Cuando llegó a la mesa de recepción, se detuvo tan en seco, que estuvo a punto de resbalar sobre el suelo de mármol.
Ryan Bennett estaba allí hablando con Ethan Jackson, uno de los socios antiguos del bufete.
El no podía ser su cliente potencial. ¿Cómo iba a hacer negocios con el hombre que le había mentido, que se había acostado con ella y que iba a ser el padre de su bebé? Eso no era una vida normal; era el argumento de una película.
No era justo. No estaba bien. Si pensaba que podía meterse en su mundo con un gran cheque, entonces… entonces estaba en lo cierto.
La empresa de Ryan era importante y el trabajo de Julie era ayudar a la compañía. Los socios de segundo año que querían llegar a establecerse no podían rechazar ofertas millonadas por motivos personales.
Julie tomó aliento, trató de no pensar en lo guapo que estaba con aquel traje, se acercó y esbozó una sonrisa.
– Buenos días, Ethan.
Los dos hombres se giraron hacia ella.
– Julie -dijo Ethan-. Bien. Aquí tienes a un nuevo cliente. Ryan Bennett, te presento a Julie Nelson.
– Ya nos conocemos -dijo Julie.
– Cierto -dijo Ryan- Somos casi parientes. Mi tía abuela es la abuela de Julie. Dadas las circunstancias familiares, nos conocimos hace unas semanas. He venido para hablar de nuestro negocio en China -continuó Ryan-. Tenemos varias compañías interesadas en ganar mercado allí, así como algunas que quieren manufacturar en ese país. Espero que tu experiencia nos sirva.
Ethan parecía más contento de lo que Julie jamás lo había visto.
– Entonces os dejaré solos -dijo-. Hazme saber cuales son los progresos, Julie.
– I'or supuesto -dijo ella. Si Ryan hablaba en serio con respecto a sus negocios, tendrían que trabajar prácticamente juntos-. Vamos a la sala de conferencías.
Cuando la puerta de cristal se cerró tras ellos y Julie le hubo ofrecido café y agua, se sentó frente a el.
– ¿De qué va todo esto? -preguntó en voz baja y con expresión controlada. Esa sala en particular tenia casi todas las paredes de cristal. La había elegido deliberadamente, para verse obligados a mantener las cosas a un nivel profesional.
– Ya te lo he dicho. Cuando cenamos, mencionaste que hablabas mandarín. Me pareció buena idea.
– ¿Estás tratando de engañarme? -preguntó ella secamente- ¿Pretendes ocupar horas valiosas de mi tiempo y del de los demás socios para echarte atrás al final? Pienses lo que pienses, no me quedé embarazada a propósito. Si tu plan es hacer que me despidan, ya puedes olvidarte. Soy una de las mejores abogadas con las que te encontrarás y no dejaré que estropees las cosas.
– ¿Es eso lo que piensas? ¿Que hago esto para engañarte? ¿Que se trata de una broma?
– No sé. Fuiste tú el que decidió que merecía aprender una lección. ¿Por qué no debería pensar lo peor?
– ¿No se te ha ocurrido pensar que esté aquí para hablar de negocios? ¿Que he aceptado que lo que hice estuvo mal y que, aunque me he disculpado, eso no cambia nada? ¿No se te ha ocurrido pensar que estoy tratando de hacer más fácil la situación para los dos, sobre todo para ti? Necesitamos un buen abogado. Todd y yo estábamos hablándolo y pensé en ti. Nada más. No hay planes secretos.
– Quiero creerte -dijo ella.
– Pues inténtalo. ¿Julie, por qué iba a querer engañarte? ¿Por qué iba a querer hacerte más daño? Sé que es difícil que te lo creas, pero soy un tipo bastante decente.
– Me mentiste.
– Sí, lo hice. Me equivoqué al juzgarte. ¿Nunca te ha pasado?
– Quizá.
– No puedes seguir huyendo de mí.
– Dado que estás sentado delante de mí -dijo ella-, no estoy huyendo.
– Ya sabes lo que quiero decir. Mira, estoy aquí para que ayudes a mi empresa. Sólo negocios. Lo he comprobado y eres buena en lo que haces. Necesito a alguien bueno. Si, mientras tanto, tenemos la oportunidad de llegar a conocernos, ¿no sería mejor?
– Supongo. Si eres sincero con lo del negocio…
– Lo soy.
– Entonces hablemos.
– De acuerdo.
Ryan sonrió. No debería haber significado nada. Los hombres sonreían todo el tiempo. Pero había algo en la sonrisa de Ryan, en cómo la miraba a los ojos, como si tuviera toda su atención. Hacía que le temblasen las piernas, y ni siquiera estaba levantada.
– ¿Sigue en pie la oferta del café? -preguntó él.
– Claro. ¿Cómo lo tomas?
– Solo.
– Muy típico de los hombres -dijo ella, poniéndose en pie.
– Por supuesto. Vamos. Admítelo; no me tendrías ningún respeto si te pidiera tres azucarillos y una nubecita de crema.
– Tienes razón -dijo ella, riéndose-. Enseguida vuelvo.
– Iré contigo.
– No es necesario-su plan era escapar durante un minuto para poder recomponerse. Si iba con ella, le irsultaría complicado.
Pero no había manera educada de decir que no, asi que lo condujo a la sala del café y agarró una taza limpia de la bandeja.
– ¿No tienes empleados? -preguntó él.
– Sí, pero prefiero no perder su tiempo con recados. Los otros dos socios con los que comparto a mi ayudante no están de acuerdo con mi postura. Pero a Leah le caigo mejor yo.
– De eso estoy seguro.
Volvió a sonreír, y Julie se encontró a sí misma absorta en aquella imagen. Por desgracia, estaba sirviendo el café al mismo tiempo, de modo que, cuando la taza estuvo llena, el líquido ardiendo se derramó por los lados y cayó en su mano.
– ¡Ay!
Dejó la taza en la mesa y agitó la mano. Ryan se puso a su lado y la llevó al fregadero. Colocándose tras ella, le tomó la mano lesionada y la puso bajo el grifo.
– No sabía que fueses tan torpe -dijo él.
– Normalmente no lo soy.
No lo era. Simplemente estaba distraída.
Él estaba justo detrás de ella, presionándola con el pecho, haciéndole sentir su fuerza y su calor.
Julie sentía sus dedos en la mano, su brazo presionándola. Estaba inclinándose hacia delante, colócando su cara justo a su lado.
Si se giraba levemente, sus bocas estarían a centímetros de distancia.
Deseaba besarlo. No importaba el odio que sentía hacia él. El deseo seguía creciendo en su interior.
Sólo un beso. No tenía por qué durar mucho. Sólo dos bocas juntándose, dos lenguas, dos cuerpos…
Liberó la mano y se echó a un lado.
– Estoy bien, gracias.
Sacó una toalla de papel de la cesta y se secó la mano antes de limpiar el café derramado. Tras tomar una botella de agua para ella, regresaron a la sala de conferencias.
Estaba tremendamente excitada y se sentía patética. ¿Cómo podía Ryan haberle hecho eso con tan sólo una noche de pasión? Claro, había sido una gran noche, pero ya había tenido grandes noches antes.
Bueno, no tan grandes. Pero aun así.
– ¿Por qué no me explicas lo que tienes en mente? -preguntó, agarrando un bolígrafo tras sentarse.
Ryan comenzó a hablar del negocio. Julie tomaba notas, pero no estaba escuchando realmente. ¿Cómo podía estar él tan ajeno a lo que acababa de suceder? Sería horrible si la atracción fuese unidireccional. La vida no podía ser tan injusta.
– Ofrecemos capital a las empresas y cobramos un interés alto. El objetivo es sacarlas al mercado, pero, si eso no ocurre, las vendemos. Ahora mismo hay tres empresas con las que necesito ayuda. Dos de ellas quieren hacer negocio con China, mientras que la otra es perfecta para manufacturar allí. Supongo que tienes contactos en China.
– I'or supuesto-dijo ella con una sonrisa-. Personales, así como profesionales.
– ¿Quieres explicarme eso?
– Teníamos una vecina cuando era pequeña. La señora Wu había sido profesora. Se jubiló y se dio cuenta de que se aburría con tanto tiempo libre. Nos enseñó mandarín a mis hermanas y a mí. Yo era la unicá verdaderamente interesada. Cuando estaba en el instituto, me llevó a China con ella a visitar a su familia. Regresé durante los dos veranos siguientes y pasé un semestre allí durante la universidad.
– Impresionante.
– Gracias.
– ¿Y ahora qué? – preguntó él -. Querrás información específica sobre las compañías.
– Claro. Y también quiero saber lo que has hecho, si es que has hecho algo, para establecer relaciones con China. Trabajaremos en un acuerdo de retenciones, y mi tiempo se cobrará en periodos de cuartos de hora.
– Me parece razonable.
– Querré una suma sustancial de entrada.
Pediría más de lo que pedía la compañía normalmente, principalmente para cubrirse las espaldas.
– Sigues sin confiar en mí -dijo él.
– Estoy dispuesta a darte el beneficio de la duda, pero no estoy dispuesta a ser estúpida.
– Me parece justo. Todd y yo somos los dos hijos únicos. Pasamos mucho tiempo juntos cuando éramos pequeños. Somos como hermanos.
– Ya me sé esa parte. Es por eso por lo que aceptaste hacer su trabajo sucio.
Ryan la ignoró.
– Crecimos con dinero. Desde que éramos adolescentes, siempre había chicas dispuestas a hacer lo que fuera por acercarse. No estaban interesadas en nosotros, sino en nuestro dinero.
– Me niego a pensar que todas las mujeres que has conocido ignorasen quién eras en realidad y se fijaran sólo en el dinero.
– No todas, pero las suficientes. Dadas las circunstancias, sabiendo lo que nuestra tía te había prometido, era razonable pensar eso de ti.
– Sé lo que parece, pero no es así.
– Te creo. ¿No puedes hacer tú lo mismo? ¿No puedes entender por qué Todd y yo sospechamos que tú no eras diferente?
– No sé. Tal vez. Pues no haber ido a la cita. Haberte negado. Engañar a una extraña para enseñarle una lección por todas las mujeres que has conocido no está bien.
– Lo sé. ¿Pero puedes verlo desde mi punto de vista?
– Sí, tu infancia fue muy trágica. Pobres niños ricos, deseados por todas por las razones equivocadas.
– No eres fácil.
– No trato de serlo. He dicho que trataré de entender por qué pensaste lo peor de mí y aceptaré tu disculpa por lo que hiciste, pero eso no significa que lo apruebe o comprenda tu reacción. Sigo sin confiar en ti.
– Tendrás que intentarlo. Seremos una familia.
– No según cualquier definición que se me ocurra. Seremos padres de un bebé. Eso no nos convierte en una familia.
– Puedes llamarlo como quieras -dijo él-, pero tener un bebé en común nos convierte en familia. Todo ha cambiado, Julie. Aquí hay más en juego aparte de lo que podamos sentir. Hay una tercera persona. Nuestro hijo se merece lo mejor. Por eso pienso que deberíamos casarnos.
Capítulo Siete
– ¿Casarnos? -Julie se puso en pie de un salto y miró a Ryan-. ¿Estás loco? ¿Casarnos? ¿Qué diablos te pasa?
De pronto recordó las paredes de cristal y volvió a sentarse. Bajó la voz, pero no estaba menos enfadada.
– Si esto es tu idea de una broma, no es divertida. Es horrible.
– ¿Horrible? -preguntó él-. ¿Por qué?
– Ni siquiera nos gustamos -murmuró ella-. ¿Qué tiene de bueno casarnos?
– Tú sí me gustas -dijo él-. Y, salvo por un pequeño detalle que no puedes perdonar, creo que yo te gusto a ti. Casarse por el bien del bebé es una tradición bien vista.
– ¿En qué siglo?
– Somos adultos racionales e inteligentes -dijo Ryan-. Vamos a tener un bebé. Los dos querremos que tenga lo mejor y eso significa tener a sus dos padres cerca. ¿Realmente quieres ser madre soltera?
– Sí. Me parece bien. Me educó una madre soltera -más o menos. Técnicamente había un padre, pero no servía para nada.
– Creo que es importante tener a ambos padres cerca si es posible -insistió Ryan.
– Genial, pero no es posible.
– ¿Por qué?
– No quiero casarme contigo -dijo ella.
– ¿Por qué no?
– No te conozco. Y pesar de lo que diga tu cerebro egocéntrico, no me gustas especialmente. No tengo interés en casarme por una razón sociológica arcaica. Creo que una madre soltera puede hacer un trabajo excelente.
– Podríamos intentarlo.
¿Pero cuál era su problema? ¿Por qué seguía insistiendo? ¿Ypor qué ella se sentía furiosa y, a la vez, increíblemente triste?
– No quiero intentarlo. No contigo.
– De acuerdo. Así que no soy yo -dijo él-. Te opones al matrimonio en general.
– No es verdad. Quiero casarme. Algún día. Pero no ahora, y no contigo. Eres un hombre que da por hecho que todas las mujeres van detrás de tu dinero. No podría soportar eso.
– ¿Dices que te opondrías a un contrato prematrimonial? Proteger mis posesiones es algo razonable.
– Tienes que irte -dijo ella, apretando los dientes-. En serio, tengo que trabajar. Sé que no entiendes cómo puedo rechazar una oferta tan halagadora. Teniendo en cuenta tu visión de las mujeres, debe de haber miles de ellas dispuestas a aceptar, sobre todo después de una declaración tan romántica.
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