– ¿Por qué? -preguntó él, riéndose.

– Tienes unos nadadores muy buenos. De lo contrario, no estaría embarazada.

– Creo que la culpa es tuya.

– ¿De verdad? Muy típico de los hombres.

– Soy un hombre. Es culpa tuya porque eres inteligente, sexy y divertida, y olías muy bien.

– El tóner de la fotocopiadora.

– Lo que sea. No tenía posibilidad de escapar.

– ¿Acaso querías escapar?

Sus ojos se oscurecieron con algo parecido al deseo.

Julie se estremeció. Era un juego peligroso. Ryan y ella debían estar conociéndose. Algunas personas llegaban a conocerse antes de tener un bebé, ¿pero por qué ser convencionales?

Aun así, lo más sensato era echar el freno. Mantenerse alejada de aquel hombre tan sexy y marcharse a casa. Pero no podía moverse. En parte porque ese hombre sexy era intrigante, pero también porque estaba empezando a gustarle.

– Fue una noche fantástica -dijo él-. Estuviste alucinante.

– Tú tampoco estuviste mal.

– Gracias.

– De nada -contestó ella con una sonrisa.

Ryan le colocó una mano en el hombro. Se dijo, a sí misma que era un roce casual. No significaba nada. ¿Entonces por qué le costaba tanto respirar?

– Tenemos que evitar que Ruth se entere de lo del bebé, al menos de momento -dijo él- Tal como está actuando, no sé qué haría con la información.

– Da un poco de miedo pensarlo.

– También tenemos una reunión de negocios en un par de días.

– Lo sé. Lo he apuntado en la agenda.

– Todd estará allí.

– No tengo palabras para expresar mi alegría -¿era su imaginación o Ryan estaba acercándose?

– No es tan mal tipo.

– Eso dices tú -definitivamente se estaba acercando a ella, y eso le gustaba.

– Y yo tampoco soy tan mal tipo.

Julie abrió la boca para decir algo y él la besó. La rodeó con los brazos y ladeó la cabeza.Ella quiso sentirse indignada. En vez de eso, separó los labios al instante, presionando su cuerpo contra él.

Sus lenguas se juntaron en un mar de necesidad. Lo deseaba tanto, que le daba igual que estuviesen frente a la casa de su abuela. Sus besos eran cálidos y familiares. Nada importaba, salvo el hecho de que no se detuviera.

Ryan deslizó las manos por su espalda, agarrando sus nalgas con fuerza y presionándola contra él, haciéndole sentir su erección.

Oh, sí. Eso era exactamente lo que Julie deseaba. Sus brazos enredados, sus cuerpos pegados hasta que no tuviera más opción que rendirse al placer. Entonces…

¡No! No podía rendirse. Otra vez no. No hasta que no hubiera descubierto quién era y lo que sentía por él. Desnudarse era una complicación que no necesitaba.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo, pero se obligó a echarse a un lado.

– Tenemos que parar -dijo sin aliento.

– No, no tenemos.

– Estabas empezando a gustarme. No tientes a la suerte.

– ¿Te gusto? -preguntó él con una sonrisa.

– Un poco. Tal vez. No me molestes o el sentimiento desaparecerá.

Ryan sonrió y se apartó.

– Eres una mujer muy peculiar, Julie Nelson. Definitivamente eres interesante.


La últimá vez que Julie había estado en la oficina de Ryan, había estado demasiado enfadada para prestar atención a la elegancia del lugar. Pero, esa mañana, pudo apreciar la sutil combinación de colores y los muebles caros pero confortables.

– Ryan debería haberse acostado con esta decoradora en vez de con la de su piso -murmuró al entrar en la recepción antes de darle su nombre a la secretaria.

Fue conducida a la sala de conferencias inmediatamente. Mientras sus tacones se hundían en la alfombra, se recordó a sí misma que aquello era algo estrictamente profesional. El beso que había compartido con Ryan hacía pocos días estaba completamente borrado de su mente. Estaba decidida a ser la mejor abogada que hubieran tenido jamás. Ryan le había ofrecido a su bufete tres compañías pequeñas. Ella había hecho sus investigaciones y sabía que había mucho más. Pretendía llevárselo todo.

Entró en la sala de conferencias. Los dos hombres se levantaron y le dirigieron una sonrisa, pero su visión no fue más allá de Ryan. Aun siendo consciente de la presencia de Todd en la sala, no lograba convencerse de que él también importaba.

Se quedó mirando a Ryan a los ojos. Él le devolvió la mirada, haciéndole sentir que el tiempo se detenía. El deseo, siempre presente, reapareció, aunque ella ya estaba acostumbrada. Ignoró el calor que sintió entre las piernas y el aceleramiento de su corazón.

– Buenos días -dijo finalmente.

– Buenos días -dijo Ryan-. Me alegro de verte.

– Asqueroso -murmuró Todd.

Julie recordó dónde estaba y se obligó a apartar la mirada del hombre que la hechizaba.

– Caballeros -dijo, dejando el maletín sobre la mesa y rechazando tomar té o café-, vamos a hablar de negocios.

– Estamos listos -dijo Ryan.

Le dirigió una sonrisa y luego miró a Todd.

– No creo que usted lo esté.

Todd, casi tan guapo como su primo, se recostó en su silla y negó con la cabeza.

– ¿Qué le hace pensar eso, señorita Nelson?

– El modo en que lleva las cosas -Julie había decidido decantarse por un ataque directo para dejar clara su posición. Luego los abrumaría con datos para que estuvieran de acuerdo con ella-. Dicen estar interesados en hacer negocios con China, pero sus acciones no lo demuestran. Acudieron a mí con tres pequeñas empresas, pero disponen de millones en sus otros negocios. He estado haciendo averiguaciones y no lo están haciendo nada bien. Sus acuerdos son mediocres. Los contratos no les protegen. Tengo números que lo demuestran, si quieren verlos.

Buscó en su maletín y sacó varias carpetas. Todd y Ryan se miraron y luego la observaron.

– Sé que me ofrecieron un par de cuentas como oferta de paz y, aunque estoy agradecida, he decidido que quiero todo el negocio -continuó Julie- Por la sencilla razón de que no encontrarán un bufete mejor. Necesitan algo más que consejo, necesitan un socio. No delegamos responsabilidades. Asesoramos a nuestros contactos. Yo misma me encargo de hablar directamente con China. Nadie puede alegar un error de traducción.

– ¿De qué diablos está hablando? -preguntó Todd.

– Hablo mandarín -contestó ella.

– Sí -dijo Ryan-. Supongo que olvidé mencionarlo.

– Lo aprendí gracias a una vecina -dijo Julie-. Pasé varios veranos en China y un semestre de la universidad. Lo hablo con fluidez.

– Interesante -dijo Todd-. Si me disculpa un momento.

Ryan vio cómo su primo salía de la sala y entonces se giró hacia Julie.

Estaba radiante, aunque siempre lo estaba. Lista y sexy. ¿Cómo había tenido tanta suerte? Si tan sólo pudiera convencerla para que se casara con él.

Tenía la sensación de estar haciendo progresos, lo cual era bueno. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más disfrutaba de su compañía, lo cual era aún mejor.

– No era un negocio por compasión -le dijo.

– Lo que sea -dijo ella, encogiéndose de hombros- Era un pedazo muy pequeño del pastel.

– ¿Lo quieres todo?

– Por supuesto. ¿Pensabas lo contrario?

– No sé. Esto sería algo importante para ti. Es una cuenta importante para que te asciendan.

– Ya lo sé -dijo ella con una sonrisa-. Soy muy capaz.

– Eso suavizaría las cosas con los socios cuando se enteren de que estás embarazada.

– Lo sé. Es parte de mi motivación, pero no la mayor parte. Ryan, soy buena. Sé lo que estoy haciendo. Si estuviéramos hablando de Europa, Rusia o América del Sur, no presionaría tanto. Pero conozco esa parte del mundo.

Sus ojos brillaban con intensidad y convicción. Por una vez querría ver esos ojos iluminarse al verlo a él. Eso sería…

Vaya. ¿De dónde había salido eso? Deseaba casarse con Julie por el bien del bebé. No había otra razón. Sí, era fantástica y sexy, y la deseaba, pero no se trataba de tener una relación. Había renunciado a eso hacía seis meses. No pensaba volver a poner en peligro su corazón.

Todd regresó a la sala de conferencias con una mujer china. Ryan emitió un gemido.

– Estás de broma, ¿verdad? -preguntó.

Todd lo ignoró.

– Señorita Lee, ésta es Julie Nelson.

La señorita Lee se inclinó y comenzó a hablar en lo que Ryan suponía que era mandarín.

– ¿Es que no puedes confiar en ella? -le preguntó a Todd en voz baja.

– Tú no habrías confiado en nadie. Si vamos en serio a la hora de darle el negocio, entonces será mejor que sea la persona correcta -dijo Todd- Antes eras un cínico bastardo como yo. No me digas que esa parte de ti se ha esfumado.

– No se ha esfumado -dijo Ryan mientras Julie y la señorita Lee charlaban-. Ha cambiado.

– ¿Por una mujer?

Por suerte, la señorita Lee se giró hacia él en ese instante.

– Su mandarín es bueno y lo entiende todo -dijo-. Aunque necesita trabajar el acento.

– Lo sé -dijo Julie, riéndose-. Lo intento.

– Lo hace muy bien.

Todd se encogió de hombros, y dijo:

– De acuerdo, entonces supongo que tenemos algunas cosas de las que hablar.

La puerta de la sala se abrió y apareció la secretaria de Ryan.

– Ryan, la llamada del banco que estabas esperando.

– Gracias.

Miró a Todd y a Julie.

– Tengo que contestar. Volveré en cinco minutos. Tratad de no mataros.

– No lo haremos -dijo Julie.

Ryan le dio las gracias a la señorita Lee por su ayuda y la acompañó fuera.

Julie miró a Todd.

– Hablar mandarín no es algo sobre lo que se deba mentir -dijo.

– Son negocios.

– Lo comprendo -en su posición, probablemente ella habría hecho lo mismo. Aunque no pensaba decírselo-. Tengo una pregunta.

– ¿Cuál?

– Tu tía nos ofreció un millón de dólares por casarnos contigo. ¿Qué tienes de malo para que quisiera hacer eso? Aparte de lo evidente.

Había esperado que Todd se enfadase. Simplemente se rió.

– Estoy empezando a entender lo que ve Ryan en ti -dijo.

– Lo cual es encantador, pero no contesta a mi pregunta.

– Mi tía tiene algunas ideas interesantes sobre las relaciones. Esta es una de ellas. Sé que sigues enfadada por lo de la primera cita, Julie, pero no es todo culpa de Ryan.

– Oh, ya sé que la culpa es tuya.

– Qué agradable. Pero no me refería a eso -miró hacia la puerta y luego otra vez a ella-. Ryan lo pasó mal hace unos meses. Una relación complicada.

Dado que Julie también había tenido una así, comprendía perfectamente por qué ocurrían esas cosas.

– Ryan siempre ha sido cauteloso -continuó Todd- Los dos lo hemos sido. Pero conoció a esa mujer y parecía perfecta. No estaba interesada en su dinero. Era madre soltera y él lo respetaba. Y estaba loco por la niña.

Julie sintió un pinchazo en su interior que nada tenía que ver con estar encandilada por Ryan; en vez del calor, sintió frío y algo pesado en el estómago.

Podía traducir perfectamente lo que Todd estaba insinuando. Ryan se había enamorado perdidamente de aquella mujer y adoraba a su hija.

Intentó decir que no le importaba. Apenas le importaba Ryan. Pero, por alguna razón, no logró articular palabra.

– Yo la conocí y también me pareció estupenda -dijo Todd- Estaba un poco preocupado porque Ryan parecía estar más excitado por ser padre que por ser marido, pero imaginé que todo se igualaría. Las cosas se pusieron serias cuando Ryan la oyó hablando con una amiga. Dijo que, al quedarse embarazada, todo había sido un desastre, pero, después de nacer su hija, había descubierto que a los ricos les encantaban los bebés. Todos se imaginaban siendo padres. La relación en sí misma era aburrida, pero se casaría con Ryan, esperaría dos años y luego se marcharía, llevándose una importante suma de dinero consigo. Después de todo, él se habría encariñado con la niña y no querría que sufriera.

El frío aumentó. Julie se sentía mareada y, por una vez, no tenía nada que ver con el embarazo.

– Eso es horrible -murmuró.

– Y mucho más. Ryan estaba bien. Se escapó a tiempo. Pero la experiencia hizo que se sintiera estúpido. Eso no le gusta a nadie.

– Puedo imaginarme el resto -dijo ella-. Pocos meses después, vuestra tía explicó sus planes. Y nos visteis a mis hermanas y a mí como más de lo mismo.

– Eso es. Le conté a Ryan la situación y se ofreció a ocupar mi lugar.

– Para enseñarme una lección.

– No era nada personal -dijo Todd-. Sólo quería que supieras por qué lo hizo. Vas a tener un bebé con él. Ryan es un buen tipo. Cometió un error y lo lamenta. Eso debería servir de algo.

– Y sirve -dijo ella-. Pero aun así me mintió. Aunque entiendo la situación en la que estáis metidos, eso no os da derecho a atacar a inocentes. Yo no hice nada malo. No era ella.

– La fastidió. Dale un respiro. Si él hubiera sabido que iba a colgarse de ti, no lo habría hecho.