– No, no, eso es todo. Ya lo he tenido levantado demasiado tiempo. Si no estoy en pie a las diez, por favor despiérteme.

Fletcher recogió la ropa que Darcy se había quitado, e inclinándose en señal de agradecimiento por la gentileza de su amo, se retiró hacia la puerta del vestidor.

– Señor Darcy. -Se detuvo en el umbral. Darcy terminó de quitarse la camisa por encima de la cabeza y lo miró con curiosidad-. Hay un poco de brandy en la mesa junto al fuego, en caso de que desee beber un poco, señor. Buenas noches, señor.

Darcy miró hacia la mesa, mientras la puerta se cerraba. No tenía intención de beber al ser tan tarde, pero la idea no le disgustó. Tal vez el brandy apaciguara las voces que invadían ahora su cabeza durante suficiente tiempo para conciliar el sueño. Se sirvió una copa, pero la dejó sobre la mesa, vacilante, mientras terminaba sus abluciones y se ponía la ropa de dormir. Allí seguía, cuando terminó, brillando de manera tentadora a la luz del fuego. Cerró la mano alrededor de la copa y, con un movimiento rápido, se bebió la mitad del contenido. El líquido ardiente descendió por su garganta y su falso calor invadió el cuerpo de Darcy en minutos.

¡Su deber! Sí, él conocía su deber bastante bien… y las consecuencias de ignorarlo. Georgiana acababa de ser rescatada de una situación provocada por su negligencia. Él no iba a fallarle a Charles de esa manera. Ni siquiera por todos los «tesoros» de Hertfordshire.

Se tomó el resto del brandy antes de que el rostro de Elizabeth apareciera de nuevo ante él y dejó la copa sobre la bandeja. Se dirigió a la cama y retiró las sábanas, que todavía estaban agradablemente cálidas a causa del calentador de cobre, y se deslizó entre ellas, acomodándose en una postura que lo ayudara a dormirse. Apagó la vela. La oscuridad lo envolvió mientras los efectos del brandy comenzaban a hacerse sentir. Un par de ojos hermosos lo miraron confundidos y tristes, y Darcy metió la cabeza entre la almohada para esquivarlos.

– Dios -susurró en la profundidad de la noche- ¡espero estar obrando correctamente!

Capítulo 11

Ciertos demonios

Con la colaboración de Fletcher, el ayuda de cámara de Bingley tuvo a su amo preparado para salir precisamente a mediodía. A las doce y cuarenta y cinco, ya habían dejado atrás Meryton e iban, a buena velocidad, por una carretera en medianamente buen estado, en el carruaje de Bingley. Aunque estaba vestido y había desayunado ya, la única contribución de Bingley durante la primera hora de viaje había consistido en suaves ronquidos y suspiros. El vaivén y el balanceo producido por los resortes del carruaje habían sido suficiente estímulo para que Darcy también dormitara un poco, teniendo en cuenta que, en contra de toda razón, se había despertado temprano como de costumbre, tras haber dormido muy pocas horas. Empezó a poner en práctica la primera parte de su estrategia cuando hicieron una parada en una posada del camino para cambiar de caballos.

– ¡Bingley! Charles, despierta. -Darcy se inclinó hacia delante y, agarrando con firmeza el hombro de su amigo, le dio una sacudida-. Estamos cambiando de caballos y yo necesito estirar las piernas un poco, al menos. Una cerveza tampoco estaría mal. ¿Qué tal si probamos la cerveza local? -Darcy enarcó una ceja al oír los gruñidos amortiguados de Bingley-. Tal vez nos siente mejor un poco de café. ¡Vamos, hombre; levántate y sal!

Bingley abrió un ojo y, al ver la inflexible expresión de Darcy, lanzó un fuerte suspiro y se levantó lo suficiente como para bajar a trompicones la escalerilla del coche. Darcy lo agarró del brazo y lo empujó, riendo, hacia la puerta de la posada. Al pedir una mesa tranquila, una muchacha rolliza los llevó a un cómodo comedor privado, que tenía una ventana que daba al jardín. Enseguida ordenaron algo caliente y estimulante, mientras Bingley se desplomaba sobre un canapé algo gastado pero respetable.

– ¿Cómo puedes estar tan infernalmente despierto, Darcy? -preguntó, bostezando y entrecerrando los ojos para mirar el perfil de su compañero, recortado contra la luz del sol que entraba por la ventana-. Te fuiste a dormir más tarde que yo y te levantaste horas antes. Apuesto a que tu Fletcher tiene algo que ver en eso. ¡Ese hombre parece un sargento! Tenía a mi pobre Kandle en tal estado de nerviosismo, que el hombre apenas podía sostener la navaja. He tenido que afeitarme yo mismo esta mañana, o él habría terminado por entregarte mi cadáver en lugar de… No te rías, ¡te juro que no estoy exagerando!

– ¡Tu cadáver, claro! Bingley, tú no haces otra cosa que exagerar o, peor aún, dejas volar tu imaginación sin freno.

– Bueno, esto está pasando de castaño oscuro, Darcy -dijo Bingley frunciendo el ceño, ligeramente ofendido-. Pero si voy a ser acusado de esa manera, dígame, señor, cuál de los dos es peor para que yo pueda decidir si debo sentirme insultado o divertido. -Bingley se enderezó el chaleco y se arregló la chaqueta-. ¡Ejem! -Carraspeó y, agarrando una cuchara, golpeó la mesa con solemnidad-. Puede proceder.

– El hombre que exagera es perfectamente consciente de lo que hace -comenzó Darcy, mientras se recostaba con despreocupación contra el marco de la ventana, con los brazos cruzados sobre el pecho- y no espera que nadie crea sus afirmaciones al pie de la letra. Puede emplearlas de manera habitual, pero todavía está en posesión de la verdad del asunto y, bajo presión, la admitirá. Pero el hombre esclavizado por la imaginación le ha cedido el dominio de sus facultades a una ilusión y se apegará a ella a pesar de todos los hechos que demuestren lo contrario. Aún más, exigirá que el resto del mundo crea en el asunto y verá a cualquiera que se niegue a hacerlo como un enemigo o un opresor o…

Un golpecito en la puerta interrumpió su discurso. La hija del posadero entró y depositó sobre la mesa una humeante bandeja con tazas y platos cubiertos. Como Bingley estaba estudiando en detalle la cuchara que tenía en la mano, no pudo ver la alegre sonrisa que la muchacha le dirigió cuando le hizo una reverencia y cerró la puerta al salir.

– … O, al menos, como un personaje muy estúpido -concluyó Darcy con despreocupación. Se dirigió hasta la mesa y comenzó a levantar las tapas para examinar lo que les habían traído de comer-. Charles, ¿no tienes hambre? Esto parece bastante apetitoso. -Levantó uno de los platos-. ¿Charles?

Bingley levantó la vista al oír su nombre y, lanzándole a Darcy una extraña sonrisa, le alcanzó un plato y se reunió con él junto a la bandeja.

– Creo que elegiré sentirme divertido, en particular porque tú eres un «personaje muy estúpido».

– Estoy de acuerdo -contestó Darcy antes de comenzar a devorar los sencillos pero sabrosos alimentos que les habían ofrecido.

Después de un rápido paseo por los alrededores, al regresar a la posada se alegraron de encontrar el carruaje listo para partir. Tras introducir los ladrillos calientes, subieron al coche. Bingley dio la orden; los caballos se inclinaron hacia delante y los dos caballeros se recostaron contra los cojines. Cuando los caballos alcanzaron un galope estable, Darcy se inclinó hacia delante y abrió su maletín de viaje, del cual sacó Fuentes de Oñoro, y se acomodó más cerca de la ventana.

– Ah, ¿quieres leer? -En la voz de Bingley había una nota de decepción.

– Sí, si no te importa. Sólo queda una hora de luz. Pero te prometo dejarlo antes de que haya que encender las lámparas. ¿Te gustaría leer Badajoz? Lo tengo aquí en el maletín. -Bingley se encogió de hombros en señal de aceptación, y Darcy le pasó el volumen, un poco manoseado debido al examen de la señorita Bingley y a la forma en que se había deslizado por el suelo de la biblioteca. Estaba claro que Bingley quería continuar con la discusión que habían sostenido en la posada, pero Darcy se mantuvo dentro de su plan. Al recostarse de nuevo para tener más luz, acarició las puntas de los hilos de bordar que marcaban la página, antes de deslizar un dedo por la pequeña abertura entre las hojas y abrir el libro. Los vistosos hilos reposaban entre la hendidura del lomo, y un intricado nudo femenino los mantenía unidos en la parte superior. Mientras miraba a su amigo con el rabillo del ojo, Darcy se guardó secretamente el recuerdo en el bolsillo de la chaqueta y luego se concentró en su libro. Sólo volvió a poner el marcador de páginas en el lugar correspondiente cuando las sombras hicieron imposible seguir leyendo. Tan pronto como lo guardó, Bingley le devolvió el otro volumen y comentó que ya estaban casi en Londres.

– ¿Cenas conmigo en Grenier's?

– Agradezco tu invitación, Bingley, pero debo quedarme en casa. Mañana tengo una agenda llena de citas que atender. ¿Qué te parece una cena en Erewile House mañana por la noche?

– ¡Espléndido!, como diría sir William Lucas. -Bingley se rió entre dientes y luego se puso serio-. Darcy, estoy pensando en hacer una oferta por Netherfield.

– ¿Una oferta? Es un poco prematuro, ¿no crees?

– Pensé que Netherfield tenía tu aprobación.

– Sí, está bastante bien -dijo Darcy, midiendo sus palabras con cuidado-, pero yo no te aconsejaría comprarlo, al menos no todavía. Esta ha sido tu primera experiencia de la vida en el campo. Te ha resultado agradable. Pero creo que debo recordarte que tus hermanas no se llevan la misma impresión.

– ¡Ah, Caroline! -replicó Bingley en tono peyorativo-. Sólo algo tan magnífico como Pemberley la dejaría satisfecha, e incluso si yo tuviera la oportunidad de tener una propiedad así, los dos sabemos que no estoy preparado para eso. ¡Netherfield es perfecto!

– Tal vez. Sin embargo, no me parece prudente apresurarse. ¿Tienes un contrato de alquiler por un año? Tómate ese año. Hertfordshire no es el único condado de Inglaterra.

El carruaje disminuyó la marcha a medida que se iba aproximando al peaje de Highgate. Como el bullicio del peaje no estimulaba la conversación, Darcy se recostó entre las sombras, mientras observaba a su amigo con disimulo. Bingley tenía el ceño fruncido, en un extraño gesto que indicaba un súbito desconcierto. No obstante, cuando el coche comenzó a avanzar hacia Mayfair, ya parecía haberse librado de su inquietud.

– Espero que no tengas que pasar todo el tiempo ocupado en asuntos de negocios, antes de regresar a Derbyshire.

– No todo el tiempo, no. Tengo la placentera tarea de buscar regalos de Navidad para Georgiana. También haré alguna visita a mi club.

– Claro, pero ¿qué hay de cosas divertidas como… una obra de teatro o una visita a St. Martin's? Oí que Belcher se va a enfrentar a Cribb y, después de lidiar con un recién llegado, a un tipo de Bélgica. Bléret, creo. -Bingley no se dio por vencido al ver que Darcy se limitaba a encogerse de hombros-. La Catalani se va a presentar en casa de lady Melbourne; con seguridad ya habrás terminado de hacer cuentas para entonces, ¿no?

– Estás muy bien informado, Charles -contestó Darcy secamente, y su voz adquirió de repente un inexplicable tono de irritación-. Por favor, deja tus recomendaciones a Hinchcliffe, y trataré de complacerte tantas veces como pueda.

– ¡Tu secretario! Oh, no me atrevería. Creo que no me cuento entre sus favoritos, Darcy.

– ¿Acaso Hinchcliffe ha sido impertinente contigo? Lo lamento mucho.

– No te disculpes. -Bingley sonrió al ver la turbación de su amigo-. Sé lo valioso que es Hinchcliffe para ti. Tanto él como Fletcher son muy admirados, ya lo sabes. De hecho, he oído a varios caballeros entre nuestras amistades lamentándose por no haber podido quitarte ni al uno ni al otro. ¡Qué maravilla de lealtad!

Darcy frunció el ceño con expresión culpable al oír las palabras de Bingley y miró por la ventana. El coche entró en Grosvenor Square y se detuvo con suavidad frente a Erewile House.

– Además, probablemente es un gran honor ser despreciado por Hinchcliffe. Por otro lado, si él alguna vez descubre que fui yo quien lo ha delatado, me negará los servicios del sobrino que está instruyendo. Así que no digas nada, te lo ruego.

Darcy soltó un gruñido en señal de aceptación y comenzó a organizar su maletín de viaje para que lo introdujeran en la casa. Un lacayo abrió la puerta del coche. Tras él, con una lámpara en la mano, estaba el venerable mayordomo de Erewile House, con una expresión que reflejaba una mezcla de alivio y deferencia.

– Señor Darcy. ¡Qué alegría tenerlo en casa!

– Gracias, Witcher -respondió Darcy al bajar del coche-, pero usted no debería estar aquí con este frío, buen hombre.

– Gracias, señor, pero la señora Witcher estaba tan segura de que el tiempo empeoraría antes de que usted llegara, que sólo se quedará tranquila si yo le digo que usted está bien.