Su increíble parecido siempre causaba asombro. Su presentación en sociedad dos años antes en Nueva York había provocado una gran conmoción y por eso Henderson insistió en regresar a Croton antes de Navidad. No le agradaba ser el centro de atención allá donde fueran, tenía la sensación de que todos trataban a sus hijas como extraterrestres, era agotador. Victoria lamentó tener que abandonar la gran ciudad, pero a Olivia no le importó. Desde su regreso, Victoria se quejaba sin cesar de lo aburrido que era Hudson.

Aparte de la vida en Nueva York, lo único que interesaba a Victoria era el sufragio de las mujeres. Olivia estaba harta de que siempre hablara del mismo tema: bien de Alice Paul, la organizadora de la manifestación de abril en Washington, donde fueron arrestadas decenas de mujeres y cuarenta resultaron heridas, y sólo la intervención de la policía logró restablecer el orden, o bien de Emily Davison, que había fallecido hacía dos meses al correr hacia el caballo del rey en un derby; por otro lado estaban las Pankhurst, madre e hijas, que causaban estragos en Inglaterra con su reivindicación de los derechos de las mujeres. Con la mera mención de sus nombres, a Victoria se le iluminaban los ojos, mientras que Olivia los entornaba de aburrimiento.

Olivia esperaba que su hermana le diera alguna explicación.

– ¿Habéis llamado a la policía?- preguntó Victoria divertida.

– No -respondió Olivia con tono severo-. He sobornado a Petrie con una limonada y galletas y le he pedido que no dijera nada hasta la hora de cenar, pero debería haber dejado que lo hiciera; sabía que todo esto era cosa tuya.

– ¿ Cómo lo sabías? -inquirió Victoria, que no se mostraba en absoluto compungida.

– Tenía un presentimiento. Un día de éstos dejaré que avisen a la policía.

– No lo harás -replicó Victoria con seguridad y un brillo desafiante en los ojos.

Eran como dos gotas de agua, pues además del parecido físico llevaban un vestido de seda azul idéntico. Olivia preparaba la ropa de las dos cada mañana, y Victoria se la ponía sin rechistar. Estaba encantada de tener una hermana gemela, a ambas les gustaba. Victoria había salido de muchos atolladeros gracias a Olivia, que siempre estaba dispuesta a hacerse pasar por ella para sacarle de algún apuro o por mera diversión, como cuando eran pequeñas. Aunque su padre las reprendía, a veces resultaba difícil evitar la tentación. No tenían una vida normal, estaban muy unidas, en ocasiones incluso tenían la impresión de ser una sola persona, pero en el fondo eran muy diferentes. Victoria era más atrevida y traviesa, siempre era ella la que se metía en líos, la que deseaba ver otros mundos, mientras que a Olivia le agradaba estar en casa y actuar dentro de los límites establecidos por la familia, el hogar y la tradición. Victoria quería luchar por los derechos de las mujeres y consideraba el matrimonio una costumbre bárbara e innecesaria, ideas que en opinión de Olivia eran una locura, un capricho pasajero.

– ¿ Cuándo has aprendido a conducir?

Olivia acompañó la pregunta con unos golpecitos impacientes del pie.

Victoria se echó a reír y lanzó el cigarrillo sobre un montón de tierra. Olivia siempre representaba el papel de hermana mayor, aunque sólo se llevaban once minutos, que sin embargo marcaban una gran diferencia, pues Victoria había confesado hacía tiempo que se sentía culpable de la muerte de su madre. «¡Tú no la mataste! -había protestado Olivia-. «¡Dios nos la arrebató!»

Un día la señora Peabody presenció la discusión y les explicó que un parto siempre era difícil, incluso en circunstancias normales, y que tener gemelos era una hazaña que sólo los ángeles podían acometer. Por tanto, estaba claro que su madre era un ángel que las había depositado en la tierra para regresar después al cielo. Aunque esta idea le sirvió de consuelo durante algún tiempo, Victoria seguía convencida de que ella era la culpable de su muerte y su hermana no había logrado hacerla cambiar de opinión.

– Aprendí yo sola este invierno -respondió Victoria encogiéndose de hombros

– ¿Tú sola? ¿Cómo?

– Cogí las llaves y lo intenté. Al principio abollé el coche un poco, pero Petrie no sospechó nada, pensó que le habían dado un golpe mientras estaba aparcado -explicó Victoria con orgullo

Olivia la observó con severidad al tiempo que reprimía una carcajada.

– No me mires así; es algo muy útil; podré llevarte a la ciudad cuando quieras

– O estrellarnos contra un árbol, me temo. -Olivia se negaba a dejarse ablandar por su hermana. Podría haberse matado, estaba loca-. Además, no me gusta que fumes.

Al menos eso sí lo sabía desde hacía tiempo, pues un día encontró un paquete de cigarrillos en el tocador; Victoria se había limitado a reírse y encogerse de hombros cuando le pidió explicaciones

– No seas tan anticuada -repuso Victoria con dulzura- Si viviéramos en Londres o París, tú también fumarías para estar a la moda.

– Seguro que no Es un hábito desagradable para una mujer Por cierto, ¿dónde has estado?

Victoria vaciló un instante siempre era sincera con su hermana, no existían secretos entre ellas y, si alguna vez los había, la otra adivinaba instintivamente la verdad Era como si pudieran leerse el pensamiento.

– Confiesa -insistió Olivia

– De acuerdo He estado en Tarrytown, en una reunión de la Asociación Nacional Americana por el Sufragio de la Mujer Estaba Alice Paul, que ha venido expresamente para organizar la conferencia y crear un grupo de mujeres aquí, en Hudson, pero la presidenta de la asociación, Anna Howard Shaw, no ha podido acudir.

– Dios Santo, Victoria ¿qué estás haciendo? Nuestro padre llamará a la policía si participas en alguna manifestación. Lo más probable es que te arresten y tenga que pagar la fianza.

Lejos de desanimarse, a Victoria parecía gustarle esa posibilidad..

– Valdría la pena, Ollie, es una mujer tan interesante. La próxima vez me acompañarás.

– La próxima vez te ataré a la pata de la cama. Si vuelves a coger el coche para una cosa así, dejaré que Petrie avise a la policía y les diré quién se lo ha llevado.

– Sé que no lo harás. Ven, sube; te llevaré al garaje. -Fantástico, así acabaremos las dos en un lío. Muchas gracias, hermanita.

– No seas tan intransigente -repuso Victoria-, nadie tiene por qué saber que he sido yo.

Como siempre, su parecido les proporcionaba la coartada perfecta. Nadie sabía quién había hecho qué, algo de lo que se aprovechaba más Victoria que su hermana, que raras veces necesitaba un chivo expiatorio.

– Lo adivinarían si fueran un poco más listos -replicó Olivia mientras subía al coche.

Mientras avanzaban por el abrupto sendero, Olivia no dejó de protestar por su modo de conducir. Cuando Victoria le ofreció un cigarrillo, quiso reñirla de nuevo, pero comenzó a reír. Era imposible controlar a su hermana. Al entrar en el garaje casi atropellaron a Petrie, que las contempló boquiabierto. Las gemelas se apearon al mismo tiempo, le dieron las gracias al muchacho al unísono y Victoria se disculpó por los daños causados.

– Pero… yo pensaba que… Quiero decir… señorita… gracias…señorita Olivia…señorita Victoria…

– No sabía quién era quién ni quién había hecho qué, pero tampoco pretendía averiguarlo. Sólo tenía que arreglar los desperfectos y darle una capa de pintura. Al menos nadie lo había robado.

Con aire muy digno, las dos jóvenes se dirigieron a la casa, subieron por los escalones de la entrada y prorrumpieron en carcajadas.

– Eres terrible -comentó Olivia-. El pobre muchacho pensaba que nuestro padre iba a matarle. Un día de éstos acabarás con tus huesos en la cárcel, estoy segura.

– Yo también -repuso Victoria con despreocupación-. Si eso ocurriera, podrías hacerte pasar por mí un par de meses para permitirme tomar el aire y asistir a alguna que otra reunión. ¿ Qué te parece?

– Fatal. Me niego a seguir encubriéndote -avisó Olivia.

A pesar de todo, quería a su hermana más que a nadie en el mundo, disfrutaba de su compañía, era su mejor amiga. Se conocían a la perfección y nunca eran tan felices como cuando estaban juntas, aunque últimamente Victoria pasaba mucho tiempo fuera metiéndose en toda clase de líos.

Charlaban y reían en el vestíbulo cuando se abrió la puerta de la biblioteca y salieron los tres hombres. Al verles las jóvenes guardaron silencio. Olivia advirtió que Charles las miraba con perplejidad, como si tratara de comprender cómo era posible que existieran dos mujeres tan idénticas y hermosas, aunque presentía que había ciertas diferencias entre ellas. Dawson tenía la vista clavada en Victoria, que llevaba el cabello un poco más alborotado que su hermana; notaba en ella un espíritu indomable.

– ¡Vaya! -Henderson sonrió al advertir la reacción de Charles-. ¿No le había avisado?

– Sí, ya me lo había advertido, es cierto -respondió el abogado ruborizado.

Apartó la mirada de Victoria, la posó de nuevo en Olivia y después se volvió hacia el padre de las jóvenes.

– No es más que una ilusión óptica, no se preocupe -bromeó Edward. Le gustaba Charles, era un buen hombre. La reunión había sido fructífera, había aportado nuevas ideas y maneras de mejorar el negocio y proteger sus inversiones-. Debe de ser el jerez -añadió.

Charles rió, lo que le hizo parecer más joven de repente. Sólo tenía treinta y seis años, pero en los últimos doce meses se había tornado muy serio, hasta sus amigos decían que había envejecido de golpe. Aun así, mientras observaba con expresión aturdida a las gemelas, que se acercaron a él para tenderle la mano, parecía un niño. Edward le presentó de nuevo a Olivia, ya Victoria por primera vez. Las jóvenes prorrumpieron en carcajadas al instante: su padre se había confundido.

– ¿ Le sucede a menudo? -preguntó Charles.

– Todo el tiempo, pero no siempre se lo decimos -con- testó Victoria mirándole fijamente a los ojos.

Charles estaba fascinado por ella, en cierta manera era más sensual que su hermana; la ropa, el rostro y el cabello eran idénticos, pero no el engranaje interior de cada una.

– Cuando eran niñas solíamos colocarles en el pelo lazos de diferentes colores para identificarlas. El sistema funcionó muy bien hasta que un día descubrimos que los diablillos habían aprendido a quitárselos y atarlos de nuevo para confundirnos. Durante meses se hicieron pasar la una por la otra, eran terribles -explicó Edward con evidente orgullo y cariño.

A pesar de que le desagradaba la expectación que despertaban dondequiera que fueran, las adoraba. Eran un regalo de la mujer a la que más había amado, nunca había querido tanto a nadie, excepto a sus hijas.

– ¿Se portan mejor ahora? -inquirió Charles divertido.

– Sólo un poco. -El comentario provocó las risas de todos, y Henderson se dirigió a sus hijas con tono gruñón-. De todos modos, será mejor que os portéis bien a partir de ahora. Según estos caballeros es necesario que vaya a Nueva York a principios de septiembre y permanezca allí un mes para ocuparme de algunos negocios y, si esta vez con- seguís no alborotar a toda la ciudad, os llevaré conmigo. Pero si alguna de vosotras hace alguna tontería -añadió mientras deseaba saber cuál de las dos era Victoria-, os enviaré de vuelta con Bertie.

– Sí, señor -respondió Olivia con una leve sonrisa, consciente de que la advertencia no iba dirigida a ella, sino a su hermana..

En cambio Victoria no estaba dispuesta a prometer nada; sus ojos se habían iluminado ante la idea de pasar un mes en la ciudad.

– ¿En serio? -preguntó.

– ¿Que si os mandaré de vuelta a casa? Por supuesto. -No, me refería a lo de Nueva York -aclaró mirando primero a su padre y luego a los abogados. Todos sonreían.

– Incluso podrían ser dos meses si ellos no hacen bien su trabajo y pierden el tiempo.

– ¡Qué bien! -exclamó Victoria dando palmaditas y haciendo una pequeña pirueta antes de coger a Olivia por los hombros-. ¡Ollie! ¡Imagínatelo! ¡Nueva York!

Victoria estaba fuera de sí de alegría, y su padre sintió una punzada de culpabilidad al pensar en lo aisladas que estaban sus hijas en Croton. A su edad deberían vivir en la ciudad, conocer gente y encontrar marido, pero temía que le abandonaran para siempre, sobre todo Olivia. ¿ Qué haría sin ella? En cualquier caso se preocupaba antes de tiempo; ni siquiera habían preparado el equipaje y ya imaginaba a sus hijas casadas, y a él, solo.

– Espero verle más por la ciudad, Charles -dijo Edward al estrechar la mano del abogado en la puerta.

Mientras Victoria seguía hablando de Nueva York sin prestar atención a las visitas, Olivia observó a Charles, quien aseguró a Henderson que le vería con frecuencia si John Watson le permitía llevar sus negocios. Edward instó a los dos a visitarle más a menudo. Charles agradeció la invitación y miró a Victoria. No sabía de cuál de las dos gemelas se trataba, pero sentía una gran atracción por ella.