Por lo menos podría mirar a la cara a Dorothy sabiendo que el contrato era de ellos. Una cena con Lyall no era un precio demasiado alto a cambio. Todo lo que tenía que hacer era intentar que fuera un simple compañero de negocios. Una comida, un vaso de vino, una despedida indiferente… ¿Qué había de malo en ello? Nada… si no fuera Lyall. Jane aparcó la furgoneta y pensó con tristeza que nunca podría tratarlo de la manera tranquila con la que trataba a cualquier otra persona. Su fama estaba bien fundada. Después de su relación desastrosa con Lyall, había decidido no permitir que nadie la hiciera daño, y había enterrado su vulnerabilidad profundamente, escondiéndola tras una barrera de eficiencia que alejaba a los demás. La chica cálida y vibrante que Lyall había enseñado a vivir años antes se había encerrado en sí misma desde entonces. Su familia y amigos se habían alegrado al ver reaparecer a la antigua Jane, a la chica buena y responsable, y durante años se había convencido a sí misma de ser la Jane verdadera. Pero con la vuelta de Lyall, todas las barreras de protección saltaron a la primera sonrisa. Jane se sintió como si caminara sobre hielo, el corazón a punto de salirse del pecho, sabiendo que un movimiento en falso abriría de nuevo el suelo a sus pies. Cenar era lo que menos necesitaba para mantener su serenidad interior.
Tardó mucho en decidir qué ponerse aquella noche. Jane se probó casi todo lo que tenía en el armario, antes de elegir una blusa blanca sin mangas con el cuello bordado, y una falda suave de un color indefinido, entre el rojo y el rosa. Luego se puso un cinturón ancho de cuero y zapatos bajos. No quería provocar innecesariamente a Lyall yendo de cualquier manera, pero tampoco quería que se notara que se había esforzado demasiado.
Jane estaba nerviosa cuando la hora se aproximaba. Era otra encantadora tarde de verano, pero ella no notaba la luz dorada y la esencia embriagadora del jazmín. Se paseó por el jardín, intentando convencerse de que Lyall era otro cliente más, pero cuando el timbre sonó, supo que había estado perdiendo el tiempo. Ningún otro cliente haría que su corazón latiera más deprisa, o que su sangre hirviera en sus venas.
Tomó aliento y respiró profundamente. Ella era la tranquila Janet Makepeace y no, definitivamente no, iba a dejar que Lyall la provocara. Se colocó la falda con las manos, puso una expresión de educada indiferencia y fue a abrir.
Lyall estaba de pie tranquilo, a punto de apretar de nuevo el timbre. Iba con un traje oscuro y una corbata, y resultaba peligrosamente atractivo. Jane tuvo el sentimiento de no haberse fijado bien en él con anterioridad. Todo en él era diferente: las arrugas alrededor de los ojos, las facciones frías de su cara, la excitante línea de su boca… Jane pensó que el corazón iba a salírsele del pecho. Lyall también pareció sorprenderse de la imagen de ella, y por un momento se quedaron mirándose en silencio, como si se encontraran por sorpresa, sin haberlo negociado sólo unas horas antes.
Como siempre, fue Lyall quién se recuperó primero.
– Hola, Jane.
Sólo él era capaz de pronunciar así su nombre. Era un sonido muy sencillo, pero Lyall hacía que vibrara con calor y promesas.
– Hola -acertó a decir casi sin aliento.
– ¿Estás preparada?
– Sí -dándose cuenta de lo ronca que su voz había sonado, se aclaró la garganta. «Frialdad, profesionalidad… ¿recuerdas?», se dijo a sí misma-. Voy a por mi bolso.
Lyall la observó mientras cerraba la puerta y ponía las llaves en el bolso. Cuando terminó, se dio cuenta de la expresión extraña en los ojos de Lyall.
– ¿Pasa algo?
– No -Jane tenía la sensación de que él estaba tan desconcertado como ella-. Sólo estaba… sorprendido.
– ¿Sorprendido? No sé por qué -dijo Jane-. Dejaste bien claro lo que pasaría sí yo… pero entonces hiciste lo posible para conseguir lo que querías, como siempre.
– No siempre -dijo Lyall suavemente, y tomó un mechón del pelo de Jane y lo peinó hacia atrás. Los dedos de Lyall hicieron arder la piel de Jane, y su corazón se contrajo al recordar ese mismo roce mucho tiempo atrás.
El coche que estaba en la verja era elegante y caro, con lujosos asientos de piel. Lyall abrió la puerta para que entrara, y Jane intentó cuidadosamente no rozarse con él al hacerlo.
Era una tarde de verano. Jane podía oler la hierba del seto que rozaba el coche, y la luz dorada del sol caía en sus mejillas a través del techo abierto del coche. Las notas de un piano llenaban el automóvil. Lyall conducía bien, con las manos apoyadas firmemente en el volante, Jane las veía con el rabillo del ojo. Intentaba mirar al paisaje, pero sus ojos estaban fijos en el perfil de Lyall, en la línea del pómulo y la mandíbula, en su boca.
Decidida a demostrarle que era una mujer fría y madura de veintinueve años, y no una adolescente impresionable que una vez había sucumbido a sus caricias, Jane intentó mantener una conversación superficial que se fue haciendo cada vez más tensa. Lyall contestaba con seriedad y con la misma educación, pero su voz tenía un matiz irónico, como si estuviera jugando con ella.
Fue un alivio cuando el coche redujo la velocidad y salió de la carretera, pero su expresión tranquila desapareció cuando vio que Lyall había aparcado en uno de los restaurante más lujosos de la zona.
– ¿Vamos a entrar aquí?
– He reservado una mesa, pero podemos ir a otra parte si quieres.
– Creí que tenías que reservar con varios años de antelación -declaró Jane acusadoramente, y Lyall sonrió de repente.
– ¡Eso depende de quién seas!
Cuando sonreía así, los años se borraban y parecía tener de nuevo veinticinco años, volvía a ser joven, arriesgado, arrogante y seguro del futuro. El corazón de Jane se hizo un nudo. Había sido aquella seguridad lo que más le había atraído. Había sido siempre positivo, seguro de sí, muy diferente de todo el mundo en Penbury, que solían ser cuidadosos y precavidos. La había deslumbrado con su voluntad de arriesgarse, la había envuelto con la certeza de que el mundo fuera de Penbury podía ofrecer éxitos y diversiones a condición de que estuviera preparada para arriesgarse. Sólo al final ella se había quedado y él se había ido, y si él podía conseguir una mesa en aquel restaurante, era obvio que había encontrado lo que había estado buscando.
El propietario del restaurante saludó a Lyall con respetuosa familiaridad y les condujo a una mesa bastante aislada, con una hermosa vista sobre el río.
– Me debías haber dicho que veníamos aquí -susurró Jane a Lyall cuando se sentaron. Jane se había dado cuenta de que las mujeres que estaban allí iban muy bien vestidas y todas parecían mirar a Lyall-. No voy apropiada.
Jane recordó de nuevo el pasado al encontrarse en una situación inesperada, y su expresión se endureció, pero sus ojos brillaban de emoción. Su pelo suave y dorado enmarcaba las líneas elegantes de su cara y relucía con la luz dorada que llegaba la ventana.
– Lo curioso de ti, Jane, es que sin proponértelo, haces parecer a las demás mujeres artificiales -declaró pensativo.
Jane lo miró sorprendida, Lyall miraba el menú. Con la cara ruborizada, abrió el suyo, pero no podía leer nada. De repente, llegó un camarero y colocó una copa de champán delante de ella.
– He creído que la ocasión se merece algo especial -explicó Lyall, y Jane intentó parecer relajada.
– ¿Sí? ¿Qué estamos celebrando exactamente?
– ¿Nuestra unión? -sugirió Lyall.
– Esto no es una unión -le recordó con acritud-. Esta es una cena de negocios.
– ¿Es por eso por lo que estás siendo tan educada? -preguntó con sorna.
– Creí que eso era lo que querías.
– Sólo dije que quería que fueras amable.
– ¡Y estoy siendo amable!
– No, no es verdad. Te estás comportando como si fueras a un cóctel aburrido y tuvieras unas ganas tremendas de que terminara, y créeme, he estado en bastantes cócteles aburridos y sé reconocer ese tipo de charlas superficiales cuando las escucho.
– ¡Muchas gracias! Tú eres el que dijiste que esto iba a ser una cena de negocios, si te acuerdas. ¡Y te estoy tratando como trataría a cualquier otro compañero de trabajo, que es más de lo que puedo decir de ti, aunque invites a todas las personas con las que trates profesionalmente y luego las acuses de estar haciendo un esfuerzo porque hacen lo que tú quieres que hagan porque si no se verán en la maldita calle! -los ojos grises de Jane brillaban de rabia, a continuación tomó su copa de champán de un trago y dejó la copa en la mesa con brusquedad, pero para su rabia, Lyall no pareció molesto por el comentario. Lejos de ello, la miraba divertido.
– ¡Eso está mejor, Jane! Por lo menos así puedo reconocer a la Jane que una vez conocí.
– Parece que no me reconoces -apuntó Jane con impotencia, furiosa por dejarse provocar tan fácilmente-. Ayer dijimos que nos trataríamos el uno al otro como desconocidos, ¿recuerdas?
– No quería decir eso exactamente. Quería decir que empezáramos de manera que no nos afectara el hecho de haber sido amantes.
– Entiendo -dijo con sarcasmo-. Entonces lo de besarme fue la manera de olvidar el pasado, ¿no?
– No, lo siento, pero fue algo que no pude evitar. Tú insististe en pagarme y yo acepté, eso es todo. ¿Y no fue tan malo, no?
Las mejillas de Jane se ruborizaron, y abrió el menú con estudiada tranquilidad.
– Prefiero que no ocurra de nuevo.
– A muchas personas les hubiera gustado arreglar sus calentadores de manera tan barata.
– ¡Si hubiera sabido que me iba a costar un beso, me habría duchado con agua fría!
– No, Jane. Tú siempre has sido sincera -protestó él furioso-. Mírame a los ojos y dime otra vez, con la mano en el corazón, que no te gustó.
Jane hubiera vendido su alma por ser capaz de hacerlo, pero Lyall había tenido siempre una habilidad increíble para leer en sus ojos. Así que los mantuvo fijos en el menú.
– Tú tenías ventaja porque yo no sabía quién eras, y tú sí.
– ¿Quiere eso decir que hubieras disfrutado del beso si hubieras sabido que era el director de Multiplex?
– ¡No! -dijo con una mirada hostil-. Quiero decir que no hubiera dejado que llegáramos a esa situación… en primer lugar.
– ¿No me hubieras dejado arreglar el calentador?
– ¡Por supuesto que no! -Jane bajó el menú, y miró a Lyall que estaba totalmente relajado, como si estuviera hablando del tiempo-. ¿Por qué lo hiciste?
– ¿Por qué qué?
– ¿Por qué lo arreglaste tú mismo? ¡Podrías haber contratado al fontanero que quisieras con sólo abrir la boca! No teníamos por qué pasar por esa farsa ninguno de los dos… ¿O lo hiciste a propósito para reírte de mí?
– No seas tan melodramática, Jane -dijo Lyall-. No va contigo. Yo no planeé nada. Te llamé ayer por la mañana porque era evidente que habíamos empezado mal con el encuentro en Penbury Manor. Si puedes recordar, no estuviste lo que se dice agradable, y no pensé que me creyeras si te decía quién era. Pero yo ya había tomado la decisión sobre el contrato, y pensé que quizá debería avisarte. Pero no me diste oportunidad de decirte nada. Todo lo que conseguí fue una serie de insultos que iban destinados al pobre de George Smiles. Imaginé que sería peor si volvía a llamar para decirte lo que habías hecho, y decidí que sería mejor decírtelo a la cara.
– ¡No me di cuenta de que quisieras explicarme nada!
– No, la verdad es que estabas tan irritable que era imposible hablar contigo. Intenté decírtelo un poco después, cuando te sugerí que dejáramos el pasado a un lado, pero fue cuando insististe en pagarme por lo del calentador… y me distraje.
¡Se distrajo! ¡Aquél beso había hecho que el mundo diera la vuelta ciento ochenta grados y él se había distraído! Jane miró a la lista de platos sin ver ninguno de ellos. Lo único que veía eran las manos de Lyall sujetando su carta, las mismas manos que habían desabrochado su blusa la noche anterior, las manos que habían acariciado su piel, que habían rodeado sus formas hasta que ella se apretó contra él…
Tragó saliva y se esforzó por concentrarse en el menú. No iba a poder comer nada si seguía pensando en aquel beso. Afortunadamente, el camarero llegó en esos momentos y cuando pidieron la comida y discutieron sobre qué vino pedir, ella ya estaba más tranquila.
– ¿Hay algo más que no me has dicho sobre ti por distracción? -preguntó Jane, cuando el camarero se hubo marchado.
– ¿Hay algo más que quieras saber? -preguntó Lyall, ofreciéndola un plato de canapés exquisitos.
– La única cosa que quiero saber es por qué has vuelto a Penbury -dijo, tomando un canapé.
– Tú sabes por qué -dijo, encogiéndose de hombros-. Multiplex tiene sus oficinas en el centro de Londres, pero queríamos buscar algo fuera. Quería un lugar donde los científicos e investigadores pudieran reunirse a intercambiar ideas, donde pudiéramos dar conferencias, entretener a los clientes o que los trabajadores de la firma se puedan reunir con otros trabajadores de todo el mundo. Aunque el trabajo tenga que ver con aparatos electrónicos, son personas que saben apreciar el encanto de un lugar como Penbury Manor.
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