– Tenías que haberme dicho que eras tú -apuntó con voz severa.
– Lo intenté muchas veces -le recordó-. ¡Pero no pude hacer que te callaras! No me dejaste decir ni una palabra.
– Habrías podido si hubieras querido -dijo enfadada, sin querer admitir que se había negado a escucharlo-. Porque la verdad es que no recuerdo ninguna vez en que no hayas hecho lo que querías -dijo entrando en el porche-. ¡Así que no me digas que no eres capaz de interrumpir a quien quieras!
– Normalmente sí -admitió Lyall-, pero me sorprendió que estuvieras tan enfadada. Tú siempre has sido muy fría y moderada con todo. Nunca habrías gritado a nadie de la manera en que lo hiciste esta mañana. Eres una mujer más dura, ¿no?
Jane mantuvo la cara inclinada sobre su bolso mientras buscaba las llaves, y pensaba en los años en que había estado intentando sacar la compañía adelante.
– He tenido que aprender -dijo con amargura. La traición de Lyall había sido sólo su primera lección.
Y en esos momentos estaba a su lado, llenando el porche con su presencia, haciendo que sus manos temblaran.
– ¿Te has hecho más dura por dentro también, Jane? -preguntó-. ¿O es todo fingido, como ese aire frío y autosuficiente que siempre has tenido? Tú siempre intentabas ser juiciosa, pero por dentro no lo eras. Por el contrario, eras cálida y cariñosa, y mucho más vulnerable de lo que pensabas. Engañaste siempre a todo el mundo, pero nunca me engañaste a mí.
Jane no quería mirarlo.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -insistió, mientras sus manos temblorosas por fin encontraban las llaves.
– He venido a arreglar tu calentador, claro.
– ¡No puedes arreglar mi calentador!
– Puede que no sepa -admitió-, no puedo decirlo hasta que no lo vea.
Ella lo miró, resentida por la facilidad con la que él podía hacer llegar recuerdos olvidados y no deseados. Los vaqueros que llevaba estaban desgastados, pero limpios, y la camisa negra, aunque lisa y sencilla, parecía una prenda cara.
– ¿Eres fontanero? -en aquellos años se había imaginado a Lyall haciendo de todo, pero nunca aquello.
– La verdad es que no, pero he hecho trabajos extraños de vez en cuando. Aunque no pueda arreglarlo casi seguro podré decirte qué tiene.
No tenía por qué sorprenderse tanto. Él siempre había sido ambiguo en cuanto a los trabajos. Cuando Jane le preguntaba por lo que hacía, él contestaba que cualquier cosa. Aquel verano había vuelto sin señales de trabajar, con la apariencia de tener mucho dinero, pero sin haber dicho nunca de dónde lo había sacado. Había aprendido a ganar lo suficiente para irse a otro lugar cuando quería, era todo lo que siempre había dicho a Jane. No estaba interesado en estudiar ni en nada que lo atara. Quería ser libre.
Eso tenía que haberle servido de aviso. Había vuelto de nuevo, con la apariencia de haber sobrevivido de trabajos extraños, pensó Jane con desagrado.
– Debes estar desesperado por trabajar -dijo Jane con un tono suspicaz. ¿Por qué si no iba a querer arreglar su calentador?
Lyall se encogió de hombros.
– No tan desesperado como debes de estar tú por tener agua caliente. De todas maneras, si quieres esperar a que venga George me iré… -dijo con despreocupación, volviéndose como para marcharse.
– ¡No, espera! -dijo Jane sin pensar. Había soñado todo el día con relajarse en un baño caliente, y la idea de otra ducha fría era demasiado horrible. Miró a Lyall con hostilidad, ¿por qué la hacía siempre cometer errores? Deseaba decirle que se fuera con la misma intensidad que deseaba un baño caliente, y Lyall lo sabía. Los ojos azules la miraron comprendiendo.
– ¿Qué dices?
– ¿Es verdad que puedes arreglarme el calentador? -preguntó sin ganas.
– Puedo intentarlo. ¿Por qué no dejas que lo revise?
– Bueno, ya que estás aquí…
Lyall abrió la puerta. Era imposible para Jane no recordar la última vez que Lyall había estado en esa casa; la voz enfadada de su padre, la frialdad alrededor de su corazón, la mirada de Lyall cuando dio la vuelta y se marchó.
Lyall pareció no recordar nada mientras seguía a Jane hacia la cocina. Una vez allí quitó la cubierta del calentador para mirar dentro. Jane se encontró de repente mirando su espalda y la manera en que los vaqueros se estiraban sobre sus poderosos muslos. Entonces sus manos desearon tocar esa espalda para ver si todavía sentía lo mismo. Ella había amado la suavidad de aquella piel, y aquel cuerpo duro había sido su refugio. Lyall había hecho que su vida se volviera inestable con sus bromas, su sarcasmo, sus pruebas, pero cuando él la tomaba en sus brazos nada importaba.
Jane apartó los ojos horrorizada por el rumbo de sus pensamientos.
– ¿Que… querrías un té? -preguntó en voz alta. Así tenía que hacer, imaginar que era Chris, o Andrew o Kevin, o cualquiera de los otros hombres que trabajaban para ella y cuyas espaldas nunca había tenido el deseo de acariciar.
– Gracias -contestó sin mirar.
Las manos de Jane temblaron ligeramente cuando tomó una cazuela para colocarla debajo del grifo. Debería sobreponerse. Lo que menos quería es que Lyall se diera cuenta que todavía tenía poder sobre ella. Simplemente la había sorprendido, era todo. Primero el día anterior, y luego ese día, pero no volvería a pillarla por sorpresa. Como ya sabía que estaba allí y que podía aparecer en cualquier momento, tendría que estar alerta. Estaría tan fría y reservada como él siempre había dicho.
El pensamiento hizo que la seguridad de Jane volviera, pero no evitó que sus ojos se volvieran hacia donde Lyall seguía agachado. Tomó la correspondencia y trató de concentrarse en ella mientras esperaba que el agua hirviera.
La última era una tarjeta de Kit. Jane dio la vuelta y leyó: Buenos Aires era un lugar estupendo y él estaba completamente enamorado. ¿Podría mandarle algo de dinero?
Era típico de Kit. Jane suspiró y volvió a leerla. Ya la había mandado todo lo que había podido. ¿Dónde iba a encontrar más para enviarle?
– Pareces cansada -dijo la voz de Lyall, interrumpiendo sus pensamientos. No se había dado cuenta de que la había estado observando cómo se apoyaba contra el fregadero y miraba seriamente la postal. Tenía el cabello de color castaño retirado hacia atrás, el traje de ejecutiva arrugado, y sombras bajo los ojos grises.
– Ha sido un día largo, eso es todo -dijo, volviéndose para hacer el té, tranquila a pesar de la preocupación de los ojos azules de Lyall. Preocupación que había desaparecido cuando le ofreció una taza caliente, teniendo mucho cuidado de no rozar sus manos.
– ¿Podrás arreglar el calentador? -preguntó.
– Creo que sí. ¿Tienes un destornillador?
– Por supuesto -aseguró, yendo a por la caja de herramientas de su padre. Lyall arqueó las cejas al contemplar las herramientas cuidadosamente ordenadas, su padre siempre había sido muy meticuloso y organizado.
– Es una buena colección. ¿Eran de tu padre?
– Sí -contestó con brevedad, no quería hablar de su padre con Lyall.
– Seguro que le gustaba la caja así, con cada cosa en su sitio -comentó, escogiendo un destornillador-. Limpió y ordenado, como su vida. Si no estabas en el lugar adecuado él lo ignoraba, ¿a que sí?
– ¡No hables así de él! -protestó, aunque sabía la verdad que yacía en la observación.
– ¿No es verdad? -insistió Lyall, mirándola irónicamente por encima del hombro -Te trataba exactamente igual que a estas herramientas.
– ¡Mentira! ¡Mi padre me quería!
– Claro que sí… pero eso no evitó que te tuviera siempre en el lugar exacto donde podía encontrarte. Por eso yo no le gustaba. Tenía miedo de que te cambiara y no pudieras meterte de nuevo en su sistema organizado.
– No puedes acusar a un padre de querer proteger a su hija -dijo Jane con los labios apretados.
– Sí puedo, si eso significa no dejar que viva lo que ella elige.
– Quizá pensarías de diferente manera si tuvieras una hija -exclamó Jane-. O quizá no. Probablemente la dejarías hacer lo que quisiera tan pronto como se quitara los pañales, para que no interfiera en tu maravillosa libertad.
– Precisamente por eso no quiero tener hijos -dijo con frialdad-. Nunca he querido comprometerme para tener una esposa y una familia. Pero si lo hiciera, espero ser lo suficientemente sabio como para no envolverlos de la manera que tu padre lo hizo. ¡Para que no terminen tan reprimidos como tú, o se vayan al otro extremo como tu hermano!
– ¡Yo no estoy reprimida! -protestó Jane, dejando la taza en la mesa.
Inmediatamente después, pero demasiado tarde, se dio cuenta que había dicho las mismas palabras diez años antes. El eco del pasado invadió la cocina con el calor de aquel día de verano. Habían estado sentados a la orilla del río, y habían metido los pies dentro del agua fría. Tres días antes habían hecho un viaje loco hacia el mar. A la vuelta, en la entrada de casa, cuando Jane había decidido que ella sólo había sido alguien con quien divertirse y llenar un día, Lyall la agarró y la invitó a comer. Jane, aunque intrigada, se había resistido al principio, pero luego aceptó.
– Eres tan recta -había dicho Lyall, divertido. Luego había acariciado su pelo, y ella había temblado al roce de su mano-. ¿Me tienes miedo o es que estás reprimida?
– ¡No estoy reprimida! -había gritado Jane indignada.
– Entonces, ¿me tienes miedo?
– ¡Claro que no! -contestó con la barbilla desafiante.
– Bien -había dicho sonriendo-, entonces no te importará que te bese, ¿no?
Y él la había echado sobre la hierba suave y Jane se había perdido en otro mundo.
Invadida por los recuerdos, Jane miró desesperada a la espalda de Lyall. Estaba desenroscando una pieza, sin tener en cuenta el eco de su primer beso. ¿Por qué tenía ella que recordarlo, si él no lo hacía, o si lo hacía no le importaba tanto?
– ¿Por qué viniste hoy? -preguntó Jane con brusquedad-. Podías haber vuelto a llamar y haber dicho a Dorothy que te había confundido con alguien. ¿De todas maneras, para qué me llamaste? No sé por qué puedes estar interesado en hablar con alguien tan reprimido como yo -terminó con sarcasmo.
Lyall se sentó sobre los talones y se encogió de hombros.
– Pensaba que era una pena que hubiéramos empezado tan mal ayer. Me di cuenta que te había pillado por sorpresa y me iba a disculpar, eso era todo.
– Pues no había hecho falta que vinieras a arreglar el calentador -declaró Jane con firmeza.
– No tenía otra cosa que hacer -dijo, luego sonrió-. Y era evidente que el pobre de George no se iba a atrever, por lo menos si es una persona razonable. ¿Eres tan gruñona ahora?
– Tú también estarías enfadado si hubieras tenido el día que yo he tenido. Puedo asegurarte que normalmente no soy tan gruñona como tú dices.
– Pues ayer también estuviste gruñona.
No hasta que él había aparecido. Jane apartó los ojos de él y volvió a tomar su taza de té.
– Estoy cansada de esperar oír que Multiplex o como se llame, van a darnos el contrato de Penbury Manor o no -explicó, mirando dentro de la taza.
– ¿O sea, que todavía no han dicho nada?
– No. Llamé al arquitecto hace dos días y me dijo que también él estaba esperando que lo llamaran. Parece que la secretaria de la compañía no puede tomar decisiones hasta que el director no termine su partida de golf o sus comilonas.
– ¿Sabes algo sobre Multiplex? -preguntó Lyall. Su voz parecía querer quitar importancia al asunto, pero Jane notaba algo especial que no supo identificar.
– Sé que tiene que ver con electrónica -contestó de manera vaga.
– ¿Algo que ver con electrónica? -Lyall movió la cabeza impaciente-. ¡Multiplex es una de las mayores compañías de material electrónico de Europa, Jane! Esas compañías no están dirigidas por hombres que sólo jueguen al golf y coman.
– Entonces, ¿por qué no toman una decisión ya?
– Es posible que tengan otras cosas que hacer. Si estuviera en tu posición, Jane, hubiera hecho un esfuerzo por descubrir algo sobre la compañía con la que quizá vayas a tener una relación estrecha. Si te hubieras molestado, habrías descubierto que Multiplex tiene una reputación merecida por su calidad y eficiencia, y el que no hayan tomado todavía esa decisión así lo demuestra.
– Parece que sabes mucho de la compañía.
– Es una compañía muy conocida -dijo con una mirada enigmática-. ¡Como sabrías si te hubieras tomado interés por lo que hay fuera de Penbury!
Jane abrió la boca para contestar, pero luego pensó que era mejor callar. ¡No iba a ponerse de nuevo a discutir!
– Estaré fuera en el jardín si necesitas algo -dijo con dignidad, y salió de la estancia a buen paso.
El jardín estaba húmedo y estropeado después de la tormenta. Jane examinó las macetas cuidadosamente. ¿Cómo se atrevía Lyall a acusarla de estar enfadada? Sin duda, pensaría que era una amargada incapaz de llevar un negocio debidamente. ¿Y qué sabía él de negocios? Cuanto más pensaba en sus acusaciones, más se enfadaba. Ella no se enfadaba, era Lyall quien la enfadaba. Ni siquiera se habría enfadado con George si Lyall no hubiera aparecido desequilibrando su mundo. La preocupación por el contrato la tenía un poco irritable, pero nunca antes lo había pagado con nadie. Sin embargo, sabía que no podía echar la culpa a Lyall por el retraso de Multiplex, o por su calentador estropeado, o porque George no hubiera aparecido, pero Jane en esos momentos no estaba siendo lógica. Si él no hubiera vuelto, ella habría solucionado los problemas con su calma habitual. Pero estaba nerviosa y agitada por los recuerdos que la invadían, y era incapaz de solucionar nada. ¡Y Lyall se preguntaba por qué estaba enfadada!
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