– Tengo una pregunta técnica -dijo él mientras giraba la mano para acariciarle la palma con el pulgar-. Se trata de mi tía Ruth.
– ¿Qué pasa?
– Es tu abuela.
– Eso dicen -dijo Julie, tratando de concentrarse en la conversación y no en el deseo que sentía. Se dijo a sí misma que su reacción tenía más que ver con el hecho de no haber tenido una cita en dieciocho meses. El problema era que no lograba convencerse.
– Si es mi tía abuela y tu abuela -dijo él-. Eso nos convierte en…
– No hay parentesco -dijo ella-. Ella era la segunda esposa de tu tío abuelo. No tuvieron hijos en común. Se aseguró de que eso quedaba claro. ¿No te lo dijo?
– No -dijo Todd, apartando la mano-. No lo hizo.
– Pues ya lo sabes -hablando de su abuela Ruth, iba a tener que darle las gracias cuando llegase a casa.
– Ya lo sé -se puso en pie y le ofreció la mano.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.
– Invitarte a bailar.
– Aquí no se puede bailar -dijo ella, permaneciendo firmemente en su asiento.
– Claro que sí. Y, ahora que sé que no somos primos, vamos a bailar.
Julie se encontraba dividida entre hacer el ridículo y presionar su cuerpo contra él. Porque, tras pararse unos segundos, podía oír una suave música de fondo. Parecía agradable, pero no era tan tenta¬dora como el hombre que tenía enfrente.
– ¿Vas a hacerme rogar? -preguntó él.
– ¿Lo harías?
– Quizá -contestó, sonriendo.
Julie se puso en pie y le dio la mano. Él la condujo a la parte trasera del restaurante, donde tocaba la orquesta y varias parejas bailaban.
Antes de que pudiera darse cuenta, Todd la presionó contra su cuerpo y le colocó la mano en la cintura. Ella le acarició el hombro con los dedos.
Mientras sus muslos se rozaban, Julie advirtió que era un hombre musculoso y fuerte. No estaban lo suficientemente cerca para que sus pechos se rozaran, pero de pronto sintió el deseo de restregarse contra él como una gata solitaria.
– Hueles bien -murmuró él.
– Tóner de fotocopiadora -dijo ella-. ¿Te gusta? Hoy he tenido que cambiar el cartucho.
– ¿Es que no puedes aceptar un cumplido?
– De acuerdo. Gracias.
– Mejor -dijo él con una sonrisa-. No eres fácil.
– Ese es un cumplido que sí puedo aceptar.
– ¿Te gusta ser difícil?
– A veces. ¿A ti no?
Todd movió la mano desde su cintura hasta su espalda.
– A veces -dijo, repitiendo su respuesta.
– No te gusta que la gente asuma cosas sobre ti -dijo ella, mirándolo a los ojos.
– Tú las has hecho.
– Tú también. Estamos empatados.
– Más que empatados, Julie. Estamos bien.
Y, con eso, Todd bajó la cabeza y la besó. Fue algo inesperado, pero delicioso. Julie sintió cómo el estómago se le contraía y sus pechos empezaban a palpitar.
El se apartó y se aclaró la garganta.
– Probablemente deberíamos volver a la mesa y pedir la cena -dijo- Ya sabes, hay que ser responsable.
Por un instante, Julie estuvo a punto de preguntarle cuál era la alternativa. ¿Qué pasaría si seguían bailando, tocándose y besándose? Sin embargo, tenía la sensación de que ya conocía la respuesta a esa pregunta.
Demasiadas cosas, demasiado pronto, se dijo a sí misma mientras se separaban. No había tenido una cita en mucho tiempo e ir despacio tenía más sentido. Aunque ese hombre era verdaderamente tentador.
Caminaron de la mano mientras regresaban a la mesa.
– No me has dicho por qué estás aquí -dijo él cuando se sentaron-. Ya te he dicho que mi tía Ruth me pidió que viniera. ¿Cuál es tu excusa?
¿No lo sabía? ¿En serio? Aquello se ponía interesante.
– Mi madre y su madre han estado separadas durante años. Ruth apareció en nuestras vidas hace un par de meses. Mis hermanas y yo no la conocíamos. Nuestra madre ni siquiera la había mencionado. La semana pasada, durante la cena, Ruth dijo que tenía un sobrino maravilloso y sugirió que una de nosotras saliese contigo.
– Interesante.
– Más que interesante. Nos ofreció… no es importante.
– Claro que lo es.
– Te sentirás insultado.
– Puedo asumir la verdad -dijo él- ¿Qué os ofreció?
– Dinero.
– ¿Te paga para que salgas conmigo?
– Oh, no. Las citas son gratis. Pero, si me caso contigo, me da dinero. Un millón de dólares. Para mí, mis hermanas y mi madre. Muy bueno, ¿eh?
Todd apretó la mandíbula, pero, por lo demás, no mostró emoción alguna.
– Todas nos sorprendimos -prosiguió Julie-. No podíamos imaginar qué podías tener de malo para que tu tía tuviese que ofrecer tanto dinero para conseguirte una mujer.
– ¿Algo malo? ¿Yo?
– Claro.
Julie estaba pasándoselo bien, pero intentaba por todos los medios que él no lo supiera.
– Decidimos que una de las tres saldría contigo y averiguaría qué tenías de malo -añadió-. Jugamos a Piedra, Papel o Tijera para determinar a la candidata.
– Piedra, Papel… -Todd se aclaró la garganta-. Así que ganaste tú.
Julie se permitió sonreír.
– Oh, no, Todd. Yo perdí.
Capítulo Dos
El camarero llegó para tomar nota. Julie pidió su cena y esperó a que Todd hiciese lo mismo. Él apenas miró la carta, y simplemente mantuvo la mirada fija en ella.
– ¿Perdiste? -preguntó-. ¿Quieres decir que no ganaste?
– Eso es. Ya sabes cómo es. El perdedor tiene que hacer la parte desagradable. Eso sería la cita contigo. Algo desagradable.
– ¿Perdiste?
– Si hace que te sientas mejor -dijo ella antes de dar un sorbo a su copa-, me alegro de haber perdido.
– No sabes lo mucho que me afecta esa confesión.
– No deberías tomártelo tan mal. Mira la situación desde nuestra perspectiva. Tu propia tía abuela, que te conoce de toda la vida, está dispuesta a pagarle a una, mujer para que se case contigo. Imaginamos que tenías chepa y quizá una enfermedad extraña que te hubiese deformado la cara. Como el hombre elegante.
– ¿Pensabas que era como el hombre elefante?
– Fue una consideración. Y, aun así, me he presentado aquí.
– Perdiste y yo soy una cita de compasión. Genial.
– No puedo creer que Ruth te ofreciera un millón de dólares.
– No por la cita. ¿Recuerdas? La cita es gratis. Tengo una solución muy sencilla al problema; no me propongas matrimonio.
– Oh, claro. Es fácil para ti decirlo, pero ahora ya no tengo nada con qué entretenerme durante el postre.
Mientras Julie se reía, se admitió a sí misma que Todd no era en absoluto como se había imaginado. Cualquiera con un número detrás de su nombre tenía que ser estirado, pero él no lo era. Le gustaba… mucho.
– Deberías haber conseguido algo por la cita -dijo él-. Cincuenta mil, al menos.
– ¿Sabes? Ni siquiera había pensado en eso. Pero, si la abuela Ruth vuelve a mencionarlo, le pediré un cheque.
– Yo también me alegro de que perdieras -dijo él, mirándola a los ojos.
– Gracias. Aunque no era difícil de predecir. Me encantan las tijeras y mis hermanas lo saben. Así que alguien siempre saca la piedra.
– Una manera interesante de determinar tu destino.
– ¿Destino? -preguntó ella, arqueando las cejas-. ¿Estás diciendo que tú eres mi destino?
– Ninguno de los dos pensábamos que las cosas iban a ir tan bien -dijo él, encogiéndose de hombros-. Tal vez el destino haya metido baza esta noche.
– No me hables del destino ni del universo, por favor. Mi hermana Willow siempre me dice que todos tenemos un destino al que no podemos escapar. Es muy dulce y la quiero mucho, pero a veces me dan ganas de estrangularla. Además, si vieras las cosas que come… repollo y tofu, y bebidas adelgazantes -Julie se estremeció.
– ¿Vegetariana?
– Casi siempre. Aunque tiene una lista de comida que no está considerada como carne. Como las hamburguesas en un picnic o los perritos calientes en un partido de los Dodger.
– Interesante.
– Es genial. Marina también. Es la pequeña de la familia. Imagínate, podrías haber salido con cualquiera de ellas.
– Estoy contento con la hermana que tengo.
– Pero no me tienes-aunque pensó que podría tenerla, recordando cómo se había sentido en sus brazos.
– Dame tiempo.
Julie miró por el retrovisor por enésima vez en los últimos siete minutos. La cena había sido fabulosa. No recordaba nada de la comida, aunque estaba segura de que había sido fantástica. Era la conversación lo que recordaba. Las palabras sexys, las risas… la conexión.
No recordaba la última vez que un hombre le había atraído tanto. Todd era increíble. Divertido, listo, y entendía su sentido del humor, cosa que no siempre ocurría. Y la química entre ambos… Todd podía hacer que se derritiese con sólo mirarla.
Todo eso estaba muy bien, ¿pero estaba preparada para llevar las cosas hacia donde evidentemente se dirigían? Su oferta de seguirla a casa para asegurarse de que llegaba bien era una excusa muy pobre para lo que verdaderamente estaba ofreciendo: Todd desnudo en su cama.
La pregunta no era si lo deseaba; porque lo deseaba intensamente. No se trataba del deseo, sino de ser sensata. No había tenido un hombre en su vida desde Garrett… Aunque no iba a pensar en ese bastardo mentiroso en ese momento. El tema era que hacía mucho tiempo que no tenía una cita. Estaba desentrenada. La noche había ido bien, ¿pero significaba eso que debía invitar a Todd a entrar para acostarse con él?
Aún no lo había decidido cuando llegaron a su casa. Aparcó frente al garaje y salió del coche. La noche estaba tranquila y no era demasiado fría pues, aun estando en otoño, aquello seguía siendo Los Angeles, donde el tiempo real no servía.
Estaba nerviosa. Todas las células de su cuerpo le rogaban que aceptase la oferta de aquel hombre. Su piel ansiaba ser tocada, y a sus hormonas no les vendría mal un poco de acción. Pero su cerebro le advertía que tuviera cuidado. Todd era encantador, ¿pero qué sabía realmente de él? Además, el sexo en la primera cita no era algo bueno.
El aparcó en la calle y salió, luego miró a su alrededor.
– No es lo que esperaba-dijo mientras se aproximaba a ella-. Pensé que vivirías en un lugar nuevo y brillante.
El vecindario era antiguo, con muchas casas que habían sido convertidas en dúplex. A Julie le gustaban la atmósfera tranquila y los detalles rústicos.
– Estoy cerca del trabajo e incluso tengo un pedazo de césped-dijo ella-. No soy de vivir en apartamentos.
Todd le dirigió una sonrisa y le acarició la mejilla con el pulgar.
– Menos mal que no hemos ido a mi casa -dijo.
– Déjame averiguar. Todo es cristal y acero.
– Eso también, pero principalmente porque está más lejos.
Y, sin más, la besó.
Su boca era cálida y firme, aunque gentil. Se movía lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y a ella le gustaba. Le gustaba sentir sus manos en la cintura.
Julie se acercó un poco más y le colocó los dedos en los hombros. Por suerte, su bolso tenía una correa larga, de modo que no tenía que perder tiempo en sujetarlo. Quería tener la libertad de explorar sus brazos y su espalda.
Deseaba que el beso continuara. A pesar de que Todd no lo intensificara, sintió cosquilieos en todas las partes de su cuerpo, incluyendo algunas que le sorprendieron. Sentía presión en el pecho, las piernas temblorosas y tuvo la sensación de que jamás podría recuperar el aliento.
Todd se giró levemente, le besó la mejilla y bajó por la mandíbula, Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, lo que hizo que diera un respingo y se estremeciera. Luego deslizó la lengua por su cuello.
Julie sintió cómo el vello se le erizaba y supo que no podría sobrevivir un segundo más si no la besaba. Besarla de verdad.
Por suerte, Todd parecía ser bueno adivinando el pensamiento. La besó de nuevo en la boca, Julie separó los labios y él introdujo la lengua en su boca, como si su deseo se equiparase al de ella.
Julie recibió su lengua, saboreando la pasión entre ellos. Mientras exploraba su boca con la lengua, Todd bajó las manos hasta sus caderas y la acercó más.
Julie pensó dos cosas en ese momento. Que la presión de sus pechos contra su torso era una tortura maravillosa, y que Todd estaba tremendamente excitado.
Se los imaginó a los dos desnudos, tocándose. Se moría de deseo, y ese deseo la volvía loca. Trató de controlar el deseo que sentía hacia un hombre al que apenas conocía, pero era como tratar de agrupar gatos; sin sentido y un poco absurdo.
Todd se apartó un poco y le tomó la cara entre las manos.
– Ahora es cuando se supone que yo digo que debería irme -dijo él mientras la miraba a los ojos-. Es como me educaron y lo correcto.
– Las buenas maneras son importantes -murmuró ella.
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