– Sigues igual, preocupándote más por las plantas que por las personas, ¿verdad?

– ¡Eso no es verdad!

– ¿No? Recuerdo que solías cuidarte más de las rosas que de mí.

– ¡Al menos siempre supe qué lugar ocupaba entre las plantas!

– ¿Qué quieres decir con eso?

Jane se arrepintió inmediatamente de haberlo dicho. En ese momento, las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer y ella no tenía ninguna intención de ponerse a discutir con Lyall. Era un extraño ya, y así quería mantener esa relación.

– ¿Importa ahora? -dijo, orgullosa de su autocontrol-. Está empezando a llover, y si quieres empezar a discutir sobre el pasado, es cosa tuya, pero yo creo que no merece la pena mojarse, así que es mejor que lo dejemos.

El cielo se abrió antes de que pudiera continuar, y la muchacha gritó un frío adiós de despedida y salió corriendo hacia la casa sin mirar atrás. No estaba lejos, pero cuando llegó a la puerta principal, donde colgaba el rótulo de Makepeace and Son, se encontraba sin aliento y empapada.

Jane tiró el cesto en el suelo y cerró la puerta contra la lluvia y contra Lyall, pero a los pocos segundos la puerta se volvió a abrir y el hombre se puso a su lado, tocándose el pelo mojado con la mano.

– ¡No recuerdo haberte invitado!

Lyall no parecía molesto por la hostilidad demostrada.

– No creo que me vayas a echar ahora, con esta lluvia, ¿no? -replicó señalando al tejado, donde las gotas de lluvia golpeaban con furia tropical, y los truenos se oían amenazadoramente.

– ¿Por qué no te metes en tu coche? -exclamó Jane acusadoramente.

– Porque lo he dejado en el pueblo y he venido hasta aquí andando. ¿Te molesta?

La camiseta blanca que llevaba estaba húmeda y pegada a sus poderosos hombros, y al ver que sus ojos azules miraban su pecho, Janet se dio cuenta de que su camisa de algodón sin mangas también estaría empapada e igualmente pegada a sus formas. Sus mejillas se ruborizaron violentamente y trató de despegar la tela para que sus curvas no destacaran de manera tan provocadora.

– De todas maneras no deberías estar aquí -protestó, tranquila a pesar de la mirada inquisitiva de Lyall. ¿Por qué se ponía tan nerviosa? Ella era para todo el mundo un modelo de frialdad y persona práctica, pero si Lyall la miraba se ponía a temblar como una niña-. Ésta es una propiedad privada, por si lo has olvidado.

– Tú estás aquí.

– Tengo permiso para estar aquí.

– ¿De esa compañía horrible?

– Del ayuntamiento. Puedo venir para recoger flores para la señorita Partridge hasta que la compañía tome posesión de la casa. Pero no creo que quieran gente como tú merodeando.

– En ese caso, es mejor que me lleves al pueblo, así te asegurarás de que salgo de aquí. Si son tan generosos como para dejarte que vengas a robar flores, es lo menos que puedes hacer.


– Es lo menos que puedo hacer -dijo, inclinándose para abrir la puerta del coche-. Voy hacia Starbridge de todas maneras. Entra.

Jane vaciló, y los ojos de Lyall brillaron comprendiendo sus dudas.

– ¿No dices que estás preparada contra mí?

Y lo estaba. Había descubierto hacía mucho tiempo que Lyall Harding era sinónimo de problemas. Era valiente, arriesgado, y en el pueblo no gustaba mucho a la gente. Las chicas seguro que se habrían alegrado de saber que había vuelto después de la misteriosa ausencia de ocho años, pero los padres no habrían tardado en advertirles contra su persona. El propio padre de Jane se había mostrado horrorizado al saber que su hija había sido una de las primeras en encontrar a Lyall a su vuelta.

– No quieres nada más con él -había dicho-. Lyall Harding nunca se ha adaptado a este pueblo y nunca se adaptará.

Jane lo creía. Lyall Harding era diferente a cualquier hombre que ella había conocido en el tranquilo pueblo de Penbury, donde vivía. Tenía algo excitante y atrayente en su persona, un vigor y un matiz impredecible que hacía que todo el mundo a su alrededor pareciera aburrido y gris en comparación.

Pero ahora ella no quería nada con Lyall Harding. Jane era una chica prudente, todo el mundo lo decía, y las mujeres prudentes sabían mejor que nadie lo estúpidas que podían llegar a comportarse frente a hombres con ojos azules y sonrisas irresistibles.

En años posteriores, Janet se preguntó muchas veces lo diferente que habría sido su vida si el autobús hubiera aparecido a tiempo aquel día. Pero era tarde, y como él iba a Starbridge…

Así que Jane alzó la barbilla en respuesta al desafío de la sonrisa de Lyall y subió al coche.

Conducía demasiado deprisa, pero tenía las manos firmemente en el volante. Jane se acurrucó en su asiento, nerviosa y consciente de un sentimiento profundo de excitación. La furgoneta de la firma lo único que conseguía era ruido, como su vida, descubrió con una repentina tristeza. Tenía diecinueve años, ¿no era demasiado joven como para ir siempre por el carril lento de la vida? Lyall seguro que siempre iba a máxima velocidad.

– He oído que eres una buena chica -dijo mirándola de soslayo, mientras el coche corría entre el paisaje verde-. ¿Es verdad?

– Depende de lo que entiendas por buena -dijo Jane.

– Todo el mundo habla de lo encantadora que es Jane Makepeace -explicó, como si hubiera sentido su repentina disconformidad-. Jane cuida de su hermano, Jane es amable con las mujeres mayores, Jane nunca da preocupaciones a su padre… ¡No puedes ser tan sensata!

– ¿Qué pasa con ser sensata?

– Nada -dijo Lyall-. Nada si eres una persona de mediana edad, pero tú no eres mayor, ¿verdad? -dijo mirando su pelo sedoso y sus largas pestañas-. Eras una niña cuando te dejé, o me habría dado cuenta, así que no puedes tener más de dieciocho años ahora.

– Diecinueve.

– ¿Tan mayor? -Jane odió la burla que notó en su voz.

Ella sabía que tendría unos veinticinco o veintiséis años, pero ya tenía la seguridad de un hombre adulto-. Eres demasiado joven como para ser sensata y aburrida. Tienes que aprender a divertirte.

– ¡Sé cómo divertirme! -protestó Jane.

– ¿Sí? -replicó con escepticismo.

– ¡Sí!

– De acuerdo, vayamos al mar y veamos si el sol brilla.

– ¿Ahora?

– ¿Por qué no?

– No… no puedo -acertó a decir-. Tengo que hacer la compra.

– La haremos cuando volvamos.

– ¡Pero no puedo estar un día fuera! Todo el mundo se preguntará dónde estoy.

– Telefonea y di que acabas de encontrar un viejo amigo y que volverás tarde -sugirió Lyall-. ¿O es que sólo te diviertes cuando lo piensas una semana antes y además tu padre está de acuerdo?

Por supuesto, tenía que haberlo ignorado. Tenía que haber dicho que no le importaba lo que él pensara, y haber insistido en que la dejara en el supermercado. En lugar de ello, permitió que la llevara al mar. Las nubes desaparecieron y el sol salió.

Y así empezó todo.

¿Lo recordaba Lyall? Jane se quedó mirando al volante como si fuera un ancla contra la marea que traía sus recuerdos. Fuera, la lluvia golpeaba contra el cristal delantero, pero en la furgoneta el aire era denso y la tensión se palpaba en la atmósfera.

– ¿Por qué has vuelto? -preguntó Jane bruscamente. Lyall se giró para mirar su cara.

– ¿Por qué no iba a hacerlo?

– Has sido feliz sin aparecer en diez años -declaró Jane, odiando el tono acusatorio en su voz.

– No había ninguna razón para que volviera antes -dijo, y sus ojos se posaron un segundo en la boca de Jane-. ¿O la había? -él puede que hubiera dicho que sólo recordaba los buenos momentos, pero la amargura de su despedida flotaba indudablemente entre ellos como una condena. Jane miró la lluvia.

– ¿Y qué razón tienes ahora?

– Negocios… -dejó caer vagamente.

– ¿En Penbury? Creía que éramos muy provincianos para ti.

– Quizá tenga la esperanza de que otras personas hayan cambiado más de lo que tú lo has hecho -dijo, y ella se ruborizó. Siempre había sabido cómo dejarla en mal lugar.

– Eso no explica por qué has estado merodeando en Penbury Manor -replicó de manera cortante.

La expresión de Lyall no cambió, sin embargo, Jane tuvo la certeza de que estaba de repente divertido por algo.

– No estaba merodeando. Tampoco tengo por qué explicarte nada, pero te diré que he pensado últimamente en la casa solariega, y quise volver a verla.

Instintivamente ambos miraron a la vieja mansión. Incluso bajo la lluvia, sus altas chimeneas y sus ventanas poseían una belleza intemporal y serena.

– ¿Recuerdas que una vez te dije que la compraría para ti algún día?

Claro que lo recordaba. Estaban en esos momentos en el bosque, mirando hacia la casa, y los rayos del sol producían sombras en la cara de Lyall mientras desabrochaba los botones de la camisa de ella. Aquella había sido la primera vez que habían hecho el amor, aquel día ella había creído que la promesa de él era diferente de las promesas que había hecho a todas las otras chicas de Penbury a las que había besado. Sus manos habían sido tan cariñosas y firmes contra su cuerpo, su boca tan excitante…

– Es una suerte que no hubiera contenido la respiración, ¿verdad?

– Menos mal -admitió tranquilamente Lyall, furioso.

Jane pensó con rapidez. El pasado era evidente que no significaba nada para él, así que ¿por qué tenía ella que enfadarse?

– ¿Dónde has dejado tu coche? -quiso saber Jane.

– En el King's Arms. ¿Quiere eso decir que me llevas hasta mi coche?

– No parece que tenga otra alternativa. Bastante mal tiempo vas a tener ya volviendo hacia donde vayas.

– No voy a ir a ningún sitio. Me quedaré en el pub.

– ¿Te quedas? -dijo Jane, con el corazón en vilo-. ¿Cuánto tiempo?

– Eso depende -dijo Lyall. A continuación miró enfadado a Jane. Ella tenía el rostro vuelto hacia la lluvia, con el pelo castaño detrás de las orejas. Su cara era más delgada y de expresión más cautelosa que cuando tenía diecinueve años, pero su piel era igual de clara y suave.

– Sé que tú diriges Makepeace and Son ahora -continuó después de una pausa.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Jane con suspicacia.

– Estuve ayer noche en el pub -dijo, como si eso lo explicara todo-. Por lo que escuché, sigues siendo la chica amable y buena que ayuda a las mujeres mayores y hace los adornos de flores para la iglesia.

– ¡Tú no tienes por qué ir preguntando nada sobre mí! -protestó furiosa.

– No te enfades, Jane, tú sabes cómo son en este pueblo. Ni siquiera tuve que preguntar, todos los que se acordaban de mí estaban impacientes por contarme lo buena que eras desde que estabas sin mí.

– ¡Tú solías despreciar los cotilleos del pueblo!

– Pero me he dado cuenta que puede ser útil escucharlos -declaró Lyall, sentándose cómodamente en su asiento-. Por ejemplo, me enteré de un montón de cosas sobre ti que nunca me habrías contado.

– ¿Por ejemplo?

– Por ejemplo que no estuviste fuera mucho tiempo. Volviste sin terminar siquiera tu primer año en la escuela de agricultura.

– Tuve que volver. Mi padre no podía estar solo.

– Y como tú eres una chica tan buena viniste enseguida.

– ¿Quieres decir que si tu padre tuviera un ataque de corazón dejarías que se recuperara solo?

– Mi padre es capaz de cuidarse por sí mismo -contestó enojado.

– ¡Pues mi padre no! Necesitó que me ocupara de la empresa mientras él estaba enfermo.

– ¿Por qué tuviste que hacerlo tú, y no tu hermano?

– Kit era demasiado joven.

– Entonces puede que sí, pero ahora no es demasiado joven, ¿no te parece? He oído que se ha ido a Sudamérica y te ha dejado que te ocupes de todo tú sola.

Jane se concentró en la carretera para no dejar que Lyall se metiera dentro de su corazón.

– Kit estaba en la universidad cuando mi padre se murió. Fue una estupidez que no terminara la carrera. Yo había estado ayudando a mi padre en el despacho desde que sufrió el primer ataque, y había aprendido a llevar todo. Kit no estaba preparado para establecerse cuando terminó su licenciatura. Quería viajar, y no me importó hacerme cargo de todo.

– Siempre has tenido excusas para defender a Kit. Es con la única persona con la que no eres objetiva.

Tampoco había sido muy objetiva con Lyall, pero no se lo podía decir.

– Nunca te gustó Kit -lo acusó suavemente.

– Eso no es verdad. Lo que nunca me gustó es que te convirtieras en una mártir de él. Siempre estabas preocupada por volver para hacerle la comida, planchar sus camisas o limpiar sus zapatos.

– ¡Era sólo un niño!

– Tenía trece años, con esa edad cualquiera es más independiente.

Jane suspiró profundamente. Era una discusión antigua. A Lyall nunca le había gustado lo apegada que estaba a su padre, y nunca había entendido que tuviera que cuidar de su hermano pequeño desde que su madre había muerto, cuando Jane tenía once años.