Jane siguió ordenando furiosamente los geranios, y de repente golpeó a uno de ellos. ¡Eso también era culpa de Lyall!

– Perdón -dijo disculpándose absurdamente del geranio.

– ¿Por qué no eres siempre tan agradable con la gente como con las plantas, Jane? -preguntó con voz divertida Lyall desde la entrada. Jane se ruborizó y se puso rígida. ¡La había visto hablando con las plantas!

– ¿Has terminado?

– Sí, lo he encendido para ver si funciona.

– De acuerdo -de repente se dio cuenta que después de todo, le estaba haciendo un favor. Jane se limpió las manos en el vestido sin pensar, esparciendo un aroma de tierra mojada-. Pues… gracias.

Lyall se bebió el té apoyado en el quicio de la entrada, mientras la observaba con una mirada irónica. Jane siempre olvidaba lo desconcertantes que eran aquellos ojos azules cuando no estaba sonrientes, y se inclinó a sacudirse la falda.

– ¿Era tu novio aquel con el que estabas ayer en el pub?

Jane no se esperaba aquella pregunta y su corazón dio un vuelco. La noche anterior no había terminado muy bien. Alan la había telefoneado y ella había pensado salir para olvidarse de Lyall, pero para su disgusto, Alan no quiso salir más allá del pub del pueblo. Afortunadamente Lyall estaba al fondo, y ella había pensado que no la había visto. Estaba acompañado de una pelirroja despampanante y una rubia que no hacía otra cosa que tocarse el pelo y reírse con un tono chillón.

Lyall se bebió todo el té y dejó la taza.

– ¿Qué me dices?

– Creo que no es asunto tuyo, pero sí, era Alan.

– ¿El hombre que te hace tremendamente feliz?

Jane apretó los dientes.

– Sí.

– No parecías muy feliz -continuó Lyall, pensativo-, pero no puedo decir que me sorprenda, no era tu tipo.

– No me gusta tener que decir cosas evidentes, ¡pero tú no sabes cuál es mi tipo!

– Yo solía ser tu tipo -recordó Lyall suavemente.

– Eso fue hace mucho tiempo -dijo Jane con un rubor en las mejillas, y se dio la vuelta para mirar un macizo de rosas-. Yo era joven y tonta y no sabía nada, pero he madurado en estos diez años. No buscas las mismas cosas en un hombre cuando tienes veintinueve años, que cuando tienes diecinueve.

– ¿Por ejemplo?

– Por ejemplo amabilidad, confianza, seguridad… ¡Nada de lo que se pueda asociar contigo!

– Quizá yo haya madurado también -sugirió Lyall, y Jane lo miró por encima del hombro.

– No parece que hayas cambiado mucho.

– Las apariencias engañan. Eso es lo primero que descubrí en ti. Tan tranquila, tan sensata… y tan apasionada en el fondo.

El color de las mejillas de Jane se hizo más profundo.

– Yo estaba hablando de la experiencia, no de las apariencias.

– Entiendo -la boca de Lyall esbozó una sonrisa-. ¿Y Alan es tan bueno y seguro como parece?

– Sí, lo es. Es muy bueno -dijo con desafío. Ella siempre sabía dónde estaba Alan. Nunca la había desestabilizado de la manera que Lyall lo hacía. Ella nunca sabía lo que Lyall iba a hacer a continuación; tenía una cualidad peligrosamente impredecible que la alarmaba, excitaba y encantaba a la vez. Alan era menos brillante, pero era menos agotador.

– Todavía eres cobarde en asuntos del corazón -se burló Lyall-. Prefieres estar segura y aburrida que arriesgarte en algo más excitante.

– ¡Eso es lo que piensas tú! -apuntó Jane, mirándolo indignada-. ¡Sólo porque no fui lo suficientemente estúpida como para irme contigo!

– Porque fuiste lo suficientemente estúpida para no confiar en mí -corrigió con una voz dura.

De repente la imagen de él detrás del árbol, del árbol de los dos, abrazando a Judith apareció en los ojos de Jane.

– No confiar en ti fue la única cosa inteligente que hice aquel verano.

Los ojos azules se posaron en ella con frialdad y desprecio, y después de unos segundos se fue a la cocina.

– Iré a ver si funciona el calentador.

Estaba enfadado. Jane se quedó mirando ciegamente a los geranios, y luchó contra los recuerdos de aquel día en que su mundo se había roto en miles de pedazos. Había confiado en Lyall, había puesto el corazón en sus manos, y él la había traicionado. ¿Qué derecho tenía a estar enfadado?

– Ya funciona -declaró Lyall con voz indiferente asomándose a la puerta. Jane se volvió para mirarlo, el desprecio en sus ojos había desaparecido y Jane sintió un alivio momentáneo, inmediatamente después se enfadó consigo misma por ello.

– Gracias.

– Mira, eso fue todo hace mucho tiempo -dijo después de una pausa-. ¿Para qué vamos a discutir por algo que pasó hace diez años?

Se acercó a ella y aunque no la tocó, Jane notó su cuerpo poderoso. Vio las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros, y el vello oscuro de sus antebrazos. Se había lavado las manos, pero tenía un olor fuerte a aceite alrededor de su cintura.

– Creo que voy a estar por aquí un tiempo -continuó Lyall. Jane no dijo nada y él siguió hablando con suavidad-. ¿Por qué no dejamos el pasado y comenzamos de nuevo? Sería más fácil si simulamos ser desconocidos, ¿no te parece? Podemos olvidar que una vez fuimos algo más.

¿Cómo podía ella olvidar? ¿Cómo podía olvidar la sensación cuando la besaba, o la suave y fuerza de su cuerpo en sus manos?

¿Y a la vez, no tenía razón? Si se trataban como extraños, sería posible dejar los recuerdos en el pasado, en su lugar apropiado. Intentaría comportarse con tranquilidad una vez más, y él vería lo madura que se había vuelto.

– De acuerdo -aceptó con tranquilidad-. Yo lo intentaré si tú lo intentas.

– De acuerdo.

Se quedaron en silencio un rato. Jane se sintió extraña después de unos segundos. Lyall parecía como siempre, confiado y seguro de sí, relajado como un gato echado al sol. Y había en él la misma sensación de que en cualquier instante la pereza y el buen humor podían desaparecer y algo mucho más peligroso e impredecible llenaría ese lugar.

Lyall la observaba con una expresión ilegible, y Jane se estiró incómoda bajo su mirada.

– Bueno, ¿cuánto te debo por el arreglo del calentador?

– Olvídalo.

– Creía que éramos desconocidos -le recordó-. Habría tenido que pagar a cualquiera de los fontaneros de Makepeace and Son si hubieran venido.

– No hace falta -protestó, pero Jane no iba a dejar así las cosas.

– Prefiero pagarte. Insisto en darte algo.

Un brillo inquietante se instaló en los ojos de Lyall.

– ¿Quieres decir eso de verdad?

– Por supuesto -replicó con dignidad, complacida ante la oportunidad de enseñarle lo capaz que era de tratarlo como a un extraño-. ¿Aceptarías un cheque?

Lyall negó con la cabeza.

– Sólo acepto cobrar en especie -dijo, a continuación la agarró por los hombros. Jane instintivamente intentó retroceder, pero era demasiado tarde. Las manos de Lyall habían agarrado su cara, y sus dedos le acariciaban las mejillas. El roce era ligero como una pluma, pero las manos la sujetaban tan firmemente que no podía moverse.

– No hace falta que me des nada -murmuró, mirando dentro de los ojos de Jane, que eran grandes, grises y brillantes, y tenían una mirada entre perpleja y anhelante-. Pero ya que insistes…

– No… -comenzó Jane, pero aunque levantó las manos para empujarlo, la boca de Lyall se posó en la suya, y el suelo se abrió bajo sus pies, al recordar la misma sensación de hacía diez años. El roce magnético de sus labios; sus manos tan calientes, tan seguras; el contacto de su cuerpo duro y grande… El dolor y la pena desaparecieron, y quedó sólo el sabor maravilloso de su boca. Sin pensarlo, Jane se apretó contra él, enroscando los brazos sobre su cuello, mientras las manos de Lyall bajaban por su cuello y sus pechos, antes de agarrarla más fuertemente. Eso es lo que había estado pensando desde que lo había visto el día anterior en Penbury Manor, desde que había desaparecido diez años antes. Una mirada a su boca había sido suficiente para encender el deseo en ella, y en esos momentos, la búsqueda cálida de sus labios eran un acto de posesión y un descubrimiento a la vez que la ataba de nuevo a él.

Lyall murmuraba el nombre de ella mientras la besaba en el cuello, y Jane enroscaba sus dedos en su cabello, recordando el intenso placer de sus labios moviéndose sobre su piel. Se apretó contra él, besando desesperadamente su oreja, su mandíbula, su cuello. Un sollozo salió de su boca cuando Lyall apartó la chaqueta y comenzó a desabrochar su blusa, pero era imposible saber si era una queja o un gemido de placer. Jane echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos ante la deliciosa sensación de las manos de él bajo la tela, acariciando todas las curvas de su cuerpo, excitándola hasta gritar.

Incluso los recuerdos desaparecieron bajo el estallido de la pasión. Jane no pensaba en el pasado o en el futuro, o en los motivos que había tenido Lyall para volver; y el presente sólo consistía en perderse en sus brazos. Los besos se hicieron más profundos, más apasionados, desesperados. Casi asustada por ellos, Jane deslizó las manos debajo de su camiseta y acarició la espalda de Lyall, aferrándose a la seguridad de su cuerpo duro.

Y de repente, inexplicablemente, todo acabó. Lyall levantó la cabeza y la miró. Jane se agarró sin querer apartarse, pero los brazos de Lyall se apartaron y abrocharon su blusa. Se miraron el uno al otro un segundo interminable, sorprendidos por la pasión que los había arrastrado como un tornado y se había evaporado con la misma rapidez. Ya no había diversión en los ojos azules, sino una expresión que Jane no quería o no podía comprender.

– Así está bien, creo que es mejor que me vaya, antes de que pienses que me has pagado demasiado.

Jane se quedó callada, incapaz de decir nada. Sin darse cuenta de lo que hacía o de lo que quería decir, asintió con la cabeza casi mareada, desorientada por la brusca vuelta a la realidad. Lo único que pudo hacer fue cerrarse la blusa y mirar con los ojos abiertos por la sorpresa a Lyall caminar hacia la puerta.

Capítulo 3

– Gracias a Dios que has venido! -declaró Dorothy cuando Jane llegó al despacho al día siguiente-. Estaba empezando a preguntarme si te había pasado algo.

– Me he quedado dormida -explicó Jane, tomando la correspondencia e intentando evitar la mirada inquisitiva de Dorothy-. No he dormido muy bien esta noche. Había estado despierta mucho rato, pensando en el beso que la había sacudido hasta el borde de las lágrimas. Estaba furiosa con Lyall por haberla besado de esa manera, y con ella por haber respondido. ¿Cómo había podido abrazarlo de aquella manera después de aquellos diez años? ¡Él la había herido, usado y traicionado, pero cuando la había besado ella había respondido como si siguiera locamente enamorada!

¡Pues no lo estaba! Jane había dado forma de nuevo a la almohada y se había colocado sobre ella una vez más. ¡Había olvidado a Lyall hacía mucho tiempo, y si él creía que un beso iba a cambiar todo, estaba equivocado! Como siempre, la había pillado por sorpresa después de toda aquella charla sobre olvidar el pasado. No tenía que haber confiado en él, había pensado con amargura. Lyall no descansaría hasta no destrozar el mundo seguro que ella había reconstruido a su alrededor, pero ella no iba a permitirlo. Su mejor defensa era seguir siendo la chica fría y razonable que había intentado aprender a ser en aquellos diez años, la chica que había sido antes de que él cambiara todo. La próxima vez que se vieran, si volvían a verse, ella estaría preparada, había decidido. Estaría tranquila, relajada, despreocupada, y con suerte, Lyall pensaría que había imaginado aquel beso.

La luz del amanecer había empezado a iluminar vagamente la habitación cuando Jane se había quedado dormida. En esos momentos, delante de la mesa de Dorothy con la correspondencia en la mano, deseó sentirse tan segura como se había sentido en las primeras horas de la mañana. Su cuerpo todavía temblaba con el recuerdo de la boca de Lyall y de sus manos, y por mucho que mirara a las cartas, lo único que veía era el brillo malicioso de sus ojos mientras se inclinaba sobre ella…

– Michael White ha llamado hace media hora, parece que Multiplex ha tomado una decisión.

Jane había olvidado las preocupaciones de las últimas semanas.

– ¿Y?

– ¡Que tenemos el contrato!

Eran las noticias que Jane necesitaba. Su corazón había abrigado la esperanza de mantener Makepeace and Son, y en esos momentos se sentía feliz. También se daba cuenta lo cerca que habían estado de la ruina, y de que la vida arreglaba las cosas poco a poco. Había dado demasiada importancia al beso de Lyall. Su padre había confiado en ella y eso era lo único que importaba, eso y la gente que había trabajado para ella. Makepeace and Son era su vida, y Lyall no tenía espacio en ella.