– Me dijo que yo era la única mujer de la que se había enamorado, que jamás había sentido lo mismo por nadie… -Victoria sollozó, pero su padre no se acercó para consolarla-. Dijo que pensaba divorciarse, que su esposa y él no se amaban y que se casaría conmigo.

Así pues, a pesar de sus ideas modernas y de haber afirmado que nunca contraería matrimonio, Victoria no era más que una tonta romántica.

– ¿ y tú le creíste? -exclamó Edward, escandalizado. Ella asintió-. Para empezar, ¿ qué hacías a solas con él?

Comprendió que tenía que vigilar más de cerca a sus hijas, aunque Olivia nunca hacía nada indecoroso.

– Nos citamos una tarde… Yo no pretendía… Nunca pensé… Yo no habría… ¡Ay, papá!

Victoria lloraba no sólo por el dolor que había causado a su padre, sino también porque se daba cuenta de que Toby la había traicionado. Había asegurado a John Watson que la suya era una relación sin importancia, que ella le había seducido. En ningún momento mencionó que había prometido casarse con ella y había afirmado quererla más que a nada en el mundo. Se había comportado como una estúpida. Toby era mucho más despreciable de lo que la gente decía, la había engañado.

Desesperado, su padre le hizo una última pregunta: -Supongo que no me dirás la verdad, pero te lo preguntaré de todas maneras. ¿Sabía algo tu hermana? ¿Estaba al corriente de tu aventura?

Victoria negó con la cabeza y le miró a los ojos. -No -susurró-. Nos vio bailar en casa de los Astor y discutimos. Me dijo lo que yo ya debiera haber sabido, pero no la creí. Jamás le expliqué lo que ocurría, aunque creo que sospechaba que nos habíamos citado un par de veces… pero no el resto.

Se sentía tan avergonzada que no se atrevía a mirar a su padre. Era consciente de que pronto toda la ciudad se enteraría de lo que había sucedido y se alegraba de que se marcharan a Croton. No regresaría nunca más a Nueva York. Dirían que ella y su hermana habían enfermado y debían partir hacia Croton de inmediato.

Al igual que su hija, Edward no sentía deseo alguno de permanecer en la gran urbe. Jamás le había sucedido nada bueno allí: su mujer había fallecido en esa ciudad, la presentación en sociedad de sus hijas había sido una suerte de atracción de circo y su segunda visita se había revelado un completo desastre.

– Te prohíbo que vuelvas a ver a ese hombre, ¿está claro? No le importas lo más mínimo, ha renegado de ti, te ha ridiculizado y traicionado. Si le hubiera dicho a John que eras el amor de su vida y que no sabía qué hacer, habría sido diferente. Por supuesto, tampoco habrías podido casarte con él, pero al menos te habría quedado el consuelo de saber que te quería. Ahora en cambio no tienes nada más que tu propia desgracia, los restos de una reputación que has destruido y jamás podrá repararse y la certeza de haber sido utilizada por un canalla que no sentía nada por ti. Piensa en ello. Me gustaría creer que en el futuro podrás redimirte pero, mientras tanto, no quiero ni que pienses en ese hombre. Te prohíbo que le veas, ¿me has comprendido?

– Sí -respondió ella con voz trémula, y se sonó la nariz en un intento por reprimir los sollozos, pero no pudo.

Su padre había hablado con total claridad, no había manera de huir, era una pesadilla.

– Ahora sube a tu habitación y quédate allí hasta mañana.

Victoria salió de la biblioteca y cruzó el vestíbulo corriendo. Al cabo de unos minutos bajó con sigilo de su dormitorio, vestida con un traje negro y un sombrero con velo que le ocultaba el rostro y se marchó de la casa. Nece- sitaba averiguar si lo que su padre le había contado era cierto, pues cabía la posibilidad de que John Watson hubiera mentido.

Tomó un taxi hasta el despacho de Toby y casi chocó con él en la escalera cuando se disponía a salir. Estaba más atractivo que nunca, pero no parecía contento de verla.

– Tengo que hablar contigo -dijo, y se esforzó por reprimir las lágrimas al ver que Toby la miró con irritación.

– ¿Porqué no has enviado a otro de tus abogados? ¿Qué pretendes conseguir? ¿ Quieres presionarme para que deje a mi esposa esta misma semana? ¿A qué vienen tantas prisas?

– No tengo nada que ver con eso, alguien contó al abogado de la familia que hiciste un comentario sobre mí en el club, y él se lo explicó a mi padre. Además, alguien nos ha visto en la casa.

– ¿ y qué más da? ¡Dios mío! Ya eres mayorcita, señorita Moderna que nunca quiere casarse. Sabías muy bien lo que había entre nosotros, lo que podías esperar de mí, no lo niegues.

Victoria quedó pasmada ante la dureza de sus palabras. Deseaba poder hablar con él en otro lugar, pero estaba claro que Toby no quería, pues no hacía ademán alguno de moverse de los escalones del edificio.

– ¿ De qué estás hablando? No entiendo nada -preguntó desconcertada.

– Escucha, me lo he pasado muy bien contigo, en serio, lo repetiría en cualquier momento, pero no ha sido más que un mero entretenimiento. Todas las mujeres sois iguales, os engañáis pensando que al final conseguiréis una alianza de oro. No me digas que eres una joven moderna, eres tan poco sincera como las demás, sólo te metes en la cama con un hombre si al final hay boda. ¿De verdad crees que pienso dejar a Evangeline y a mis tres hijos… pronto cuatro? ¿O acaso supones que eres el amor de mi vida? ¿ Cómo quieres que lo sepa si sólo nos hemos visto un par de veces? Los dos sabíamos muy bien de qué iba lo nuestro; tienes algo entre las piernas y deseabas una cosa mía allí. Ahora no me vengas con historias de amor. Tampoco me digas que creías que iba a abandonar a mi mujer, los Astor me matarían. Los dos nos lo hemos pasado bien y, si abres la boca, yo también hablaré; diré a todos lo buena que eres…porque de verdad eres…muy buena.

Whitticomb se quitó el sombrero para hacer una pequeña reverencia y, cuando se incorporó sonriendo, Victoria le propinó una bofetada. Una mujer que caminaba por la calle les miró con sorpresa.

– Eres un canalla,Toby Whitticomb -espetó mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Jamás pensó que pudieran tratarla así. Se había aprovechado de ella, pero ni siquiera tenía el valor de reconocerlo. Para colmo, intentaba culparla y hacerla sentir como una mujer fácil, que nunca le había amado, pero lo triste era que le había querido demasiado. Había sido una estúpida.

– No es la primera vez que me lo dicen -repuso él. Victoria había actuado como una ingenua, había sido una presa fácil para Whitticomb, que la había utilizado. Ya no le importaba lo que pudiera ocurrirle.

– Nos vamos mañana -anunció con la vana esperanza de que intentara detenerla.

– Me parece una buena idea. ¿Debo esperar ahora la visita de tu padre, o sólo envía a sus lacayos?

– No te mereces nada más -respondió Victoria. Quería odiarle, le había partido el corazón, pero una parte de ella seguía amándole.

– Vamos, Victoria, nos lo hemos pasado bien juntos… Deja las cosas así…no pidas más de lo que hay…-Para él era sólo un juego, siempre lo había sido.

– Dijiste que me querías -recordó la joven-, que jamás habías amado tanto a nadie, que dejarías a tu mujer, que iríamos juntos a París…

– Sí, lo dije, pero mentí -admitió Toby mientras la ayudaba a subir al taxi-. Ahora no importa. -La miró y de pronto le inspiró cierta compasión; sólo era una chiquilla. No había sido justo con ella, pero ya era demasiado tarde-. Vuelve a casa y olvídame. Algún día te casarás con un hombre bueno, aunque estoy seguro de que pensarás que jamás has disfrutado tanto como conmigo -añadió con una sonrisa maliciosa.

Victoria deseó abofetearle de nuevo, pero no tenía sentido, todo había acabado. Toby ni siquiera comprendía lo que ella sentía, era un ser tan vacuo que jamás lo sabría. La joven se dio cuenta de que era un ser miserable y empezó a odiarle.

– Sé que soy muy malo -susurró mientras admiraba una vez más su belleza. Era una lástima que no fuera mayor, pero había tenido su rato de diversión y era el momento de pasar a otra cosa-. Así es la vida -agregó antes de dar su dirección al taxista y alejarse del vehículo.

Pronto olvidaría a Victoria Henderson. Ahora era el momento de probar algo diferente.

Victoria lloró durante todo el trayecto. Cuando llegó a casa entró a hurtadillas por la puerta trasera y subió por la escalera del servicio mientras rogaba que nadie hubiera reparado en su ausencia. Sin embargo Olivia se había dado cuenta cuando entró en el dormitorio para llevarle una taza de té y preguntar cómo se encontraba. Al descubrir que no estaba, adivinó que había salido en busca de Toby, pero no se lo contó a nadie.

Las gemelas no volvieron a verse hasta más tarde, cuando Olivia subió de nuevo para interesarse por ella. Victoria estaba sentada en una silla mirando por la ventana, con un pañuelo en la mano, y ni siquiera se volvió al oír la puerta. A su hermana le partió el corazón verla tan desconsolada. Se acercó a ella y le puso la mano sobre el hombro.

– ¿ Estás bien? -susurró. El rencor que había existido entre ellas se había esfumado esa mañana. Olivia sabía lo mucho que la necesitaba su hermana.

– He sido una estúpida -masculló Victoria tras un largo silencio-. ¿ Cómo he podido ser tan necia?

– Querías creerlo, todo era muy emocionante. Logró engañarte porque es un embaucador. -Al oírla Victoria rompió a llorar, y Olivia la abrazó-. Todo saldrá bien, iremos a casa, no le verás más y le olvidarás. Dentro de poco nadie se acordará de lo sucedido.

– ¿ Cómo lo sabes?

Olivia sonrió. Quería tanto a su hermana que deseaba borrar todo su dolor, el disgusto, la decepción. Estaba furiosa con Toby Whitticomb, pero se alegraba de que por fin Victoria se hubiera librado de él.

– El dolor no dura para siempre -afirmó.

– Nunca pensé que pudiera existir alguien tan traidor y malvado. Odio a los hombres.

– Eso es una tontería; ódiale sólo a él.

Victoria levantó la cabeza e intercambiaron una mirada cariñosa. Se conocían tan bien…Era terrible pensar en lo mucho que se habían distanciado en las últimas semanas, pero Olivia sabía que nunca volvería a suceder, pues el vínculo que las unía era demasiado fuerte.

Al día siguiente, mientras abandonaban la ciudad en coche, entrelazaron sus manos. Olivia adivinaba qué sentía su hermana: pena, dolor, arrepentimiento.

CAPITULO 7

Fue un alivio para todos regresar a Henderson Manor. Los dos meses en Nueva York habían sido frenéticos, y su relación con Toby había dejado a Victoria destrozada. Las gemelas volvían a estar tan unidas como antes y disfrutaban de su mutua compañía. Sin embargo Victoria no conseguía olvidar a Toby, que había eclipsado sus objetivos, sus sueños y los ideales que siempre había abrigado. Había renunciado a todo por él, incluso a su reputación. En las cinco semanas que dedicó a su amor, su vida había queda- do destruida, o al menos así le parecía a ella, y también a su padre. A pesar de que apenas hablaba del tema, era evidente que estaba muy disgustado. Sólo Olivia se mostraba alegre e intentaba animarles. Mimaba mucho a Edward, to- maba el té con él, encargaba sus comidas predilectas y cortaba sus flores preferidas, pero él mantenía una actitud severa y distante. La venta de la acería estaba a punto de cerrarse, pero esa primera semana de noviembre tenía otras cosas en la cabeza.

Las hojas de los árboles habían cambiado de color. Olivia, que adoraba esa época del año, instó a Victoria a dar paseos con ella y montar a caballo, aunque su hermana prefería conducir.

– No seas aguafiestas -bromeó Olivia una tarde. Las cosas habían vuelto a la normalidad, la casa de Nueva York estaba cerrada y Bertie había regresado con el resto del servicio-. ¿ Por qué no cabalgamos hasta Kyhuit? -propuso.

A Victoria no le entusiasmó la idea.

– Porque los Rockefeller ya se habrán enterado de que soy una perdida y me arrojarán piedras si me acerco a la casa -respondió Victoria.

Olivia se rió. -Deja de compadecerte de ti misma. Soy yo quien te apedreará si no me acompañas esta tarde. Estoy cansada de ver cómo tú y nuestro padre competís por ganar el primer premio al semblante más triste. Me apetece montar a caballo y vendrás conmigo.

Victoria cedió y, aunque no fueron hasta Kyhuit, pasaron una tarde agradable cabalgando junto al río. Cuando estaban a punto de llegar a casa, de repente una ardilla se cruzó en su camino y el caballo de Victoria se espantó. Hacía tiempo que no montaba y nunca había sido tan buena amazona como su hermana, de modo que antes de que Olivia pudiera sujetar las riendas cayó al suelo y su montura se alejó al galope.

– ¿Me comprendes ahora? -dijo mientras se levantaba y sacudía la ropa-. Esto nunca me pasa cuando conduzco el coche de nuestro padre.

– Eres un desastre. Monta detrás -indicó Olivia al tiempo que le tendía la mano.