– Bueno, sólo era una idea -dijo Lyall con voz indiferente-. Pero si estás tan ocupada, por lo menos podrías darme algún consejo profesional.

Jane se paró en el primer escalón.

– ¿Sobre qué? -preguntó con suspicacia.

– Dimity quiere empezar a pensar ya en la decoración. Estaría bien que tú pudieras venir también, para pensar en cosas que sean posibles.

– Eso es trabajo del arquitecto -dijo Jane.

– Lo sé, pero acabo de recibir un mensaje de Michael White de que no podía venir. Y era demasiado tarde para hacer que Dimity no viniera, así que Michael sugirió que nos dijeras qué era fácil de hacer y qué no lo era. Por eso quería hablar contigo.

– Ah -dijo, ¿por qué no se lo había dicho antes de nada? Estuvo tentada de rechazar… Lyall era capaz de proyectar cosas imposibles, aun así, pero le pareció que no podía negarse de nuevo-. De acuerdo. Iré al tejado a ver si los hombres necesitan algo, y luego bajaré a verlo.

– No tardes mucho -sugirió Lyall, con una inconfundible nota de aviso bajo su buen humor. Jane podía entretenerse deliberadamente con los trabajadores, pero no podía arriesgarse de nuevo a perder el contrato, así que enseguida bajó.

Los encontró en una de las salas. Dimity estaba guapísima, llevaba una falda de flores y una camiseta de encaje que hubiera quedado ridícula en otra persona. A su lado, Jane se sentía torpe y fea, con sus pantalones de rayas y la camiseta azul oscura recatada que solía llevar en las visitas de trabajo.

Dimity no se puso muy contenta cuando supo que Jane iba a acompañarlos, pero sonrió cuando Lyall explicó el motivo.

– Sería maravilloso ser tan práctica -replicó Dimity-. Yo lo siento, pero no sirvo para eso. Una vez que tengo una idea de cómo va a ser, se me olvidan cosas como las tuberías o los puntos de luz.

Una vez que hubo reducido a Jane a la categoría de fontanera, Dimity sonrió dulcemente y miró a Lyall para dirigirse al ala oeste de la mansión. Jane los siguió por toda la casa, mientras Dimity daba exclamaciones de horror al examinar las habitaciones húmedas y descuidadas.

– ¿Puedes sentir los fantasmas? -gritó a Lyall-. Estoy muy excitada con el proyecto de convertir ese maravilloso y viejo lugar en algo vivo -miró a Jane bajo sus pestañas increíblemente largas, mientras Jane pensaba lo tranquila y serena que era la mansión cuando la señorita Partridge vivía allí-. Jane es increíble, ¿verdad, Lyall? -dijo cínicamente-. Me gustaría ser tan fría como ella.

Lyall había estado observando también a Jane, con una expresión inescrutable.

– Increíble, sí -admitió.

Jane metió las manos en los bolsillos y levantó la barbilla. Evidentemente pensaban que era una persona práctica y nada creativa como para apreciar la belleza o el romanticismo. ¡Así la veían ellos, pero no era así!

– Me imagino esto en una armonía de azules y verdes -decía Dimity con entusiasmo, abriendo una puerta que conducía a lo que se había llamado Habitación Roja debido al papel de la pared, ahora estropeado y desteñido.

– ¿Qué ves, Jane? -preguntó Lyall, divirtiéndose con el contraste de las dos mujeres.

– Manchas de humedad, un radiador roto y un suelo de madera podrido. Será mejor que eliminemos todo eso antes de comenzar con la armonía.

Dimity pareció complacida de que se confirmara lo poco romántica y práctica que Jane era.

– Creía que sabías más de jardines que de edificios.

– Así es, pero no hace falta ser un genio para saber lo que hay que hacer aquí. Es tan evidente que pensé que se le podía ocurrir incluso a Dimity -sabía que estaba siendo grosera, pero no le importó. No sabía por qué iba a tener que darles diversión gratis a ambos.

Dimity miró hacia atrás, y se puso seria al descubrir que Lyall no la seguía, que por el contrario, se había quedado hablando con Jane.

– Creo que podríamos hacer aquí un baño añadido -dijo con firmeza, para reclamar la atención de Lyall-. También en azules y verdes, por su puesto… y un tema marino.

– Hummm -Lyall no pareció muy convencido. Arqueó una ceja y miró a Jane-. ¿Qué opinas?

Jane estaba encantada.

– Es una idea ridícula. Primero, es un muro de carga, así que no puedes quitarlo. Segundo, incluso aunque no fuera, habría que poner otra ventana, lo cual no es nada adecuado. Y tercero, no estamos cerca del mar, y la idea de poner un tema marino resultaría afectada y estúpida.

La expresión dulce de Dimity se congeló ante el inesperado contra ataque, pero se recuperó inmediatamente.

– Oh, Jane, eres muy cruel -dijo haciendo una mueca mimosa-. ¿Por qué tienes que ser tan realista? ¡Tenías que haber nacido hombre! ¡Has arruinado todos mis planes!

– Creí que para eso estaba -contestó fríamente Jane, y se volvió hacia Lyall-. ¿No es así?

– Es una de las razones -admitió el hombre, con los ojos brillantes por la diversión. Jane frunció el ceño, ¿era tan gracioso?

– ¿Seguimos entonces? -agregó Jane, dirigiéndose a la puerta-. No tengo tiempo para estar todo el día aquí.

La última habitación que examinaron era la que Lyall quería convertir en apartamento personal. Jane caminó hacia la ventana y dobló los brazos impaciente, mientras Dimity daba vueltas en ella, haciendo algunos comentarios tan evidentes que Lyall podría haberse dado cuenta él mismo.

– Ésta la veo como una habitación varonil, para que se adecue a tu personalidad -declaró, mirando a Lyall-. Creo que debería ser oscura y dramática. Quedaría bien la terracota roja, hasta puedo mostrarse exactamente los colores que tengo en la mente -siguió Dimity. A continuación salió a buscar uno de los muestrarios que habían dejado en la biblioteca. Lyall se acercó a Jane.

– ¿Alguna objeción a lo de oscuro y dramático?

Jane miró hacia las flores del jardín magnífico, en esos momentos tan necesitados de un arreglo, y trató de no dejarse impresionar por la cercanía de Lyall. Se había echado hacia delante, apoyando las manos en el antepecho de la ventana. Jane veía las manos de reojo, y no pudo evitar examinarlas, como si fuera la primera vez que las veía. Los dedos eran largos y limpios, las uñas bien cortadas. Luego miró su cara. Alrededor de los ojos había arrugas de reírse, pero la expresión risueña quedaba anulada por la firmeza de la mandíbula y la línea casi cruel de su boca. La boca de Jane se secó al mirarla, y fue atrapada de improviso cuando de repente Lyall volvió la cabeza y se encontró con los ojos claros de ella.

Se quedaron mirándose unos segundos, Jane tenía una expresión preocupada y triste, Lyall estaba serio.

– ¿Qué pasa? -preguntó Lyall con una sonrisa.

«¿Qué pasa?», Jane pensó en la pregunta, y apartó los ojos con calma, esperando que Lyall no notara el rubor de sus mejillas.

– Creo que esta habitación da al este -acertó a decir, maravillándose de la firmeza de su voz-. Sería una pena perder el sol de la mañana convirtiéndola en un lugar oscuro.

– Es un buen comentario. Sería fácil comprobarlo. ¿Dónde está ahora el sol? -preguntó, y antes de que Jane pudiera protestar, Lyall salió por la ventana y se subió en el tejado que había sobre ellos.

Jane agarró la chaqueta sin pensar en lo que hacía.

– ¡No hagas eso! -gritó.

– ¿Qué hay de malo? -dijo, mirando la mano de Jane que tenía sujeta la chaqueta-. ¡No me digas que te preocupas por mí! -exclamó con suavidad.

Las mejillas de Jane enrojecieron violentamente y apartó bruscamente la mano de la chaqueta.

– Te podías haber caído -murmuró-. Es estúpido arriesgarse a tener un accidente para descubrir algo que podemos descubrir mirando los planos -dijo Jane, angustiada por haberle agarrado como si fuera una amante desesperada.

– Soy una persona impaciente, como tú sabes muy bien, Jane. He aprendido hace tiempo que no consigues nada de la vida a menos que estés preparado para tomar riesgos. Ésa es una lección que tú no sabes, ¿a que no?

Capítulo 6

Los ojos de Jane eran francos y directos.

– Nunca he creído en los riesgos por el sólo hecho de vivirlos -admitió-. ¿Es tan importante descubrir ahora mismo si la habitación da al este?

– ¿Por qué no? No había ninguna posibilidad de que me cayera, y he descubierto que efectivamente está orientada hacia el este, así que puedes decirme cómo piensas que tengo que decorarla.

– Eso es asunto tuyo -acertó a decir Jane, confusa por la mirada sonriente de Lyall-. Se supone que eres un hombre de negocios y debes estar acostumbrado a tomar decisiones.

– Y lo estoy, pero a diferencia de ti, siempre estoy preparado para escuchar un buen consejo. Así que vamos, Jane. Me da la impresión que eres una buena constructora, pero sé que no eres tan práctica como te gusta aparentar. Dime realmente lo que piensas.

Jane suspiró profundamente, luego se dio la vuelta y observó la habitación cuidadosamente, admirando sus proporciones elegantes. Incluso llena de polvo y desordenada, seguía siendo una habitación acogedora. La chimenea, extrañamente adornada con líneas curvas, añadían encanto. Era el tipo de habitación de la que nunca podrías cansarte, pensó.

– Creo que es una habitación encantadora donde despertarse -dijo finalmente, inquieta al pensar lo que sería dormir allí en una cama grande, o extenderse perezosamente a la luz del sol de la mañana, abriendo los ojos para ver unos ojos azules sonrientes, moviéndose para tocar un cuerpo fuerte…

– ¿Pero sería el tipo de dormitorio donde te gustaría dormir? -murmuró Lyall, como si hubiera podido leer sus pensamientos, y Jane retrocedió bruscamente.

– Tendrías que preguntar eso a Dimity, no a mí -contestó secamente, sintiendo alivio por ver que la otra chica llegaba con un muestrario en la mano disculpándose por haber tardado tanto.

– ¿Qué tienes que preguntarme a mí?

La mirada cálida de Lyall miró pensativamente unos segundos a Jane, luego se volvió hacia Dimity.

– ¿Por qué no te lo explico comiendo? -sugirió con suavidad-. Sé que Jane tiene prisa por marcharse, pero tú estás libre, ¿verdad, Dimity?

– Claro que sí -dijo con un suspiro, dejando el catálogo-. ¡Me encantaría! Dame un segundo para que vaya a por mi bolso.

Dimity salió corriendo excitada. Jane no habría admitido por nada del mundo el sentimiento de tristeza que la invadió al darse cuenta de a que Lyall le daba igual qué chica llevar a comer. Lyall se quedó con las manos en los bolsillos mirando al pasillo, esperando a que Dimity volviera. Cuando se oyeron los pasos miró a Jane.

– No trabajes mucho -dijo, y se fue hacia Dimity, dejando a Jane sola y triste en medio de la habitación.

Los oyó hablar y reírse y quiso hacer tiempo para no seguirlos, así que se dirigió a la ventana, en el momento en que Lyall ayudaba educadamente a entrar a Dimity en el coche.

Se tenía que sentir satisfecha de que él estuviera tan preparado para aceptar su negativa, se dijo Jane, mirando los gestos de gratitud exagerados de Dimity. El problema era que no se sentía nada contenta. Se sentía triste y extraña, y hambrienta.

A pesar de lo que había dicho a Lyall, no tenía nada que hacer allí. Ninguno de los hombres necesitaba nada y pararían en cualquier momento a comer. Jane no solía comer nada a mediodía, pero aquel día parecía que todo el mundo iba a comer menos ella. Jane vio salir el coche y bajó las escaleras para recoger su vieja furgoneta. Tomaría un sándwich antes de volver a su despacho de Starbridge.

El proyecto la hizo sentirse todavía peor, así que paró impulsivamente en el despacho de Alan. Estuvo encantado de verla, pero sorprendido de la sugerencia de salir a comer.

– ¡Creía que no te gustaba comer a mediodía!

– Normalmente no lo hago, pero… pasaba por aquí y pensé que sería agradable un cambio.

Alan odiaba las decisiones espontáneas, pero cerró los informes que había estado examinando y la tomó por los brazos. A pesar de las protestas de Jane, insistió en llevarla al Hotel del pueblo.

El edificio tenía una fachada impresionante y un aire de grandeza que siempre había intimidado a Jane. Así que se alegró cuando Alan la condujo a uno de los restaurantes que había en el edificio, uno informal de estilo francés.

– Tenemos que hacer esto más a menudo -dijo Alan, cuando tomaron asiento-. Ahora que sé que puedes descansar un rato al mediodía, puedo verte sin tener que ir hasta Penbury.

El corazón de Jane dio un vuelco. Le gustaba Alan, pero no estaba muy segura de lo que sentía, y no quería animarlo sólo porque Lyall la ponía nerviosa.

– Hoy es una excepción -le recordó con firmeza.

– En ese caso, intentaré ser una buena compañía -dijo Alan, con una elaborada galantería pasada de moda, pero típica de él. Ser una buena compañía significó comenzar a explicarle una serie de detalles sobre un problema de contabilidad de su compañía, de manera que Jane se puso a mirar distraídamente hacia las demás personas que había allí, asintiendo de vez en cuando con la cabeza.