– No siempre lo percibo con claridad. Además, necesito… tocaros.
Él le tendió la mano.
– Pues tóqueme. Convénzame.
Ella contempló su mano por unos instantes y luego asintió con la cabeza.
– Lo intentaré.
Cuando tuvo la mano firmemente sujeta entre las de ella, Austin cerró los ojos y se concentró a propósito en una imagen provocativa. La imaginó en su alcoba, su silueta recortada contra las doradas llamas que danzaban en la chimenea. Él alargaba el brazo para desabrocharle el prendedor incrustado de perlas que le sujetaba el pelo. Unos mechones sedosos se derramaron sobre las manos de él y se deslizaron por los hombros de la joven, cayendo, cayendo…
– Estáis pensando en mi cabello. Queréis tocarlo.
Austin se encendió por dentro y abrió los párpados de golpe. Lo primero que vio fue su boca…, esa boca increíble, que parecía invitarlo a que la besara. Si se inclinaba hacia delante sólo un poco, podría probarla…
– Queréis besarme -dijo ella, soltándole la mano.
Sus palabras, pronunciadas en un susurro, le acariciaron el oído y le aceleraron el pulso. Sí, maldita sea, quería besarla. Necesitaba hacerlo. Tenía que hacerlo. Sin duda un solo beso saciaría su inexplicable sed de probarla.
Cediendo a un ansia que no era capaz de explicar o contener ya más, se inclinó.
Ella retrocedió.
Austin redujo la distancia que los separaba, pero ella dio otro paso atrás, con una mirada de incertidumbre en sus expresivos ojos. Demonios, la mujer nunca antes había retrocedido ante él, ante su ira, su sarcasmo ni su suspicacia. Sin embargo, la mera idea de que la besara la arredraba.
– ¿Hay algo fuera de lugar? -preguntó él en voz baja, aproximándose un poco más.
– ¿Fuera de… lugar?
Reculó otro paso y estuvo a punto de pisarse el dobladillo.
– Sí. Es una expresión que usamos los ingleses y que significa que algo va mal. Parece… nerviosa.
– Por supuesto que no -repuso ella, retirándose hasta topar con la pared de madera-. Lo que ocurre es que… tengo calor.
– Sí, hace bastante calor aquí.
Con dos zancadas largas y pausadas, él se plantó justo delante de ella. Apoyó las manos en la pared a cada lado de sus hombros, arrinconándola.
Ella alzó la cabeza ligeramente y le sostuvo la mirada en lo que a él le pareció un valiente gesto de bravuconería, pero que quedaba desvirtuado por lo agitado de su respiración.
– Si intentáis asustarme, excelencia…
– Intento besarla, y me resultará mucho más fácil ahora que ha dejado de desplazarse de aquí para allá.
– No quiero que me beséis.
– Sí que quiere. -Se acercó más aún, hasta encontrarse a sólo unos centímetros de ella. El aroma a lilas le embargaba los sentidos-. ¿La han besado alguna vez?
– Por supuesto, miles de veces.
Al recordar la estupefacción con que ella había reaccionado cuando le había preguntado si había sido amante de William, Austin enarcó una ceja.
– Me refiero a un hombre.
– Ah. Bueno, pues cientos de veces, entonces.
– A un hombre que no sea su padre.
– Ah. En ese caso…, una vez.
Una irritación inesperada se apoderó de él.
– ¿Ah sí? ¿Y disfrutó usted con ello?
– De hecho, no. Fue un beso más bien… seco.
– Ah. Entonces no la besaron como es debido.
– ¿Y vos queréis besarme como es debido?
– No. -Se agachó y le susurró al oído-: Pretendo besarla de una forma bastante indebida.
La atrajo hacia sí y le cubrió los labios con los suyos. Dios santo, eran exquisitos. Suaves, carnosos, cálidos y deliciosos.
Cuando recorrió con la lengua el borde de sus labios, ella fue a soltar una exclamación de asombro y naturalmente los entreabrió, de modo que él pudo introducir la lengua en la sensual calidez de su boca. Fresas. Ella sabía a fresas. Dulce, deliciosa, seductora.
La estrechó con más fuerza, apretando el largo y voluptuoso cuerpo de Elizabeth contra el suyo, y se maravilló de la sensación incomparable de besar a una mujer tan alta.
Su sentido común le exigía que se detuviese, pero no podía. Maldición, debería horrorizarse por estar besando a aquella mocosa ingenua en lugar de mostrarse indiferente y aburrido ante su inocencia.
En cambio, estaba fascinado, lleno de deseo y encendido. Cuando ella le tocó tímidamente la lengua con la suya, un gemido se alzó en la garganta de Austin, que ahondó en su boca, probando, embistiendo, bebiéndose sus jadeos. Perdió toda noción de tiempo y de lugar, incapaz de pensar en otra cosa que en la mujer que tenía entre sus brazos, su tacto cálido y suave, su sabor dulce y adictivo, su tenue fragancia floral.
El deseo le producía una excitación tan dolorosa que acabó por arrancado de aquella bruma sensual. Tenía que parar. Ahora mismo. De lo contrario, acabaría con ella en el suelo del establo.
Haciendo un esfuerzo titánico por dominarse, dejó de besarla. Ella abrió los ojos lentamente.
– Madre mía.
Madre mía, en efecto. Austin no sabía qué había esperado, pero desde luego no había previsto que esa mujer liberase toda lo lujuria contenida que lo dominaba. El corazón le latía con fuerza contra las costillas, y las manos le temblaban. En lugar de satisfacer su curiosidad, el beso no había hecho más que avivar su apetito, un apetito que amenazaba con consumirlo…, después de quemarlo vivo.
Los suaves senos de ella estaban apretados contra su pecho, lo que le encendía la piel. Sentía un ardor doloroso, y sólo el control que había ejercido sobre sí mismo durante toda su vida le infundió la fuerza necesaria para bajar los brazos y apartarse de ella.
Elizabeth lanzó una larga y estremecida espiración, y él advirtió con gravedad que estaba tan agitada como él.
– Santo cielo -exclamó ella con voz temblorosa-. No tenía idea de que besar de forma indebida fuese tan…
– ¿Tan… qué?
– Tan… poco seco. -Respiró un poco más y luego carraspeó-. ¿He conseguido convenceros de que soy capaz de leer el pensamiento?
– No.
Las mejillas de Elizabeth se pusieron coloradas y sus ojos centellearon con rabia.
– ¿Estáis negando que deseabais besarme?
Austin bajó la vista por unos instantes hacia su boca.
– No. Pero cualquier hombre querría besarla.
Y, maldita sea, se sentía capaz de matar a cualquier hombre que lo hiciese.
– ¿Todavía tiene la intención de montar a caballo esta noche?
– Eso no es de su incumbencia.
Ella se quedó mirándolo un momento y luego sacudió la cabeza.
– Si eso piensa, sólo me queda esperar que recapacite y haga caso de mi advertencia. Y rezar por que no sufra ningún daño. Al menos no llueve como en mi visión, así que quizá no corra peligro. Por esta vez. Buenas noches, excelencia, no volveré a molestaros con mis visiones.
Austin la siguió con la vista hasta que desapareció en la oscuridad, reprimiendo el impulso de salir tras ella. El tono en el que había pronunciado esas palabras le sentó como un puñetazo en el estómago. Se pasó los dedos por el pelo y comenzó a ir y venir por la cuadra. Maldita sea, ¿cómo podía ella esperar que él -que cualquiera- diese crédito a sus afirmaciones de que tenía premoniciones y leía el pensamiento? Era demasiado inverosímil, demasiado ilógico como para tomárselo en serio.
Aun así, por mucho que le doliera reconocerlo, ella estaba en lo cierto respecto a una cosa. Había deseado besarla. Con un ansia que lo desconcertaba. Y ahora que la había probado, deseaba hacerlo otra vez.
Y otra.
6
Elizabeth se dirigió a los establos a la mañana siguiente, muy temprano, ansiosa por salir de la casa después de pasar la noche en blanco tratando de olvidar su perturbador encuentro con el duque. ¿Habría montado éste a caballo finalmente? Ella había permanecido despierta toda la noche, atenta a cualquier sonido que indicase lluvia, pero afortunadamente el tiempo no había empeorado. Esperaba que un poco de aire fresco y un paseo a caballo a paso ligero la ayudasen a desechar sus preocupaciones, por no hablar de la desilusión y el dolor que sintió al darse cuenta de que nunca llegaría a convencerlo de su clarividencia.
Sin embargo, sabía que el ejercicio por sí solo nunca borraría el recuerdo de aquel beso. Aquel beso increíble, conmovedor e inolvidable que la había emocionado hasta lo más hondo y había despertado en ella una pasión cuya existencia desconocía. También había encendido sentimientos…, anhelos que no se atrevía a analizar.
Deseaba, necesitaba desesperadamente olvidar su exquisito tacto, su sabor celestial, pero su corazón se negaba a cooperar.
Entró en las cuadras y Mortlin la saludó con una sonrisa.
– ¿Viene a ver los gatos, señorita Matthews? ¿O desea montar a caballo?
Elizabeth hizo un esfuerzo por dejar a un lado su agitación y le devolvió la sonrisa al mozo. Luego se agachó para rascar a George detrás de la oreja.
– Las dos cosas. ¿Qué le parece si voy a ver los gatitos mientras ensilla un caballo para mí?
– Buena idea -dijo Mortlin-. Mire, hay dos que usted no conoce escondidos junto a ese almiar.
Elizabeth echó un vistazo a las dos bolitas de pelo con manchas.
– Son adorables. ¿Cómo se llaman? -Le dedicó una mirada pícara-. ¿O es mejor que no pregunte?
A Mortlin se le subieron los colores al rostro enjuto, mientras frotaba incómodo los pies en el suelo.
– Bueno, el más grande se llama Ostras…
– Eso no es tan terrible.
– Y el otro es, eh… -Se sonrojó hasta las puntas de las prominentes orejas-. No puedo decir eso enfrente de una dama.
– Entiendo -contestó ella apretando mucho los labios para disimular su diversión.
– Supongo que tendré que cambiarles el nombre a los animalitos, pero fue lo primero que salió de mi boca cuando nacieron. -Sacudió la cabeza, ostensiblemente perplejo-. Los gatitos no paraban de salir. No había forma de detenerlos. Me dejaron pasmado.
– Sí, me lo imagino. -Le acarició la cálida barriga a George y se quedó quieta. Después de apretarle suavemente la panza peluda unas cuantas veces más, reprimió una sonrisa-. El periodo de gestación de una gata dura unos sesenta días. Me temo que ya no estaré aquí cuando George alumbre a su siguiente camada. De lo contrario, le ofrecería mi ayuda. Se me dan bastante bien estas cosas.
– Estoy seguro de que sí, pero… -Su voz se apagó y sus ojos se abrieron como platos-. ¿La próxima camada?
– Sí. Predigo que George volverá a ser mamá más o menos dentro de un mes.
Los ojos de Mortlin parecían a punto de salirse de sus órbitas.
– ¡Seguro que lo que le pasa a la gata es que ha engordado! ¡Pero si los gatitos no llegan a los tres meses de edad! ¿Cómo demonios ha pasado esto?
Ella tuvo que morderse las mejillas por dentro para no romper a reír al ver la expresión atónita del caballerizo.
– Del modo habitual, supongo. -Acarició una última vez la panza de George, se puso de pie y le dio unas palmaditas al hombre en el brazo-. No se preocupe, Mortlin. George estará bien, y usted dispondrá de un nuevo equipo de cazarratones.
– Ya hay más cazarratones por aquí de los que necesito -gruñó él-. Caramba, se supone que esto es un establo. Soy un mozo de cuadra, no un médico de gatos. Más vale que ensille un caballo para usted antes de que la condenada gata empiece a echar gatitos otra vez.
Conteniendo su hilaridad, Elizabeth se entretuvo con los gatitos mientras Mortlin realizaba sus tareas. Poco después él se le acercó llevando de las riendas a una hermosa yegua marrón llamada Rosamunde y se ofreció a auparla. Ella cayó sobre la silla con un golpe seco que le sacudió todos los huesos. En América solía montar a horcajadas cuando daba un paseo a caballo, pero no se atrevía a hacer lo mismo en Inglaterra, por más que le disgustara montar a mujeriegas. El complicado atuendo de amazona inglesa que se veía obligada a ponerse también le crispaba los nervios. Metros y metros de tela y multitud de bullones y volantes. Recordaba con nostalgia el traje de montar sencillo y ligero que había confeccionado ella misma y que usaba en Estados Unidos. Tía Joanna le había echado una ojeada y casi se había desmayado. «Totalmente inapropiado, querida -había declarado-. Tenemos que hacer algo con tu vestuario de inmediato.»
Acomodó la pesada falda en torno a sí lo mejor que pudo y se puso en camino. Cuando llegó al final del sendero que conducía a las cuadras, se detuvo y miró atrás. Mortlin estaba acuclillado, con una expresión tierna en el curtido rostro, acariciando cariñosamente la barriga de George. Sin duda creía que ella ya no alcanzaba a oírlo, porque dijo:
"Una Boda Imprevista" отзывы
Отзывы читателей о книге "Una Boda Imprevista". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Una Boda Imprevista" друзьям в соцсетях.