Reanudaron la marcha a lomos del caballo de Olivia. Era un día frío de noviembre, y cuando llegaron a casa, estaban congeladas. Mientras entraban en calor delante de la chimenea, explicaron la aventura a su padre, que esbozó una sonrisa y por primera vez desde que regresaron a Croton habló con normalidad a Victoria. Ésta se lo comentó a su gemela mientras se cambiaban para la cena.
– Es lógico. Ya se le ha pasado -el disgusto -observó Olivia.
– No estoy tan segura. Tengo la impresión de que jamás me perdonará.
– Eso es una tontería. Sin embargo era cierto que su padre estaba más callado que de costumbre, mientras que Victoria se mostraba mucho más dócil, hablaba poco, apenas salía de casa y ya no asistía a las reuniones de las sufragistas. Era como si el desengaño con Toby Whitticomb la hubiera ablandado, había perdido su seguridad y no era tan osada. Olivia sólo deseaba que su padre y su hermana se reconciliaran. Sabía que era cuestión de tiempo pero, hasta que hicieran las paces, resultaba difícil convivir con ellos. El único resultado positivo de toda la historia era que ahora las hermanas estaban más unidas que nunca y jamás se separaban. Victoria necesitaba a Olivia, que se sentía feliz de estar a su lado, y por fortuna aún no habían llegado a Croton las noticias del desengaño amoroso de aquélla.
Esa noche cenaron con su padre y, como era habitual, se retiraron temprano. Victoria no tardó en conciliar el sueño, y Olivia estuvo leyendo hasta que, a medianoche, se quedó dormida con el libro en las manos. Al cabo de un rato despertó y apagó la luz. La chimenea seguía encendida, de modo que el dormitorio estaba caliente, y volvió a acostarse. Minutos después sintió una punzada tan aguda que se incorporó asustada. De manera instintiva buscó la mano de su hermana y entonces comprendió que el dolor no era suyo, sino de Victoria, que tenía el rostro desencajado y las rodillas dobladas.
– ¿Qué te pasa? -No era la primera vez que una experimentaba el dolor de la otra, si bien Olivia nunca lo había sentido con tanta intensidad. Preocupada, apartó las sábanas y descubrió que toda la cama estaba manchada de sangre-. ¡Dios mio Victoria, hablame! Le cogió la mano y se la apretó. Su hermana estaba muy pálida y apenas podía hablar.
– No llames al médico -musitó.
– ¿ Por qué no?
– Por favor… Ayúdame a llegar al cuarto de baño.
La llevó en brazos y dejaron un reguero de sangre tras de sí. Una vez dentro, Victoria puso los pies en el suelo y, de pronto, se desplomó.
– Dime qué te pasa. Si no, llamaré a Bertie y al médico.
– Estoy embarazada -confesó Victoria.
– ¡Dios mío! ¿Por qué no me lo habías dicho?
– No me atrevía -balbuceó Victoria.
– ¿Qué hago? -preguntó Olivia mientras rezaba para que su hermana no se desangrara. Quizá la hemorragia estaba provocada por la caída del caballo, pero prefería no pensar en ello. Temía que su hermana falleciera en el cuarto de baño-. Tengo que avisar a alguien, Victoria.
– No… quédate conmigo… no me dejes…
Su sufrimiento era insoportable y sangraba más que nunca. Presa del pánico, Olivia observó cómo la causa de su agonía se desprendía lentamente de su cuerpo. Al principio ninguna de las dos supo qué ocurría, pero pronto lo entendieron. El dolor comenzó a remitir. El cuerpo del niño yacía entre las piernas de Victoria, que empezó a sollozar histérica. Poco a poco se detuvo la hemorragia. Olivia tomó a la criatura, lavó a su hermana, la arropó con unas mantas y utilizó unas toallas para retirar la sangre. Eran las seis de la mañana cuando por fin acabó de limpiarlo todo. Después, con una fuerza inusitada, cogió en brazos a Victoria, que temblaba convulsivamente, y la llevó a la cama.
– Ya ha pasado, estoy aquí contigo. No te preocupes, estás sana y salva. Te quiero.
No hablaron sobre lo ocurrido, ni sobre el horror que habían presenciado, ni sobre lo que habría sucedido si no hubiera perdido el niño. Dar a luz al hijo ilegítimo de Toby Whitticomb habría destruido su vida para siempre y acabado con su padre.
Olivia añadió un tronco al fuego, cubrió con otra manta a su hermana, que estaba muy pálida, y la contempló mientras dormía. Pensó que tal vez había caído sobre ellas una maldición y, después de lo ocurrido con su madre, no pudo evitar preguntarse si podrían tener descendencia, aunque ella no se imaginaba casada, y mucho menos con hijos.
Victoria dormía profundamente cuando Olivia se puso una bata y bajó por la escalera con el fardo de ropa sucia. Pretendía quemarlo todo pero, para su disgusto, ya había actividad en la cocina, pues eran casi las ocho de la maña- na. Cuando cruzaba el vestíbulo se encontró con Bertie.
– ¿ Qué llevas? -preguntó la mujer.
– Nada…ya me ocupo yo -respondió con firmeza, pero Bertie notó algo extraño en su voz.
– ¿ Qué es?
– Nada, voy a quemarlo.
Se produjo un silencio interminable y, después de mirarla fijamente a los ojos, Bertie asintió.
– Pediré a Petrie que encienda un fuego. Quizá sería mejor que enterraras parte de ello.
Ésa era la intención de Olivia. En el fardo más pequeño se encontraba la criatura.
Olivia y Bertie observaron a Petrie mientras cavaba un agujero y luego encendía el fuego. Quemaron las sábanas y las toallas, y el resto fue depositado en el hoyo. Bertie la rodeó con el brazo mientras velaban en la fría mañana de invierno.
– Eres una buena chica -dijo. Sabía lo que había pasado-. ¿Cómo está tu hermana?
– Se encuentra muy mal, pero no le digas que te lo he comentado; me mataría.
– No te preocupes. Debería verla un médico, pues de lo contrario podría contraer una infección.
– Llámalo entonces, yo hablaré con ella. ¿ Qué le diremos a mi padre? -preguntó con preocupación.
– Que tiene gripe, supongo -respondió Bertie con un suspiro. Había temido que ocurriera algo así. Como todos los de la casa, había oído los chismorreos-. Sin embargo no es justo mantenerle en la ignorancia. Quizá sería mejor que le dijeras algo.
– i Ay, Bertie! No puedo.
Olivia estaba horrorizada. ¿Cómo podía explicarle que Victoria había estado embarazada? No sabría qué decirle, pero tampoco quería que se inquietara por una gripe inexistente.
– Ya se te ocurrirá algo -aseguró Bertie.
– Sin embargo más tarde Victoria volvió a sangrar y apenas se mantenía consciente. Llamaron al médico, que ordenó que una ambulancia la trasladara al hospital de Tarrytown para realizarle una transfusión, de modo que era imposible ocultar la verdad a su padre. Victoria sollozaba mientras le inyectaban la sangre en las venas. Olivia intentó tranquilizarla, pero era inútil, le consumían la culpa y la tristeza, sufría un gran dolor y había quedado muy débil a consecuencia de la hemorragia. Aunque jurara lo contrario, su hermana estaba convencida de que seguía enamorada de Toby y que desearía estar a su lado.
Edward Henderson, que aguardaba desde hacía horas en la sala de espera, miró a Olivia con expresión sombría cuando ésta le comunicó que Victoria por fin dormía. El médico les aseguró que se recuperaría, habían decidido no operarla y les garantizó que podría tener hijos en el futuro. El niño que había concebido era más grande de lo que le correspondía en ese mes de gestación, incluso era posible que fueran gemelos, y Victoria había perdido mucha sangre. Estaba claro que no había manera alguna de fingir que tenía gripe. El doctor prometió que tratarían el asunto con la mayor discreción posible, pero Edward sabía que, hicieran lo que hicieran, al final todo Nueva York sabría que había perdido el hijo ese Toby Whitticomb, lo que confirmaría los rumores y pondría el último clavo en el féretro de su ya difunta reputación.
– Es como si la hubiera matado con sus propias manos -dijo Henderson a Olivia, que había decidido quedarse a dormir en la habitación de su hermana.
– No digas eso -repuso lá joven, que conocía el dolor que le embargaba y lo mucho que sufría por la reputación de su hija.
– Es cierto, ese hombre la ha destruido, aunque ella también ha colaborado en su perdición. Fue tan tonta…Ojalá alguien la hubiera detenido -afirmó.
Olivia lo interpretó como un reproche y susurró: -Lo intenté.
– No me cabe duda -repuso Edward con los labios apretados, lo que indicaba que estaba enfadado. Sin embargo aún era mayor su preocupación por su hija, que había arruinado su vida con ese breve pero estúpido romance-. Lo mejor sería que se casara. Es más fácil acallar los rumores si hay un final feliz -añadió con expresión reflexiva.
– No puede casarse con ella -observó Olivia. Su padre era tan inocente como su hermana si consideraba tal posibilidad; Toby estaba unido a una Astor.
– Él no puede, pero otro sí podría…Eso si alguien la acepta después de lo ocurrido. Sería lo mejor para ella.
– Victoria no quiere contraer matrimonio -explicó Olivia-, ni ver a ningún hombre, y creo que esta vez habla en serio.
– Es comprensible después de lo que ha sufrido. -Aunque desconocía los detalles, estaba seguro de que lo sucedido la noche anterior no había sido una experiencia agradable, pero quizá le sirviera de lección-. Estoy convencido de que cambiará de opinión más adelante. -Sin embargo le daba igual si no lo hacía. Con su conducta, Victoria había perjudicado a todos y tenía que recompensarles de alguna manera-. No te preocupes.
Edward besó a su hija y se marchó con el entrecejo fruncido.
Esa noche Victoria recibió otra transfusión y por un momento se temió que fuera necesario operarla, pero a la mañana siguiente su estado había mejorado, aunque seguía débil. Pasaron dos días antes de que pudiera sentarse en el lecho, y dos más antes de que fuera capaz de caminar, pero al final de la semana ya estaba en casa, al cuidado de Olivia y Bertie. Su padre había partido hacia Nueva York, porque debía reunirse con sus abogados para tratar el asunto de la acería. Un día comió con John Watson y Charles Dawson en el University Club, y tuvo que hacer un esfuerzo por controlarse al ver que Toby Whitticomb estaba allí. John escrutó a su amigo y le preguntó si se en- contraba bien, y Henderson asintió. Por fortuna Toby se marchó pronto con un grupo de amigos, sin haber cruzado palabra alguna con Edward y evitando mirar a Watson a los ojos.
Dos días más tarde, Edward Henderson regresó a Croton, satisfecho con el trabajo realizado en Nueva York. Esta vez se había alojado en el Waldorf-Astoria; ni siquiera quería ver la casa, pues habían sucedido demasiadas cosas allí. Además, el único miembro del servicio que le había acompañado era Donovan, el chófer.
Cuando volvió a su hogar faltaban diez días para la festividad de Acción de Gracias. Victoria paseaba por el jardín del brazo de su hermana y ofrecía un aspecto mucho más saludable que cuando la había visto por última vez. Henderson estaba seguro de que en menos de cuarenta y ocho horas se habría repuesto por completo, de modo que esperaría hasta entonces para comunicarle la noticia.
Al final decidió decírselo a las dos al mismo tiempo, pues no tenía secretos para Olivia y necesitaba su apoyo. Le gustara o no, ya se había acordado todo. El domingo por la tarde las llamó a la biblioteca, y Olivia presintió que tenía algo que anunciarles; lo más probable era que las enviara a Europa una temporada para que Victoria olvidara a Toby. A pesar de que no había mencionado su nombre desde que abandonaron Nueva York, ni siquiera en el hospital, sabía que su hermana no lo había superado todavía y se sentía demasiado traicionada para hablar de él.
– Hijas mías, tengo algo que deciros -comenzó su padre sin ceremonia alguna. Observó a las dos con la misma severidad, pero Victoria sospechó que lo que quería comunicarles guardaba relación con ella. Sus sospechas se vieron confirmadas cuando Edward la miró a los ojos-. En Nueva York todo el mundo habla de ti y hay poco que podamos hacer al respecto, excepto no prestar atención o negar los rumores. Por ahora creo que el silencio es la única respuesta. Aquí también empezarán a chismorrear pronto después de tu reciente ingreso en el hospital y, por desgracia, la suma de estas dos historias dan como resultado una historia aún peor. Todo gracias a los comentarios del señor Whitticomb, que asegura que tú le sedujiste. Algunos no lo creen, espero que bastantes, pero no importa lo que digan o crean los demás; la realidad tampoco es mucho mejor.
– Fui una estúpida -balbuceó Victoria, dispuesta a admitir su culpa de nuevo-, me equivoqué. Quizá me comporté como una libertina, pero creía que me amaba.
– Lo que demuestra que eres más necia que malvada -repuso Edward sin un ápice de compasión, algo nada habitual en él. Estaba muy descontento con el comportamiento de su hija y frustrado por la imposibilidad de reparar el desaguisado. Sólo cabía una solución, y estaba decidido a ponerla en práctica-. Me temo que no podemos cambiar la realidad, y tampoco silenciar al señor Whitticomb, pero al menos podemos restituir tu respetabilidad y, de paso, la nuestra. Creo que nos lo debes.
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