– Entonces quiero que vaya y le informe enseguida de que he llegado bien. El lacayo puede ocuparse de lo que se necesite. -Darcy se volvió hacia la puerta del coche-. Bingley, no te retrasaré más. ¿Mañana a las ocho?
– A las ocho.
Darcy asintió con la cabeza y el lacayo cerró la portezuela. Subió las escaleras mientras el coche de Bingley arrancaba y en segundos entró en el cálido y acogedor vestíbulo de su casa de Londres.
– Discúlpeme, señor, pero el señor Fletcher desea saber si usted quiere tomar un baño antes de cenar. -Witcher se le acercó desde atrás para ayudarlo a quitarse la chaqueta, el sombrero y los guantes-. Monsieur Jules pide permiso para informarle de que la cena estará lista dentro de una hora, si usted así lo desea, y un buen ponche caliente va camino de la biblioteca en este mismo instante.
Ah, sí, es estupendo estar en casa, pensó Darcy sintiéndose agotado.
– Puede decirle a Fletcher que un baño es una excelente idea. Y la cena en hora y media me complacería enormemente.
– Muy bien, señor. ¿Y el ponche, señor?
– Ya voy para la biblioteca. Gracias, Witcher.
– Señor Darcy. -Witcher se inclinó mientras su amo comenzaba a subir las escaleras hacia su refugio. Al entrar, Darcy encontró el fuego ardiendo en la chimenea y el ponche prometido en una bandeja al lado de su sillón favorito. Una rápida mirada a la bruñida tapa de su escritorio dejó ver su libro de citas y la correspondencia cuidadosamente organizada y anotada con la clara letra de Hinchcliffe. Sus libros ya habían sido desempaquetados y reposaban en espera de su atención sobre el estante reservado a lo que estaba leyendo en el momento.
Todo estaba como debería estar. Con un suspiro, se acercó a la botella de licor. Se sirvió una buena cantidad en el vaso que estaba sobre la bandeja y apagó la vela antes de acomodarse en el sillón junto a la chimenea y poner los pies sobre el escabel. Le dio un largo sorbo a su bebida y, cerrando los ojos, se recostó. Trató con todas sus fuerzas de no pensar en otra cosa que el líquido caliente y dulce que se deslizaba por su garganta y la placentera sensación de estar otra vez en casa, entre su propia gente y sus propias cosas. Pero la visión del rostro angustiado de Bingley en respuesta a sus deliberados comentarios no se borraría de su mente.
¡Bingley! Gruñó en voz alta, e incorporándose, se inclinó hacia delante para observar el fuego. Es por una buena causa, se dijo por enésima vez, y no interesa en lo más mínimo cómo te hace sentir todo este asunto. Mientras le daba otro sorbo a la bebida, sus ojos recorrieron la habitación y se fijaron en el libro que había estado leyendo en el coche. Al recordar lo que reposaba entre sus páginas, Darcy desvió rápidamente la mirada. ¡Con seguridad Fletcher ya debía tener todo preparado para el baño! Puso el vaso sobre la bandeja y salió de la biblioteca.
A la mañana siguiente, Darcy se despertó después de la primera noche de verdadero reposo que había tenido en mucho tiempo. Casi antes de que dejara de balancearse el cordón para tocar la campana, apareció Fletcher y, con silenciosa habilidad, lo preparó para un día dedicado a los asuntos de negocios. El desayuno y la lectura del periódico matutino estuvieron deliciosamente libres de las interrupciones y la charla de la señorita Bingley, y cuando terminó, levantó la vista y lo informaron de que su secretario lo esperaba en la biblioteca.
– Señor Darcy. -Hinchcliffe se levantó de su asiento, que estaba frente al ancho escritorio de Darcy.
– Hinchcliffe -dijo Darcy en respuesta al saludo del secretario-, parece que tenemos un día ocupado por delante. ¿Ha recibido usted las instrucciones relativas a la disposición de los fondos de caridad para este año? -Se sentó frente a su secretario, que volvió a acomodarse en su puesto.
– Sí, señor. -Hinchcliffe sacó la carta de Darcy de la carpeta de cuero que tenía sobre las piernas y la puso sobre el escritorio de su patrón para su aprobación. Cada uno de los beneficiarios de la generosidad anual de Darcy tenía una anotación y una marca escritas con la clara letra del secretario-. Las expresiones de gratitud por su interés llegan diariamente, señor. -Entonces sacó más cartas de la carpeta y las puso al lado de Darcy. El caballero levantó las cartas, echándoles una rápida ojeada, antes de empujarlas hasta el otro extremo del escritorio.
– Muy bien, Hinchcliffe. -Un movimiento de cabeza casi imperceptible fue toda la respuesta del secretario a sus palabras. Muchos de sus conocidos se habrían sorprendido al ver la naturaleza tan seca del secretario y la poca importancia que Darcy le prestaba a un comportamiento tan petulante en un sirviente. Desde luego, ellos no podían saber que Hinchcliffe había sido el secretario de su padre y que llevaba trabajando para su familia desde que Darcy era un chiquillo de doce años.
Su primer encuentro no había sido muy afortunado. Feliz por estar en casa para pasar unas cortas vacaciones mientras estaba en Eton, Darcy entró corriendo en Erewile House al bajarse del coche, a través del vestíbulo de entrada, cuando se estrelló directamente contra una figura alta y vestida de negro, que estaba pasando en ese momento. Cuando la última hoja de papel terminó de caer al suelo, se encontró metido entre las piernas de un hombre de mirada severa, que debía de tener unos treinta años. La caída había torcido la peluca del hombre de una manera tan cómica y que contrastaba tanto con la expresión de granito de su barbilla, que Darcy no pudo evitar reírse ante aquella graciosa situación. Aquello sólo duró hasta que el extraño sirviente se levantó y recuperó la compostura por completo. Ante el asombro de un Darcy de doce años, el hombre parecía un gigante de ojos oscuros, que lo miraba fijamente.
– El señorito Darcy, supongo -dijo el gigante con voz profunda.
– Sí, señor -respondió Darcy con tono sumiso, seguro de haber tenido la mala suerte de estrellarse contra un desconocido maestro que tal vez sus padres habían contratado para mantenerlo al día en sus estudios durante las vacaciones.
– Soy el nuevo secretario de su padre, el señor Hinchcliffe -siguió diciendo el gigante con dicción precisa y una voz atronadora-. A usted, señorito, lo esperan en la biblioteca. Me perdonará que no lo anuncie, pero tengo que terminar un trabajo inesperado. Sugiero que se levante antes de que su padre venga a buscarlo personalmente. -Después de clavarle una última mirada, Hinchcliffe se giró y comenzó a recoger los papeles que llenaban el suelo del vestíbulo, mientras Darcy subía rápidamente los escalones y se escabullía por la puerta de la biblioteca.
Durante años, Hinchcliffe fue una rígida presencia entre los sirvientes, la cual Darcy aprendió a apreciar sólo cuando regresó de la universidad y encontró que la salud de su amado padre se había deteriorado enormemente. Durante esos dos angustiosos años que precedieron a la muerte de su progenitor, Hinchcliffe le enseñó a Darcy todo lo relativo a los negocios, intereses y preocupaciones de su padre, y él no podía pensar en nadie más indicado para ser su propio secretario que aquel hombre que conocía tan íntimamente los intereses de los Darcy y los había llevado con tanta lealtad y pericia. Darcy no buscaba afecto en Hinchcliffe ni esperaba ninguna deferencia por su parte. Era suficiente para él saber que se había ganado el respeto y la lealtad de un hombre que conocía todas sus preocupaciones desde que era un niño y que luego le había prestado los servicios de un verdadero maestro en su oficio.
– Señor Darcy, hay una cosa más sobre la que debo llamar su atención. -Hinchcliffe sacó otra carta de su carpeta y, tras abrirla cuidadosamente, la puso sobre el escritorio-. Recibí esto de la señorita Darcy hace unos cuantos días. ¿Debo hacer lo que me solicita, señor?
Darcy tomó la carta y la leyó en voz alta:
21 de noviembre de 1811
Pemberley
Lambton
Derbyshire
Señor Hinchcliffe:
Por favor tenga la bondad de extender un cheque de mis fondos de caridad por la suma de veinte libras a favor de la «Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias», en la siguiente dirección, y ocúpese de que un cheque por la suma de cien libras sea consignado anualmente a su favor de aquí en adelante.
Muchas gracias,
Señorita Georgiana Darcy
Enarcando las cejas con un gesto de sorpresa, Darcy miró a su secretario por encima del borde de la carta.
– ¡La Sociedad para devolver jovencitas! Hinchcliffe, ¿conoce usted esa institución?
– No la conocía, señor, antes de recibir la carta de la señorita Darcy. He hecho algunas averiguaciones y es una sociedad legal, con conexiones en Clapham, señor. Tiene una junta directiva muy respetable, los socios son personas de las mejores familias e incluso hay algunos nobles. Nada que objetar, señor.
– Mmm -musitó Darcy, mientras miraba la carta con gesto pensativo-. Eso puede ser cierto, pero me inquieta que mi hermana sepa algo sobre esas mujeres… esos diablos -se corrigió. Además, ¡el hecho de que ella no haya consultado antes conmigo! ¿Por qué no lo ha hecho? Darcy frunció el ceño.
– ¿Debo seguir las instrucciones de la señorita Darcy, señor? -preguntó Hinchcliffe con su voz de bajo.
– Sí -contestó Darcy lentamente, como si le costara trabajo aceptar la solicitud-. Haga la donación de veinte libras, pero no mande las cien libras hasta que tenga noticias mías sobre el particular. Hablaré antes con la señorita Darcy.
– Muy bien, señor. Su primera cita es con el gerente de la bodega que administra los productos importados de su negocio de transporte. ¿Lo hago pasar?
Darcy asintió con la cabeza y el día comenzó en serio, con una sucesión de reuniones y negociaciones. Se hicieron tratos y se retiraron o invirtieron fondos uno tras otro, con una pequeña pausa al final de la tarde para una colación fría y un vaso de cerveza. Esto gracias a la insistencia de su atenta ama de llaves, la señora Witcher. Cuando la puerta se cerró tras el último hombre anotado en su agenda de citas, el reloj estaba a punto de dar la seis.
– Un día muy productivo. -Darcy suspiró al cerrar los libros de contabilidad y se recostó contra el asiento de su escritorio. Hinchcliffe se inclinó sobre la mesa para colocar los libros en un cuidadoso montón y luego los llevó hasta la caja de seguridad que estaba escondida tras un grupo de gruesos volúmenes en la estantería.
– Sí, señor -contestó el secretario mientras tomaba una llavecita que tenía atada a su chaleco con una cadena, cerraba la caja de seguridad y volvía a dejar los libros en su lugar-. ¿Eso es todo, señor Darcy?
– Sí, ¡es todo! Ahora vaya a comer algo; le he hecho trabajar de manera inclemente. -Mientras Hinchcliffe se inclinaba brevemente y daba media vuelta para marcharse, a Darcy se le ocurrió algo inesperadamente-. Hinchcliffe, ¿cómo va su sobrino? El que usted está instruyendo. ¿Está buscando un empleo?
– Es usted muy amable por preguntar, señor Darcy. El muchacho va bien, señor, pero yo diría que todavía no está preparado para buscar un empleo. Le falta aún medio año.
– Voy a cenar esta noche con el señor Bingley, que está muy interesado en contratar los servicios de su sobrino. Sería difícil encontrar mejor patrón.
– ¿El señor Bingley, señor? -Hinchcliffe hizo una pausa y luego siguió-: Ah, sí, ahora lo recuerdo, señor. Hicieron su fortuna a través del comercio, una familia de Yorkshire, creo. -Resopló delicadamente.
– Correcto, y un amigo muy especial para mí -enfatizó Darcy-. Cuando su sobrino esté listo, le agradecería mucho que pensara seriamente en entrar al servicio del señor Bingley.
– Para él será un honor complacerlo, señor Darcy. Buenas noches, señor.
Cuando la puerta se cerró tras su secretario, cuya figura seguía siendo imponente, Darcy se quitó la chaqueta, la puso sobre el escritorio y se dirigió hasta la chimenea, estirando los músculos de la espalda mientras avanzaba. Era probable que Bingley tuviera razón en que Hinchcliffe no lo veía con buenos ojos, pensó, mientras buscaba la botella y se servía una copa. Sacudió la cabeza y dio un sorbo al pesado vaso de cristal tallado, dejando que el líquido se deslizara por su garganta. Al menos le has hecho un buen favor a Bingley en esta cuestión, que apreciará enseguida. A diferencia del otro asunto. Ése te llevará algún tiempo.
El reloj dio una campanada. Darcy se tomó el resto del contenido de su vaso de un trago y lo dejó sobre la bandeja. Bingley llegaría más o menos al cabo de una hora y él había pasado todo el día recluido en casa. Necesitaba hacer un poco de ejercicio; un paseo rápido alrededor del parque sería óptimo. Se puso la chaqueta y pidió su abrigo y su sombrero. Witcher apareció con los dos y, tras anunciar que regresaría en veinte minutos y quería que Fletcher estuviera listo para recibirlo, Darcy bajó corriendo las escaleras y se marchó caminando con paso vigoroso.
"Una fiesta como esta" отзывы
Отзывы читателей о книге "Una fiesta como esta". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Una fiesta como esta" друзьям в соцсетях.