– ¿Y qué has pensado?
– Si no hubieras salido de la reunión esta mañana, habrías oído que voy a construir el laboratorio en otro sitio, y el jardín se quedará igual.
– ¿Vas a conservar el jardín? -preguntó con incredulidad.
– No pareces muy complacida -se quejó Lyall-. Creí que estarías encantada.
– Estoy… sorprendida, eso es todo. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
– Creo que no era el lugar adecuado -explicó brevemente, pero la manera en que la miró a los ojos le hizo pensar que lo había hecho para complacerla.
– Gracias -dijo Jane.
Hubo una pausa tensa y se miraron sonrientes, hasta que la sonrisa fue desapareciendo de sus labios. Jane sentía como si estuvieran aislados en un círculo de silencio, separados de todo el ruido del restaurante. Quería mirar a otra parte, pero no podía. No podía moverse, no podía hablar, no podía recordar lo mucho que la había hecho sufrir. Lo único que podía hacer era mirar a sus ojos azul oscuro y recordar lo que había sentido cuando la había besado.
Una vez que se dejó arrastrar por el recuerdo, fue imposible olvidarlo. Sin saber cómo, Jane siguió charlando durante la comida, pero después no podía recordar nada de lo que habían hablado. Estaba demasiado atenta a la presencia de Lyall, de sus dedos jugando con la copa, de su boca; de cómo su corazón palpitaba, y de la conversación educada que se cortaba cuando sus ojos se encontraban.
Las rosas no significaban nada para Lyall. ¿Cuántas veces la había acusado de tratar a las plantas mejor que a los humanos?
– Te gustan las plantas porque con ellas sabes en qué posición estás -solía decir-. No pueden levantarse y caminar porque están pegadas al suelo, como a ti te gustaría estar.
¿Había cambiado el jardín de rosas por ella, o lo había hecho en realidad porque era un lugar inadecuado para el laboratorio? Jane se sintió confusa, desconcertada. Quería convencerse a sí misma de que no importaba, pero siempre que lo pensaba y miraba la boca de Lyall su corazón daba un vuelco.
Terminaron de comer y volvieron caminando hacia el coche. Era una noche cálida de verano, y el cielo tenía un color azul profundo, sin ser todavía oscuro. Las luces del restaurante se reflejaban en el río, y de las ventanas abiertas salía un murmullo de voces y risas. Jane sentía con angustia la presencia de Lyall a su lado. La camisa blanca que llevaba contrastaba con la chaqueta negra, y esa luz parecía darle solidez. Lo miró de reojo y tuvo de repente una necesidad terrible de tocarlo, de sentir la fuerza de los músculos que la chaqueta tapaba, de acariciar la piel suave que tan bien recordaba.
Jane se abrazó a sí misma para mitigar la fuerza de su deseo, como si tuviera miedo de que sus manos fueran capaces de moverse por sí solas. No podía evitar pensar la última vez que habían hecho el amor en el bosque. El cuerpo de Lyall era fuerte y cálido. Y ella se había dejado envolver por él, amando la sensación de tenerlo, su sabor mientras exploraba su cuerpo con manos seguras.
El recuerdo hizo estremecer a Jane y Lyall se dio cuenta.
– ¿Tienes frío?
– Un poco -era una buena excusa, a pesar del calor de la noche y el fuego que sentía en su interior.
Volvieron hacia Penbury en silencio. Jane entrelazó las manos y las colocó en el regazo. Buscó impacientemente algo qué decir, pero su mente rechazó funcionar como ella ordenaba, y seguía recordando la boca de Lyall, el calor de sus besos y la dureza de su cuerpo. Miró a Lyall, era imposible adivinar lo que estaba pensando. Su cara tenía una expresión preocupada, y aunque intentaba concentrarse en la carretera, continuamente la miraba.
Jane nunca se había sentido tan aliviada de ver la señal de Penbury. Lyall paró el coche, y un segundo después Jane salió hacia la verja, dándose la vuelta y mirando a Lyall una vez que la hubo cerrado.
– Gracias por la comida -dijo, dándose cuenta de que su voz había sonado demasiado alta.
– Me alegro de que te haya gustado -dijo Lyall, intentando contestar con la misma formalidad. Era difícil leer la expresión de su cara en la oscuridad, aunque estaban muy cerca, pero Jane estaba casi segura de escuchar un matiz peligrosamente burlón en su voz.
– Bueno… buenas noches -acertó Jane a decir, y dio un paso retrocediendo, pero Lyall la agarró por la cintura con una mano. Con la otra la acarició la cara.
– Buenas noches, Jane -dijo suavemente, e inclinó la cabeza para aprisionar los labios de ella con los suyos.
Su beso fue cálido, seductor y demasiado persuasivo como para seguir resistiendo, y Jane se apretó contra él por un segundo antes de que su mente la hiciera reaccionar, y empujara a Lyall, apartándose de la sensación placentera.
Lyall la dejó apartarse suavemente. Las manos de Jane temblaron dentro de su bolso mientras buscaba las llaves. «Tranquila. No dejes que se entere lo que has estado pensando todo el camino de vuelta a casa. No dejes que se dé cuenta lo mucho que deseas que te abrace».
– ¿Vas a besar a todos los contratistas después de llevarlos a cenar? -preguntó tan tranquila como pudo.
La sonrisa de Lyall brilló en la oscuridad.
– No, a menos que tengan una piel suave como la seda y los ojos grises más claros del mundo -dijo, y se volvió despacio hacia su coche-. Buenas noches, Jane -le dijo de nuevo, hablándole apoyado en su coche-. Nos volveremos a ver.
Querida Jane:
¡Buenas noticias! Carmelita y yo nos hemos casado la semana pasada. Sé que te alegrará. Todo es perfecto aquí, ¿pero podrías mandarme más dinero? ¡La vida de casados es bastante cara!
Con cariño: Kit.
Jane leyó la postal por quinta vez antes de dejarla en la mesa con un suspiro. ¡Su hermano pequeño casado! Ella tenía once años cuando su madre murió, Kit tenía seis años menos, y ella había cumplido el papel de madre para él. Había hecho su cama, preparado su desayuno, limpiado su ropa. Más tarde, Kit siempre la buscaba cuando estaba mal de dinero, o quería que lo llevaran a algún sitio por la noche. Era encantador sin proponérselo, y buscaba continuamente sensaciones nuevas, de manera que alguna vez le había recordado a Lyall; y había sido comprensiva con las chicas que solían llamar a su puerta preguntando por qué Kit había desaparecido sin despedirse.
En esos momentos parecía que Kit había sentado la cabeza por fin, como su padre había querido siempre. Kit había mencionado a Carmelita un par de veces en otras postales, pero no había dado señales de que la relación fuera más en serio que otras.
Jane no podía sentirse dolida, pensaba mientras conducía hacia Penbury Manor para ver los progresos en el trabajo. Era típico de él que no le hubiera escrito contándole anticipadamente que se iba a casar, y que le escribiera después, aprovechando para pedirle dinero. Kit creía que Makepeace and Son eran su banco personal, y nunca intentó saber de dónde salía el dinero. Jane había intentado explicar algunas cosas sobre préstamos, créditos y otros problemas, cuando volvían del funeral de su padre, pero no había hecho ningún caso. Kit sabía que podía confiar en su hermana mayor. Ella nunca lo había abandonado.
Así que tendría que buscar algo de dinero, pensó Jane, ciega por una vez a la belleza del paisaje. Su padre le habría dado algo por haberse casado. Quizá podría obtener un préstamo, ya que tenía el contrato de Penbury Manor. Llevaban trabajando tres semanas y no les pagarían hasta mucho más tarde.
Aparcó la furgoneta y todo el problema se desvaneció al ver el coche de Lyall aparcado. A su lado estaba el coche elegante de Dimity.
El corazón de Jane comenzó a latir con violencia y tuvo que tomar aliento antes de salir de la furgoneta. No había vuelto a ver a Lyall desde la noche en que habían ido a cenar. Así que tenía que estar contenta, claro, pero le había molestado haber estado buscándolo por las calles, sin saber nunca cuándo podía aparecer. No es que quisiera verlo, ¡claro que no!, pero era menos inquietante si lo veía cuando esperaba. Además, era típico de Lyall besarla y a continuación desaparecer, dejándola en la duda de si había sido en realidad una cena de negocios. También era típico de él reaparecer justo cuando ella se había relajado porque él parecía haberse marchado.
Jane pisó el camino de grava pensando en que por lo menos su coche la había avisado de su presencia. Tendría oportunidad de mostrarle lo indiferente que le había dejado aquel beso de buenas noches. ¡Si supiera que había estado las tres semanas siguientes esperando que la llamara…!
Vio a Lyall y a Dimity nada más entrar en el vestíbulo. Estaban juntos sentados cerca de la biblioteca, mirando libros de telas, tan concentrados que no se dieron cuenta de la presencia de Jane. Dimity se tocaba el pelo y se reía, y Lyall la miraba sonriente.
El corazón de Jane sintió un frío repentino. Dándose la vuelta, se dirigió a la planta de arriba para buscar a Ray, que estaba trabajando como capataz en la obra. ¿Qué pasaba si Lyall sonreía a otras chicas? A ella no le importaba. La había llevado a cenar y se lo había pasado bien, pero estaba claro que también se entretenía con Dimity durante su estancia.
Muy bien, así se apartaría de ella.
Jane encontró a Ryan en el baño que Lyall quería arreglar temporalmente hasta que la casa estuviera terminada. Estuvieron discutiendo un rato si cambiar las tuberías o arreglar las viejas.
– Será mejor que preguntemos al señor Harding -dijo Jane, mirando pensativamente las tuberías. Había esperado salir sin tener que hablar con Lyall.
– ¿Preguntarme el qué?
Jane y Ray se volvieron y vieron a Lyall apoyado en la entrada. Iba vestido de manera informal: chaqueta de lino, y unos cómodos pantalones donde tenía las manos metidas. Jane se alegró de haberlo visto hacia un rato, porque en esos momentos lo miró con fría indiferencia, o por lo menos eso intentó.
– Nos estábamos preguntando qué querrías hacer con toda la fontanería -explicó Jane.
– ¿Cuál es el problema? -preguntó mirando a Ray. Aquél le contestó y Lyall escuchó atentamente-. Tú eres el experto -le dijo-. ¿Qué me recomiendas?
– Yo lo quitaría todo -dijo Ray sin vacilar.
– Pues decisión tomada. No hace falta que me preguntes.
– Has cambiado de opinión, ¿no? -dijo Jane con una mirada agria-. Creí que querías intervenir en todas las decisiones de la restauración.
– Eso no quiere decir que tengas que preguntarme todos los detalles. Sólo quiero saber lo que se va haciendo -dijo mientras caminaba con Jane por el pasillo-. ¿Qué te parece si comemos juntos?
– Estoy ocupada -dijo sin pararse.
Lyall suspiró profundamente, pero habló con un matiz divertido.
– ¿No has oído hablar de lo que es ser un relaciones públicas? Pensaba que, como era tu cliente más importante, ibas a ser amable conmigo.
– He sido amable contigo, hasta hemos salido a cenar juntos.
– Eso fue hace mucho tiempo.
– ¿Y qué? ¡No se dice en el contrato nada de un servicio continuo de acompañante!
– No, pero creía que habías entendido el principio de no ser descortés con tu cliente si podías evitarlo -contestó tranquilamente.
Jane se paró bruscamente con los ojos brillantes por la rabia.
– ¿Me estás diciendo que la renovación del contrato depende de si estoy sometida a tu voluntad?
– No, Jane. Sólo es una manera de sugerirte que discutamos sobre cómo va el trabajo comiendo, como dos personas civilizadas.
– ¿Otra de tus comidas de negocios? -preguntó Jane con acritud.
– ¿Por qué no?
– ¡Me prometiste que la cena de hace tres semanas iba a ser únicamente profesional, y mira lo que pasó!
– Cenamos y luego te llevé a casa. ¿Hubieras preferido tomar un taxi? -contestó con un brillo en los ojos.
– Habría preferido que no me hubieras besado -dijo Jane con una mirada glacial.
– ¿Si prometo no volver a besarte comerás conmigo? -continuó Lyall, evidentemente más divertido que perturbado por la hostilidad de Jane. Sus labios esbozaron aquella sonrisa que siempre usaba para obtener lo que quería. Hubo un tiempo en que la resistencia de Jane a las ideas más absurdas de Lyall había sucumbido a esa sonrisa, pero en esos momentos no soportaba esa seguridad. Le recordó demasiado a Kit, cuyo anuncio de boda la había dolido más de lo que estaba dispuesta a admitir. Estaba cansada de hombres, los hombres que daban por supuesto que conseguirían cualquier cosa de ella por una simple sonrisa.
– Tengo muchas cosas que hacer -terminó Jane, empezando a subir las escaleras que llevaban al piso superior-. Si quieres saber cómo van las cosas, te sugiero que leas el artículo que te mando a tu despacho semanalmente. No hace falta una comida para decirte que todo va según lo planeado.
"Una chica prudente" отзывы
Отзывы читателей о книге "Una chica prudente". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Una chica prudente" друзьям в соцсетях.