Tras semanas de larga espera, de repente tenía un montón de cosas que hacer. Multiplex quería una entrevista inicial con el arquitecto y con ella aquel mismo día, así que Jane tenía que estar en Penbury Manor a las dos en punto, pero primero fue a informar a los trabajadores de la empresa que habían conseguido el contrato.
En aquellos años, Jane había sentido muchas veces el deseo de volver a la jardinería y dejar a un lado la lucha con los contables, con los contratistas, etc… pero la cara de los hombres en esos momentos le hizo pensar que había merecido la pena.
– Tú padre estaría orgulloso de ti -le dijo Ray, haciendo que sus ojos se empañaran.
Seguidamente, Jane se dirigió hacia la casa en un humor excelente. No había olvidado por completo a Lyall, pero intentaba firmemente apartarlo de su mente y concentrarse en el trabajo.
Dejó la furgoneta en la entrada. Estaba vieja y gastada, y contrastaba tremendamente con los demás coches allí aparcados. Se notaba que iba a haber un cambio, y Jane pensó con tristeza en cómo la casa iba a ser transformada en una empresa moderna e impersonal, pero lo aceptó con firmeza. Si Makepeace and Son no hacían el trabajo, otras personas lo harían, y el trabajo para los hombres que trabajaban para ella significaban mucho más que recuerdos de piedras y chimeneas y generaciones de niños para los que aquella vieja casa había sido un hogar.
Jane se estiró y se dirigió hacia la entrada. Dentro encontró a todo el mundo reunido. Ella había hablado por teléfono con Dennis Lang, que era el secretario de Multiplex, pero con quien iba a tratar iba a ser con el arquitecto, Michael White, y fue él quien la presentó a los demás. Multiplex había decidido utilizar trabajadores del pueblo a ser posible, así que ella reconoció a muchos de ellos, excepto a los directivos de Multiplex y a Dimity Price, que iba a encargarse de la decoración.
Dimity era frágil y femenina, con una cascada de rizos rubios que recordaban a la pintura de los Prerrafaelitas; ojos verdes y una voz dulce como de niña pequeña. A su lado, Jane se sentía acomplejada por su vestimenta austera: unos pantalones beis y una camisa blanca, pero sonrió y dio la mano a Dimity, pensando en el nombre, ¿Dimity? Se decía acentuando la primera sílaba, pensó antes de recordar que Lyall la acusaría en esos momentos de ser una mujer fría y reprimida. Ella no era una mujer que expresara abiertamente sus sentimientos.
Jane se quedó un momento pensativa, casi enfadada por permitir que el recuerdo de Lyall volviera a su mente.
– Estamos esperando al director -explicó Dennis Lang, ofreciéndola una taza de café-. Está atendiendo a una llamada desde Estados Unidos, pero no creo que tarde mucho.
– No sabía que el director iba a venir -dijo Jane, sorprendida-. Los directores no suelen preocuparse por este tipo de reuniones, ¿no?
– Este director sí -dijo Dennis con una mirada resignada un tanto cómica-. Se preocupa de todos los detalles. Es uno de los secretos de su éxito, y está especialmente interesado en la restauración de esta casa. Quiere cuidar todo desde el principio.
El corazón de Jane dio un vuelco. No había cosa peor que los clientes que querían revisarlo todo.
– Será maravilloso trabajar para alguien tan cuidadoso -apuntó Dimity-. Y es un hombre maravilloso. ¡Te encantará, Jane!
– ¿Sí? -preguntó Jane mirando a Dennis.
– Suele gustar mucho a las mujeres -declaró Dennis-. Pero aquí está, es mejor que lo decida usted misma.
Dos hombres acababan de entrar en la habitación, pero Jane no necesitó preguntar quién de los dos era el director. Relajado y seguro de sí mismo, dentro de un traje gris inmaculado, era un hombre que atraía todas las miradas sin ningún esfuerzo. Mirándolo se podía saber que dirigía la compañía con energía, y que era un hombre acostumbrado a arriesgarse y a ganar.
Un hombre al que ella conocía demasiado bien.
Era Lyall.
Jane sintió ganas de vomitar. Lo miró fascinada, mientras el eco de sus propias palabras parecían resonar en la habitación: «No deberías estar aquí… una compañía horrible va a arruinar esta casa… el director que parece que sólo se dedica a jugar al golf y a comer en restaurantes caros…»
Las palabras parecieron rebotar en la pared de madera y volvieron a sus oídos. Una oleada de sorpresa y humillación la invadió, y la dejó sin aliento y casi incapaz de sostenerse en pie.
La cabeza oscura de Lyall estaba en esos momentos vuelta hacia Michael White, escuchando algo que el arquitecto le decía, pero Jane tenía la horrorosa sensación de que todo el mundo la miraba. Los ojos azules burlones miraron a los ojos grises y sonrieron.
¡Cómo debía estar disfrutando ese momento! Michael llamó a Lyall para presentarla y la vergüenza de Jane se trasformó en una rabia ciega. ¿Cómo se atrevía a burlarse de ella? Podía haberle dicho quién era, y ella no hubiera hecho el ridículo delante de todas aquellas personas, pero eso no le hubiera divertido tanto.
Lyall dejó que Michael hiciera la presentación como si fuera la primera vez que la veía.
– ¿Cómo está usted? -dijo gravemente, con un brillo irónico en los ojos.
Como Michael estaba mirando Jane no pudo hacer otra cosa que aceptar la mano que le ofrecía, pero fue un error. El roce de sus dedos la hicieron recordar el beso del día anterior. Sólo unas horas antes había estado suspirando bajo sus labios y sus manos.
Jane murmuró algo y retiró la mano. A continuación todos tomaron asiento alrededor de una mesa y la reunión comenzó, pero Jane apenas escuchaba. Aunque se sentó lo más lejos posible de Lyall, sólo era capaz de notar su presencia, la línea de su boca y las manos fuertes descansando con absoluta seguridad sobre la silla mientras, de pie, hablaba a todos. Nunca lo había visto en traje, pensó Janet. Le hacía parecer mayor, más peligroso y más valiente. ¿Por qué ella no había visto aquello antes?
¡Qué idiota había sido! ¿Por qué no había pensado en cómo había cambiado? ¿Por qué no había imaginado que su vuelta a Penbury Manor era debido a que estaba relacionado con Multiplex? Se lo había dicho en la cocina con otras palabras. Jane estaba furiosa consigo misma, y al advertir lo gracioso que parecía a Lyall su aparente disgusto. Su intención de ignorarlo se disolvía en esos momentos. ¿Cómo iba a poder hacerlo si iba a ser el mejor cliente de Makepeace and Son?
Lyall estaba hablando sobre los planes que tenía pensados para la restauración, y mostraba bocetos mientras todo el mundo asentía con exclamaciones de admiración.
– Todo es maravilloso -dijo Dimity, que se había sentado lo más cerca posible de él. Jane pasó los bocetos casi sin mirarlos, seguía sumergida en su rabia. Había sido maravilloso saber aquella mañana que tenían el contrato, había pensado que todo iba a solucionarse después de todo, y en esos momentos estaba derrotada, y todo por culpa de Lyall. ¡Era culpa suya por haber vuelto, por besarla, por estar allí tan frío, tan seguro de sí mientras ella sólo tenía deseos de golpearlo!
De repente, se dio cuenta que todos la miraba esperando una respuesta, y se fijó en los ojos burlones de Lyall, que la miraban con una ceja arqueada. Ella no sabía lo que había dicho, y era evidente que él se daba cuenta.
– ¿Puede repetirlo, por favor?
– Estaba preguntando si tiene suficientes hombres capaces de comenzar a trabajar enseguida -repitió Lyall con una humillante paciencia.
– Por supuesto -contestó Jane con los labios apretados.
– Muy bien -su cara seguía seria, pero Jane sabía que se estaba riendo de ella-. Se corren rumores de que pierdo el tiempo jugando al golf y comiendo en restaurantes lujosos -continuó-. Estoy aquí para desmentirlo. Me gusta saber exactamente cómo van las cosas, y vendré a menudo para ver el trabajo. Habrá visto en los planos que el piso de arriba del ala oeste ha sido diseñado para albergar un apartamento aislado. Me gustaría que Makepeace and Son lo hicieran habitable cuanto antes, para poder hospedarme mientras esté en Penbury. Me imagino que no tendrá problemas en trabajar duramente antes de que empiece el trabajo más especializado.
– ¿Importaría si tengo alguno? -dijo Jane, enfadada. Los demás la miraron sorprendidos, pero ella ni siquiera se dio cuenta. Sus ojos se posaron en los de Lyall como si estuvieran ellos solos en la habitación.
– ¿Quiere eso decir que tiene algo que objetar?
– No estoy en posición de objetar nada, como sabrá. Mi única preocupación es por mis hombres, y francamente, pienso que es mejor que revise a los suyos en lugar de revisar el trabajo de mi equipo. Son todos buenos trabajadores y no pueden trabajar adecuadamente si un cliente está observando continuamente su trabajo, haciendo críticas y cambiando de opinión.
– No voy a cambiar de opinión -dijo Lyall. La burla en sus ojos había desaparecido y sólo quedaba un azul implacable-. He decidido lo que quiero, y quiero que sea así -Jane sabía que siempre había sido así-. No tengo intención de interferir en el trabajo de sus hombres, pero me imagino que admitirá que me preocupe por lo que vayan haciendo. Si tengo algo que decir, lo trataré con usted. Después de todo es para lo que está, ¿no?
– No quiero perder el tiempo innecesariamente -dijo Jane, ignorando las señales de Michael para que se callara-. Si cree que Makepeace and Son no es capaz de hacer el trabajo sin que usted lo revise, es mejor que se busque otra empresa -dicho lo cual se levantó y empujó la silla hacia atrás-. Me imagino que me hará saber lo que decida. ¡O confía en nuestra empresa y nos deja trabajar tranquilos, o se busca otra compañía cuyos hombres no les importe que usted les importune cada cinco minutos!
Hubo un silencio sepulcral cuando ella salió de la habitación con la cabeza bien alta y sin mirar para atrás. Todavía con rabia y vergüenza, atravesó la puerta de entrada y se dirigió hacia la furgoneta. Llegó al despacho en un tiempo récord, frenando justo a tiempo para no derribar un montón de maderas apiladas que había en la entrada. La noticia del contrato se había extendido rápidamente y los proveedores habían empezado a llevar ya material.
Jane apagó el motor, y se quedó mirando el rótulo dorado y verde de Makepeace and Son que había en la entrada. Recordaba haberlo visto desde siempre, y recordaba que su padre le había dicho lo mismo.
– ¿Qué he hecho? -exclamó en alto cuando la rabia hubo desaparecido, dejando paso a un sentimiento de fracaso y desastre. Pensó en los hombres que la habían felicitado aquella mañana, en los proveedores que habían estado esperando el teléfono, ya que el trabajo de muchos de ellos dependía del nuevo contrato. ¿Cómo iba a poder decirles que el contrato no había sido firmado?
Invadida por una sensación de angustia y estupidez, Jane cerró los ojos y apoyó la cabeza en el volante.
– ¿Qué he hecho? -repitió con desesperación.
Apretó los ojos con fuerza, pero fue imposible eliminar la imagen de Lyall de pie delante de la mesa, mirándola con dureza mientras ella salía. Sabía demasiado bien lo que había hecho: había destrozado el futuro que parecía mejorar para todos, sólo por la forma en que Lyall la hacía sentir.
Jane abrió los ojos para mirar de nuevo el rótulo. ¿Qué había dicho Ray? «Tu padre estaría muy orgulloso de ti». Su cara se contrajo en una mueca de tristeza. Su padre no se sentiría nada orgulloso. Había estado trabajando para levantar Makepeace and Son, y se quedaría amargamente avergonzado de cómo ella lo había tirado todo por la borda. Él nunca había dejado tirados a sus hombres de la manera que ella lo había hecho, y ahora de ella dependía la solución.
Y sólo podía hacer una cosa.
Jane encendió de nuevo el motor y se dirigió hacia Penbury Manor.
La reunión había terminado poco después de ella salir, ya que la mayoría de los coches se habían ido. Jane aparcó en una esquina, ya que no tenía deseos de enfrentarse a nadie, y se quedó un rato sentada, mirando a la puerta de entrada tratando de armarse de valor.
Cuando estaba mirando la puerta se abrió y Dimity salió. La mujer se tocaba el pelo y parecía complacida consigo misma. Jane entrecerró los ojos pensativa. Faltaba mucho para que empezaran con el trabajo de decoración. ¿Por qué Dimity había ido a la reunión? Era un poco pronto para discutir sobre el papel de la pared… o es que había algo más importante?
Jane observó a la mujer meterse en su coche y mirarse al espejo. Revisó delicadamente sus ojos, y satisfecha con su apariencia arrancó el motor y se marchó, sin haberse dado cuenta de la presencia de la furgoneta de Jane debajo de uno de los árboles.
Jane se mordió los labios. Ella nunca se preocupaba sobre su apariencia, pero instintivamente se miró al espejo y estudió su reflejo. Su cara parecía delgada y pálida, y sus ojos tenían una oscuridad culpable. Era muy diferente de la belleza frágil de Dimity. No había fragilidad en Jane, hasta que Lyall la había besado.
"Una chica prudente" отзывы
Отзывы читателей о книге "Una chica prudente". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Una chica prudente" друзьям в соцсетях.