– Moda o no… -Una oleada de exclamaciones de protesta se mezcló con otras de admiración y entusiasmo, cuando una carcajada obscena interrumpió la declaración de Darcy. La música se detuvo, dejando desconcertadas a las parejas que estaban en la pista, mientras que todos los ojos buscaban la fuente de tanta agitación. A la izquierda de Darcy se había abierto una entrada privada al salón, de la cual salió una mujer de cabello rubio, lady Caroline Lamb, del brazo de un caballero que él no conocía. Desde donde estaba, Darcy sólo podía ver la cara de la dama, su delicada barbilla muy levantada y sus ojos brillantes por la risa y el desafío. A medida que ella y su acompañante se fueron abriendo paso entre la multitud, la gente se apartaba delante de ellos y Darcy notó que más de unas cuantas caras, tanto de damas como de caballeros, se ruborizaron y desviaron la mirada.

De repente, una mujer mayor se desmayó y el caballero que estaba más cerca comenzó a gritar alarmado. Varias damas jóvenes siguieron el ejemplo y pronto la pista de baile se llenó de mujeres inconscientes y jóvenes alarmados que trataban de despertarlas, mientras seguían estirando el cuello para intentar echar otro vistazo a la fuente de toda aquella confusión. Entretanto, varias mujeres eran sacadas a rastras del salón por esposos o padres insistentes, en medio de gritos que pedían coches y abrigos.

– ¿Qué demonios está pasando? -se preguntó Darcy al ver el caos que lo rodeaba. Dy le tiró de la manga y señaló solemnemente el extremo del salón, donde lady Caroline y su galán habían salido por fin de la cortina creada por los invitados de su suegra. Darcy abrió la boca con incredulidad y sintió que se ponía colorado.

– Por Dios, ella está… está… ¡Su ropa!

– Sí… parece que lleva muy poca -intervino Dy en voz baja-. Creo que se logra ese efecto rociando con agua un vestido muy transparente.

La música estaba comenzando a sonar nuevamente y varias parejas que no dejaban de reírse se habían reunido con lady Caroline y su acompañante en la pista, cuando se escuchó un aullido muy agudo que provenía de atrás y que hizo que Darcy y Dy se giraran justo a tiempo para ver a una mujer de apariencia majestuosa que avanzaba hacia el frente, mientras soltaba una perorata en italiano.

– La Catalani -susurró Dy- y está muy disgustada. -El italiano de Darcy estaba un poco oxidado, pero entendió lo suficiente como para reconocer el objeto de la queja de la dama. Antes de que aparecieran los lacayos de los Melbourne, que escoltaron a la diva hasta su carruaje, se pudieron oír bastantes comparaciones entre lady Caroline y ciertas meretrices de Covent Garden y el profundo insulto que había representado para ella la aparición de aquella mujer con semejante facha. De camino a la salida, la diva pasó junto a la rígida figura del marido de la dama, a quien le lanzó una mirada llena de compasión, antes de exclamar:

– ¡Los ingleses! ¡Bah! -Y se apresuró a alcanzar la puerta.

Darcy sólo fue capaz de mirar a Lamb durante un segundo, y mientras el hombre caminaba decididamente hacia su esposa, agarró a Dy del brazo y le dijo:

– Debemos encontrar a Bingley inmediatamente, y luego tú puedes hacer lo que quieras, porque nosotros nos vamos.

– Una idea muy sensata. -Dy tuvo que gritar para que Darcy lo oyera por encima del bullicio-. ¿Cómo puedo ayudarte?

– Mi cochero está esperando en el Bull 'n' Boar. Búscalo y dile que prepare el coche enseguida. Bingley y yo nos reuniremos contigo en la esquina.

Dy asintió de inmediato y se sumergió en la multitud de invitados que luchaban por salir. Darcy volvió a su búsqueda, y aprovechando su estatura, se convenció rápidamente de que Bingley no estaba en el salón de baile. Se dirigió, entonces, al comedor, abriéndose paso con miles de excusas hasta que finalmente estuvo frente a las puertas del salón y se asomó.

– ¡Bingley! -Charles levantó la vista al oír que alguien gritaba su nombre desde el otro extremo de la estancia, y con una expresión de sincero alivio, se disculpó con la señorita Cecil y se apresuró a reunirse con su amigo.

– ¿Dónde has estado, Darcy? Llevo casi una hora tratando de entretener a la señorita Cecil, desde que empezaron a tocar ese nuevo baile que, espero que no lo tomes a mal, no me parece del todo apropiado, si entiendes lo que quiero decir.

– ¡Charles, tenemos que irnos, ahora! -interrumpió Darcy-. Algo extremadamente inapropiado ha… está… ¡Nos vamos! -ordenó con exasperación. Charles lo miró con asombro, pero no opuso resistencia. Tras hacerle una apresurada reverencia a la señorita Cecil, Bingley siguió a Darcy hasta el vestíbulo y luego hasta las escaleras, donde, después de dar una orden perentoria, Darcy logró recuperar sus sombreros y abrigos. Casi sin esperar a que el portero cumpliera con su obligación, Darcy salió junto con Bingley hacia el gélido aire nocturno.

– ¡Por Dios! ¿Qué ha sucedido? -preguntó Bingley, poniendo las manos a los lados mientras caminaban por la acera-. ¿Por qué se está marchando tanta gente, Darcy?

– ¡Porque no todo el mundo ha perdido la razón! -fue la única respuesta que Darcy estuvo dispuesto a ofrecer. En realidad, la velada había sido un absoluto desastre. ¿Cómo es que un plan tan sencillo había salido tan mal? Un grito hizo que los dos hombres miraran hacia la calle, donde vieron el coche de Darcy acercándose a la acera. Harry se bajó de un salto y abrió la puerta. El noble ocupante del vehículo se inclinó hacia fuera, tapando la entrada.

– ¡Servicio de coches Brougham! ¿Adónde puedo llevarlos, caballeros?

– Brougham… Bingley. Bingley… Lord Dyfed Brougham. ¡Ahora muévete, Dy! -Darcy siguió a Bingley al interior del coche y se volvió hacia el cochero-: Harry, volvamos a casa.

Capítulo 13

Las heridas de un amigo

– ¡Señor Darcy! -exclamó Witcher bastante sorprendido cuando abrió la enorme puerta principal de Erewile House para dejar entrar a su patrón y sus dos acompañantes, varias horas antes de lo esperado.

– Brandy en la biblioteca, si es usted tan amable, Witcher. -Darcy depositó rápidamente el abrigo y las otras cosas en las manos del criado del primer piso y les hizo señas a sus amigos para que hicieran lo mismo-. Y pídale al personal de la cocina que esté levantado que nos prepare algo de cenar.

– Yo no quiero nada, Darcy -interrumpió Bingley-. He comido tantos condenados bizcochos como para tumbar un caballo mientras estaba entreteniendo a la señorita Cecil. O tratando de hacerlo -añadió en voz baja.

– ¡Muy bien! ¡Adelante, caballeros! -Darcy señaló las escaleras hacia la biblioteca y luego tomó la delantera. Una vez allí, sus amigos se sentaron en los cómodos sillones en espera de las bandejas que habían ordenado. Un denso silencio invadió el aire, mientras Darcy se agachaba para atizar el fuego de la chimenea.

– Bueno -dijo Bingley rompiendo el silencio, impulsado por una creciente curiosidad-, ¿alguien me va a contar qué ha ocurrido para que muchos de los invitados a la velada salieran precipitadamente a la calle? -Se dirigió a Brougham-. Apelo a usted, señor, pues Darcy no va a soltar palabra.

Brougham miró a su anfitrión, con las cejas enarcadas con aire interrogante.

– De todas formas lo va a leer mañana en las páginas dedicadas a la crónica escandalosa, Fitz.

– Cierto, pero esperemos que hayamos salido a tiempo.

– ¿A tiempo para qué? ¿De qué escándalo están hablando? -preguntó Bingley mirándolos a ambos-. ¡Exijo saber!

– A tiempo, mi querido señor Bingley, para evitar que sus iniciales aparezcan impresas en el periódico, como participante en la bacanal de la que acabamos de salir -le informó secamente Brougham-. Sobre usted, señor, no tengo duda, pero sobre Fitz… Bueno -suspiró dramáticamente-, es poco probable que él se escape de que lo mencionen. ¡No después de haber humillado a Brummell! ¡Oh, no, creo que no!

Darcy respondió a la risita de Dy con una mirada fulminante, pero al final su actitud cambió.

– ¡Brummell! ¡Se me había olvidado! ¡La maldita corbata! -Se desplomó en una silla y se masajeó las sienes.

– ¿Darcy derrotó a Beau Brummell? -Bingley se incorporó en su silla y miró a los dos hombres, tratando de detectar si le estaban tomando el pelo.

– ¡Llegó, vio y venció! ¡Acobardó de tal manera a ese petimetre que tuvo que retirar la esfinge! A propósito, Fitz, ¿cuándo le vas a dar la noticia a Fletcher? -La mirada asesina de Darcy y la reservada incredulidad de Bingley animaron a Brougham a seguir con sus burlas, que sólo cesaron cuando se oyó un golpecito en la puerta.

– ¡Adelante! -gruñó Darcy, y enseguida varias bandejas de comida pasaron humeando desde la puerta hasta las mesas. Mientras los criados salían en silencio, Darcy se levantó para servir otra ronda y les pasó los vasos a sus amigos-. Propondría un brindis, si se me ocurriera alguno -murmuró-, pero en este momento…

– Por la amistad -interrumpió Brougham con voz baja pero firme. Darcy lo examinó durante varios segundos; Brougham le respondió con una mirada intensa y cálida. Ante semejante envite, no pasó mucho tiempo antes de que una reticente sonrisa comenzara a esbozarse en las comisuras de su boca.

– ¡Por la amistad, entonces! -respondió Darcy, levantando su vaso. Brougham hizo lo mismo con el suyo y Bingley se unió alegremente, pronunciando el mismo voto. Después de beberse el licor con una carcajada, los tres se concentraron en los manjares que habían traído los criados de Darcy y se acomodaron en los cojines ante el fuego.

Mientras Dy entretenía a Bingley haciendo un repaso a los sucesos de la velada, relatados con mucha más gracia de la que él recordaba haber experimentado, Darcy observaba atentamente a Charles. Nada había salido bien. De hecho, había resultado casi un desastre y no podía evitar fruncir el ceño al pensar en lo que escribirían los periódicos del día siguiente. Ante el relato de Brougham, Charles se mostró divertido y asombrado, pero Darcy percibió un fondo de tristeza en la actitud de su amigo. Cuando respondió a las preguntas de Dy acerca de la señorita Cecil, Darcy sintió que su inquietud se confirmaba al oír que Charles comparaba a la dama de manera desfavorable con la que había conocido hacía poco en Hertfordshire.

– ¡Hertfordshire! Darcy ya me ha contado. ¿Va usted a hacer una oferta?

– ¡Dy! -protestó Darcy.

– Por la propiedad. Hacer una oferta por la propiedad. -Brougham lo miró con severidad y luego volvió a fijar su atención en Bingley.

– Lo había estado considerando -contestó Bingley, sin darse cuenta del intercambio de miradas entre los otros dos- y ya casi había llegado a una decisión. Pero ahora no estoy seguro. Darcy me aconseja que me tome un tiempo y busque más.

– Ése es, en general, un excelente consejo; pero puede haber otras consideraciones.

– Sí -contestó Bingley, demasiado rápido para el gusto de Darcy-. Pensé que las podía haber, pero Darcy… bueno, puedo estar equivocado.

– Ya veo… -Brougham dejó la idea en el aire-. Antes de saltar obstáculos, es bastante sano estar seguro del terreno que se pisa. ¿Te hablé de Sansón, Fitz? -Brougham se recostó en la silla-. ¡Lo perdí en Melton, pobre animal!

– ¡No! -Darcy respondió de manera emotiva al dolor que revelaba la voz de su amigo. Ante la pregunta de Bingley, explicó-: El caballo favorito de Brougham e hijo del mismo semental que mi Nelson. ¿Qué sucedió, Dy?

– Un accidente estúpido, en realidad. He estado en Melton en innumerables ocasiones, lo conozco como la palma de mi mano; excepto que este año uno de los propietarios locales no permitió que incluyeran sus campos en el recorrido de la partida de caza. Llegué demasiado tarde para echarle un vistazo a los nuevos campos y, por ciertas consideraciones que no mencionaré, me uní precipitadamente a la contienda. -Hizo una pausa para darle un sorbo a su brandy y miró solemnemente a Bingley-. Había un seto, ¿sabe? Más alto de lo que yo había intentado saltar y desconocido para mí, con una zanja al otro lado tan ancha como la distancia hasta la China. Sansón se enfrentó al seto como un héroe, pero la zanja nos pilló a los dos por sorpresa. Los dos caímos estrepitosamente, pero Sansón recibió la mayor parte del impacto, permitiéndome a mí salir rodando sólo con un tobillo torcido y un hombro dislocado. Siempre me había reído de la formalidad de Melton: la pistola en la alforja, el disparo y todo eso. Pero, ¿sabéis? Ese día me alegró. Condenarlo a horas de ese dolor mientras yo me arrastraba hasta encontrar un granjero… y todo a causa de mi locura… -Brougham se detuvo de pronto y miró hacia el líquido color ámbar de su vaso antes de beberse un trago-. Estad seguros del terreno que pisáis, amigos míos, muy seguros.