– Y Dimity fue corriendo a decírtelo, ¿no? -preguntó con una mirada cortante, pero Lyall se encogió de hombros.
– ¿Es verdad?
– ¿Por qué te sorprendes tanto? Tú eras el que quería demostrarme que no me casaba porque me daba miedo. Tú eras el que quería que diera el paso.
– Sólo si lo amas.
– ¿Y qué te hace pensar que no es así?
– Porque te observé en la comida el otro día. Estabas aburrida, y no me sorprende. Puedes decirme que te gusta lo amable que es, pero el hombre es un pedante, y lo sabes, Jane. Tú no lo amas. Probablemente desearías amarlo, pero no es así.
– ¡Es así! -mintió.
– No es verdad -repitió Lyall inexorablemente-. Y afirmo además que fuiste aquel día a buscarlo sólo porque yo invité a Dimity a comer.
¡El descaro del hombre era increíble! Jane estaba tan enfadada que ni siquiera pensaba que él tenía razón.
– ¿Tú crees que me importas algo tú o con quién salgas? -preguntó furiosa-. ¡No me hubiera importado que Dimity y tú os hubierais desnudado y os hubierais montado una orgía en medio del Hotel Starbridge!
– Creo que sí, Jane -murmuró Lyall suavemente, y de repente se acercó a ella-. Creo que tú recuerdas el pasado tan bien como yo.
– No -dijo, retrocediendo hasta chocar contra un árbol.
– Sí. Siempre hubo algo entre nosotros, y ahora también lo hay.
– No -insistió, negando desesperadamente con la cabeza-. No hay nada ahora. Nada.
Hubo un silencio sepulcral cuando los ojos grises miraron dentro de los ojos azules. Lyall no la creía, era evidente. Sabía que estaba mintiendo.
– ¿Recuerdas este lugar, Jane? -preguntó de repente.
– No -volvió a mentir, el corazón le latía a toda velocidad.
– Yo sí. Lo recuerdo bien: quedamos aquí y yo llegué tarde, tú estabas debajo de ese árbol, justo donde estás ahora -Jane intentó apartarse, pero él no la dejó-. Tú estabas ahí y me sonreíste.
– ¿Sí?
– Llevabas vaqueros y una camisa blanca lisa, y el sol se filtraba a través de las hojas y te caía en la cara, como ahora -la voz de Lyall era profunda y tranquila, como una brisa suave en la piel-. Yo había querido hacerte el amor desde que te vi aquel día en la bicicleta, pero tú me advertiste, ¿te acuerdas? Tú eras una chica buena, y las chicas buenas no se mezclaban con los chicos como yo. Tuve que esforzarme mucho, ¿a que sí? Tú eras un desafío, y nunca he podido evitar los desafíos. Y tú eras diferente a todas las chicas. Tú eras fría y hermosa, con los ojos más claros que había visto nunca, y cuando aquél día me sonreíste, supe que eras mía.
Las piernas de Jane se doblaron y tuvo que apoyarse contra el árbol. Pudo sentir la textura rugosa en su espalda, y clavó los dedos en ella para buscar apoyo. La voz de Lyall se metía dentro de ella, y hacía rememorar los recuerdos. Tenía deseos de gritar, de empujarlo, pero estaba transfigurada, hechizada por el pasado y por su presencia.
– ¿Te acuerdas de lo que pasó a continuación, Jane? -continuó Lyall con una voz cada vez más profunda. Jane no podía hablar, y sólo negó con la cabeza.
– Creo que sí lo recuerdas. Creo que te acuerdas de cómo pensaste que había llegado el momento, de la misma manera que yo lo pensé. No tuve que decir nada. Sólo me acerqué a ti y me quedé como estoy ahora. Nos miramos a los ojos, ¿te acuerdas, Jane? Y luego, muy despacio, te desabroché los botones de la camisa -Lyall levantó las manos y comenzó a desabrochar los botones de la camisa azul pálido que llevaba. Lo hizo despacio, igual que lo había hecho en el pasado.
Jane cerró los ojos para apartar de sí la avalancha de recuerdos.
– No me hagas esto, Lyall -susurró, pero no pudo apartarlo y Lyall continuó, hasta que terminó y metió las manos para cubrir sus senos. Sus manos eran fuertes y firmes, y quemaban como fuego mientras exploraban su cuerpo. Jane sintió dentro un deseo irreprimible. Lyall acarició con los pulgares sus pezones duros y Jane se estremeció.
– ¿Lo recuerdas ahora, Jane? -preguntó, y llevó las manos a su cintura para apretarla contra él-. Yo sentí tu cuerpo temblar y supe que me deseabas tanto como yo a ti.
– No -acertó a decir Jane con un supremo esfuerzo-. No.
– Sí -aseguró Lyall con una voz implacable. Inclinó la cabeza hasta que sólo les separaba el aliento-. Los dos sabemos que estábamos esperando que este momento llegara -la boca de Lyall se acercó a la de Jane y todo pensamiento, todo recuerdo se evaporó, bajo el hechizo del pasado.
Jane estaba perdida. Estaba perdida desde el momento en que él la había tocado, desde el momento que lo vio de pie al otro lado del claro. El deseo estalló dentro de ella cuando Lyall la besó de una manera suave, profunda, arrastrándola a un lugar donde no había pasado ni presente, a un lugar donde ella y Lyall se pertenecían, donde no importaba nada sino la caricia de sus manos y el aliento de su boca. Jane rodeó a Lyall con los brazos y lo apretó con pasión.
Los besos se hicieron cada vez más pasionales, el abrazo más hambriento. Lyall levantó la cabeza y pronunció el nombre de Jane acusadoramente, antes de volver a abrazarla fuertemente, y después, los dos perdieron el control… Se besaron con desesperación, impacientes por abrazarse más fuerte, por apretarse más, por estar más cerca.
Jane arqueó su cuerpo bajo la insistentes caricias de Lyall. Caricias firmes y atrevidas que cubrían su espalda, mientras su boca se apretaba contra su cuello y sus senos. El toque de sus labios y su lengua, la hacía estremecerse y respirar entrecortadamente.
– ¿Ahora lo recuerdas, Jane? -murmuró contra su boca-. ¿Recuerdas aquel día? ¿Recuerdas lo que pasó después?
Capítulo 7
Las manos de Jane se apartaron del cuerpo de Lyall.
– Quería olvidar -dijo con amargura, aturdida por los besos de Lyall. Tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa, y se cerró la camisa con manos temblorosas.
– ¿Por qué? -preguntó acariciándola-. ¿Por qué negar lo que hubo hace tanto tiempo, lo que todavía hay entre nosotros?
Jane se apartó del árbol y miró hacia otro lado.
– Terminó hace diez años -dijo desesperada, aunque no estaba claro si estaba intentando convencer a Lyall o a ella misma.
– No ha terminado, Jane. Yo también creí que había acabado. Cuando vi tu nombre para el trabajo de Penbury, pensé, sinceramente, que no significabas ya nada. Creí que cuanto te viera iba a poder tratarte como a cualquier otra persona, pero entonces vine, te vi entre las flores con las manos llenas de rosas y el sol en tu pelo, y supe que no había cambiado nada. Que seguías siendo la misma.
– No soy la misma -contestó, todavía un poco mareada y como si hubiera caído desde una gran altura. Pero de repente la rabia se abrió camino en su interior-. No soy la misma. Era una estúpida cuando te conocí, pero he madurado desde entonces. Empecé a hacerlo el día que te marchaste a Londres con Judith y tuve que enfrentarme a todo el mundo.
– Tú podías haber venido también. Te lo pedí, te supliqué que vinieras.
– ¿Creías que iba a unirme a vosotros de verdad?
– Intenté explicarte mi relación con Judith -dijo con enfado-, pero no me escuchaste. Ni siquiera quisiste verme, tuve que hablar con tu padre.
Qué bien recordaba Jane aquel día terrible. La tristeza en su corazón, las voces furiosas en la entrada y Lyall esperando en la puerta enfadado. ¡Esperaba de verdad que cayera en sus brazos!
– Ven conmigo ahora mismo, Jane -había insistido-. Judith no significa nada. Nunca tendremos aquí futuro. Aquí la gente es cerrada, llena de prejuicios. Todo será diferente en Londres.
En esos momentos, Lyall la estaba mirando con la misma expresión de impotencia y rabia.
– ¿Me estás diciendo que todo lo que dijiste en esos momentos era verdad? ¿Que todo lo que me habías dicho antes era mentira? ¿Que nunca tuviste la intención de salir de Penbury?
– ¿Por qué te resulta tan difícil creerlo? -preguntó con desafío.
– Porque recuerdo la expresión de tus ojos cuando me dijiste que me amabas, y porque no te imaginaba quedándote aquí en Penbury el resto de tus días sólo para agradar a tu padre.
Jane se metió bruscamente la camisa por la cintura del pantalón.
– ¿Nunca se te ha ocurrido que quizá sea más valiente quedarse que escapar?
– En tu caso no, Jane. ¡Tú no te viniste conmigo por cobardía!
– ¡No te atrevas a llamarme cobarde! ¿Tú sabes lo que han sido estos diez años? ¿Tú sabes lo que ha sido admitir que todo el mundo tenía razón sobre ti? ¡Yo les había dicho a todos que no eras como decían, y te fuiste con Judith! Por lo menos, no fui tan estúpida como para irme detrás de ti. Tú sigues diciendo que mi padre quería que me quedara en Penbury, pero era porque no quería que me fuera contigo. ¡Qué razón tenía! Cuando me fui a la escuela de jardinería, se alegró mucho.
– No tanto como para dejarte que terminaras el curso -apuntó con ironía.
– ¡No le dio un ataque de corazón porque quisiera! Tuve que volver a casa. Tuve que dejar el curso y aprendí contabilidad y a tratar con los proveedores para que mi padre descansara. ¿Crees que fue fácil para mí? ¿Crees que yo quería dejar mis sueños y abandonar mi carrera, o intentar buscar dinero para mandárselo a Kit a la universidad? ¿Crees que fue fácil ver morir a mi padre? -Jane comenzó a llorar y se secó las lágrimas con la mano-. ¿Lo imaginas, Lyall?
– No -admitió finalmente con expresión hermética.
– ¡Entonces, no vuelvas a llamarme cobarde otra vez! Tú has sido el cobarde, Lyall. Te gusta hablar de tu libertad y de tu independencia, ¿verdad? Pero son excusas para justificar tu miedo a comprometerte con alguien. ¡Yo fui feliz tres meses! ¿Cuánto tiempo duró Judith, un mes, dos? Antes de que te aburrieras y buscaras a otra, alguien que no amenazara tu preciosa independencia, alguien tan desesperado como para aceptar tus condiciones, sin importar lo que ella sintiera o quisiera. ¿Eso nunca te ha importado, verdad? ¡Lo único que te importa es lo que te pasa a ti!
Lyall intentó decir algo, pero supo que ella no iba a escuchar. Ella no quería discutir con él, sólo quería decirle todo lo que tenía dentro.
– Me imagino que te divierte haber venido y hacer que los recuerdos emerjan. Nunca te has parado a pensar que no quería volver a verte más, que era perfectamente feliz como estaba. ¡Claro! Estabas aburrido y querías divertirte un poco, igual de aburrido que diez años atrás, y pensaste lo divertido que sería engañarme. Ahora estás intentando hacer lo mismo, sólo que ahora tengo diez años más. ¡Ahora no voy a dejar que destroces mi vida como entonces! Eres egoísta, arrogante y un irresponsable, y no quiero nada contigo, así que, deja que continúe mi camino.
La expresión de Lyall era de perplejidad absoluta.
– Muy bien, tengo cosas mejores que hacer que quedarme delante de alguien que me acusa de ser egoísta, y que nunca ha pensado lo que yo sentía hace diez años. Eso es porque nunca estuviste interesada en mí, ¿es eso, Jane? Tú estabas cansada de ser una buena chica y quisiste probar a hacer algo diferente de lo que te decían. Estabas esperando a alguien y aparecí yo por casualidad. Yo era tu prueba de rebeldía, quisiste saber lo que era enamorarse, pero no querías que durara mucho tiempo. Si no me hubieras visto con Judith aquel día, habrías encontrado otra excusa para volver con tu papá. ¡Creía que ese imbécil de Alan Good no te pegaba, pero estáis hechos el uno para el otro! Vete con él y nunca habrá ningún fallo en tu burbuja tranquila, segura y aburrida. No tienes por qué preocuparte, Jane, puedes quedarte con Alan y con Penbury. No quiero volver a veros.
– Muy bien -gritó Jane, después de que Lyall se hubo dado la vuelta para alejarse sin mirar atrás-. Bien -volvió a repetir como para asegurarse, pero se abrazó como si sintiera frío y su voz sonó desolada en el bosque silencioso y vacío.
Cuando Lyall la llamó al día siguiente al despacho, ella no quiso ponerse al teléfono.
– Dice que sólo quiere pedirte perdón -insistió Dorothy, que intentaba disimular su curiosidad.
– No me importa. No quiero hablar con él.
Le había dicho todo lo que tenía que decirle. Había pasado una noche inquieta, pensando en los besos una y otra vez, y el haberse dejado arrastrar y haberle respondido tan apasionadamente la había hecho decidir no volver a verlo. Seguiría mandándole informes sobre el progreso de las obras, pero no había ninguna necesidad de verlo personalmente. Sus hombres estaban haciendo un buen trabajo y era demasiado tarde para que cambiara de opinión y cambiara el contrato. Aunque sí podía de cambiar de opinión en etapas de la obra posteriores, pero aunque tuviera muchos defectos, sabía que Lyall no era vengativo. Lo más probable era que dejara todo a su secretaria y se marchara de Penbury como había dicho.
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