– Eso no explica por qué estás aquí -dijo Jane-. Un hombre de tu posición no tiene por qué ir donde no quiere, y cuando te marchaste hace diez años dijiste que nunca volverías. Me pregunto qué te ha hecho cambiar de opinión.
– No ha sido el hecho de querer encontrar mis raíces, si es lo que estás pensando. Corté con el pasado hace mucho tiempo. Estoy interesado en el futuro, no en el pasado.
Su voz era franca, firme, y Jane lo miró con curiosidad. Y de repente, pensó que sabía muy poco sobre él. Sabía que su madre había muerto, había sido una de las pocas cosas que tenían en común, pero nunca había conocido a su padre. Joe Harding tenía fama de haber sido un hombre reservado y taciturno, pero Lyall nunca había hablado de él, y Jane siempre había estado demasiado metida en su mundo como para preguntar. En esos momentos le gustaría haberlo hecho, pero había una mirada en los ojos de Lyall que la detuvo, como si fuera un terreno prohibido.
– Así que… ¿por qué Penbury ahora? -preguntó, queriendo mantener el tono lo más ligero posible.
Lyall tenía un tenedor en las manos y jugaba con él con expresión ausente, como si pensara en el pasado.
– Ha sido una decisión puramente profesional -dijo, dejando el tenedor-. Una vez que me dieron el proyecto, di los detalles a Dennis. El vino a ver una serie de casas posibles, y Penbury Manor parecía la más adecuada -tomó la botella de vino y llenó la copa de Jane-. Yo no había pensado en Penbury Manor, y habría insistido en que Dennis encontrara otro sitio, pero siempre trato de separar los sentimientos del trabajo, y fue elegido por razones económicas.
– No tenías por qué haber venido -repitió Jane-. Podías haber dejado que Dennis se encargara de la restauración.
– Sí, podía haberlo hecho, pero como dije en la reunión hoy, me gusta revisar todos los aspectos de las actividades de la firma. Es inútil sentarse en un despacho a tomar decisiones cuando no sabes exactamente lo que está pasando, y sobre todo porque quiero que este lugar sea una base importante para un mayor mercado, o para un proyecto de investigación a gran escala. Cualquier contratista que trabaje conmigo, y eso te incluye, Jane, tiene que tomarse este trabajo en serio, porque no estaré satisfecho con algo que no sea lo mejor.
– ¿Y has venido tú para conocernos?
– En parte. También tenía curiosidad, tengo que admitirlo. Me fui a Londres cuando dejé Penbury, y luego a los Estados Unidos. Allí fue donde entré en contacto con la industria electrónica. Los siguientes años estuve demasiado ocupado formando la empresa, como para perder tiempo en rememorar el pasado. Nunca pensé que volvería, y me sorprendió cuando vi el nombre en la lista de Dennis. Si alguien me lo hubiera preguntado antes, habría dicho que no quería volver, pero comencé a recordar cosas que creí olvidadas. De repente, me vinieron a la mente las tardes en que iba a pescar al río Pen, o las mañanas de invierno en las que subía con las ovejas a las montañas, o el bosque detrás de la mansión-, hizo una pausa y levantó los ojos de la copa para mirar a Jane, sentada derecha en su silla con los ojos grises atentos-. Y te recordé -añadió suavemente-. Me acordé de cosas extrañas sobre ti, como por ejemplo, cómo solías volver la cabeza y cómo el sol caía en tu piel tamizado por las hojas en el bosque.
Los recuerdos hicieron mella en la piel de Jane. Casi pudo sentir el calor de la luz, y oler las hojas secas bajo los pies mientras esperaba en el bosque, y su corazón empezó a palpitar como lo hacía cuando Lyall se acercaba a ella.
– ¿Recuerdas cómo me rompiste el corazón? -preguntó Jane indecisa, pero Lyall sólo negó con la cabeza.
– Te lo rompiste tú misma. No tuvo nada que ver conmigo.
– No, no tuvo nada que ver contigo -declaró con amargura-. Tú simplemente te marchaste, y nunca volviste.
– Sí volví -exclamó.
– ¿Volviste? ¿Cuándo?
– Unos meses después. Mi padre murió de repente y volví para arreglar las cosas y vender la granja. Había pensado las cosas y pensé que tú también habrías pensado, así que fui a Penbury para verte y tratar de explicarte, pero tu padre me dijo que te habías marchado fuera a estudiar jardinería, y que no querías volver a verme -se encogió de hombros-. Me imagino que podía haber convencido a tu padre, pero tú me habrías dicho más o menos lo mismo. Así que pensé que era mejor que siguiéramos cada uno nuestra vida.
– No me dijo nada -declaró Jane, mirándose las manos y pensando en todos aquellos días en los que había pensado que Lyall no había hecho ningún esfuerzo por hablar con ella. Cuando miró a Lyall, sus ojos estaban muy oscuros-. Tenía que habérmelo dicho.
El sentimiento de oportunidades perdidas impregnó la atmósfera entre ellos mientras se miraron a los ojos, y sólo se rompió la tensión con la llegada del camarero llevando los platos. Jane no tenía hambre, pero se quedó tan aliviada con la interrupción, que tomó su cuchillo y su tenedor rápidamente, intentando mostrarse alegre con la llegada de los platos. Pero, en el fondo, seguía pensando en que su padre no la había dicho lo que más le hubiera gustado escuchar.
– Tú padre lo haría probablemente con la mejor intención. Yo no le gustaba más de lo que él me gustaba a mí, y me imagino que intentaba protegerte. ¿Y quién no nos dice que fuera lo más acertado?
– No estoy diciendo eso -replicó Jane, alzando la barbilla. ¡Lo que menos quería es que Lyall pensara que ella lo sentía!-. Creo que los dos pensamos que ha sido para bien.
Los ojos azules la miraron con ironía.
– ¿De verdad?
– Por supuesto -dijo, complacida de la frialdad y serenidad que había conseguido demostrar-. Hubiera sido un error terrible si me hubiera ido contigo. Tú nunca habrías ido a los Estados Unidos ni habrías tenido tanto éxito en Multiplex, y yo no hubiera hecho lo que quería hacer.
– Tú no estás haciendo lo que quieres -señaló Lyall con franqueza-. Tú querías dedicarte a la jardinería, y en lugar de ello estás ocupándote de una empresa.
– Estoy viviendo de la manera que quiero -dijo Jane con una mirada fría.
– ¿Sí? ¿O estás viviendo de la manera en que tu padre quería? Él quería que te quedaras en Penbury y dirigieras la empresa.
– Por muy extraño que te parezca, me gustaba vivir en Penbury -dijo-. Me gusta tener raíces, me gusta tener un jardín y tener amigos cerca. No tendría ninguna de esas cosas si me hubiera ido contigo. Tú siempre habrías querido cambiarte, ir a otro lugar, intentar algo nuevo, y después de un tiempo, también habrías querido una chica nueva. Los compromisos nunca te gustaron.
– Me he comprometido con Multiplex. No puedes pedirme un compromiso más grande.
– Me refiero a algo personal -dijo Jane, jugando con un trozo de salmón ahumado.
– Tampoco me parece que tú te comprometas con nada especialmente -dijo Lyall con una voz cortante-. Si tanto lo necesitas, ¿por qué no te casas con tu abogado? Por la manera en que te miraba la otra noche en el pub, lo conseguirías inmediatamente.
– Probablemente -dijo con desafío.
– ¿O es que tú no te atreves? Y él tiene que esperar hasta que te decidas.
– El matrimonio es un gran paso. Es inteligente esperar hasta que estés segura.
– Tú lo llamas inteligencia, yo lo llamo cobardía. Tú lo amas o no lo amas, si lo amas te lanzas y te casas en lugar de esperar a ver si viene alguien mejor.
– ¿Por qué de repente eres tan aficionado al matrimonio? -preguntó Jane, suspicaz-. Tú no piensas así, ¿no?
– Yo sólo quiero que hagas lo que predicas, pero nunca lo haces. Tú hablas mucho de sensatez, pero es una excusa para no comprometerte con nada. Tú no estas es posición de hablarme sobre compromisos, Jane, por lo menos soy sincero con lo que quiero, y eso es más de lo que tú puedes decir.
– ¡Ser sincero con las cosas que quieres es otra manera de admitir que eres un egoísta!
– Quizá -admitió Lyall inesperadamente-. El éxito de Multiplex significa para mí que puedo ir a donde quiero, cuando quiero, no estoy preparado para aceptar otra cosa. Cualquier mujer que quiera estar conmigo tiene que aceptarlo. No ofrezco matrimonio, yo la ofreceré un tiempo maravilloso mientras estemos juntos. ¡Creo que es más sincero que ser sensato, y más divertido! ¿Te diviertes mucho con tu abogado?
No mucho. Alan era un buen hombre, un hombre amable, pero no era muy divertido. No la hacía reír de la manera que Lyall solía hacer. No hacía que su corazón palpitara sólo por entrar en una habitación, no la enfadaba ni la ponía furiosa y el mundo no parecía tan brillante ni lleno de posibilidades cuando él estaba cerca. Pero estaba a salvo, se recordó Jane con desesperación. Se podía confiar en él. Nunca rompería su corazón de la manera que Lyall lo había hecho.
Y nunca lo amaría de la manera en que había amado a Lyall.
– A veces divertirse no es suficiente -aclaró Jane.
Capítulo 5
– Fue divertido, ¿verdad, Jane? -al otro lado de la mesa, los ojos de Lyall estaban completamente azules, y Jane tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse arrastrar por los recuerdos, por los tiempos en que la risa y el amor, y las caricias de sus manos habían sido lo único que importaba. Era fácil recordar todo aquello y olvidar que, al final, todo había sido una ilusión.
Jane apartó los ojos de Lyall y tomó su copa con una mano temblorosa.
– Creía que íbamos a dejar el pasado.
– No es fácil, ¿no?
No, no era fácil. Era bastante difícil.
– Creo que podríamos intentarlo aun así -sugirió Jane-. No hay por qué seguir hablando del pasado.
Lyall se acomodó en la silla y la miró fijamente.
– Muy bien, ¿de qué quieres que hablemos?
La mente de Jane se quedó en blanco. ¿De qué podían hablar que no les condujera directamente al verano que habían compartido?
– Dime cómo empezaste con la compañía -sugirió, después de una pausa larga.
Lyall la miró con ironía, pero para su alivio, pareció feliz de seguir lo que ella marcaba, y contarle cómo en diez años había convertido una pequeña fábrica de material electrónico, en una multinacional que fabricaba desde material para comunicaciones vía satélite, hasta lo último en medicina, pasando por las herramientas sencillas que hacían la vida más cómoda y sencilla para un ama de casa.
– Nuestro interés está enfocado en América y Europa -terminó-, pero tenemos sucursales por todo el mundo, y en estos momentos estoy intentando tratar con los japoneses para consolidar nuestra posición en el este.
Era una historia sorprendente, pero Jane no iba a expresar sus sentimientos. Al parecer, Lyall había andado un largo camino desde que había dejado Penbury.
– Parece que te dedicas todo el tiempo a viajar -comentó con una voz indiferente-. ¿Tienes un hogar?
– Tengo varios -dijo con ironía-. No me gustan los hoteles, así que Multiplex posee una serie de apartamentos por todo el mundo que utilizo cuando viajo.
– Tener un apartamento no es lo mismo que tener un hogar.
– La idea de hogar no me interesa mucho. Tuve una casa los primeros diecisiete años de mi vida y nunca me acuerdo de ella. Creo que la mayor parte del tiempo la paso en el apartamento de Londres, pero la verdad es que es donde voy a dormir. No quiero estar atado a un lugar más de lo que puedo estar atado a una persona.
– En ese caso, me sorprende que quieras tener un apartamento en Penbury Manor -exclamó Jane, preguntándose qué diferencia habría con la granja donde había crecido. Jane deseó en esos momentos saber algo más de su familia, deseó haber preguntado.
– Tengo que estar en algún lugar cuando venga -apuntó-. Y no hay por qué comprar otra propiedad que sólo usaría cuando viniera a visitar la mansión.
– Me imagino que no -el dedo de Jane se deslizó por el borde de la copa.
– Pareces muy triste, Jane -dijo Lyall, y ella dio un suspiro profundo.
– Sólo estaba pensando en Penbury Manor y cómo va a cambiar. ¡Si fuera mía no lo convertiría en un centro de conferencias!
– Me imagino que echarías a todo el mundo y pasarías todo el tiempo en el jardín -dijo de manera cortante. Jane se rió de forma extraña.
– Me imagino que sería un gasto enorme -admitió con un suspiro-. Lo que una casa necesita en realidad, es una familia que viva en ella -Jane habló sin pensar realmente en lo que decía, pero cuando alzó la vista y miró a Lyall, vio que la observaba de una manera que, sin saber por qué, la hizo ruborizarse.
– No tengo una familia, pero te gustará saber que he pensado algo para el jardín de rosas.
Jane lo miró fijamente, todavía con las mejillas rojas.
– ¿El jardín de rosas?
– El jardín de rosas que tanto te preocupaba el primer día que nos vimos -explicó con paciencia-. Tú estabas furiosa con la idea de que se construyera un laboratorio, ¿te acuerdas?
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