Se despidió de las dos hermanas y les agradeció su hospitalidad. Victoria apenas le dedicó unas palabras, pues estaba algo inquieta y distraída, y Charles se dio cuenta de que había bebido. En cambio Olivia le dio las gracias por su asistencia, y Charles deseó advertirle de que la vida era cruel y era mejor ocultar un corazón como el suyo. No obstante no era ella, sino Victoria, quien se encontraba en peligro, y Olivia lo sabía, ya que la había visto con Toby.

Cuando se marcharon los últimos invitados ya eran más de las dos de la madrugada, y las gemelas subieron a su dormitorio. Olivia observó a su hermana con atención.

– Supongo que habrás quedado en verle otra vez -la acusó. Apenas había disfrutado de la fiesta por culpa de Victoria.

– Claro que no -mintió ésta. Olivia adivinó que faltaba a la verdad. Su hermana era tan transparente que ni siquiera necesitaba el vínculo especial que las unía para saberlo-. Además, no es asunto tuyo.

– ¡Ese hombre es un sinvergüenza, todo Nueva York lo sabe!.

– Es consciente de su reputación, me lo ha dicho él mismo.

– Una estrategia muy inteligente por su parte, pero eso no le absuelve. Victoria, no puedes verle.

– Haré lo que se me antoje, y no podrás detenerme -masculló Victoria.

En efecto, nada ni nadie la detendría. La atracción que sentía por Toby era demasiado poderosa, más que las advertencias de su hermana.

– Por favor…escúchame -rogó Olivia con lágrimas en los ojos-. Te hará daño, no puedes manejar a un hombre así, nadie puede, quizá sólo una mujer que sea como él. Escúchame, Victoria, se cuentan historias terribles sobre él.

– Él asegura que no son más que mentiras. Todos le envidian.

Había caído en sus redes, ese hombre tenía una habilidad especial para convencer a las personas de lo que quisiera, sobre todo a las mujeres.

– ¿ Por qué? ¿ Por qué tendrían que envidiarle? -Resultaba imposible razonar con su hermana.

– Por su atractivo físico, por su posición social, por su dinero -respondió Victoria, que repetía las palabras de Toby.

– Su atractivo físico desaparecerá pronto, la posición social se la debe a su mujer y su fortuna es una cuestión de suerte. ¿ Qué hay que envidiar?

– ¿No lo querrás para ti? -sugirió Victoria sin gran convicción. Estaba furiosa con Olivia por intentar impedirle que viera a Toby-. Quizá sea él quien te gusta en lugar de ese soso y aburrido abogado de nuestro padre.

– No le insultes más, Victoria. Sabes que es un buen hombre.

– Me aburre.

– Charles Dawson nunca te haría daño, pero T oby Whitticomb sí. Se aprovechará de ti y luego te abandonará. Cuando se acabe todo, volverá con su mujer y tendrá otro hijo.

– Eres detestable -replicó Victoria.

Olivia sintió un dolor en la boca del estómago. Siempre que discutía con su hermana le ocurría lo mismo. Detestaba pelearse con ella, y no sucedía a menudo, pero esta vez no se trataba de una rencilla sin importancia, era una cuestión de vida o muerte.

– Nunca más mencionaré el tema, pero deseo que sepas que te quiero y siempre podrás contar conmigo. Te suplico que no le veas más, aunque sé que harás lo que te plazca. Recuerda que es un hombre peligroso, Victoria. Nues- tro padre se llevaría un gran disgusto si supiera que has pasado toda la noche con él. Sólo le invitó por educación y fue una tontería por tu parte sentarte junto a él. Tienes suerte de que papá estuviera. De espaldas a ti y no se diera cuenta. Victoria, estás jugando con fuego y al final te quemarás.

– Majaderías. Sólo somos amigos. Además, está casado. Victoria intentaba despistar a Olivia para tener mayor libertad de movimientos. Ni siquiera se molestó en explicarIe que Toby le había hablado incluso de divorciarse de su mujer, lo que provocaría un escándalo terrible, por supuesto, pero no podía aguantar más. La joven sentía lástima por él.

Cuando se acostaron ya eran más de las tres de la madrugada. Olivia dio vueltas en la cama pensando en el lío en que se había metido su hermana, mientras que Victoria sólo soñaba con el baile de los Astor, donde vería a Toby de nuevo.

CAPITULO 4

Al día siguiente unos ruidos procedentes de la planta baja despertaron a Olivia. Mientras aguzaba el oído, recordó la terrible discusión con su hermana y se volvió para mirarla, pero descubrió que su lado de la cama estaba vacío. Se le- vantó, se cepilló el cabello y se puso una bata antes de bajar para averiguar a qué se debía tanto alboroto y de pronto lo recordó.

Al llegar a la planta inferior observó que había operarios por todas partes: en el jardín, desmontando la carpa, colocando muebles en su lugar y cargando con los ramos de flores que los invitados habían enviado en agradecimiento por la cena. Era un caos. La señora Peabody y el mayordomo estaban en medio supervisando su labor.

– ¿Has dormido bien? -preguntó Bertie sonriente.

Olivia asintió y se disculpó por no haberse levantado antes para ayudar.

– Anoche hiciste un buen trabajo, merecías descansar un poco -afirmó la mujer-. Me alegro de que hayas podido dormir a pesar del ruido. Dicen que la fiesta fue un éxito. A juzgar por la cantidad de flores que hemos recibido, debe de estar en boca de todo Nueva York. Por ahora he colocado la mayoría de los ramos en el comedor.

Olivia entró para verlos mientras se preguntaba dónde estaría Victoria y observó el primer pomo; dos docenas de rosas rojas de tallo largo con una tarjeta que rezaba: «Gracias por la noche más importante de mi vida». No estaba firmada, pero el sobre iba dirigido a su hermana. No era difícil adivinar quién las había enviado. El resto de las tarjetas sí llevaban firma y los mensajes eran más circunspectos, aunque quizá no tan bonitos. Descubrió un ramo precioso de Charles con una nota en la que agradecía a los tres la agradable velada. Sabía que era la primera fiesta a la que asistía desde la muerte de su esposa y se alegraba de que hubiera disfrutado. A ella le había gustado su compañía, aunque seguía enfadada con Victoria por haber variado la disposición de los asientos.

A continuación entró en la cocina y vio a Victoria, que tomaba una taza de café.

– ¿Has dormido bien? -preguntó. Olivia aún se sentía incómoda por la discusión de la noche anterior.

Era la pelea más grave que tenían desde hacía años, pero seguía convencida de que su hermana se encontraba en peligro.

– Muy bien, gracias -respondió Victoria cortésmente sin mirarla-. Me sorprende que hayas podido dormir con todo este ruido -añadió.

A Olivia le pareció que estaba muy hermosa esa mañana. Era curioso, pero siempre veía algo diferente, más excitante, en su hermana menor. Esa mañana sus ojos tenían un brillo inusitado.

– Estaba agotada.

Olivia no mencionó la disputa de la noche anterior, pero después de que le sirvieran una taza de café le preguntó si había visto las rosas.

– Sí -contestó tras titubear un momento.

– Sospecho quién las ha enviado, y supongo que tú también -comentó Olivia-. Espero que reflexiones sobre lo que te dije anoche, Victoria; estás en peligro.

– No son más que unas rosas, no hay que rasgarse las vestiduras por eso ni por lo que sucedió ayer. Toby es un hombre muy interesante, eso es todo. No hagas una montaña de un grano de arena -protestó Victoria.

Olivia había percibido el nuevo brillo en sus ojos y estaba asustada. Sabía que no olvidaría a Toby.

– Sólo espero que esta noche no pases todo el tiempo con él; si lo haces la gente empezará a hablar. Además, ten en cuenta que la fiesta se celebra en casa de la prima de su esposa, de modo que ten cuidado.

– Gracias por tus consejos -repuso Victoria, y se levantó de la mesa.

A pesar de ser gemelas, tenían un carácter muy diferente, y Olivia sintió un escalofrío al percibir el abismo que de repente las separaba.

– ¿ Qué vas a hacer hoy? -inquirió con aire inocente.

– Voy a asistir a una conferencia, ¿te parece bien? ¿O es necesario que pida tu autorización?

– Sólo preguntaba por curiosidad. No tienes por qué ser tan susceptible, ni maleducada. Además, ¿ desde cuándo me pides permiso? Lo único que esperas de mí es que te encubra, nunca te molestas en cosultarme nada.

– Hoy no será necesario que me encubras, gracias.

Era en situaciones como ésta cuando ambas deseaban tener más amigos, pero las circunstancias les habían privado del contacto con otras personas. Nunca habían contado con la compañía de nadie más, lo que la mayoría de las veces les gustaba, pero había momentos en los que se sentían solas.

– y tú ¿ qué piensas hacer hoy? Supongo que cosas de la casa, como siempre.

El comentario hizo que Olivia se sintiera una persona aburrida. A ella nadie le había enviado dos docenas de rosas rojas con una tarjeta anónima. El hombre al que admiraba había mandado una nota impersonal y para colmo dirigida a los tres. Por un segundo se preguntó si Victoria tendría razón y lo que sucedía era que estaba celosa.

– Ayudaré a Bertie a ordenarlo todo. Nuestro padre se volverá loco si este caos dura mucho tiempo. Me gustaría acabar de arreglar la casa antes del baile de los Astor.

– Qué divertido.

Victoria subió para cambiarse y una hora después se marchó luciendo un traje de seda azul oscuro y un bonito sombrero. Petrie la llevó en el coche al lugar donde se celebraba la conferencia en un barrio muy humilde, y regresó a casa de inmediato.

El resto del día pasó en un suspiro, y cuando Victoria volvió a primera hora de la tarde Bertie le encargó que indicara a los operarios que traían los muebles de un almacén cercano dónde debían colocarlos. Mientras tanto, Olivia intentaba reparar parte de los daños causados en el jardín durante la fiesta.

A las cinco la casa volvía a estar en perfecto estado, como si nada hubiera pasado. Bertie felicitaba a las dos chicas cuando Edward Henderson llegó.

– Nadie diría que ayer se celebró aquí una fiesta con cincuenta invitados -comentó-. Todo Nueva York comenta lo buenas anfitrionas que sois.

A Victoria no le impresionaron los elogios y unos minutos más tarde se retiró con el fin de arreglarse para la celebración de los Astor. Olivia ya había preparado los vestidos, un recatado modelo de Poiret de gasa rosa pálido. Había dudado un instante antes de sacarlos, pero pensó que lo mejor sería no intentar seducir a Toby con otra clase de traje.

– En verdad fue una velada estupenda -comentó su padre antes de acomodarse en su sillón favorito del estudio. Todo se encontraba en el lugar que le correspondía. Olivia le sirvió una copa de oporto, que él agradeció con una cáli- da sonrisa. Cada día disfrutaba más de su compañía-. Me mimas demasiado, ni siquiera tu madre habría sido tan comjlaciente conmigo. Se parecía más a tu hermana; era un poco impetuosa y estaba resuelta a mantener su independencia. -Siempre se acordaba de ella cuando estaba en la casa de Nueva York, que le encantaba compartir con sus hijas, aun cuando el recuerdo de su difunta esposa era en ocasiones doloroso. Estaba satisfecho con la marcha de sus negocios y le gustaba trazar planes con sus abogados. Eran hombres inteligentes, que le recordaban a sí mismo de joven, cuando dirigía un imperio, no tan sólo una cartera de inversiones, como ahora. Henderson había decidido vender la acería de Pittsburgh, y Charles creía haber encontrado un potencial comprador. De todos modos, no se trataba de un asunto fácil, por lo que era probable que permaneciera en Nueva York como mínimo hasta finales de octubre-. ¿Te gusta vivir aquí? -preguntó, feliz de estar a solas con Olivia.

– Sí, pero no sé si querría vivir aquí para siempre. Echaría de menos el campo, aunque me encantan los museos, la gente, las fiestas. En Nueva York siempre hay algo que hacer, es muy divertido. -Olivia sonrió como una niña.

Sin embargo ya era toda una mujer, y Edward a veces se sentía culpable por mostrarse tan posesivo con sus hijas. Estaban en edad de divertirse y buscar marido, pero la posibilidad de que le abandonaran le martirizaba.

– Debería esforzarme más en presentarte a jóvenes que fueran un buen partido. Tú y Victoria os casaréis cualquier día de éstos, pero me aterra la idea; no sé qué haré sin vosotras, especialmente sin ti. Tienes que dejar de cuidarme tan bien para que tu partida no me resulte tan dura. Olivia le dio un beso en la mano.

– Jamás te abandonaré, y tú lo sabes.

Le había dicho eso mismo cuando tenía cinco años, y también a los diez, pero ahora lo sentía de verdad. La salud de su padre había empeorado en los últimos tiempos, tenía el corazón débil y no podía abandonarle. ¿ Quién le atendería? ¿Quién se ocuparía de sus casas? ¿Quién se percataría de que mentía al asegurar que estaba bien cuan do en realidad necesitaba un médico? No podía confiar a nadie su cuidado, ni siquiera a Victoria, pues nunca se daba cuenta de que su padre estaba enfermo hasta que ella se lo decía.