¿Colgarse? ¿De ella?
Julie quería que aquellas palabras no significaran nada, pero sí significaban. Quería gustar a Ryan y que él la respetara, aunque no entendía por qué su opinión le importaba. Ryan regresó en ese preciso momento.
– Lo siento. ¿Qué me he perdido?
– Sólo estábamos hablando -dijo Todd.
Volvieron a centrarse en los negocios y lo zanjaron todo en una hora. Ryan acompañó a Julie al ascensor.
– Los socios estarán contentos -dijo él.
– Creo que incluso bailarán. Soy buena en mi trabajo. No te decepcionaré.
– Lo sé. ¿Cómo te sientes?
– Bien. Sigo teniendo náuseas casi todo el día, pero estoy aprendiendo a vivir con ello.
La conversación trivial la volvía loca. Realmente quería preguntarle por lo que Todd había dicho. ¿Ryan tenía verdaderamente sentimientos hacia ella? ¿Sería real o seguiría intentando convencerla para casarse con él? ¿Y acaso sería tan horrible casarse con el padre de su hijo?
– ¿Se lo has dicho a tu familia? -preguntó él.
– A todos salvo a mi padre. No tengo ni idea de dónde está -y tampoco iba a perder el tiempo localizándolo.
– Yo no se lo he dicho a mis padres. Están en Europa. No vienen mucho por Estados Unidos, pero, cuando lo hagan, los conocerás.
– Genial -murmuró ella.
– Yo también debería conocer a tu familia.
– ¿Qué?
– ¿Acaso no quieres?
Era una pregunta con truco. No, realmente no quería que los conociera. Sería extraño. ¿Pero negarse cuando iban a tener un bebé juntos?
– Sería divertido -dijo finalmente.
– Estoy libre este fin de semana.
Qué afortunada.
– De acuerdo, claro. Yo eh… lo organizaré todo.
– Bien.
Ryan se inclinó hacia delante y le dio un beso.
No había pasión ni poder como en otras ocasiones, pero aun así la desestabilizó.
– Hasta el fin de semana entonces -dijo él.
– Claro. Seré yo la que tenga antojo de pepinillos.
Capítulo Diez
La casa era modesta. Ryan aparcó y trató de asimilar que, mientras él había crecido en un mundo de riqueza y privilegios, las nietas de Ruth se habían criado allí.
Salió de su deportivo y caminó hacia la puerta. Julie ya la había abierto. Se apoyó en el marco y dijo:
– ¿Estás preparado? Deberías estarlo.
– Tus hermanas no pueden ser tan malas -dijo él mientras se acercaba-. Estaré bien.
– Qué tonto -dijo Julie con una sonrisa.
Pasó frente a ella, se dio la vuelta y la besó. Ella no reaccionó, pero Ryan observó el deseo en sus ojos. Tal vez tuvieran otros problemas, pero conectar sexualmente no era uno de ellos. Quizá se hubiera apresurado al decidir que su plan de aproximación funcionaría mejor si no había contacto físico.
– Mi madre está trabajando -dijo Julie-. Está a cargo de una clínica de vacunas a bajo precio un sábado al mes, pero llegará más tarde. Mientras tanto, tengo aquí a mis hermanas para que te interroguen; quiero decir, para que te entretengan.
– Pueden interrogarme -dijo él, riéndose-. Puedo apañármelas.
– Eso piensas.
La mañana era cálida, anticipando un día caluroso; de los que aparecen de vez en cuando en otoño. Julie llevaba una blusa holgada con amplio escote y mangas diminutas. En vez de pantalones, había optado por una falda hasta la altura de las rodillas. Llevaba los pies descalzos y el pelo suelto. Parecía una princesa de cuento de hadas.
Ryan se detuvo en mitad del salón. ¿Una princesa? ¿Qué diablos le pasaba?
– Por aquí -dijo Julie- Ya no puedes echarte atrás.
– No pensaba.
Lo guió por la cocina hasta el jardín trasero, que era más paradisíaco de lo que hubiera imaginado. Había plantas por todas partes, una mesa con sillas en un extremo y una barbacoa en el otro. Había velas y cosas que giraban con el viento, aparte de telas que colgaban y que no servían para nada en especial.
También había dos mujeres, ambas rubias y de ojos azules, con los rasgos de Julie y la misma mirada de «vamos a ponerte a prueba».
– Mis hermanas -dijo Julie-. Willow y Marina.
Willow era bajita, delicada y guapa. Marina era la más alta de las tres, y también una belleza. Unos genes magníficos.
– Encantado de conoceros -dijo con una sonrisa-. Julie me ha hablado mucho de vosotras.
– ¿Y ha mencionado que queríamos darte una paliza? -preguntó Willow- No sólo a ti. Sigo queriendo ir a esa casa y decirle unas casas a Todd Aston. No tendrás su dirección, ¿verdad?
– Yo, eh, el jardín es precioso -dijo Ryan- Hay muchas plantas. Es un lugar muy especial.
– No es un cambio de tema muy discreto -dijo Marina con los brazos cruzados-. Dudo que estés realmente interesado en el paisaje, pero, en caso de que no estés tomándonos el pelo, Willow es la que se encarga de eso.
Julie le indicó que se sentara y ella ocupó la silla frente a él.
– Willow puede cultivar cualquier cosa. Le encantan las hierbas y todas las cosas aromáticas. Tiene una línea de velas que es muy popular en algunos herbolarios, y escribe una tira cómica.
– Impresionante -dijo Ryan, mirando a Willow-. ¿Tienes alguno de tus cómics aquí? Me gustaría leer alguno.
Willow tomó una revista de la mesa de cristal y se la lanzó.
– Más o menos en la octava página -murmuró.
Fue pasando las páginas de la publicación. Había artículos sobre jardinería orgánica, un ensayo sobre cómo sobrevivir al frío y a la gripe y un diagrama sobre cómo sacar el máximo partido al abono.
Entonces vio la tira cómica de seis viñetas. Ap¬recían dos calabazas hablando sobre una venta de zapatos. A juzgar por los tocados en sus cabezas y los tacones, eran calabazas femeninas.
Leyó las viñetas y se obligó a reírse al final, i¬cluso aunque no entendía la broma.
– Es genial -dijo al terminar-. ¿Las has vendido a más publicaciones?
– Sólo a un par de periódicos locales. Las grandes publicaciones no están interesadas en el humor orgánico.
– Pues se están perdiendo un gran mercado.
Willow lo miró como intentando adivinar si estaba siendo condescendiente con ella. Estaba a punto de empezar a hablar sobre el importante crecimiento del mercado de productos orgánicos cuando Wi llow y Marina se levantaron.
– Vamos a por los aperitivos -dijo Marina.
Cuando se marcharon, Ryan se giró hacia Julie.
– No lo entiendo -susurró, agitando la revista-. Explícamelo.
– No puedo -dijo ella-. Tampoco lo entiendo. Tal vez haya que ser vegetariano para entenderlo, no sé. Durante un tiempo pensé que los cómics de Willow no eran divertidos. Pero cada vez está en más revistas, así que debo de ser yo. Bueno, y Marina, y mi madre.
– Y yo -dijo él.
Julie le dirigió una sonrisa y él se la devolvió.
Sus hermanas regresaron.
– Limonada de mango -dijo Willow, entregándole un vaso.
Marina puso un plato de galletas sobre la mesa.
¿Limonada de mango? Dio un sorbo. No estaba del todo malo.
Marina y Willow volvieron a sentarse.
– ¿Has estado casado alguna vez? -preguntó Marina.
– No.
– ¿Prometido? -preguntó Marina.
– No.
– ¿Algún hijo, aparte del que vas a tener con Julie? Y, por favor, no digas «no que yo sepa». Eso hace que los hombres parezcan estúpidos.
– No hay más hijos.
Había comenzado el interrogatorio. Le preguntaron por todo, desde la relación con su madre hasta su situación económica, pasando por saber si pagaba sus impuestos a tiempo o no. Julie se quedó sentada en silencio, observando como si estuviera juzgando sus respuestas.
Le parecía bien. No tenía nada que ocultar. Así que contestó a las preguntas sin dudar, hasta que Willow dijo:
– ¿Cómo pudiste ser tan rastrero como para mentir sobre quién eras con el propósito expreso de hacer daño a esa persona?
Pensó en decir que no pensaba que pudiera hacerle daño a Julie, pero no le sonó bien. Decir que la consideraba incapaz de sentir nada no era apropiado tampoco. Podía explicar el daño que había experimentado en el pasado y sus ganas de vengarse. Sólo que Julie no había sido la que le hiciera daño. Finalmente, optó por la verdad.
– Me equivoqué -le dijo a Willow- No hay excusa para mi comportamiento y no intentaré inventarme una.
Marina y Willow se miraron, y luego observaron a Julie. Willow se encogió de hombros.
Ryan sintió que algo importante había sucedido, pero no estaba seguro de qué. A veces, las mujeres eran un misterio.
– Cuando éramos pequeñas, Julie era muy mandona -dijo Marina -. Especialmente conmigo.
– No era mandona -dijo Julie-. Sin embargo, nuestra madre trabajaba y alguien tenía que estar al mando. Yo era la mayor.
– Mandona -dijo Willow-. De las peores.
– Voy a ignorarte -dijo Julie, poniéndose en pie y acercándose a la mesa para servirse un vaso de limonada. Pero, en vez de volver a sentarse en su silla original, se sentó junto a él.
Ryan cometió el error de mirar sus pies descalzos cuando cruzó las piernas. Llevaba las uñas rosas y un anillo en uno de los dedos. Era la cosa más sexy que había visto.
Se recordó a sí mismo que tenía que concentrarse en su plan. Tenía que conseguir que Julie se casara con él. Por el bien del bebé.
Pero, en aquel momento, el bebé no parecía muy real. Lo único en lo que Ryan podía pensar era que le gustaba Julie y sus hermanas, y que su casa era un hogar como nunca habría podido imaginar.
– No has comprado esto, ¿verdad? -preguntó Julie cuando Ryan aparcó frente a una enorme finca de Beverly Hills. Las puertas de acero se abrieron, dejando ver una casa de tres plantas con enormes jardines.
– Yo crecí aquí.
– ¿Qué? ¿Vivías aquí? ¿Con tus padres? Me dijiste que me vistiera de forma casual. Dijiste que probablemente nos mancharíamos. No puedo conocer a tus padres con esta pinta.
Llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta de manga corta que había estado a punto de tirar. No se había molestado en maquillarse ni en lavarse el pelo.
– No están aquí -dijo él mientas aparcaba frente a la casa-. Están en Europa. Te he traído para poder echarle un vistazo al desván. Pensé que habría algunas cosas que te gustarían.
– Ah. Bueno, el desván suena intrigante -Julie salió del coche y miró a su alrededor-. Tiene mucho estilo. No se parece a mi casa.
– Me gustó tu casa -dijo él, abriendo la puerta con la llave-. Me sentí muy cómodo. Este lugar no es así.
Entraron en la casa y Ryan encendió las luces. Julie se fijó en los techos altos, en los suelos de madera y en las impresionantes obras de arte. Y sólo estaban en la entrada.
– ¿No hay empleados? -preguntó.
– Hay un ama de llaves interna. Hoy es su día libre. Le dije que nos pasaríamos, pero que no hacía falta que estuviera. Tenemos la casa para nosotros.
Ryan la condujo por una escalera y luego por un pasillo flanqueado por habitaciones.
– ¿Cómo de grande es este lugar? -preguntó ella-. ¿Diez mil metros cuadrados?
– Creo que más bien quince.
– Eso es mucho limpiar.
– Yo no lo sé -contestó él con una sonrisa.
– Sería un trabajo de jornada completa. No puedo creer que tus padres tengan este sitio y casi nunca estén aquí.
– Les gusta viajar.
– Mis hermanas y yo podríamos haberlo pasado muy bien aquí. ¿Quién necesita un parque de atracciones? Te portaste muy bien con ellas, por cierto. ¿No te lo había mencionado? Casi te ganaste su confianza.
– Me gané su confianza. Sin casi.
– Qué arrogante.
– Y con razón.
Las señales de alarma comenzaron a sonar en su cabeza. Julie sabía que no debía dejarse seducir, pero no podía evitarlo. Era un hombre fantástico.
Al final del pasillo tomaron otra escalera hacia el tercer piso. En vez de más habitaciones, había espacios abiertos, dándole al lugar un estilo loft. Las ventanas dejaban entrar una gran cantidad de luz.
– Me encanta esto -murmuró Julie- Me dan ganas de ser pintora o algo creativo. ¿No te parece que sería un estudio fantástico?
– Todd y yo jugábamos aquí cuando éramos pequeños. Teníamos todo el piso para nosotros.
– Un paraíso para los niños.
En una esquina había otras escaleras. Eran estrechas y empinadas. Julie siguió a Ryan y se encontró metida en el desván.
Parecía sacado de una película original de la PBS; con vigas descubiertas, muebles cubiertos con sábanas y ventanas polvorientas. Había cajas por todas partes, además de ganchos en las paredes y baúles.
¿Cómo era posible que Ryan y ella se hubieran criado a menos de treinta kilómetros de distancia y hubieran tenido una vida tan distinta? ¿Cómo podía ser real ese mundo?
Ryan quitó unas cuantas sábanas, y dijo:
– Todd y yo pasábamos mucho tiempo aquí arriba. Metíamos las narices en todo. La mayoría de las cosas eran muy aburridas para un niño, pero recuerdo…
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