Maldición. Tendría que andarse con sumo cuidado delante de esa mujer. Aunque descartaba la posibilidad de que sus visiones fuesen reales -¿y qué hombre cuerdo no la descartaría?-, no cabía duda de que era asombrosamente perceptiva.

Si no extremaba las precauciones, quizás ella descubriría sus secretos, lo que podía acabar por hundir a su familia.

– Dígame qué sabe de mi hermano -le pidió.

– No sé nada de él, excelencia. Hasta que he tocado vuestras manos, ni siquiera conocía su existencia.

– ¿En serio? ¿Cuánto lleva usted en Inglaterra?

– Seis meses.

– ¿Y espera que crea que en todo ese tiempo nadie ha mencionado a mi hermano? -Austin soltó una carcajada amarga.

Tras vacilar unos instantes, ella dijo en voz baja:

– Me temo que no soy el gran éxito social de la temporada. Por lo general, la gente habla más sobre mí que dirigiéndose a mí.

– Pero sin duda su tía la mantiene al corriente de los cotilleos.

Ella esbozó una sonrisa irónica.

– Para ser sincera, excelencia, debo deciros que mi tía prácticamente no habla de otra cosa que de la alta sociedad de Londres. La quiero mucho, pero después de cinco minutos de ese tipo de charla me temo que mis oídos dejan de escuchar.

– Entiendo. Hábleme más de esa, eh, esa visión que ha tenido de William.

– He visto a un joven vestido con un uniforme militar. Estaba herido, pero vivo. Sólo sé que se llama William y que es muy importante para vos. -Clavó sus atribulados ojos en él-. Creéis que está muerto, pero no lo está. De eso estoy segura.

– Mantiene usted esa teoría descabellada, pero no me aporta pruebas.

– No… Por el momento.

– ¿Y eso qué significa?

– Si pasamos un tiempo juntos, quizá pueda deciros más. Mis visiones son imprevisibles y por lo general sólo consisten en breves destellos, pero normalmente las tengo cuando toco algo, en especial las manos de una persona.

Austin enarcó las cejas.

– En otras palabras, si vamos por ahí de la manita, tal vez usted consiga ver algo más.

La mirada de Elizabeth se enturbió ante el sarcástico comentario.

– Comprendo vuestro escepticismo, y es por eso por lo que no suelo revelar mis premoniciones.

– Y sin embargo, ha revelado ésta.

– Sí, porque la última vez que me quedé callada lo pagué muy caro. -Frunció el entrecejo-. ¿Acaso no os alegráis de saber que vuestro hermano está vivo?

– Por lo que yo sé, mi hermano está muerto. Y no toleraré que mencione esta absurda visión a nadie más, y menos aún a mi madre o a mi hermana. Sería terriblemente cruel darles esperanzas cuando en realidad no hay motivo para albergadas. ¿Está claro?

Ella lo miró con fijeza durante varios segundos. Su tono duro y amenazador no dejaba lugar a dudas.

– Respetaré vuestra voluntad, excelencia. Como sabéis, mi tía y yo seremos vuestras invitadas durante unas semanas. Si cambiáis de opinión y aceptáis mi ayuda, no os costará encontrarme. Ahora estoy muy cansada y desearía retirarme. Buenas noches, excelencia.

Él la siguió con la vista mientras ella subía las escaleras hacia las habitaciones de los invitados. «Desde luego que me ayudará, señorita Matthews. Si de verdad sabe algo de William, no tendrá elección.»


Austin tardó varios minutos en localizar a Miles Avery en la atestada sala de baile. Cuando finalmente avistó a su amigo, no le sorprendió que el gallardo conde estuviese rodeado de mujeres. Maldita sea, esperaba no tener que arrastrar a Miles de los pelos para apartado de ese grupo que a todas luces lo admiraba.

Sin embargo, pudo ahorrarse esa tarea tan desagradable, pues Miles advirtió que Austin se aproximaba. Éste dirigió una mirada significativa a su amigo y señaló con un movimiento de la cabeza el pasillo que conducía a su estudio; acto seguido se encaminó hacia allí, seguro de que Miles llegaría poco después que él. Tras más de dos décadas de amistad, se entendían bien.

Apenas había terminado de servir dos copas de brandy cuando oyó que alguien llamaba discretamente a la puerta.

– Adelante.

Miles entró en el estudio y cerró la puerta a su espalda. Sonreía de un modo algo forzado.

– Ya era hora de que reaparecieras. He estado buscándote por todas partes. ¿Dónde te ocultabas?

– He dado un paseo por el jardín.

– ¿Ah sí? ¿Has estado admirando las flores? -Los ojos de Miles destellaron con malicia-. ¿O quizá disfrutabas de las delicias de la naturaleza de un modo más… sensual, por así decido?

– Ninguna de las dos cosas. Simplemente he salido en busca de algo de paz y tranquilidad.

– ¿Y has tenido éxito en tu búsqueda?

La imagen de la señorita Matthews le vino a Austin a la mente.

– Me temo que no. ¿Por qué querías verme?

El brillo burlón en los ojos de Miles se intensificó.

– Para cantarte las cuarenta. ¿Qué clase de amigo eres que me has abandonado así, sin más? Casi nunca asistes a las fiestas ni sufres el acoso de vírgenes sedientas de matrimonio, e incluso cuando el baile se celebra en tu casa te pierdes de vista. Lady Digby y su pelotón de hijas me han arrinconado detrás de una maceta con una palmera. Aprovechándose de tu ausencia, lady Digby me ha endilgado a las mocosas, unas cabezas de chorlito bastante tontas que encima bailaban pésimamente. Mis pobres y machacados dedos de los pies no volverán a ser lo que eran. -Con el semblante impasible, Miles prosiguió-. Por otra parte, ese grupo del que me acabas de arrancar parecía mucho más prometedor. Las señoritas estaban pendientes de mis palabras. ¿Has visto las perlas de sabiduría que desgranaban mis labios?

Austin lo observó por encima del borde de su copa.

– No logro comprender por qué te divierte tanto la falsa adoración de unas cabezas huecas. ¿Nunca llega a hartarte?

– Por supuesto. Sabes cuánto detesto que unas féminas núbiles de cuerpos lozanos y curvas sinuosas se abalancen sobre mí. Me estremezco de horror sólo con pensar en ello. -Miles se disponía a beber un sorbo de su brandy, pero detuvo su mano a medio camino-. Oye, Austin, ¿te encuentras bien? Tienes un aspecto un tanto paliducho.

– Gracias, Miles. Tus halagos siempre suponen un gran consuelo para mí. -Tomó un trago largo de brandy, intentando encontrar las palabras adecuadas-. En respuesta a tu pregunta, estoy un poco nervioso. Ha ocurrido algo y necesito que me hagas un favor.

La expresión humorística se borró al instante del rostro de Miles.

– Sabes que no tienes más que pedírmelo.

A Austin se le escapó un suspiro que había estado reprimiendo sin darse cuenta. Desde luego que podría contar con Miles, como siempre. El hecho de ocultarle secretos a ese hombre que había sido su mejor amigo desde la infancia lo hacía sentir culpable. «Es por su propio bien por lo que no le he contado las circunstancias en que se desarrollaban las actividades de William durante la guerra», se dijo.

– Necesito que hagas unas indagaciones discretas.

Un brillo de interés se encendió en los negros ojos de Miles.

– ¿Sobre qué?

– Sobre cierta dama.

– Ah, entiendo. ¿Ansioso por atarte al yugo matrimonial? -Antes de que Austin pudiese contradecirlo, Miles continuó, imparable-. La verdad es que no te envidio. No hay una sola mujer en el mundo con la que yo quiera compartir la mesa a diario. Sólo de oír las palabras «hasta que la muerte os separe» me dan escalofríos de espanto. Pero supongo que debes atender a las obligaciones inherentes a tu título, y ya no eres un jovencito. Cada día doy gracias a Dios por el hecho de que mi primo Gerald pueda heredar mi título. Por supuesto, Robert puede heredar el tuyo, pero ambos sabemos que tu hermano pequeño tiene tantas ganas de ser duque como de contraer la viruela. De hecho…

– Miles. -Esa única palabra, pronunciada con brusquedad, interrumpió el flujo de palabras.

– ¿Sí?

– No me refiero a ese tipo de dama.

Una sonrisa de complicidad se dibujó en los labios de Miles.

– Ajá. No digas más. Necesitas información sobre alguien que no es precisamente… una candidata virtuosa apropiada para ti. Entiendo. -Le guiñó el ojo a Austin-. Ésas son las más divertidas.

La frustración comenzó a apoderarse de Austin, pero hizo un esfuerzo por mantener la compostura.

– La dama a quien quiero que investigues es la señorita Elizabeth Matthews.

Miles arqueó las cejas.

– ¿La sobrina americana de lady Penbroke?

Austin intentó mostrar una indiferencia que no sentía.

– ¿La conoces?

– He coincidido con ella en varias ocasiones. A diferencia de algunos insociales que todos conocemos, yo he asistido a varios bailes esta temporada…, bailes a los que también asistieron lady Penbroke y la señorita Matthews. ¿Quieres que te la presente?

– Nos hemos conocido hace un rato, en el jardín.

– Ah. -Aunque una docena de interrogantes brillaron en los ojos de Miles, se limitó a preguntar-: ¿Qué quieres saber sobre ella?

Austin quería saberlo todo sobre ella.

– Puesto que ya la conoces, dime qué impresión te causó.

Miles se tomó tiempo para contestar, arrellanándose en un mullido sillón de orejas al calor del fuego y removiendo su copa de brandy con tal parsimonia que a Austin le rechinaban los dientes de impaciencia.

– Opino -dijo Miles finalmente- que es una joven encantadora, inteligente e ingeniosa. Por desgracia, no se desenvuelve del todo bien en los actos sociales; tan pronto se muestra cohibida y tímida como parlanchina y descarada. A decir verdad, me pareció un soplo de aire fresco pero, a juzgar por los chismes que he oído, nadie comparte mi opinión.

– ¿Qué chismes? ¿Algo escandaloso?

Miles agitó la mano como para restar importancia al asunto.

– No, nada por el estilo. De hecho, no logro imaginar cómo podría esa buena muchacha enredarse en un escándalo, teniendo en cuenta que todo el mundo la rehúye.

A Austin le vino a la mente la imagen de una joven desmelenada y sonriente.

– ¿Por qué la rehúyen?

Miles se encogió de hombros.

– ¿Quién sabe cómo empiezan esas cosas? Las mujeres cuchichean tras sus abanicos comentando su torpeza en la pista de baile y sus escasas dotes para la conversación. Algunos la tacharon de marisabidilla después de que se enzarzara en una discusión con un grupo de lores acerca de las propiedades curativas de las hierbas. Basta con que una sola persona la juzgue inaceptable para que todos los demás opinen lo mismo.

– ¿Y lady Penbroke no apoya a su sobrina?

– No he prestado demasiada atención al tema, pero sin duda los peores desaires se le hacen lejos de la aguda vista de la condesa. Sin embargo, ni siquiera el inapreciable apoyo de su tía es suficiente para asegurarle el favor de la gente de buen tono.

– ¿Sabes si lleva mucho tiempo en Inglaterra?

Miles se acarició la barbilla.

– Creo que llegó poco después del día de Navidad, así que debe de llevar unos seis meses.

– Quiero que averigües exactamente cuándo llegó y en qué barco. También me interesa saber si se trata de su primer viaje a Inglaterra.

– ¿Por qué no se lo preguntas tú mismo?

– Se lo he preguntado. Asegura que llegó hace seis meses y que es su primera visita a las islas.

Miles achicó los ojos, intrigado.

– ¿Y tú no la crees? ¿Puedo preguntarte por qué?

– Es posible que haya tenido tratos con William -contestó Austin en tono despreocupado-. Quiero saberlo con certeza. Si se conocieron, quiero saber cómo, cuándo y dónde.

– Tal vez deberías contratar a un alguacil de Bow Street. Ellos…

– No. -La palabra, cortante como navaja de afeitar, truncó la sugerencia de Miles. Hacía quince días ya le había encargado a un agente que localizara al francés llamado Gaspard, el hombre al que había visto con William aquella última vez…, el hombre que Austin sospechaba que sabía algo de la carta que ahora estaba guardada bajo llave en un cajón de su escritorio. No tenía el menor deseo de implicar a Bow Street en ese asunto-. Necesito discreción total por parte de alguien en quien pueda confiar. Bueno, ¿harás las indagaciones que te pido? Con toda seguridad tendrás que viajar a Londres.

Miles lo escrutó durante largo rato.

– Veo que esto es importante para ti.

Una imagen de William acudió a la mente de Austin.

– Sí.

En silencio intercambiaron una larga mirada que reflejaba los años de amistad que los unían.

– Me marcharé por la mañana -dijo Miles-. Mientras tanto, me pondré a investigar inmediatamente tanteando a algunos de los invitados a la fiesta respecto a la dama en cuestión.

– Excelente idea. Huelga decir que quiero que me transmitas cuanto antes toda la información que logres recabar.

– Entendido. -Miles apuró la copa de brandy y se puso de pie-. Supongo que sabes que la señorita Matthews y lady Penbroke se alojarán aquí durante las siguientes semanas en calidad de invitadas de tu madre.