Atravesó la sala y movió algunas cajas.
– Sé lo que piensas del arte moderno. ¿Esto es más de tu estilo?
Le había prometido una sorpresa. Julie no había estado muy segura de qué esperar, pero desde luego no una hermosa canastilla.
Se arrodilló y tomó aliento al tocar la pieza. Estaba decorada con ángeles, corazones y flores. Estaba un poco ajada, pero era increíble.
– Oh, Ryan. Es increíble.
– Me alegro de que te guste. Podemos restaurarla. Hay un vestidor a juego -Ryan se sentó a su lado-. Puede que estas cosas tengan ciento cincuenta años. No hay cambiador, pero podríamos pedir que nos hicieran uno. Y lo mismo con la cuna.
– Eso suena genial. ¿Cómo sabías que me encantaría?
– Simplemente lo sabía.
Julie habría imaginado que Ryan era el tipo de hombre que hacía regalos típicos, pero se equivocaba, y le encantaba. No era que fuese a quedarse con esos muebles. Eran herencia familiar. Pero estaría encantada de utilizarlos mientras el bebé fuera pequeño.
– Eres increíblemente considerado -le dijo-. Gracias. Son increíbles.
– Bien. He estado leyendo cosas en Internet. Sobre bebés. Necesitan muchas cosas.
– Es difícil creer que algo tan pequeño necesite tantos accesorios.
– ¿Puedes sentir algo ya?
– Sólo náuseas -dijo ella, llevándose la mano al estómago-. Ningún movimiento. Para eso faltan un par de meses.
– Apenas se te nota.
– Tengo un poco de barriga -estuvo a punto de decir que debía verla desnuda, pero eso podría llevar a equívocos.
– ¿Cuándo vas a decírselo a tus socios? -preguntó él.
– Pronto. Tengo que hacerlo. Hay muchos detalles de los que tengo que ocuparme, pero funcionará. Es extraño. Hasta que no descubrí que estaba embarazada, mi carrera era lo más importante en mi vida. Vivía para trabajar. Estaba decidida a ascender. Un bebé lo complicará todo, pero no me importa.
– No tomarás las decisiones sola -dijo él-. Yo también participaré-. Voy a ser un padre presente, Julie. Quiero estar ahí por mi hijo.
– Me parece bien -dijo ella-. Podemos entrevistar a futuras niñeras.
Lo decía en broma, pero Ryan puso cara de repugnancia.
– Yo tuve una niñera.
– Interesante. ¿Era simpática?
– Tuve varias, y todas eran simpáticas. Mis padres decidieron evitar los aspectos «sucios» de educar a un hijo. Me llevaban con ellos cuando viajaban, pero nunca estábamos juntos. No recuerdo que me llevaran a sitios con ellos, ni que comiésemos juntos. Yo tenía mi propia suite en el hotel, con mi niñera, y a veces Todd, si sus padres también iban.
– Debías de sentirte muy solo -dijo ella.
– A veces. A medida que fui creciendo lo fui llevando mejor, y pude salir solo. Podía ver a otros niños. Cuando llegué al colegio, estuve a salvo, excepto en verano. Siempre estábamos viajando de un lado a otro.
Julie también recordaba sus veranos, pasando los días en el jardín. Sus hermanas y ella se inventaban juegos que duraban días.
– Todd ayudaba -continuó Ryan-. Nos apoyábamos mutuamente. Como tus hermanas y tú.
– Son importantes para mí -convino ella.
– Quiero algo más para nuestro bebé, Julie. Quiero que sepa que estamos los dos ahí. Quiero que fo¬memos una familia. Quiero la familia que nunca tuve.
Sonaba decidido y dolorosamente triste. Julie sufría por el niño que había tenido tantas cosas y, al mismo tiempo, tan poco cariño.
– No creo que podamos regresar en el tiempo y darte esa familia-dijo ella-. Sé que no quiero recrear la mía. Pero podemos construir algo nuevo que nos venga bien.
– Me gustaría intentarlo. ¿Sabe tu padre ya lo del bebé?
– La verdad es que no se lo he dicho -dijo ella, arrugando la nariz-. Si mi madre ha hablado con él hace poco, puede que se lo haya mencionado.
– No te cae bien. Lo noto en tu voz.
– No puedo perdonarlo -admitió-. Le hace daño una y otra vez. Sé que ella tiene parte de responsabilidad; se lo permite. Pero desearía que lo mandase a paseo de una vez por todas y encontrase a un hombre decente. Pero ella dice que lo quiere.
– ¿No la crees?
– Creo que el amor no tiene que hacer tanto daño.
Ryan le tomó la mano. Por supuesto, sintió el tradicional cosquilleo y deseo. Julie tenía la sensación de que siempre experimentaría eso cuando Ryan estuviese cerca. Pero había algo diferente. Algo cálido y reconfortante. Como si pudiera confiar en él para que estuviese siempre presente.
No era probable que eso ocurriese, pero era agradable imaginarlo.
– Una vez estuve prometida -dijo-. Se llamaba Garrett y era encantador. Nos conocimos en la facultad.
– Lo odio -dijo Ryan.
– Eso deja claro tu buen gusto -Julie se encogió de hombros-. Sigo mirando atrás y tratando de averiguar en qué me equivoqué, pero no lo descubro. No sé qué pistas pasé por alto. Quiero pensar que no hubo ninguna, pero quién sabe. En cualquier caso, empezamos a salir, nos enamoramos, o eso pensaba yo, y nos prometimos. Pero él ya estaba casado. Su esposa, una mujer joven y dulce, vivía en Nuevo México con su familia. Tenía dos trabajos para pagar su educación. Habían decidido que sería más barato que ella se quedase allí mientras que él encontraba un apartamento aquí e iba a la Universidad de California.
Ryan le apretó la mano y maldijo en voz baja.
– Eso mismo digo yo -murmuró Julie-. De modo que empezamos a planear la boda. La razón por la que me enteré de que estaba casado fue que su mujer ganó la lotería. Nada importante. Unos treinta mil dólares. Pero eso supuso que pudiera irse con él y tener sólo un trabajo. Se presentó sin avisar. Los tres nos llevamos una gran sorpresa.
Ryan la acercó a él. Julie se tensó, pero luego se relajó entre sus brazos. Sabía que su vida era mejor sin Garrett, pero aun así el abrazo le vino bien.
– No sé lo que planeaba hacer -dijo, apoyando la cabeza en su hombro-. ¿Iba a ser bigamo? ¿Iba a esperar al último minuto para decírmelo? No lo sé y tampoco me quedé el tiempo suficiente para averiguarlo. Recogí mis cosas y me marché. Me odié por ser tan estúpida. Siempre me había considerado lista, y aun así me había tomado el pelo por completo.
– Era un bastardo y un mentiroso. Siento que tuvieras que pasar por todo eso.
– Sí, bueno, ahora entenderás por qué tu mentira me molestó excesivamente. Aparte de por las razones evidentes.
Ryan la agarró por los hombros y la giró para poder verle los ojos.
– Me he disculpado. Creo que me crees. Lo que quiero saber es si serás capaz de dejarlo correr.
Era una pregunta interesante. Se reducía a si lo deseaba o no. ¿Estaba dispuesta a aceptar que Ryan se había equivocado al juzgarla, que no había sido nada personal y que, si pudiera borrarlo, lo haría? ¿Durante cuánto tiempo quería castigarlo?
– Me estoy acercando -admitió-. Mucho. Pero tienes que dejar de insistir con el tema de casarnos.
– Eh, sólo lo mencioné una vez. Y, por cierto, reaccionaste exageradamente.
– Oh, por favor. Fue una manera horrible de proponerme matrimonio. Además, con una vez es suficiente.
– ¿No quieres casarte?
Julie se preguntaba en qué estaría pensando. ¿Se sentiría aliviado porque ella se hubiera negado o hablaba en serio al decir que debían casarse? No estaba segura de cuál quería que fuese la respuesta.
– Algún día -dijo-. Pero porque quiera, no por obligación.
– Una romántica. Nunca lo hubiera dicho.
– No soy una romántica. Simplemente quiero encontrar a alguien especial. El hombre adecuado para mí.
– ¿Y cómo es el hombre adecuado?
– No sé; aún no lo he conocido.
– Así que estás disponible.
– ¿Estás planeando emparejarme con uno de tus amigos? ¿Tienes a alguien en mente?
– Por supuesto -dijo él, inclinándose hacia ella-. Alguien encantador y con éxito, y muy guapo.
Julie sentía su aliento en la cara.
– Déjame adivinar. ¿Alguien que conocemos los dos?
– Sí. Yo.
– ¿Por qué no me sorprende?
Pero Ryan no contestó, lo cual le pareció bien. Porque, en vez de eso, la besó.
Capítulo Once
Ryan la rodeó con sus brazos y la tumbó lentamente en el suelo. Al mismo tiempo, devoraba su boca con una pasión que le llegaba al corazón. Julie se sentía débil y deseosa. Su cuerpo ardía por él y su corazón quería abrirse y aceptar a ese hombre.
Pero su cerebro no estaba tan seguro de si debía confiar en él. Aun así, en ese momento Julie no estaba preocupada por la confianza, sino por sentir su cuerpo contra el suyo. A veces simplemente había que disfrutar del momento.
Ryan deslizó una mano por su cadera, acariciándole después el vientre. Los músculos de Julie se tensaron por la anticipación de que acariciara sus pechos. Contuvo la respiración hasta sentir su mano acariciando sus curvas.
Estaba más sensitiva que antes, pensaba mientras le acariciaba los pezones. Estaba tremendamente excitada y sentía el calor y la humedad entre las piernas.
Ryan se apartó y le dirigió una sonrisa.
– Solía soñar con esto cuando iba al instituto -dijo-. Una mujer sexy en el desván. Ya casi lo había olvidado, pero de pronto me vienen los recuerdos a la cabeza.
– ¿Alguna vez ocurrió?
– No hasta hoy.
– Así que estoy a punto de cumplir una fantasía erótica de adolescente.
– Eso me gustaría pensar.
– Qué interesante. ¿Y qué es exactamente lo que querías hacer con esa mujer misteriosa?
– De todo.
– ¿Puedes ser más específico?
– Por supuesto.
Pero, en vez de decírselo, la recostó, le levantó la camiseta y le besó la tripa. Tras desabrocharle los pantalones y abrírselos, utilizó la lengua para juguetear con su ombligo.
Mientras luchaba contra su deseo de gritar que la poseyera allí mismo, Julie consiguió quitarse los zapatos. Acto seguido, Ryan se los quitó y siguió con la camiseta.
Se apoyó con un codo. Con la otra mano le acarició las costillas.
– Tu piel es tan suave. Solía preguntarme cómo sería tocar a una mujer. Leía mucho, escuchaba a los demás chicos hablar. Me imaginaba cosas, pero no estaba preparado para esa suavidad.
A Julie le gustaba saber que no había sido siempre tan experimentado y resuelto.
– ¿Cuánto duró la primera vez? -preguntó.
– Un segundo. Simplemente quería hacerlo cuanto antes. No aprecié las sutilezas hasta más tarde.
– ¿Sutilezas?
Le desabrochó el sujetador con un movimiento rápido de los dedos.
– Ir haciéndolo poco a poco puede hacer que el resultado sea mucho mejor. Puedo saber lo que te gusta sólo viendo cómo reaccionas a mis caricias.
El aire del desván era cálido, pero aun así se le puso el vello de punta.
– Si hago esto… -añadió mientras deslizaba el pulgar por su pezón.
Instintivamente, Julie cerró los ojos y arqueó el cuerpo, pidiendo más.
– ¿Ves? -murmuró Ryan- Reaccionas.
Se inclinó hacia abajo y se metió el pezón en la boca. La combinación de saliva caliente y succión hizo que Julie gimiera de placer. Deslizó los dedos por su pelo y le acarició los hombros mientras se centraba en su otro pecho.
Ryan deslizó las manos por su estómago y metió los dedos bajo su ropa interior para llegar a su parte más húmeda.
Julie separó las piernas y dejó los ojos cerrados. Sí, eso era lo que deseaba.
Ryan la exploró, introduciéndole lentamente un único dedo antes de dedicarse a aquel punto tan sensitivo. Luego comenzó un baile diseñado para llevarla directa al orgasmo. Pero, cuando Julie se disponía a relajarse para disfrutar del viaje, él se incorporó y apartó las manos.
– ¿Estás bien? -preguntó, abriendo los ojos.
– Estoy bien -respondió Ryan mientras se quitaba la camisa.
Julie disfrutó del espectáculo de ver cómo se desnudaba mientras se quitaba la ropa interior y se tumbaba de nuevo.
Ryan se quitó primero la camisa, luego las playeras y los calcetines. Después se concentró en los vaqueros. Julie se fijó en el impresionante bulto. Todo para ella.
– Debe de ser difícil mantener el interés alejado de esa zona -dijo ella al verlo completamente desnudo. Se echó hacia delante y acarició su erección-. No hay nada sutil en esto. Las mujeres podemos fingir interés que no sentimos. Los hombres no.
– Nosotros somos más sinceros -dijo él mientras se arrodillaba a su lado para mordisquearle el cuello.
– Tú no eres más sincero -dijo ella-. Pero sería muy incómodo tener una erección en un momento en el que no deseas tenerla. Además, nosotras sabemos si llegáis al orgasmo. Las mujeres podemos fingirlo.
– Yo lo sabría -dijo él, levantando la cabeza.
– No estoy tan segura. Algunas mujeres fingen muy bien.
– Lo sabría -insistió con una sonrisa-. Comprobaremos tu teoría. Adelante, intenta fingirlo. Mira si me engañas o no.
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