Como si sus pensamientos hubieran sido una conjura, de repente se abrieron las puertas automáticas y Lyall entró a grandes pasos, iba acompañado de cuatro hombres. La atmósfera cambió inmediatamente. Todo el mundo se puso rígido ante el poder que emanaba sin esfuerzo. Iba vestido como los hombres que lo acompañaban, con un traje hecho a medida y una corbata.
Jane tomó un periódico y se escondió detrás. Intentando que nadie la viera, observó a Lyall dirigirse a los ascensores. ¿Qué pasaría si bajaba en ese momento su secretaria? Le diría que Jane estaba allí y quizá él pensara que había ido a Londres sólo para verlo.
Al momento siguiente, una mano tiró del periódico hacia abajo y Jane se encontró frente a unos familiares ojos azules. La expresión, sin embargo no era muy cariñosa.
– No sabía que podías leer del revés, Jane.
– Creía que no ibas a estar aquí -dijo con las mejillas coloradas, dejando el periódico en una silla cercana.
– He estado fuera toda la mañana. Creía que la furgoneta iba a llegar mucho más pronto, y había dejado instrucciones. ¿Por qué estás aquí? Dije a Dorothy que enviara a dos hombres.
– Yo tomo las decisiones en mi compañía, no tú. Y pensé que era mejor que viniera yo.
– Pareces cansada. Dorothy me dijo que habías trabajado mucho. No tenías que haber venido a soportar el tráfico a estas horas.
– Podías haberlo pensado antes de llamar. Y gracias por preocuparte por mi salud, pero estoy bien. ¡Parezco cansada porque tuve que esperar mucho tiempo en la autopista y luego estuve buscando horas tu podrida organización!
– Tenías que haber escuchado mi consejo y haber mandado a otra persona. Pero nunca te gustó mucho escuchar, ¿verdad, Jane? Ahora será mejor que me acompañes.
– Gracias, pero no hace falta que te preocupes por mí. Parece ser que tu secretaria viene hacia aquí.
– ¿Sí? -Lyall se dio la vuelta y una mujer vestida con una elegante falda gris y una camisa beis de seda salía del ascensor y buscaba a Jane con la mirada.
La mujer sonrió y se acercó a ellos. Era tan elegante que Jane, sin saber por qué, se levantó.
– Te dejo en buenas manos -dijo Lyall, y con un gesto indiferente de cabeza se despidió y se fue hacia los ascensores.
– Hola, Jane.
Jane se mordió los labios y se quedó mirando a Lyall, que tan rápidamente se despidió, sin darse cuenta de la presencia de la mujer, pero cuando oyó su voz algo en su interior estalló. La miró sin creérselo.
Era Judith.
Capítulo 8
– Es probable que no te acuerdes de mí -dijo Judith, creyendo que por eso la miraba Jane sorprendida.
– Sí… sí que te recuerdo -acertó a decir. ¿Era posible que fuera la secretaria de Lyall? ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Por qué no la había avisado?-. Has… has cambiado mucho.
– Eso espero. Si ha sido así es gracias a Lyall. Le debo todo a él.
– Lyall no me dijo que fueras su secretaria.
– Me imagino que hay muchas cosas que Lyall no te ha dicho -la mujer miró a ver si Lyall había desaparecido y se acercó un poco más-. ¿Nos sentamos? Lyall no querría que te contara nada, pero creo que es mejor que sepas lo que pasó aquel verano, él no va a decírtelo.
– ¿Qué quieres decir?
– Nunca hubo nada entre él y yo, Jane. Sólo éramos amigos, de verdad.
– No parecía eso cuando os vi juntos.
– ¡Si no nos hubieras visto aquel día! -dijo Judith con un suspiro-. Yo estaba muy mal por algo que me había pasado y él me estaba consolando -miró a Jane y vio que no se lo creía-. Íbamos juntos a la escuela, Lyall era dos años mayor que yo, pero solíamos ir juntos. El padre de Lyall era muy autoritario y la madre no estaba muy bien, así que ninguno de los dos lo cuidaban. Y en cuanto a mí… -los ojos de Judith se entristecieron con los recuerdos-. Te diré que mis padres no se querían mucho y aquel día habían discutido, así que Lyall vino a casa tan pronto como pudo y me vio muy deprimida. Tú nos viste y todo el mundo me señalaba después de aquello, pero Lyall sólo me cuidó porque yo en esos momentos estaba desesperada y asustada.
Jane se miró las manos avergonzada. Ella había oído hablar mal de Judith muchas veces, y no entendía por qué era tan agresiva.
– Lo siento.
– No te preocupes, yo tampoco hacía fácil que nadie me ayudara -reconoció-. Lyall estaba muy enamorado de ti aquel verano, pero se dio cuenta de que me pasaba algo. Solía ir a buscarme y hablábamos. Fue la única persona que me trató con cariño -añadió con amargura-. En un principio no quería contárselo, pero era la única persona en la que podía confiar: estaba embarazada. Y si te soy sincera, no sabía quién era el padre, ni me importaba, pero me di cuenta de que de repente todo había cambiado. Quise tener el hijo, pero mi padre no podía saberlo. El día que nos viste en el bosque, Lyall había conseguido que le dijera la verdad. Le dije que quería a ese niño, aunque no sabía cómo iba a salir adelante. Me puse a llorar y él me rodeó con sus brazos cariñosamente. En ese momento, llegaste tú.
Hubo un silencio. Para Jane la escena estaba tan presente como si la hubiera vivido aquella mañana mismo.
– Lyall corrió detrás de ti, claro, pero volvió y me dijo que no le dejaste que te explicara nada. Fue a verte al día siguiente, también, y cuando le dijiste que todo había terminado entre vosotros fue a buscarme. Me dijo que estaba cansado de Penbury y que quería marcharse, y que si quería, me fuera con él y me cuidaría. Nunca lo había visto como aquel día, ni antes ni después. Creo que no se dio cuenta hasta mucho después lo mucho que significabas para él. Le sugerí que intentara hablar contigo, pero no quiso. Era demasiado orgulloso para admitir que estaba herido. Lo único que dijo es que se marcharía, y para mí era una oportunidad, así que la tomé. Dos días más tarde nos marchamos.
Judith miró a la piscina y continuó hablando.
– Creo que le hizo bien tener alguien a quien cuidar para no pensar demasiado. Se portó maravillosamente. Cuando llegamos a Londres se ocupó de todo. Me buscó un lugar para vivir, e incluso un trabajo, y cuando volvió de Estados Unidos y comenzó con Multiplex, me contrató de secretaria. Trabajo sólo media jornada para poder cuidar a mi hijo Jonathan. Es muy agradable trabajar para él y es el mejor amigo que he tenido en la vida.
Jane escuchaba el sonido del agua de la fuente y el murmullo de las voces, pero todo parecía muy distante. Se humedeció los labios. ¿Por qué no lo había escuchado cuando él quiso explicar todo? ¿Porque ella era tan prejuiciosa como decía?
– Desearía haber escuchado, me dijo que yo era demasiado cobarde para confiar en él, y parece que tiene razón.
– Eras muy joven -dijo Judith, intentando consolarla-. Yo también hubiera sospechado. ¿Cuántos años tenía Lyall? ¿Veinticinco? Era mayor para saber lo dolida que tú podías estar. ¡Pero es tan cabezota…!
– Tú lo conoces mucho mejor que yo -dijo tristemente Jane-. ¿Y nunca fuisteis…?
– ¿Amantes? No. No te estoy diciendo que alguna vez lo hubiera deseado, pero yo primero estaba preocupada por Jonathan y, él después de lo que pasó contigo, no quería tener ninguna relación estable. No, Jane sólo fuimos amigos y todavía lo somos. Me casé hace seis años y Lyall se alegró mucho de que fuera feliz. A mí me gustaría que él también pudiera ser feliz.
Se quedaron calladas un rato. Jane miró al agua y pensó en cómo había juzgado tan mal a Lyall, en los años que había perdido sumergida en una tristeza innecesaria. Había acusado siempre a Lyall de ser egoísta y de no ocuparse de nadie, de ser arrogante y un irresponsable, pero ella no le había dado la oportunidad de que le contara nada sobre Judith. Se sentía pequeña y vacía.
– Gracias por decírmelo -dijo al final-. No lo sabía.
– Imaginaba que no, y pensaba que debías saberlo.
– Sí. También siento haberte juzgado mal a ti, Judith.
– No te preocupes. Ahora todo me va bien. Si lo sientes, díselo a Lyall -añadió, y Jane asintió despacio.
– Lo haré.
Los últimos recepcionistas se preparaban para salir cuando Jane volvió de recoger las chimeneas, el aparcamiento estaba ya vacío. Pidió hablar con Judith y fue en el ascensor hasta el quinto piso.
– Lyall está en una reunión -dijo Judith-. No estoy segura lo que va a tardar, no he podido decirle que estás aquí. ¿Estás segura de que quieres hablar esta noche con él?
– Sí -Jane había estado las últimas horas recordando las cosas que había dicho a Lyall, y era una cuestión vital disculparse lo antes posible. Lo único que pensaba decirle era que lo sentía, luego se marcharía-. No me importa esperar.
– Yo tengo que ir a buscar a Jonathan. ¿Por qué no lo esperas en el despacho? Así te enterarás cuando la reunión termine.
Eran casi las siete cuando Jane escuchó la puerta del despacho de Lyall abrirse. Se oyeron despedidas y promesas de seguir en contacto, y luego la puerta se cerró de nuevo.
Jane se levantó y se acarició el pantalón con las manos. Habría querido llevar puesto algo femenino y bonito, incluso una barra de labios. Llamó a la puerta y empujó.
Lyall estaba sentado escribiendo algo en el ordenador. Tenía la chaqueta colgada en el respaldo de la silla y se había aflojado la cortaba, pero su aspecto seguía siendo autoritario y duro. Jane se quedó sorprendida al ver que llevaba gafas.
– ¿Todavía no te has ido, Judith? -dijo sin mirar.
– No soy Judith, soy yo.
Cuando oyó su voz, Lyall alzó la vista y vio a la muchacha en la entrada moviéndose inquieta. Lyall se quitó las gafas y se puso de pie despacio.
– ¿Jane? -acertó a decir, como si no se lo creyera.
– Sí -Jane no parecía ser capaz de decir nada más.
Se le había olvidado todo lo que había preparado durante las dos últimas horas.
– ¿Trajiste las chimeneas?
– Sí -volvió a decir.
– Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?
– He venido a disculparme por todo lo que te dije la última vez que nos vimos. Judith me ha contado todo lo que pasó aquel verano.
– ¡Le dije que no lo hiciera! -Lyall se volvió hacia la ventana y se metió las manos en los bolsillos con brusquedad.
– ¿Por qué?
– Porque creo que no vale la pena. Tú has demostrado que no quieres nada conmigo, y sé que para Judith es muy duro hablar de aquella etapa de su vida.
– Me alegro de que me lo haya contado. Desearía haberla encontrado antes. Desearía haber dejado que te explicaras hace diez años. Desearía… -se interrumpió sin saber si seguir o no, sin saber si Lyall estaba o no escuchando-. No importa. Sólo quería decirte que lo sentía, y que me equivocaba al decirte que nunca te preocupabas por nadie más. Es evidente que has cuidado de Judith, pero yo fui demasiado ignorante para ver en ello únicamente una amistad.
Lyall seguía sin moverse, de espaldas a ella.
– Eso es todo. Y ahora, adiós.
– ¿Dónde vas? -preguntó Lyall.
– Hacia Penbury.
– ¿Ahora? -tenía una expresión seria y su voz sonaba enojada.
– ¿Por qué no?
– Porque estás agotada.
Lyall pasó del silencio absoluto a la actividad frenética: se puso la chaqueta, apagó el ordenador, tomó algunos informes y los metió en su maletín. Jane lo observaba con expresión confundida.
– Estoy bien -aunque no tenía ganas de volver a Penbury.
– No estás bien. Llevas todo el día conduciendo y ahora no vas a volver otra vez a conducir.
– Puedo quedarme en un hotel -insistió Jane. ¡No tenía derecho a inmiscuirse en sus planes!
– No te estoy sugiriendo que te quedes en un hotel. Te vas a venir conmigo.
– Bueno, creo que… quiero decir. No estoy segura de…
– ¡No tienes por qué asustarte! No tengo preparada ninguna escena de seducción, si es eso lo que te preocupa. Vuelo a Frankfurt mañana por la mañana, y tengo que salir a las cinco de la mañana, así que me acostaré temprano esta noche.
Jane lo miró indecisa. Lyall se comportaba de manera extraña. De repente parecía no escuchar siquiera, y de repente insistía en que se quedara con él.
– Lo siento. Sé que debe de haberte costado mucho venir a disculparte. No esperaba volver a verte, y no pensaba intentar hablarte más. Pero estás aquí, y los dos podemos admitir que hemos cometido errores, ¿crees que podremos olvidarnos del pasado? Ahora estás cansada y yo también. Podemos tomar una copa, cenar un poco y acostarnos temprano. ¿O prefieres pasarte tres horas en atascos en la autopista?
– ¿Qué hago con las chimeneas?
– Hay un guardia de seguridad en el aparcamiento toda la noche. La furgoneta estará protegida y la recogerás mañana por la mañana.
– Bien…
– Puedes quedarte en uno de los cuartos de invitados -prometió Lyall, cruzando los dedos y esbozando una sonrisa demasiado familiar e irresistible.
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