Una chica prudente

Una chica prudente (1997)

Título Original: Legally binding

Prólogo

Sta. Jane Makepeace

Makepeace and Son

Penbury Road

Starbridge

Gloucestershire


Querida señorita Makepeace:

Le escribo para llamar su atención sobre el hecho de que, al cierre de su negocio esta noche, su cuenta bancaria era de ochocientas noventa y siete libras, lo cual sobrepasa las quinientas libras acordadas.


Las últimas revisiones han demostrado valores mínimos en Makepeace and Son, por lo que me siento obligado a pedirles que amablemente vengan a vernos para discutir su situación financiera. Si su negocio no da señales de pronta recuperación, nuestro banco tendrá que pensar de nuevo la inversión en su firma.

Le agradecería que llamara a mi secretaria para venir a verme lo antes posible. Atentamente:

Derek Owen.

Director comercial.


Makepeace and Son

Starbridge, Gloucestershire

Presidente

Multiplex Pie.

Multiplex House

London EC1


Querido señor:

Tenemos el placer de enviarles nuestra proposición para el trabajo de restauración de Penbury Manor que espero encuentren de su agrado.

Makepeace and Son es una firma con una reputación merecida por su calidad e importancia. Estamos seguros de que apreciarán las ventajas de tener un equipo de artesanos altamente cualificados, dispuestos a trabajar lo antes posible. Nuestros actuales compromisos son tales que podremos concentrarnos únicamente en la restauración de Penbury Manor, y estamos seguros de que terminaremos tres meses antes de lo previsto.

Contamos con un valor excepcional, el prestigio de verdaderos artesanos y la seguridad de un servicio de primerísima calidad. Además, puedo, como director/a, asegurar que mi atención personal estará día a día vigilando la ejecución del trabajo.

Espero encarecidamente tener la oportunidad de trabajar con usted en la restauración de ese maravilloso edificio.

Atentamente:

Jane Makepeace

Directora

Capítulo 1

La tormenta se acercaba.

– Ya era hora -murmuró Jane, mirando a las nubes negras que se veían en la distancia mientras cortaba otro ramo de rosas. Los jardines estaban secos y todo el mundo había estado nervioso durante varios días, esperando que el calor opresivo terminara. La larga espera de noticias sobre el contrato no había mejorado las cosas. Lo que todos necesitaban en esos momentos era una gran tormenta que aliviara el ambiente.

Los truenos retumbaron cerca, pero Jane no tenía ninguna prisa. Hacía mucho calor, y en la quietud de antes de la tormenta la fragancia de las rosas que cubrían la pared de piedra era más intensa. Jane amaba esos momentos de soledad en el descuidado jardín, con la casa solariega como única compañía. Allí, lejos de preocuparse por Kit y por lo que pasaría si no conseguían el contrato para restaurar la casa, podía sumergirse en la belleza del jardín, fantaseando sobre lo que hubiera pasado si la señorita Partridge no se hubiera ido de la casa. Si su padre no se hubiera muerto. O si Kit fuera diferente.

O si se hubiera ido con Lyall hacía unos años.

Jane retiró inmediatamente el pensamiento. No quería dejarse arrastrar por los pensamientos sobre Lyall, y si alguien le preguntara, contestaría que nunca había ocurrido. Pero en momentos como esos, en los que es taba sola o cansada, los recuerdos se deshacían peligrosamente dentro de ella, y todavía sentía sus caricias en su piel.

Lyall… ¿Nunca iba a deshacerse de él? Jane se enojó consigo misma y rodeó un grupo de rosas para cortar alguna. Esa especie era la preferida de la señorita Partridge. Jane enterró la nariz en las rosas de color rosa fuerte para hacer que desapareciera cualquier recuerdo no deseado entre su olor exquisito.

– Hola, Jane.

Jane, con la cara todavía entre las rosas, se quedó helada. La voz era muy parecida a la de Lyall, como si su recuerdo hacia él hubiera atraído su presencia. Pero no podía ser, era ridículo; la atmósfera cargada la hacía imaginar cosas así. No escuchaba esa voz profunda y tranquila desde hacía diez años, y llevaba intentando olvidarlo hacía nueve, desde que pensó que no volvería a verlo.

– ¿Jane?

Jane alzó la cabeza despacio. No era Lyall, se aseguró, antes de volver la cabeza y cerrar los ojos precipitadamente ante la sensación de vértigo. Era como si se borrara el tiempo de un golpe y los últimos diez años desaparecieran.

Lyall Harding, el hombre que una vez irrumpió en su vida, dando la vuelta a todo. El hombre que le había enseñado a reír y a amar, el hombre cuya sonrisa había hechizado sus sueños desde que un septiembre gris de hacía diez años, desapareciera de su vida. ¿Cómo es que podía estar parado en medio del camino con el mismo aspecto?

Jane cerró y abrió los ojos varias veces, sin embargo, él seguía allí, todavía con el mismo aspecto. Con el mismo brillo alegre en sus ojos azul oscuro, la misma boca expresiva, el mismo aire de energía contenida.

– ¿Me recuerdas? -preguntó Lyall, esbozando una sonrisa irresistible.

¿Que si lo recordaba? ¿Cómo podría olvidar su primer, su único amor? ¿Cuántas veces había deseado poder hacerlo? Jane se sintió perpleja, desorientada; entre el pánico, la furia y la desesperación. Emocionada a pesar de todos esos años de haber estado diciéndose que no le importaba, que no lo recordaba, y que no quería volver a verlo aunque regresara.

– Hola, Lyall -acertó a decir, odiándose por que su voz pareciera la de la misma adolescente de hacía diez años.

– Entonces, ¿te acuerdas de mí? -la burla que siempre la había turbado seguía en sus ojos-. Estaba empezando a pensar que ibas a ignorarme por completo.

– No te esperaba -contestó ella. Llevaba en las manos unas tijeras de podar y en la otra un ramo de rosas, y sus ojos grises estaban abiertos por la sorpresa.

– Te reconocí inmediatamente -dijo el hombre-. Te he visto de pie, con la cabeza inclinada para oler las rosas y los ojos cerrados. Es justo como te recordaba -añadió con un tono extraño-. No has cambiado nada.

Jane respiró hondo y se recordó a sí misma que ya no era una adolescente. Ella ahora era prudente y práctica.

– Sí, he cambiado -dijo, aliviada al escucharse el tono tranquilo-. He cambiado mucho. Ya no tengo diecinueve años.

– No lo parece -aseguró él-. Tu pelo sigue teniendo el mismo color suave de la miel oscura, tus ojos tienen todavía el gris más claro… y sigues enfadándote cuando te pillan por sorpresa.

Jane lo miró con resentimiento. La presencia de Lyall era tan impresionante que casi nadie se daba cuenta que no era tan guapo como parecía al principio.

Su cara era muy delgada y su nariz demasiado grande, pero tenía un encanto especial que gustaba a las personas y era lo que recordaban de él. Ella lo sabía bien. Había estado intentando olvidarlo diez años.

– No parece que tú hayas cambiado tampoco -declaró secamente-. Tienes el mismo aspecto.

– Antes me daba resultado -le recordó.

Y así había sido. La muchacha se ruborizó al recordar cómo había sucumbido a su encanto. Jane había odiado siempre su pelo liso, pero a Lyall le gustaba, o eso decía, recordó con amargura. Solía extenderlo sobre sus dedos para admirar su brillo.

Los ojos azules la miraban con ironía. Jane estaba al lado de uno de los setos rodeada de flores, sosteniendo el cesto delante de ella, en un ademán inconsciente de defensa, mientras el sol de la tarde se veía entre oscuras nubes, y formaba a su alrededor un halo dorado. Jane intentaba parecer tranquila y despreocupada bajo los ojos de Lyall, pero intuía que su expresión era la misma que había tenido en el pasado.

– ¿No vas a salir de ahí?

Jane no quería salir. No quería estar cerca de él y recordar cómo eran sus caricias. Le hubiera gustado quedarse entre las rosas, protegida por sus espinas, pero Lyall se daría cuenta, claro.

Intentó ser valiente. Tenía veintinueve años, no era una adolescente fácilmente impresionable, y Lyall era únicamente una relación vieja que no significaba nada para ella en esos momentos.

Jane alzó la barbilla involuntariamente y pasó entre un macizo de rosas y uno de peonías, y saltó sobre un grupo de geranios salvajes tan ancho que perdió el equilibrio y hubiera caído si Lyall no la hubiera agarrado firmemente.

Con el mero roce de su mano sobre su brazo desnudo, Jane recordó las mismas manos tomándola en sus brazos, apretándola contra él, deslizándose suavemente sobre su espalda. Recordó el roce de su cuerpo, de sus labios, el calor de su sonrisa…

Tomó aliento y se apartó de la mano de Lyall. No se atrevió a mirarlo, estaba segura de que sus recuerdos estarían escritos en su rostro, así que se inclinó sobre el cesto y tocó las rosas con manos temblorosas.

Lyall no significaba nada para ella ya. ¡Tenía que recordarlo!

Intentando controlarse, Jane alzó la vista. Los ojos de Lyall seguían tan azules y tan oscuros como siempre, sin embargo, tenían una expresión diferente. La burla había desaparecido y en su lugar había algo más duro, algo casi animal que hizo que su corazón diera un vuelco.

Lyall había cambiado. Lo podía notar en esos momentos en los que estaba tan cerca. Había en él una madurez sólida, una fuerza que no recordaba, y alrededor de sus ojos habían aparecido líneas nuevas. Tampoco recordaba la dureza de su boca. Era como si el riesgo y la independencia que una vez formaran parte de su personalidad se hubieran convertido en algo que le infería poder y autoridad.

Jane se quedó mirándolo sorprendida, y esa dureza extraña en la boca se disolvió en una mueca que la hizo retroceder, furiosa consigo misma. Se suponía que tenía que mirarlo como a un extraño, y no como si hubiera estado esperándolo diez años.

– No creí que iba a volver a verte -dijo agarrando firmemente el cesto.

– La vida es una caja de sorpresas, ¿verdad? -declaró, con un brillo en los ojos que Jane tuvo que luchar para no responder. Había sucumbido a ese brillo y esa sonrisa demasiadas veces en el pasado, ¡y no la había conducido a ningún sitio!

– No siempre agradables -apuntó ella.

– ¡No pareces muy contenta de verme, Jane! -exclamó Lyall, sin parecer preocupado lo más mínimo.

– ¿Crees que debería estar contenta? -preguntó con una mirada de desafío.

– ¿Por qué no? Nos lo pasamos muy bien juntos, ¿no?

– Yo recuerdo lo malo -contestó con sorna.

– Yo no recuerdo nada malo.

– Debes de tener una memoria muy selectiva -dijo Jane, empezando a caminar-. ¿O es que no recuerdas cómo hemos estado separados todos estos años?

– No, no lo he olvidado, pero eso es diferente. Yo me refería a cuando estuvimos juntos, no cuando hemos estado separados. ¿No lo recuerdas?

Lo recordaba todo: el anhelo invadiendo sus venas, la alegría de estar con él…

– He intentado no recordarlo.

– ¿Por qué no?

Era una respuesta típica de Lyall. Los labios de Jane se apretaron con fuerza, recordando lo fácilmente que la envolvía con sus argumentos hasta probar que estaba equivocada. En esos momentos, quería obligarla a afirmar que su felicidad junto a él había sido tan intensa que no podía soportar el recuerdo. ¡Pues no iba a reconocerlo! Jane se paró y lo miró.

– ¿Para qué has venido, Lyall?

– Para dar una vuelta -contestó sin inquietarse por la pregunta brusca. A continuación miró al jardín y a la casa solariega, Penbury Manor. La casa databa del siglo quince, y había ido creciendo espontáneamente, añadiéndose habitaciones que lejos de estorbar habían aumentado su encanto. En esos momentos, a la luz dorada del atardecer, su silueta de paredes de piedra se destacaba contra un cielo azul oscuro de tormenta.

– Este lugar tampoco ha cambiado mucho, ¿verdad?

– Pero está a punto de cambiar -declaró Jane con tristeza, aunque alegre de cambiar de tema y hablar de algo neutral.

– ¿Sí?

– La señorita Partridge va a venderlo, y una empresa horrible de alta tecnología lo va a destrozar al convertirla en oficinas. En el jardín van a construir un laboratorio de investigación.

– ¡En el jardín de rosas no! -dijo Lyall, burlándose.

– ¡No tiene gracia! He tardado años en llegar a tener el jardín así. Con un poco de atención, llegaría a estar de nuevo precioso, pero esa empresa no está interesada en la belleza. Las rosas estorban a sus propósitos claros y ordenados, ¡así que las quemarán!