– Una de tus elecciones fue quedarte con Marty -respondió Nash-. ¿Crees que acertaste?

Stephanie suspiró.

– En lo que se refiere a mis hijos, sí. No los hubiera dejado por nada del mundo. Pero en lo respecta a mí personalmente, no. Marty no fue una buena elección. No fui feliz en mi matrimonio.

Nash estiró el brazo para acariciarle dulcemente la mejilla.

– ¿Estás bien? Económicamente, me refiero…

– ¿No hemos tenido ya esta conversación? -preguntó Stephanie.

– Sí, pero no contestaste a mi pregunta.

– Déjame adivinar. No vas a parar hasta que lo haga, ¿verdad?

Nash asintió con la cabeza.

Stephanie sabía que podía callarle la boca diciendo que nada de todo aquello era asunto suyo. Pero Nash sólo le estaba preguntado porque se preocupaba por ella, nada más. Aunque no tenía muy claro qué haría él si le dijera que tenía problemas económicos. ¿Le ofrecería un crédito a bajo interés?

Aquella idea le parecía divertida, pero no podía desviarse del tema. ¿Iba a contarle la verdad o no?

Se decidió por la verdad porque nunca se le había dado bien mentir.

– No nos va mal -comenzó a decir muy despacio-. Ya te he contado cómo era la vida con Marty, así que te imaginarás que no contábamos con mucho dinero extra cada mes. Yo era la única que tenía un trabajo fijo en la familia, y eso provocaba ciertas tensiones. Cuando Marty cobró aquella herencia fue como un milagro.

– Me sorprendió que me contaras que estuvo de acuerdo en comprar una casa. Eso no cuadraba con su estilo.

– No, no cuadraba. Tuvimos muchas peleas. Al final accedió pero con una condición. Compramos está mansión en lugar de una casa normal.

Stephanie alzó la vista para observar los techos altos de la zona familiar de la posada.

– Al principio la odiaba. Lo último que me hubiera gustado era tener una gran hipoteca y verme obligada a hacer reformas. Cuando Marty murió me puse furiosa. Me había dejado sola con aquel desastre. Pero pasado el tiempo me di cuenta de que aquello era lo mejor que me podía haber pasado. Por aquí pasan gran cantidad de turistas y a muchos de ellos les encanta la idea de quedarse en una posada. He podido acometer yo sola muchas de las obras, lo que me ha ahorrado bastante dinero. Y como soy yo la que me organizo puedo estar con los niños cuando salen del colegio. Si tuviera un trabajo normal necesitaría ayuda doméstica y eso me resultaría económicamente inviable.

– Una información muy interesante -intervino Nash-. Pero no has respondido a mi pregunta.

– No nos va mal -le dijo ella-. Algunos meses se dan peor que otros. Conseguí que Marty mantuviera su póliza de seguros, así que cuando murió recibí una pequeña cantidad de dinero. No me la gasté. Si ocurriera alguna emergencia podría tirar de ella. Cruzo los dedos para no tener que utilizar nunca ese dinero -aseguró alzando una mano-. Si todo va bien lo utilizaré para pagar la universidad de los niños. Así que estoy bien -concluyó-. De verdad.

– Estás mejor que bien -respondió Nash con una sonrisa-. Eres responsable, generosa, y una excelente madre.

Aquel cumplido la halagó, pero se dijo a sí misma que aquello era una tontería. Y sin embargo se sentó un poco más recta y luchó contra el deseo de sonreír de puro orgullo.

– Lo intento.

– Y lo consigues.

Stephanie se giró y, sin dejar de mirarlo, se apoyó contra el respaldo del sofá.

– De acuerdo, ahora me toca a mí. Tú me has hecho una pregunta muy personal y quiero hacer lo mismo contigo.

– De acuerdo.

Stephanie pensó en todas las posibilidades que tenía y se decidió por la que más la turbaba de todas ellas.

– Háblame de tu esposa.

Ella lo observó de cerca, pero la expresión de Nash no cambió en absoluto.

– ¿Qué quieres saber?

– Lo que tú quieras contarme. Lo que tú…

Stephanie se quedó sin palabras cuando un horrible pensamiento se le cruzó por la cabeza. ¿No querría hablar de ella porque todavía la seguía amando? Nash le había asegurado que no pensaba en su esposa cuando hacían el amor, pero ¿y se mentía? ¿Y si había fantasmas que…?

– No es por eso -dijo él.

Stephanie parpadeó varias veces.

– ¿A qué te refieres?

– Estoy dudando porque no se qué contarte de ella, no porque tenga el corazón destrozado.

– Es un alivio -aseguró Stephanie apretando los labios-. Espera un momento. ¿Cómo sabías lo que estaba pensando?

– Lo he dado por hecho. Era lo más lógico.

– Ya.

Stephanie no se lo creyó ni por un segundo. Pero ¿qué otra explicación podría haber? Qué extraño era que Nash la conociera tan bien después de tan poco tiempo. A pesar de todos los años que habían estado juntos, Marty nunca había llegado a conocerla. ¿Se debía aquello a una carencia por parte de su marido o acaso era que nunca la había considerado lo suficientemente interesante?

– Cuando empecé a trabajar en el FBI -dijo Nash-, aprendí enseguida que saber mantener la distancia emocional era un punto a mi favor. Todas las situaciones son difíciles en mayor o menor medida, y si te dejas llevar por el corazón tienes muchas posibilidades de meter la pata. Aprendí desde niño a mantener las distancias emocionalmente hablando, y eso es algo que me ha servido de mucho en el trabajo.

Después de haberlo oído hablar de su familia, Stephanie no podía entender por qué Nash querría mantener aquella actitud. En ocasiones parecía distante de su familia, pero eso podía deberse a la timidez o a que fuera reservado. No había nada en la relación que tenía con ella ni con sus hijos que indicara que no fuera apegado, pero aquél no era el momento para hablar de eso. Stephanie se guardó la pregunta para formulársela más adelante.

– Ya te he hablado alguna vez de Tina. Era completamente opuesta a mí. Era emotiva, desorganizada, y se dejaba llevar siempre por el corazón en vez de por la cabeza. Al principio ni siquiera estaba seguro de que me gustara -aseguró entornando ligeramente los ojos-. Te hablo de después de que se convirtiera en agente. Mientras realizaba la instrucción nunca la vi. De otro modo que no fuera como compañera de trabajo.

– Por supuesto que no -murmuró Stephanie.

Se lo creía. Nash nunca rompería una norma de ese tipo.

– Empecé a salir con ella y una cita llevó a la otra. Pasado un tiempo Tina sugirió que viviéramos juntos. Casarse era el siguiente paso según una escala lógica.

Stephanie pensó que aquello era muy interesante. ¿Había sido Tina la que llevaba las riendas de la relación? Por lo que contaba Nash, parecía como si él se hubiera limitado a dejarse llevar.

– ¿Cuántos años tenías cuando te casaste? -le preguntó.

– Veintisiete.

Bien. Aquélla era la edad habitual en que la mayoría de los hombres pensaba en sentar la cabeza. Entonces, ¿Tina estaba en el lugar adecuado en el momento preciso? Aquélla era una pregunta que no pensaba formular.

Stephanie resistió el deseo de golpearse a sí misma la cabeza. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Si podía convencerse de que Nash se había casado con Tina únicamente porque era el momento adecuado, y no porque estuviera locamente enamorado de ella, entonces ella se sentiría de alguna manera más a gusto con la relación que estaban manteniendo. Un locura, pero así era. Se dijo a sí misma que tenía que pensar en otra cosa.

– No tuvisteis oportunidad de tener hijos -continuó diciendo-. Supongo que ella falleció antes de que os lo hubierais planteado en serio.

Nash se encogió de hombros.

– Nunca hablamos de ello. Yo siempre quise tener hijos. Supongo que Tina también. Entonces la mataron.

– ¿Cómo? -preguntó Stephanie sin poder evitarlo.

– Cumpliendo con su deber. Hizo explosión una bomba.

Ella esperaba cualquier respuesta, pero desde luego no aquélla. Una bomba sonaba demasiado violento. Porque era violento, pensó. Violento, inesperado e impactante.

– Lo siento -susurró.

– Gracias.

La expresión de Nash no había cambiado mientras hablaba, pero había un brillo en sus ojos que le llegó al corazón.

– ¿Quieres seguir hablando de esto o cambiamos de tema? -le preguntó.

– Cambiemos.

– Bien. Dime, ¿qué ocurrió para que un niño con un hermano gemelo y amigos cercanos decidiera desconectar emocionalmente? -le preguntó.

Nash sacudió la cabeza.

– Es más sencillo de lo que parece. Mi madre volvió a casarse cuando Kevin y yo teníamos doce años. Howard y yo nunca nos llevamos bien.

Aquello la pilló por sorpresa.

– ¿Y seguís sin llevaros bien? Tu madre y él llegarán dentro de dos días. ¿Va a suponer eso un problema? -preguntó Stephanie frunciendo el ceño-. ¿Por qué demonios quieres que se queden aquí si no os habláis?

– Sí nos hablamos. No pasará nada.

– No os pondréis a gritaros el uno al otro en mitad del pasillo, ¿verdad? -insistió Stephanie sin terminar de creerse del todo las palabras de Nash.

– No. Si tenemos que gritar lo haremos fuera, como tiene que ser.

Ella sonrió.

– Me parece bien. Entonces dime, ¿ese distanciamiento emocional que tanto te gusta es la razón por la que no has salido con nadie desde que tu esposa murió?

– No. He evitado las relaciones porque amaba a Tina y no podré amar nunca más a nadie.

Stephanie se lo quedó mirando fijamente durante unos segundos y luego explotó en una carcajada.

– Venga ya. Eso es una tontería. ¿No podrás amar nunca más? ¿En qué momento hemos dejado la vida real para entrar en una telenovela? ¿Me estás diciendo que el corazón humano sólo tiene capacidad para amar una vez? ¿Y qué me dices de mis hijos? ¿Debería devolver a los gemelos porque ya quería a Brett cuando ellos llegaron?

Nash parecía tan conmocionado como si ella hubiera sacado una pistola y lo estuviera apuntando. El silencio tenso que se hizo entre ellos la obligó a preguntarse si no habría ido demasiado lejos. No podía hablar en serio cuando dijo que no podría amar de nuevo. La gente no funcionaba así. Pero ¿lo creería Nash así? ¿Se sentiría gravemente insultado?

Stephanie esperó con impaciencia mientras él la miraba fijamente. No podía leer su expresión… hasta que las comisuras de la boca de Nash se curvaron ligeramente hacia arriba.

– ¿No te has creído mi actuación? -le preguntó por fin.

Stephanie sintió una oleada de alivio.

– Ni por un instante. ¿Se la cree alguien?

– Todo el mundo menos tú.

– Ya veo. Cuando dices «todo el mundo» te refieres a las mujeres, ¿verdad?

– En su mayor parte sí.

– Entonces deberías empezar a salir con mujeres un poco más inteligentes.

Nash se rió y le pasó el brazo por la cintura para ayudarla a subirse a su regazo.

– Me gusta que las mujeres me tengan un poco más respeto que usted, señorita.

Stephanie le puso los brazos sobre los hombros y le rozó los labios con los suyos.

– Eso no va a ocurrir nunca si sigues hablando como un idiota.

– Idiota, ¿eh? Soy un idiota al que no puedes resistirte…

Ella se inclinó para volver a besarlo.

– En eso tienes razón -susurró mientras se dejaba llevar.

Capítulo 12

– ¡Batea! -gritó Brett mientras lanzaba la bola al aire y la volvía a recoger-. Te toca, Adam. Adam se metió en el campo trazado sobre el césped que había delante de la casa y agarró el bate. Por lo que Nash sabía, Adam era el más tranquilo de los gemelos pero era mejor atleta. Había sido el mejor con diferencia en golpear la bola cada vez que Brett la había lanzado.

Brett lanzó con suavidad y Adam se giró. Se escuchó un ruido sordo cuando el bate golpeó la bola y ésta fue a parar directamente a Brett, que tuvo que saltar para hacerse con ella.

– Buen golpe -le dijo a su hermano.

Nash estaba en el porche, apoyado contra la fachada de la casa.

Los chicos estaban jugando en una esquina para, según palabras de Stephanie, «evitar todas las ventanas posibles».

Era una mañana cálida y limpia, el tiempo perfecto para las vacaciones de verano. Los chicos se habían levantado sorprendentemente pronto, al parecer debido a la emoción de no tener colegio. Stephanie lo tenía previsto y por eso había salido de su cama alrededor de las cuatro de la mañana. Nash durmió hasta que escuchó el sonido de unos pasos algo precipitados a eso de las siete menos cuarto. Estaba cansado y le picaban un poco los ojos, pero la falta de sueño era un precio muy pequeño por pasar la noche con una mujer que era la esencia misma de la sexualidad y la feminidad.

Nash ordenó a toda prisa sus pensamientos, sabiendo que si se deleitaba en todo lo que habían hecho juntos en la cama acabaría en un estado de lo más comprometido. No importaba cuántas veces hicieran el amor, él siempre quería más. Y la noche anterior no había sido una excepción.