Nash colocó todas las piezas juntas, las separó y volvió a unirlas de nuevo. Y llegó a la misma conclusión, lo que significaba que algo estaba haciendo mal, porque no podía tener tanta suerte.
– Ahora tienes que decir algo -aseguró Stephanie mirándolo fijamente.
– ¿De verdad quieres que lo diga?
Ella asintió con la cabeza.
Si se había equivocado, Stephanie le arrojaría el café a la cara y se vería obligado a buscar otro alojamiento. Podría soportarlo.
– No estás interesada en tener una relación -se aventuró a decir.
– Eso es.
– Y te gustaron los besos.
– Ajá.
– Mucho.
– Se podría decir que sí -respondió ella con una sonrisa.
– Lo que estás buscando es una aventura mientras yo esté en la ciudad que se termine cuando me marche. Sin ataduras ni reproches ni corazones rotos. Hasta entonces nos haremos mutua compañía por la noche. ¿Va por ahí la cosa?
Capítulo 8
La cosa iba por ahí, pensó Stephanie mientras sentía un nudo de vergüenza atravesado en la garganta. Le parecía asombroso que Nash lo hubiera expresado a la primera con tanta facilidad.
Una cosa era pensar en hacer el amor salvajemente con un desconocido imaginario que resultara ser guapo, sensual y erótico hasta decir basta y otra muy distinta que el objeto de su deseo averiguara sus intenciones y se las dijera en voz alta.
A la luz del día la idea parecía absurda, fuera de lugar y completamente irrealizable.
Sin pensar en lo que hacía, Stephanie se puso de pie y salió de la cocina. No tenía ningún destino en mente. Sólo necesitaba apartarse de Nash.
Mientras caminaba por el pasillo trató de repetirse a sí misma que no había hecho nada malo. Era una persona adulta. Él la había besado y les había gustado a ambos. Entonces, ¿qué tenía de malo sugerir que avanzaran hacia el siguiente nivel? ¿Acaso no era eso lo que todo el mundo hacía?
«Tal vez», pensó algo agitada. Pero ella no. Sólo había estado con un hombre en toda su vida: con su marido. Las normas de comportamiento social del mundo actual se le escapaban completamente. Nunca antes se había atrevido a pedirle a un hombre que la tomara de la mano, ni mucho menos que tuvieran una aventura.
Stephanie llegó al final de la escalera pero antes de que pudiera poner el pie en el suelo alguien la agarró del brazo.
Ella se detuvo y aguantó la respiración. De acuerdo, no se trataba de alguien. Era Nash. Inclinó la cabeza porque podía sentir el calor en las mejillas. No sólo por lo que él pudiera pensar respecto a su sugerencia, sino porque salir huyendo no había sido una reacción madura, precisamente.
Los dos se mantuvieron callados hasta que el silencio se hizo tan denso que hubieran podido cortarlo con un cuchillo. Finalmente Nash se decidió a hablar.
– Te pido disculpas -dijo con suavidad-. Al parecer he malinterpretado la situación y te he insultado.
Aquellas palabras estaban tan alejadas de lo que ella estaba pensando que Stephanie no pudo evitar darse la vuelta y quedarse mirándolo fijamente.
– He expresado en voz alta mis propios deseos -continuó explicándose Nash-. Fueron unos besos muy apasionados. Me hicieron desear más.
Stephanie procesó aquella frase. Los escalofríos de vergüenza se transformaron en pequeñas descargas de placer mientras consideraba las posibilidades.
– ¿No te importa que no esté interesada en una relación duradera? ¿No crees que eso es barato y sucio por mi parte?
La boca de Nash se curvó en una lenta sonrisa al tiempo que sus ojos echaban chispas.
– ¿Tengo aspecto de que me importe? -preguntó soltándole el brazo y acariciándole la mejilla-. Eres una mujer atractiva y sensual y besas como una fantasía húmeda que hubiera cobrado vida.
Cielos. Ya que hablaba de humedad, Stephanie sintió cómo se empapaba por dentro. Sintió un foco de deseo entre las piernas que comenzó a extenderse en todas direcciones. Se sentía a la vez débil e increíblemente poderosa. El deseo se apoderó de todo su cuerpo, un deseo como no había sentido en lo que le parecía una eternidad.
– ¿Por qué no vuelves a hacerme la pregunta? -le pidió-. Esta vez intentaré no salir corriendo.
La expresión de Nash se endureció y se hizo más intensa. Alrededor de ellos el aire pareció hacerse más denso y creció la tensión. Stephanie pudo sentir cómo se le erizaban los vellos de la nuca y de los brazos. Los dos se miraban a los ojos.
– ¿Estás interesada en tener una aventura? -le preguntó con voz ronca y cargada de deseo sexual-. Sexo, diversión y, cuando me llegue el momento de partir, nos separaremos sin más. Sin reproches. Sin expectativas.
Sonaba escandaloso. Sonaba de maravilla.
– Sí -susurró ella-. Eso es exactamente lo que quiero.
No podía creer que hubiera dicho aquellas palabras en voz alta, pero antes de que pudiera pararse a pensarlo Nash la atrajo hacia sí.
– Eso es lo que yo quiero también -murmuró él-. Llevo años escuchando rumores y por fin he averiguado que son ciertos.
– ¿Rumores? ¿Sobre mí?
Nash depositó suavemente los labios sobre su cuello. Ella sintió un escalofrío delicioso que le recorrió la espina dorsal haciéndole casi imposible pensar.
– No sobre ti en concreto -le dijo-. Sobre las mujeres mayores.
Stephanie le había colocado las manos en los hombros y estaba disfrutando de la sensación de sus músculos poderosos bajo los dedos. Pero en lugar de apartar las manos los apretó con más fuerza para no romper el contacto con aquel cuerpo imponente.
– ¿Mujeres mayores?
Nash levantó la cabeza y sonrió.
– Me dijiste que tenías treinta y tres años. Yo tengo treinta y uno. Desde que comencé a visualizar las posibilidades entre un hombre y una mujer he escuchado historias sobre lo estupendo que es estar con una mujer mayor. Con toda su experiencia, todo ese deseo latente cuando alcanzan la cima… Siempre me he preguntado si sería verdad lo que cuentan.
Stephanie supuso que había dos maneras de responder a aquel reto. Salir corriendo o retarlo a su vez. Su primer impulso fue la huida, pero algo le decía que sería más divertido optar por la segunda opción.
– Por supuesto que es verdad -aseguró acercándose más-. Espero que seas capaz de aguantar.
Nash soltó una carcajada profunda antes de buscarle la boca.
La besó con una pasión y un ansia que la dejó sin respiración. Los labios de Nash se apretaron contra los suyos con fuerza suficiente como para asegurarle al cien por cien que la deseaba tanto como ella a él. Stephanie abrió la boca al instante y él se deslizó dentro.
Nash sabía a café y a pecado. Ella se estremeció de placer al primer embiste de íntimo contacto. Una ola de fuego se apoderó de ella provocándole debilidad en las piernas y problemas para respirar. El deseo hizo explosión estallándole en profundidad, provocando en su interior un ansia desconocida.
Stephanie inclinó la cabeza para besarlo con más profundidad y él la abrazó con más fuerza. Se tocaron por todas partes. Sus senos se apretaron contra el torso de Nash, y notó su erección clavada en el vientre. Él le acariciaba la espalda con las manos, recorriéndoselas arriba y abajo al mismo ritmo que marcaba su corazón.
Mientras Stephanie le trazaba la amplitud de los hombros él le exploró la cintura y después las caderas. Deslizó una mano hasta su trasero y lo apretó. Ella sintió cómo la quemaba aquel contacto a pesar de que tenía la piel cubierta por la ropa.
De repente, sin previo aviso, Nash le mordió el labio inferior. Ella suspiró. Cuando él se introdujo en la boca aquella parte tan sensible y la succionó el suspiro se transformó en gemido.
Stephanie pensó que tenían que estar más juntos. El deseo se estaba convirtiendo en frenesí. Tenían que estar más cerca, desnudos y tocándose. Ya. En aquel instante.
Aquel mensaje voló desde su cerebro a sus manos. Mientras los dedos de Nash le recorrían los pezones, provocándole una nueva oleada de humedad entre los muslos, Stephanie le sacó la camisa de la cintura. Entonces le desabrochó los dos primeros botones. Nash le deslizó las manos por debajo del jersey. Ella aguantó la respiración. Sus manos grandes y cálidas le cubrieron los senos.
El sujetador se había convertido en una barrera de acero que le impedía llegar a su piel desnuda. Stephanie se debatió entre terminar de quitarle la camisa y el deseo de sentir su piel sobre la suya, así que intentó quitarse el jersey sin dejar de insistir con los botones. Al mismo tiempo se giró y trató de alcanzar el último escalón con el pie.
Nash la agarró cuando estaba a punto de caer. Sus brazos poderosos la sujetaron con fuerza.
– Creo que deberíamos seguir arriba -murmuró sin dejar de besarla en el lóbulo de la oreja.
– De acuerdo.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás en gesto suplicante. Le estaba rogando sin palabras que no se detuviera nunca. Nash volvió a ponerle las manos sobre los senos y Stephanie fue incapaz de pensar. Era incapaz de hacer nada que no fuera sentir. Todo era demasiado maravilloso, demasiado increíble, demasiado asombroso. El calor húmedo de su boca, el modo en que deslizaba la lengua por aquella zona tan sensible que tenía detrás de la oreja… Y luego estaban sus dedos, la manera en que los movía y presionaba con ellos sus pezones, ni suave ni fuerte, sino exactamente como debía ser. Perfecto.
– Stephanie…
– ¿Sí?
– Espera un momento.
Nash la tomó en brazos, exactamente igual que Rhett Butler había hecho con Escarlata O'Hara. Tras un momento inicial de desconcierto, Stephanie se sintió ligera, femenina y más sensual de lo que podía describir con palabras.
– Ojalá estuviera desnuda ahora misma -dijo.
Los ojos oscuros de Nash brillaron de deseo.
– Yo también. Mi habitación está más cerca. ¿Te parece bien?
Stephanie no pudo contestar porque la estaba besando, pero trató de decirle que sí con los labios y con la lengua. Al parecer él captó el mensaje porque lo siguiente que supo fue que estaban en el segundo piso avanzando por el pasillo.
Nash abrió la puerta de su cuarto y entró. Las persianas estaban levantadas y la luz del sol se filtraba a través de las cortinas de encaje. La puerta se cerró con fuerza detrás de ellos. Nash se acercó a la cama y depositó a Stephanie delicadamente en el suelo.
En cuanto ella sintió algo firme bajo los pies le echó los brazos al cuello y se apretó contra él. Nash la estrechó con fuerza entre sus brazos y la besó con más profundidad.
Cada rincón del cuerpo de Stephanie reclamaba sus caricias, su desnudez, su alivio. Trató de quitarse los zapatos pero su cerebro no podía concentrarse en otra cosa que no fuera la sensación de la boca de Nash contra la suya, así que renunció a enviar ningún mensaje a sus músculos. Nash intentó desabrocharse la camisa y compuso una mueca.
– No estamos haciendo ningún progreso -dijo dejando de besarla y dando un paso atrás.
Terminó de quitarse los botones y se sacó la prenda. Ella consiguió sacarse los zapatos y trató de hacer lo mismo con el jersey, pero cuando lo tuvo a la altura de la cabeza Nash se inclinó hacia abajo y le besó la piel desnuda debajo del sujetador. Le cubrió las costillas de besos suaves y húmedos. Stephanie se quedó paralizada con los brazos en las mangas, saboreando aquel placer. Nash le cubrió los senos antes de tirarle del jersey y terminar el trabajo.
Volvió a buscar su boca para besarla. Mientras le saboreaba la lengua consiguió desabrocharle el sujetador y bajarle los tirantes a la altura de los brazos.
Los pezones de Stephanie, ya erectos, rozaron el vello de su torso. Aquel contacto tierno y al mismo tiempo excitante provocó en ella una hipersensibilidad que le hizo desear con desesperación más y más. Se colgó de sus hombros y movió el cuerpo arriba y abajo para que sus pezones acariciaran la piel desnuda de Nash. Al mismo tiempo le succionó con fuerza la lengua y apretó el vientre contra su erección.
Nash gimió desde lo más profundo de su garganta, alzó las manos para cubrirle con ellas los senos y le acarició con los pulgares los pezones. Una oleada de placer estalló en el pecho de Stephanie y luego descendió hasta instalarse entre sus muslos. Aumentó la temperatura de su cuerpo y también la humedad. Estaba más que dispuesta, pensó con cierta desesperación. Ambos estaban todavía medio vestidos y ella temblaba de deseo.
Descendió las manos hasta su propia cintura y se desabrochó los pantalones. Nash siguió su ejemplo, lo que los acercó más a la desnudez aunque la dejó a ella con ganas de seguir sintiendo las caricias en sus senos.
En cuestión de segundos, Stephanie se despojó del resto de ropa. Nash se quitó los pantalones y los calzoncillos, se sacó los calcetines y la besó fugazmente.
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