Cuando abrió la puerta se encontró con Brett vaciando el lavaplatos. Tenía los hombros caídos y una chispa de dolor en sus ojos azules.
– Hola -dijo Nash-. ¿Qué tal?
El chico se giró a toda prisa y lo miró con expresión furiosa.
– No puedes estar aquí -le gritó-. Eres un huésped. Los huéspedes tienen que quedarse en las zonas comunes, no en la cocina. La cocina es para la familia. Vete.
Nash cerró la puerta tras de sí y se acercó al chico. Brett apretó un plato entre las manos como si estuviera dispuesto a utilizarlo como arma en caso necesario.
– ¿No me has oído? -le preguntó.
– Lo he oído todo. Incluso lo que no has dicho.
Nash reconocía la impotencia del muchacho, la frustración que alimentaba su rabia. Sabía que Brett deseaba ser lo suficientemente fuerte como para obligar a Nash a salir de la cocina, de la casa y de la vida de su madre.
Aquellos antiguos sentimientos seguían allí, pensó Nash algo sorprendido mientras tomaba asiento al lado de la mesa. Estaban enterrados y casi olvidados, pero todavía eran reales. ¿Cuántas veces había deseado golpear a Howard? Ya había sido horrible que Howard y su madre estuvieran saliendo, pero fue peor cuando anunciaron que iban a casarse y que Howard adoptaría a los niños. Como si fueran bebés. Como si lo necesitaran.
– Tu madre es una dama encantadora -dijo Nash muy despacio, buscando las palabras adecuadas, tratando de recordar qué lo habría hecho sentirse a él mejor-. Es guapa y muy divertida.
Miró de reojo a Brett y le dedicó una media sonrisa.
– Seguramente a ti te parece mayor, pero a mí no. Me gusta mucho.
Un destello de miedo cruzó por los ojos de Brett. Nash se inclinó hacia delante y clavó los codos en las rodillas.
– Lo cierto es que estoy de paso -dijo-. No voy a quedarme. Dentro de un par de semanas regresaré a Chicago. Allí es donde vivo y donde tengo mi trabajo. Allí está mi vida.
¿Su vida? Por primera vez desde la muerte de Tina Nash se dio cuenta de que estaba mintiendo. Lo que tenía no se parecía ni remotamente a una vida. Tenía un trabajo y punto. Y algunos amigos a los que apenas veía. Vivía solo y estaba más que harto de ello. Sacudió la cabeza para desprenderse de aquellos pensamientos. Ya les dedicaría tiempo más tarde. En aquel momento lo importante era Brett.
– Comprendo muy bien por lo que estás pasando -dijo Nash.
– Sí, claro -respondió el chico dándose la vuelta.
– De acuerdo. Los mayores siempre dicen lo mismo. Es un aburrimiento, ¿verdad? Pero en este caso es verdad. Tu padre murió. El mío ni se dignó a aparecer por allí después de dejar a mi madre embarazada. Sólo estábamos ella, Kevin y yo. Mi madre era muy joven y no tenía dinero, así que fue muy duro. Trabajaba mucho. Se preocupaba mucho. Yo odiaba verla así, así que ayudaba todo lo que podía. Algo parecido a lo tuyo con los gemelos.
Brett trazó una línea imaginaria en la encimera. Nash no podía asegurarlo pero tenía la impresión de que estaba escuchando.
– Ellos son todavía muy pequeños -continuó diciendo-, pero tú comprendes que para ella es muy duro. Te preocupas. Y lo último que necesitas es que venga un tipo a poner tu familia patas arriba.
Brett levantó la vista y lo miró sorprendido.
– A nosotros nos pasó -aseguró Nash asintiendo con la cabeza-. Mi madre empezó a salir con un tipo llamado Howard. Supongo que no era mala persona. Pero yo nunca confié en él. ¿Por qué había aparecido? Aquél no era su sitio.
– ¿Qué ocurrió? -preguntó Brett.
– Se casaron. Yo no quería, pero lo hicieron de todos modos.
La historia no terminaba allí, pero Nash no se molestó en seguir. Ya había dicho lo que quería.
– Yo no soy así -le dijo a Brett-. Me gusta tu madre y me gustaría verla mientras esté en la ciudad. Pero me voy a marchar, así que esto es algo temporal. No quiero casarme ni remplazar a tu padre. Quería que lo supieras, explicártelo de hombre a hombre.
Nash esperó a que Brett sopesara la información. Entonces el muchacho soltó un suspiro.
– De acuerdo. Lo entiendo.
Seguía teniendo aspecto turbado pero ya no parecía tan asustado.
– Supongo que mi madre necesita alguien con quien hablar y todo eso -aseguró entornando la mirada-. Pero no deberías besarla en sitios donde todo el mundo pueda veros. Mis hermanos no lo comprenderían. No se acuerdan de papá y podrían pensar que vas a quedarte.
– Tienes razón. Lo recordaré -aseguró Nash poniéndose de pie-. Una cosa más, Brett. Tal vez no me creas pero es la verdad. Si tu madre llega a enamorarse de alguien y quiere casarse con él, eso no significa que ese alguien usurpe el lugar de tu padre. Nadie puede hacerlo. Tal vez incluso te caiga bien ese hombre y tampoco pasaría nada. Pero tu padre siempre será tu padre.
Brett parecía confuso pero no dijo nada. Nash pensó que había hecho todo lo que había podido. Alzó la mano.
– ¿Amigos? -le preguntó.
Brett se quedó mirando fijamente su palma y luego a él. Finalmente se acercó y chocaron las manos.
– Supongo que podemos ser amigos -dijo el chico.
– A mí me gustaría -contestó Nash haciendo un gesto indicativo con la cabeza-. Ahora voy a volver a la casa del guarda. Si a ti te parece bien…
Brett asintió con la cabeza.
– Dile a mi madre que voy a cambiarme de ropa y que iré también a echar una mano.
– Sé que te lo agradecerá.
Brett se dirigió a la puerta y vaciló un instante.
– Gracias por explicarme la situación, Nash -dijo clavando la vista en el suelo.
– De nada.
Nash regresó a la casa del guarda y se encontró con Stephanie esperándolo impacientemente en la puerta.
– Estaba a punto de cumplirse el plazo -dijo mirándolos alternativamente a él y al reloj-. Un minuto más y me presento allí.
Estaba tratando de sonreír al hablar, pero se le notaba la preocupación en los ojos.
– Lo hemos arreglado -aseguró Nash.
Y luego le contó la conversación que había mantenido con Brett.
Cuando terminó Stephanie se sentó en el suelo y se llevó las rodillas al pecho.
– Gracias por aclarar las cosas con él. Antes podíamos hablar de todo, pero últimamente me he dado cuenta de que las cosas han cambiado. Supongo que es porque se está haciendo mayor. No tengo ninguna gana de que se convierta en un adolescente, eso está claro.
– Lo superará, igual que tú -aseguró Nash sentándose a su lado-. Es un buen chico.
– Demasiado bueno. A veces es un incordio, pero siempre está tratando de ayudar. A veces me dejo llevar. Y cuando lo hago tengo que recordarme que sigue siendo un niño, no mi asistente personal. Está entrando en esa edad en la que necesita tener un referente masculino. A veces pienso que debería superar mi miedo a comprometerme con otro irresponsable y casarme solamente para quitarle trabajo a Brett. Necesita un respiro.
Stephanie siguió hablando pero Nash ya no la escuchaba. Se dedicó a recordar una conversación que había tenido con su madre poco después de que ésta le dijera que iba a casarse con Howard. Nash había protestado diciendo que no necesitaban a ningún hombre. Su madre había intentado explicarle que Howard era una buena persona a la que ella quería mucho.
– Pero hay algo más -le había dicho-. Mi matrimonio con Howard significa que ya no tendrás que ser el hombre de la casa. No tendrás tanta responsabilidad. Eso es lo que quiero para ti.
En aquel momento Nash se sintió como si lo estuvieran apartando de su propia familia. Ahora, al mirar atrás, se preguntó si su madre habría estado igual de preocupada por él que Stephanie lo estaba por Brett.
Capítulo 10
Nash rodeó a Stephanie con sus brazos y la atrajo hacia sí. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro y suspiró. El cálido soplo de aire acarició el cuello de Nash y lo hizo pensar en otras caricias. La sangre que se le agolpó en el cuerpo le hizo desear llevarse a Stephanie arriba en aquel preciso instante, pero resistió el deseo que crecía en su interior. Tenían toda la noche para hacer el amor. En aquel momento se limitaría a disfrutar de tenerla cerca.
La noche estaba límpida y fría. Allá a lo lejos brillaban las estrellas. Escuchó el sonido de una música en la puerta de al lado. Los chicos estaban en la cama, aunque seguramente no se habrían dormido todavía, lo que era razón suficiente para no entrar todavía.
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Stephanie, sentada a su lado en el último escalón del porche-. ¿En que mi cuerpo te excita tanto que no puedes esperar a arrancarme la ropa? Y si estás pensando en eso, más te vale mentir.
– También estaba pensando en tus hijos -aseguró Nash sonriendo-. Creo que sería mejor esperar a que los pequeños se durmieran antes de entrar.
– Bien visto. Siempre y cuando estés pensando en eso.
Nash ladeó la cabeza y la besó suavemente en la frente.
– Tengo dificultades para pensar en otra cosa.
– Esa es una cualidad excelente en un hombre -aseguró Stephanie rodeándole la cintura con los brazos-. La cena ha sido muy divertida. Gracias por estar con nosotros.
– Yo también me lo he pasado muy bien. Los gemelos se parecen mucho físicamente pero tienen personalidades tan distintas que no me cuesta nada diferenciarlos.
– Es cierto -reconoció ella-. La verdad es que ha sido una velada muy divertida. A veces estoy tan concentrada en ayudar a los chicos a hacer los deberes que me olvido de lo que es sencillamente disfrutar de la compañía de mis hijos. Estar los cuatro juntos.
Nash entendía lo que quería decir, pero no le gustaba la idea de que Stephanie pasara el resto de su vida sin otro tipo de compañía. Estuvo a punto de decirlo en alto pero entonces cayó en la cuenta de que tampoco le gustaba la idea de que estuviera con otro hombre.
Aquello provocó en él un frenazo mental. No podía pensar ni por un momento en tener una relación seria con Stephanie. Aquello era estrictamente temporal.
– Ya sé que siempre dices que no quieres salir con nadie, pero seguro que en el fondo estás dispuesta a intentarlo -le soltó Nash.
Stephanie lo miró asombrada por el súbito cambio de tema.
– ¿Por qué habría de estarlo? ¿Qué posibilidades tengo de no terminar con alguien exactamente igual que Marty? Parezco predestinada en esa dirección. El fue el primer hombre del que enamoré de verdad. No quiero volver a arriesgarme.
– Entonces la próxima vez tómate tu tiempo. Conoce bien al tipo.
– ¿Como he hecho contigo? Por mucho que diga que soy muy responsable, al parecer soy un poco impulsiva en el campo de las relaciones -aseguró ella soltando una carcajada-. Confía en mí. Esto es mucho mejor. Me lo estoy pasando de maravilla contigo y eso es suficiente. No tengo ninguna intención de volver a casarme.
Eso era algo que tenían en común, pensó Nash. Aunque todo lo que estaba diciendo Stephanie tenía sentido, no podía evitar preocuparse por ella.
– ¿Y qué pasa con el dinero?
– Vamos, Nash -respondió Stephanie abriendo mucho los ojos-. El sexo ha sido estupendo, pero nunca tuve intención de pagarte por ello.
– No me refería a eso.
– Pero ya que hablamos del tema -susurró ella acercándose más-, creo que soy lo suficientemente buena como para que me pagues.
– ¿De verdad? -preguntó Nash riéndose y sentándola en su regazo.
Stephanie se abrazó a él y sintió su dura erección. Se apretó más contra su cuerpo.
– Qué gusto -dijo-. Y qué grande. ¿Es todo para mí? -preguntó ronroneando.
– ¿Crees que podrás manejarlo?
– Nada desearía más que manejarte todo entero. Entremos y desnudémonos.
Las palabras de Stephanie lo encendieron por completo. Quería tomarle la palabra al pie de la letra, pero no pudo esperar a besarla. Ella abrió la boca al instante y Nash entró, acariciándola con la boca hasta que tuvo la sensación de llegar allí mismo hasta el final.
Nash la apartó suavemente de encima de su regazo y se puso de pie. La ayudó a ponerse en pie y la levantó del suelo con los brazos. Ella le echó las piernas alrededor de la cintura y se quedó allí colgada. Nash avanzó hacia la puerta de entrada.
– Tengo que decirte que podría andar -murmuró Stephanie entre besos-. Pero así es mucho más excitante.
– Para mí también -aseguró él agarrándola firmemente del trasero-. Además, ¿no es el sueño de toda mujer dejarse llevar?
– Cariño, tú lo estás cumpliendo a rajatabla.
En otras circunstancias, Stephanie habría dado por hecho que ponerse a cantar mientras limpiaba el polvo del salón era motivo suficiente para acudir al psiquiatra. Era por la tarde y ni siquiera estaba oyendo ninguna canción en la radio.
No había dormido la noche anterior. En lugar de pasarse siete u ocho horas con los ojos cerrados las había pasado entre los brazos de Nash, descubriendo que las mujeres alcanzaban la cima sexual en la treintena. Estaba bastante cansada pero ya recuperaría fuerzas cuando Nash se marchara. Era mucho mejor aprovecharse de su proximidad y de sus habilidades mientras estuviera en la ciudad.
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