– Gastas demasiada energía -dijo él con un tono desquiciante-. Hace que me pregunte qué es lo que escondes. Casarse no es algo tan inesperado, Julie. ¿Por qué estás enfadada realmente?
Julie se puso en pie, y dijo:
– Ha sido fabuloso. Deberíamos hacerlo otra vez. Tal vez dar una fiesta y darnos regalos.
Ryan se levantó y se acercó a su lado de la mesa, le tomó la mano y la empujó hacia una esquina de la sala. Una en la que estaban fuera de la vista de cualquiera que pasara.
– No voy a dejar este asunto -dijo él, mirándola a los ojos-. Digas lo que digas, hagas lo que hagas, pienso estar ahí. Es mi hijo y mi vida también. No pienses que puedes esconderte de mí para siempre.
Entonces la besó. Allí mismo, en la oficina, frente a la mesa de conferencias vacía.
Presionó los labios contra los suyos con un movimiento erótico y posesivo. El calor fue tan instantáneo como intenso. Julie deseaba agarrarlo y no soltarlo jamás. Luchó contra su deseo para no seguir con el beso, pero, antes de que pudiera ganar o perder la batalla, él se apartó.
– Prepara los papeles del acuerdo y envíalos a mi oficina -dijo-. Te los reenviaré con un cheque.
– No estoy interesada en trabajar contigo.
– Tal vez no, pero deseas la cuenta, así que sufrirás. Y, Julie…
– ¿Sí?
– Por mucho que intentes negarlo, sé la verdad. Te gusto.
– Me encantan los bollos -dijo Marina mientras vaciaba la bolsa-. Me encanta su olor, me encanta untarlos con crema de queso, llevármelos al jardín y comerme uno mientras bebo café y leo el periódico del domingo.
Julie miró a Willow.
– Muy bien. De pronto tengo hambre. ¿Y tú?
– Me muero de hambre. Mamá no volverá hasta dentro de media hora. Podríamos picar algo.
– Hay mucho de dónde elegir.
En uno de esos inesperados giros del destino, Julie había terminado su trabajo el viernes y no había tenido que volver a la oficina el sábado por la mañana. Sin nada que hacer, había decidido pasear por el mercadillo. Había comprado fruta y verdura, junto con una docena de bollos que había compartido con sus hermanas.
Marina sacó los tres bollos que pensaba llevarse a casa y los puso en una bolsa aparte.
– ¿Cómo te sientes? -preguntó.
– Bien.
– No es que necesite saberlo -continuó su hermana como si Julie no hubiera hablado-. Estoy acostumbrada a que no me cuentes las cosas.
– Te invité a venir con Willow y conmigo la semana pasada, pero tenías esa clase de Microbiología.
– Química Inorgánica, pero gracias por interesarte.
– Marina, vamos. Te lo dije en cuanto llegaste a casa.
– Sí, lo hiciste. Así que todavía te quiero.
– Genial. Otra relación condicional. ¿Qué pasó con eso del amor incondicional para siempre?
– Lo echamos al cubo del reciclaje -dijo Willow-. Es demasiado tarde para recuperarlo. Ya lo han recogido -echó los arándanos, que habían costado una fortuna, en un cuenco- ¿Queréis?
– Gracias -dijo Julie, agarrando un puñado mientras se sentaba en un taburete junto a la encimera.
– ¿Qué sucede? -preguntó Marina- Pareces… no sé. No pareces tú.
– Estoy bien. Más o menos.
– Eso no suena bien -dijo Willow- ¿Estás enferma? ¿Demasiadas nauseas?
– No. Eso está bien. Es sólo que… -Julie no había decidido si mencionar la propuesta de Ryan o no, pero de pronto no podía callárselo-. Vino a verme ayer.
– ¿Ryan? -preguntó Marina.
Julie asintió.
– Concertó una cita. Me está ofreciendo ocuparme de las relaciones de su empresa con China, y no me gusta. Uno de los socios de mi bufete se reunió con él y ahora sólo ve símbolos del dólar.
– Eso suena bien -dijo Willow-. ¿Cuál es el problema?
– No confío en él. ¿Y si está con otro de sus juegos retorcidos? ¿Y si lo ha organizado todo y luego desaparece? Yo quedaría como una estúpida delante de todos. No sería bueno para mi carrera.
Marina y Willow se miraron y luego la miraron a ella.
– Eh, no te tomes esto a mal -dijo Willow-. ¿Pero por qué iba a hacer eso? ¿Qué tiene que ganar?
– No sé. Sólo fastidiarme. No olvides que era el hombre empeñado en darme una lección, incluso sin conocerme ni saber nada sobre mí.
– Eso estuvo mal -dijo Marina-. Pero esto es totalmente diferente. Julie, no creo que quiera hacerle daño a tu carrera. Vais a tener un hijo juntos. ¿Por qué querría hacerle daño a la madre de su hijo?
– Para obtener el control. Eso es lo único que le importa.
Julie sabía que no sonaba racional, pero no lograba controlar sus emociones.
– Es sólo que… -tragó saliva y trató de contener las lagrimas-. De acuerdo, soy débil. Ya está, ésa es la verdad. Sé que no debo esperar de un hombre que sea decente. Sé que no debo esperar que nadie sea sincero y cariñoso. Sé que no debería dejar sitio a los sueños románticos, y lo intento. De verdad que lo intento. Pero entonces, cuando menos lo espero, reaparecen y tengo esperanza, pero entonces la esperanza desaparece y quiero abofetearme por ser tan estúpida.
– Te quiero como hermana -dijo Willow- ¿Pero de qué diablos estás hablando?
– Me pidió que me casara con él.
– Muy bien -dijo Marina, sentándose en el taburete junto ajulie- Empieza por el principio y habla despacio.
– Tienes toda nuestra atención -dijo Willow, dejando a un lado los arándanos-. Te lo prometo.
– No hay mucho que contar -dijo Julie con un suspiro-. Vino ayer a la oficina.
Les explicó lo que Ryan le había contado sobre sus empresas.
– Pero, de pronto, estábamos hablando de cosas personales, de cómo Todd y él habían crecido juntos y de cómo las mujeres deseaban sólo su dinero.
– Podría ocurrir -dijo Marina.
– Pobres niños ricos -murmuró Willow sarcástocamente.
– Eso es lo que le dije. En cualquier caso, estábamos hablando de eso y de pronto me dijo que debíamos casarnos. Que era lo mejor para el bebé. Yo no me lo tomé bien.
– ¿Por qué? -preguntó Willow.
– Porque… me provocó. Uno no se declara de esc modo. Está mal. Apenas nos conocemos. No confio en él y, a juzgar por cómo me trató, él tampoco confía en mí. No es precisamente la base para un matrimonio sólido. Me enfadé.
– Lo entiendo -dijo Willow-. Violó esos sueños secretos que se supone que no has de tener. No fue romántico ni perfecto, y no te quiere.
– Me niego a tener un lado débil -dijo Julie-. Soy dura.
– Eres humana -dijo Willow.
– Pero sí fue romántico -dijo Marina.
– Ya empezamos -dijo Julie.
– Es cierto -insistió su hermana pequeña-. Te casas porque tienes que hacerlo, pero luego te enamoras perdidamente. Es fabuloso.
– Está loca -murmuró Julie.
– Al menos estaba dispuesto a hacer lo correcto -dijo Willow-. Sé que se equivocó en la cita, mintiéndote así. Pero no lo culpo totalmente. Realmente es culpa de Todd Aston. Es él quien no tuvo agallas para presentarse y hablar contigo.
– Ryan tenía sus propios planes -dijo Julie-. No lo conviertas en un héroe.
– No lo haré, pero tal vez quepa la posibilidad de que no sea tan malo.
– Una posibilidad muy pequeña.
– ¿Entonces no considerarás su propuesta? -pre¬guntó Marina.
– Ni hablar. Sería absurdo casarme con un hombre al que apenas conozco sólo porque estoy embarazada.
Hubo un sonido en la puerta. Julie levantó la cabeza y vio a su madre allí de pie.
Ésa era la última manera en que quería que se enterase.
Willow y Marina desaparecieron por la parte de atrás de la casa. Julie se quedó en el taburete y vio como su madre preparaba cafe.
– Es descafeinado -dijo Naomi.
– Gracias.
Su madre se giró para mirarla.
Naomi se había escapado con su gran amor cuando tenía dieciocho años. Estaba embarazada, y al nacimiento de Julie le habían seguido otros dos en los años siguientes. Naomi tenía veinticinco años cuando su marido se marchó por primera vez.
Julie recordaba muy poco de aquel día, salvo a su madre llorando. Ella tenía seis años y acababa de empezar el primer curso en el colegio. Había llevado a casa un dibujo que había hecho en clase, pero su madre estaba demasiado triste para mirarlo. Desde aquel día, no había sido capaz de trabajar en un proyecto artístico de clase sin recordar las lágrimas de su madre.
– ¿Y bien? -preguntó su madre con voz tranquila-. ¿Qué hay de nuevo?
– Oh, mamá, lo siento. No quería que te enterases así.
– ¿Y querías que me enterase? Estás embarazada, Julie, y no me lo dijiste.
Naomi era delgada, guapa y aún no había cumplido los cincuenta. Sin embargo, de pronto pareció mayor de lo que Julie había imaginado.
– Lo siento -repitió Julie-. Iba a hacerlo, pero no sabía cómo. No lo planeé. De hecho, la he fastidiado a lo grande.
– ¿Pensabas que te juzgaría? -preguntó su madre-. ¿Cuándo he hecho yo eso?
– Normalmente no la fastidio tanto.
– Entonces necesitarás ayuda para superarlo. ¿Qué ocurrió?
– Tuve una cita con Todd.
– Pensé que habíais decidido no hacerlo.
– Pensamos que era importante para Ruth, y sólo era una cita -dijo Julie- Mamá, nadie te culpa por lo que ocurrió con tu madre.
– Muchas gracias. Yo tampoco me culpo. ¿Entonces el bebé es de Todd?
– No exactamente -Julie le explicó cómo Ryan había suplantado la personalidad de Todd y cómo ella se había dejado seducir- Quería enseñarme una lección. Me estaba tomando por tonta. Ahora dice que lo siente y cree que deberíamos intentar tener una relación. Sinceramente, ¿cómo puedo volver a confiar en él?
– No sé si puedes. ¿Deseas hacerlo?
¿Lo deseaba?
– Quizá. A veces. No sé. Vamos a tener un bebé juntos; es una complicación. Mamá, voy a tener un bebé.
Su madre se acercó y la abrazó.
– Lo sé. ¿Cómo te sientes? ¿Estás feliz?
Julie se echó hacia atrás y le tocó el brazo.
– No tengo palabras. Nunca pensé en tener hijos, salvo en el futuro, pero ahora estoy embarazada y muy excitada. Deseo este bebé. No puedo creer lo mucho que lo deseo.
– Nunca has explorado tu lado tierno -dijo su madre- Siempre sentías que tenías que estar al mando y cuidar de todo el mundo. No te quedaba energía para pensar en ti. Me alegro de que desees el bebé. Vas a ser una madre estupenda.
– Gracias -murmuró Julie con los ojos llenos de lagrimas, sintiéndose agradecida y extraña al mismo tiempo-. Eres mi modelo a seguir. Con nosotras te portaste muy bien. No debimos de ser fáciles como para que nos cuidaras sola.
Tan pronto como dijo las palabras, quiso retirarlas.
– No estaba sola -dijo su madre-. Tu padre estaba aquí.
– Unas pocas semanas al año -dijo Julie sin poder controlarse-. Mamá, venga. Sé que lo quieres, pero no fue un buen marido ni un buen padre.
– Sigue siendo tu padre. Hablarás de él con respeto -dijo su madre.
– ¿Por qué? No lo entiendo. Nunca he comprendido por qué dejas que vaya y venga como le plazca.
– Es la naturaleza de tu padre. Es inquieto. Pero eso no hace que sea un mal hombre.
– Tampoco hace que sea uno bueno.
Julie se preguntó por qué se molestaba. Habían tenido esa discusión cientos de veces. Nunca entendería cómo su madre podía entregarle el corazón a un hombre que pensaba tan poco en ella y desaparecía durante meses. Luego regresaba con regalos y anécdotas, y se quedaba el tiempo suficiente para convencer a todos de que esa vez sería diferente, que se quedaría. Pero nunca lo hacía.
Julie había dejado de creer en él hacía mucho tiempo, pero su madre seguía haciéndolo con todo su corazón.
– No le gusta estar atado -dijo su madre-. Yo lo he aceptado. Ojalá tú pudieras. Esta siempre será su casa y yo siempre seré su mujer.
– No puedo hacer eso. No puedo entenderlo v no lo perdonaré.
– Tener un hijo te cambia -dijo su madre- Lo cambia todo.
Julie sabía que no la cambiaría tanto como para entender la visión que su padre tenía del mundo, pero eso no importaba. Cambió el tema a algo menos controvertido.
– Ryan piensa que deberíamos casarnos -dijo.
– ¿Qué piensas tú?
– Que está loco. Hemos tenido una cita. De acuerdo, fue muy bien hasta que admitió que era un mentiroso, pero eso no es suficiente para construir una vida en común. Tú vas a decirme que debería casarme con él, ¿verdad?
– Voy a decirte que es el padre de tu bebé y que tendrás que relacionarte con él de todas formas.
– ¿Y si no quiero?
– Eso es madurez -dijo su madre con una sonrisa-. Estoy orgullosa.
– Mamá…
– Julie, la vida es cuestión de compromiso. Lo que hizo Ryan está mal. Si realmente es el cerdo que dices, ¿entonces por qué iba a molestarse en convencerte de que lo siente? Los cerdos no se molestan con cosas así. ¿Y qué gana él casándose contigo? Si estuviera interesado sólo en la victoria, ya se ha acostado contigo.
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