– Lamento que piense eso; pero si así fuera, de cualquier modo, no nos faltaría tema de conversación. Podríamos comparar nuestras diversas opiniones -insistió él.
– No… No puedo hablar de libros en un salón de baile -contestó ella con voz temblorosa-. Tengo la cabeza ocupada con otras cosas.
– En estos lugares no piensa nada más que en el presente, ¿verdad? -Darcy permitió que una sombra de duda se apreciara en su tono de voz.
– Sí, siempre -afirmó ella, pensando, al parecer, en algo más. Y luego, súbitamente dijo-: Recuerdo haberle oído decir en una ocasión, señor Darcy, que usted raramente perdonaba, que cuando había concebido resentimiento hacia alguien, le era imposible aplacarlo. Supongo, por lo tanto, que será muy cauto a la hora de concebir resentimientos.
¿Qué es esto? Enseguida se despertaron las sospechas en Darcy. Tenía que contestar, si quería descubrir a qué se refería la muchacha.
– Así es -afirmó con decisión.
– ¿Y no se deja cegar alguna vez por los prejuicios? -insistió ella.
– Espero que no. -Darcy se sentía cada vez más alarmado con el cariz que estaban tomando las preguntas de Elizabeth.
– Es particularmente importante para aquellos que nunca cambian de opinión asegurarse de hacer un juicio justo desde el principio. -Darcy sintió que la mirada de Elizabeth lo penetraba al separarse de él para saludar a la dama que estaba a su izquierda. Se quedó paralizado, consciente de la trampa que tenía enfrente, pero sin saber cuál era la naturaleza de esa trampa o su objetivo. Sólo estaba seguro de una cosa: Wickham tenía algo que ver en todo aquello. De alguna manera, era obra suya.
– ¿Puedo preguntarle cuál es la intención de estas preguntas? -inquirió de manera fría, cuando volvieron a tomarse de la mano.
– Conocer su carácter, sencillamente -respondió ella con una sonrisita forzada-. Estoy intentando descifrarlo. -Se separaron, hicieron sus respectivas inclinaciones y volvieron a unir las manos para moverse cada uno alrededor del otro hasta completar un círculo.
– ¿Y a qué conclusiones ha llegado? -preguntó Darcy con los labios apretados.
– A ninguna. -Elizabeth negó con la cabeza y trató de desarmarlo con una sonrisa-. He oído cosas tan diferentes de usted, que no consigo sacar nada en claro.
¡Definitivamente Wickham!
– Reconozco que las opiniones acerca de mí pueden ser muy diversas -respondió Darcy, apelando a todas sus reservas para apaciguar el torrente de emociones que amenazaban con destruir su compostura-, y desearía, señorita Bennet, que usted no hiciera un esbozo de mi carácter en este momento, porque tengo razones para temer que el resultado no reflejaría la verdad.
Elizabeth estaba colorada cuando él se volvió hacia ella y agarró delicadamente sus dedos. Darcy no pudo saber si se debía a la rabia que sus palabras habían despertado en ella o a la incomodidad que le habían causado las de ella. Pero para su sorpresa, la muchacha insistió.
– Pero si no lo hago ahora, puede que no tenga otra oportunidad.
¿Realmente creía que él iba a discutir sobre su carácter en medio de un salón de baile? La disposición de Darcy para aceptar las preguntas de la muchacha terminó de manera brusca. Decidido a cerrar esta línea de conversación, se volvió hacia ella con una actitud de profunda arrogancia y respondió de manera gélida:
– De ningún modo desearía impedir cualquier satisfacción suya, señorita Bennet.
No había duda de que su actitud finalmente la había confundido. La muchacha se equivocó al hacer el siguiente movimiento y casi tropieza con el vuelo del vestido. Darcy se movió con rapidez para rescatarla de una caída segura. Elizabeth se zafó de sus manos tan pronto como pudo, murmurando unas confusas palabras de agradecimiento.
– Me complace serle útil, señorita Bennet -le dijo Darcy en voz baja. Ella no dijo nada más y terminaron el baile en silencio y en silencio se alejó después de que Darcy la acompañara hasta donde se encontraba un grupo de amigos. No pudo evitar que sus ojos la buscaran después de ocupar su lugar al otro lado del salón. Se había despedido de sus amigos y parecía absorta en un detallado examen de uno de los ramos de flores que adornaban el lugar. La actitud pensativa de la muchacha fue evidente para Darcy, que se preguntó, con un creciente sentimiento de compasión, qué sería lo que Wickham le había dicho y que le estaba robando la paz.
¡Más fechorías que agregar a su lista, el sinvergüenza! ¿Qué historias puede estar divulgando que han hecho que ella traspase de esa manera los límites de la corrección? ¡Y Forster! Eso podría explicar la frialdad de su saludo esta noche. ¡Wickham! No está aquí, pero de todas maneras está presente. Un diablillo malvado que se cruzó entre… Darcy dejó sin terminar aquel pensamiento. ¡Que ha venido a interrumpir mi tranquilidad!
De repente, Darcy sintió la necesidad de un poco de aire fresco y algo de soledad. Tras lanzar una última mirada a Elizabeth, dio media vuelta, se abrió paso a través de la alegre fila de bailarines y buscó la primera salida. El aire frío le golpeó la cara y, tal como había anticipado, comenzó a aclararle la mente. Los hilos dorados y verde esmeralda de su chaleco titilaron con la luz, atrayendo la mirada de Darcy mientras se paseaba por la terraza bajo una luna inclemente. Resopló al recordar la advertencia de Fletcher de que su problema con «la señora» no era más que una comedia de equivocaciones.
Si esto es comedia, Fletcher, no podría soportar sus tragedias. Darcy se detuvo y levantó la mirada hacia la luna. No estoy molesto con ella. Ella no tiene la culpa, ella es… Fue el frío, con seguridad, lo que le provocó un estremecimiento. ¿Mi otra mitad? Darcy negó con la cabeza y, poniéndose los brazos alrededor del cuerpo, apretó las manos contra los costados y movió los pies. Tu estupidez parece haberte seguido hasta aquí. Entonces, ¿qué haces congelándote? Puedes ser igual de tonto sin tener que soportar tanto frío.
Capítulo 10
– ¡Señor Darcy, ¡no pretenderá usted salir al aire libre! -Darcy miró por encima del hombro mientras cerraba la puerta y vio la cara de asombro de Caroline Bingley-. Debería darle vergüenza, señor -continuó diciendo con fingido tono de desaliento-, dejarme sola atendiendo a los bárbaros… ¡y en mi propia casa! ¡Qué descortesía!
Darcy sonrió y le ofreció su brazo.
– Llega usted demasiado tarde, señorita Bingley. Acabo de regresar de tomar un poco de aire fresco. Diré, en mi defensa, que dudo que mi ausencia haya ocasionado la exhibición de un comportamiento inapropiado por parte de sus invitados. Todo parece estar en orden -añadió, mirando a su alrededor-. En todo caso, usted ciertamente puede reclutar los servicios de su hermano si necesita refuerzos.
Al oír las afirmaciones de Darcy, la mirada de la señorita Bingley adquirió un matiz de inquietud.
– ¡Charles! Él no serviría de nada, ¡qué hombre tan provocador! -Viendo la mirada de desconcierto de Darcy, la señorita Bingley se apresuró a explicar-: Lo que más me ha afectado en su ausencia es precisamente el comportamiento de Charles. La desconsideración que ha mostrado de manera tan abierta al prestarle exclusiva atención a la señorita Bennet ya no puede pasar inadvertida para los otros invitados. -Levantó la mano con un gesto de impotencia-. Señor Darcy, ¿qué vamos a hacer? Si un buen amigo no lo aconseja, me temo que Charles cometerá un grave error… uno que bien le puede cerrar las puertas de la alta sociedad.
– Entonces, ¿todavía está con ella? -El rostro de Darcy adquirió una expresión sombría.
– Oh, sí -suspiró la señorita Bingley-, es posible que ya esté atrapado. De verdad, señor Darcy, ¡la gente ya está empezando a murmurar! Justo ahora, ese insufrible hombre, sir William, me estaba insinuando que los deberes como señora de Netherfield ya pronto dejarían de ser una carga para mí. Si ese hombre se atreve a decirme semejante cosa, lo más probable es que se lo haya dicho también a los demás. De eso puede estar usted seguro. -La señorita Bingley guardó silencio durante un segundo, y apoyando la mano sobre el brazo de Darcy, lo miró a la cara con expresión de súplica-. Charles lo escuchará a usted. Siempre ha sido un buen amigo para él.
– Hablaré con su hermano, señorita Bingley. Es lo único que puedo prometer. -Darcy miró detrás de ella, hacia la puerta del salón de baile y ella siguió la dirección de su mirada, pero sólo vio al ridículo clérigo que había acompañado a las Bennet esa noche.
– Contar con su orientación es lo mejor que puedo desear para Charles. Él es, en efecto, muy afortunado en lo que respecta a sus amigos. -Le dio una discreta palmadita al brazo de Darcy-. Cambiando de tema, me pareció ver que hoy ha recibido una carta de su tía, lady Catherine de Bourgh. Debe de haberlo invitado a Rosings para Navidad, ¿no es así?
– La carta era de lady Catherine -admitió Darcy mientras la conducía de regreso al salón de baile-, pero mi tía nunca me invitaría a Rosings para Navidad. Las visitas siempre se realizan, necesariamente, durante la primavera y, si es posible, en compañía de mi primo, el coronel Fitzwilliam. Mi prima Anne, la hija de lady Catherine, es de constitución delicada y le afecta particularmente el invierno -explicó.
– Entonces, ¿tendremos la felicidad de contar con su compañía en Londres durante las fiestas, así como durante la temporada de eventos sociales?
– De nuevo tengo que responderle negativamente, señorita Bingley. Cuando concluya mis asuntos en Londres la próxima semana, partiré hacia Pemberley y pasaré la Navidad con mi hermana. -Darcy se encogió de hombros-. Mi padre, y el suyo antes que él, siempre pasó la Navidad en Pemberley. Nuestra gente así lo espera y se ha convertido en una tradición de los Darcy que, bajo la administración de mi padre, despertaba gran expectativa con varias semanas de antelación. Ya han pasado cinco años desde su muerte y es hora de que Georgiana y yo revivamos la costumbre. Creo que ella no disfrutaría mucho si pasa la Navidad en Londres, lejos de los agradables recuerdos de las celebraciones del pasado.
– ¡Qué hermano tan considerado! -bromeó la señorita Bingley.
– Tal vez -dijo Darcy-, pero Georgiana se merece cualquier placer que yo le pueda proporcionar.
– Estoy segura de que así es -replicó rápidamente la señorita Bingley-. ¿Regresará ella a Londres con usted para la temporada social de este año?
– Considero que todavía es demasiado joven para eso, señorita Bingley, pero pretendo persuadirla de ir a la ciudad durante parte del invierno, al menos. -Un toquecito en el codo interrumpió su atención y Darcy se giró para ver al desafortunado pariente de Elizabeth levantándose después de hacer una solemne reverencia. ¡Qué cosa tan inconveniente! Darcy respondió al saludo con un gesto sencillo de cabeza, momentáneamente fascinado por la vulgar presunción del hombre.
– Señor Darcy -comenzó a decir el hombre sin que mediara ningún preámbulo-, por favor permítame presentarle mis respetos, señor, después de asegurarle primero que mi negligencia al saludarlo se ha debido enteramente al total desconocimiento de la relación que existía entre usted y mi más noble protectora, lady Catherine de Bourgh. Porque debe usted saber que su graciosa y supremamente bondadosa pariente le ha confiado a este humilde servidor el cuidado de su gente al otorgarme el derecho a vivir en la parroquia de Hunsford. El hecho de que yo pudiera encontrarme aquí, en este lugar, con el sobrino de esa maravillosa dama estaba fuera del alcance de mi imaginación; en consecuencia, no me he dado cuenta y debo expresarle mis más sentidas excusas por no presentarme enseguida ante usted, señor. -El hombre terminó su discurso sin aire y se inclinó nuevamente.
– Es usted demasiado exigente, señor -respondió Darcy con fría cortesía-. Estoy seguro de que debe ser de gran utilidad para lady Catherine…
– En eso, señor Darcy -interrumpió el señor Collins-, encuentro mi mayor apoyo y satisfacción. Lady Catherine de Bourgh es una mujer de tal perspicacia y agudeza mental que sólo puede ser enormemente apreciada por todos sus parientes. Como su sobrino, usted debe estar ávido por saber cómo se encuentra, y yo me hallo felizmente en posesión de noticias tan frescas sobre su señoría que puedo asegurarle que continúa gozando de buena salud.
Este hombre es un completo idiota, decidió Darcy, una vez que su paciencia fue puesta a prueba más allá de los límites de la cortesía. Fijó la mirada más allá del pastor de su tía para buscar a Bingley, pero no estaba en ningún lugar del salón de baile. ¡Bingley, no me digas que también la has acompañado a cenar!, renegó Darcy en silencio. ¡Tenía que encontrarlo! Pero parecía que el obsequioso discurso del hombre que tenía frente a él iba a continuar indefinidamente a menos que algo lo obligara a detenerse. A la primera oportunidad que Collins tuvo para detenerse a tomar aire, Darcy inclinó rápidamente la cabeza y, sin decir palabra, se alejó en dirección al comedor, decidido a hacer entrar a su amigo en razón.
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