.
CAPÍTULO 23
Llevaban discutiendo desde el día anterior sobre el lugar donde se celebraría la boda. Aunque tal vez «discutir» no fuera el término correcto, ya que ambos estaban decididos a ceder a los deseos del otro.
Constantine opinaba que deberían casarse en Copeland Manor, ya que se trataba del hogar de Hannah y era evidente que lo adoraba. Las novias debían salir de su casa el día de la boda.
Tuvo el buen tino de no mencionar Markle en ningún momento.
Hannah opinaba que deberían casarse en Ainsley Park, ya que se trataba del hogar de Constantine y era evidente que lo adoraba. Además, lo más adecuado era que el nuevo conde de Ainsley se casara en su casa solariega.
Al final acordaron que la iglesia de Saint George sería el lugar más conveniente. Estaba situada en Hanover Square, a un tiro de piedra de Dunbarton House. La novia podría llegar andando. La alta sociedad asistiría en pleno. Tal vez incluso lo hiciera el rey. Y era el lugar de moda para contraer matrimonio.
Sin embargo, aunque ninguno de los dos estaba dispuesto a admitirlo, no querían casarse en Saint George.
Tendría que ser en Copeland Manor.
O en Ainsley Park.
O tal vez en la iglesia de Saint George.
– Excelencia, háblenos de la boda -dijo la señorita Winsmore en cuanto estuvieron sentados a la mesa en Merton House-. ¿Cuándo y dónde se celebrará?
– Lo antes posible, para contestar la primera pregunta -respondió Hannah-. Y todavía no hemos decidido el lugar, y eso responde la segunda. -Acababa de tomar aire para añadir que prefería que se celebraba en Ainsley Park, a sabiendas de que la familia de Constantine la respaldaría, pero el conde de Merton se le adelantó.
– Con, debes casarte en Warren Hall -dijo-. Es tu hogar y siempre lo será. Allí es donde naciste y donde creciste. La capilla privada siempre se ha usado para las bodas, los bautizos y los… funerales -añadió en voz más baja.
– ¡Oh, sería precioso! -Exclamó Cassandra mientras les servían el primer plato-. Pero, Stephen, quizá Hannah tenga otras ideas. Al fin y al cabo también es su boda, no solo la de Con. -No obstante, miró a la aludida con expresión suplicante.
– Elliott y yo nos casamos allí -señaló Vanessa-, al igual que Cassandra y Stephen, que lo hicieron el año pasado. Es un sitio precioso para una boda. La capilla está situada en un lugar muy tranquilo de la propiedad, en medio de una arboleda, y es pequeñita, así que con unos cuantos invitados ya parece estar a rebosar. Además, tiene un aura de intimidad familiar única porque está rodeada por el cementerio. Allí está la historia de la familia.
Hannah llegó a la conclusión de que allí estaría enterrado Jon. Y de repente supo que tenían que casarse en Warren Hall. Sintió que era el lugar correcto antes siquiera de mirar al otro lado de la mesa hacia Constantine y ver la expresión tensa y seria de su cara.
– Stephen, te agradezco que estés dispuesto a prestarnos la capilla -lo oyó decir-, pero creo que deberíamos permitirle a Hannah…
– ¿Que elija por sí misma? -suplió ella, interrumpiéndolo-. En ese caso, elijo yo. Gracias. Voy a elegir. -Sabía que la sonrisa de Constantine era forzada y que le estaba costando muchísimo mantenerla-. Elijo Warren Hall -añadió, mirándolo a los ojos, y tuvo la impresión de que se ahogaba en ellos al ver que la sonrisa desaparecía.
– ¿Estás segura? -preguntó él.
– Segurísima -respondió, y era cierto-. Será en Warren Hall. Gracias, lord Merton. Es usted muy amable.
– Creo que de ahora en adelante, será mejor que me llames Stephen y que me tutees -replicó el conde-. Creo que todos deberíamos tutearnos.
Y de repente todos comenzaron a hablar a la vez mientras daban buena cuenta de la cena. Margaret, Vanessa y Katherine habían decorado el enorme salón de baile de Warren Hall, así como la capilla, antes incluso de que retiraran el plato principal. Cassandra había organizado el menú para el banquete de boda antes de que llegara el postre.
– Con, será mejor que te relajes y las dejes decidir -le advirtió Elliott-. Ya has hecho tu trabajo. Le has pedido matrimonio a Hannah y ella ha aceptado. El resto queda en manos de las damas.
Hannah fue informada de que los días previos a la boda se alojaría en Finchley Park, una de las propiedades del duque de Moreland, precisamente en la que creció, que lindaba con Warren Hall. También se alojarían en ella otras personas, incluyendo a Vanessa y a Elliott, a sus hijos, a la madre y a las hermanas de Elliott y a cualquier persona que Hannah quisiera invitar. Vanessa le aseguró que no tenía que preocuparse por la presencia de tanta gente. Le dijo que también estaba la residencia de la viuda, una casa preciosa situada en un lugar aislado a orillas del lago, que fue el sitio donde Elliott y ella pasaron la luna de miel. Y que sería el lugar donde la pasarían ellos. Añadió que no conocía ningún otro sitio más romántico para comenzar la vida matrimonial.
– ¿Te acuerdas de los narcisos? -le preguntó a Elliott.
Y la pregunta hizo que el adusto duque de Moreland le guiñara un ojo delante de todos.
La mirada de Hannah se cruzó con la de Constantine, sentado al otro lado de la mesa, e intercambiaron una sonrisa que tal vez pasara inadvertida para los demás. De camino a la cena, Constantine la había advertido de que sus primas conformaban un trío de armas tomar y de que Cassandra estaba demostrando ser una valiosa adición a sus filas. Según él, si no se andaba con cuidado, le quitarían la boda de las manos y ellas se ocuparían de todo.
Y eso antes de saber que la boda se celebraría en sus dominios, en Warren Hall.
– ¡Ay, por Dios! -Exclamó de repente Katherine, y su tono de voz silenció a todos los comensales-. Ya estamos otra vez. Hannah, crecimos en un pueblecito pequeño, éramos las hijas del vicario. Siempre había cosas que hacer y que organizar. Y siempre éramos nosotras las que nos ofrecíamos a hacerlo. La vida rural puede convertirse en un aburrimiento sin fin a menos que alguien se ocupe de ese tipo de cosas. Sin embargo, aunque hace mucho que dejamos esa vida atrás, no hemos perdido la costumbre de «organizar».
– Es cierto -admitió Margaret con un suspiro-. Hannah, nadie te tiene por una mujer indecisa y desvalida. Supongo que llevas todo este rato riéndote de nosotras en silencio. Posiblemente tengas la boda preparada y no necesites de nuestra ayuda.
Hannah era consciente de que todos los ojos estaban clavados en ella. Los de las damas con tristeza; los de los caballeros con sorna.
– No me estoy riendo -aseguró-. Todo lo contrario más bien. -Y la verdad era que tuvo que parpadear varias veces para no acabar llorando-. Nunca he planeado una boda, tuve una que planearon por mí. Ayer accedí a casarme con Constantine, pero ya veo que también voy a casarme con su familia, y eso me hace tan feliz que no puedo expresarlo con palabras.
El duque le había asegurado que cuando encontrara el amor, encontraría también la sensación de pertenencia que siempre lo acompañaba.
Faltaba poco para que diera comienzo el baile. Los caballeros no siguieron en el comedor cuando las damas lo abandonaron, sino que las acompañaron al salón de baile para esperar la llegada de los primeros invitados.
Hannah sabía que el nuevo título de Constantine se anunciaría en el transcurso del baile. Y también se anunciaría su compromiso. El comienzo de una nueva era. Miró el precioso vestido turquesa que llevaba y se alegró de haberse quitado el blanco, aunque eso la hubiera hecho llegar tarde. Ya no tenía que seguir escondiéndose. No tenía que parapetarse tras una armadura de hielo y diamantes.
Era la duquesa de Dunbarton y pronto se convertiría en la condesa de Ainsley. Pero por encima de todo, era Hannah. Era ella misma tal como la habían moldeado la vida, su personalidad y sus vivencias. Se gustaba. Y estaba enamorada.
Era feliz.
Cuando los invitados comenzaron a llegar, Constantine le cogió la mano y se la colocó en su brazo. Pasearon juntos por el salón de baile, deteniéndose brevemente con algunas amistades. Ambos estaban muy sonrientes.
– ¿Has notado que todo el que entra en el salón te mira dos veces, la primera con franca admiración por tu belleza y la segunda, con asombro cuando te reconocen? -preguntó Constantine.
– Creo que es a ti a quien miran -lo contradijo-. Estás guapísimo cuando sonríes.
– ¿Te alegra celebrar la boda en Warren Hall? -quiso saber Constantine.
– Sí -respondió-. Estarás rodeado por toda tu familia. Jonathan incluido.
– Sí, pero ¿y la tuya?
Lo miró mientras la sonrisa desaparecía de sus labios.
– ¿Estarás rodeada por tu familia? -insistió él.
– Invitaré a Barbara y al señor Newcombe -contestó-. Tal vez les apetezca ponerse otra vez en camino para asistir a mi boda.
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