Édouard se rió.

– No es un estilo de vida muy recomendable. -Se llevó su mano a los labios y se la besó-. Sospecho que en aquella época no era fácil controlarte y supongo que nunca lo será.

Victoria sonrió.

– Quizá no. En fin, me casé con él. Era viudo, su mujer había muerto en el Titanic y buscaba una madre para su hijo.

– ¿ Y lo fuiste? -preguntó con interés.

– No. No fui una madre para él ni una esposa para Charles. El niño me odiaba y me temo que su padre también. No me parecía en nada a su primera mujer, y él… no era el hombre del que estaba enamorada. No podía ser como él quería ni hacer lo que esperaba de mí. Le detestaba…no sentía nada por él, y él lo notaba.

– ¿ Se portaba mal contigo?

– No… no. Simplemente yo no le quería -respondió la joven con lágrimas en los ojos.

– ¿Dónde está él ahora? -susurró Édouard.

– En Nueva York.

– Supongo que seguís casados.

El capitán se sentía decepcionado. No había esperado algo así.

– Sí.

– Si te ha dejado venir, quizá te quiera más de lo que sospechas.

Era un gesto muy generoso por su parte, y Édouard le admiraba por ello. Él jamás habría permitido que su esposa se marchara de casa.

– No sabe que estoy aquí.

Debía contarle toda la verdad, confiar en él. No había confiado en ningún hombre en los últimos dos años, pero estaba segura de que él no la defraudaría.

– ¿Dónde cree que estás?-preguntó él con asombro. Victoria sonrió, porque de pronto toda la historia le pareció muy divertida, aunque sabía que era terrible. -Cree que estoy en casa con él.

– ¿Qué quieres decir? -No acababa de entenderla, pero de pronto la miró con unos ojos como platos-. Dios mío… tu hermana… es eso, ¿verdad? Él cree que…

– Eso espero.

– ¿Tu hermana ha ocupado tu lugar? -Édouard estaba escandalizado, y Victoria temió que la delatara, que escribiera a su casa y revelara la verdad-. No puedo creer que hicieras algo así…Pero…un marido y una mujer…

– No, nunca hemos disfrutado de esa clase de intimidad. Mi hermana sólo tiene que cuidar de la casa, eso es todo.

– ¿Estás segura? -Al capitán le costaba creer que hubiera urdido semejante plan.

– Absolutamente segura; de lo contrario nunca se lo hubiera pedido. A diferencia de mí, mi hermana es dulce y cariñosa, y el niño la adora.

– ¿No la reconocerá?

– No, si tiene cuidado.

Édouard se recostó en el asiento mientras intentaba asimilar toda la información.

– Menudo embrollo has dejado detrás de ti, Olivia.

Ella sonrió, movió la cabeza y posó un dedo sobre sus labios.

– Victoria -susurró.

– ¿ Victoria? Pero en tu pasaporte…

– Es el de mi hermana.

– Menuda bruja… Claro… tenías que cambiar de nombre. Pobre hombre… me da lástima. ¿Cómo se sentirá cuando le expliques la verdad? Porque se la explicarás…

– Tendré que contarle todo cuando regrese. Había pensado revelarle la verdad por carta, pero sería muy cobarde por mi parte y Olivia no se lo merece. No he dejado de pensar en ello desde que me marché y sé que no puedo volver con él. Algún día regresaré a casa, pero no con él. No puedo, Édouard, no le quiero. Fue un error, no debí ceder a las presiones de mi padre, pero pensé que él sabía qué era lo mejor para mí. Quizás haya gente que pueda vivir así, pero yo no. Volveré y viviré con mi hermana, o quizá me quede aquí. No lo sé todavía. En todo caso le pediré el divorcio.

– ¿ Y si no te lo concede? -inquirió Édouard con curiosidad.

– Entonces viviremos separados, aunque sigamos casados. No me importa. Además, él se merece algo mejor, tendría que haberse casado con Olivia, hubiera sido un matrimonio perfecto.

– Quizá se enamore de ella mientras tú estás aquí -conjeturó él.

Le divertía la parte cómica de la historia. No cabía duda de que Victoria era muy valiente y atrevida.

– No creo que ocurra. Olivia es demasiado recatada. Pobre, no debe de resultarle muy agradable simular que soy yo. Fue un ángel al aceptar, le dije que moriría si no se hacía pasar por mí durante una temporada. Cuando éramos pequeñas, fingía ser yo para sacarme de algún apuro. -Victoria sonrió al pensar en su hermana.

– Desde luego tú no eres un ángel, sino un demonio, señorita Victoria Hénderson. Lo que has hecho es terrible. -No obstante, encontraba divertida la situación hasta que de pronto recordó algo-. ¿ Cuánto tiempo te ha concedido?

Victoria titubeó antes de contestar:

– Hasta el fin del verano.

– No nos queda mucho tiempo. ¿Qué te parece tener una aventura con un hombre casado?

Victoria sonrió.

– ¿ Ya ti qué te parece tener una aventura con una mujer casada?

– Creo que estamos hechos el uno para el otro.

Ambos merecían más de lo que habían recibido y, sin añadir nada más, Édouard se inclinó para tomarla en sus brazos y besarla.

CAPITULO 25

A pesar de que Olivia había prometido a su padre pasar un mes en Croton, cuando llegó el momento no quería abandonar a Charles y Geoffrey. Sus vidas habían cambiado en las últimas semanas. La pareja disfrutaba de una suerte de luna de miel y, en lugar de excluir a Geoffre Olivia se sentía más unida a él que nunca. El único problema era que todo cuanto tenía pertenecía en realidad su hermana. Había tomado prestados a su marido y a su hijo, hasta la alianza que llevaba en el dedo era de Victoria, pero se decía que al final todo redundaría en beneficio de su hermana y que ése sería su gran obsequio. Sin embargo otras veces sabía que estaba actuando mal y se sentía consumida por los remordimientos, pero su mala conciencia desaparecía en cuanto Charles la tomaba en sus brazos. Su pasión había alcanzado cotas insospechadas para él. La sensualidad de su esposa no era tan indomable como en un principio había supuesto; al contrario, le había entregado su corazón del mismo modo que Charles pensó que haría Olivia. En cierto modo, le aliviaba no tener que ver a su cuñada ahora, pues sus sentimientos hacia ella siempre habían sido muy confusos, pero ya no albergaba ninguna duda.

Por la mañana les costaba abandonar el lecho y, por noches, corrían a él. Cada vez se acostaban más temprano aunque se obligaban a permanecer levantados hasta que Geoffrey se retiraba.

– Somos terribles -dijo Olivia con expresión traviesa mientras Charles la seguía hasta la bañera-. Esto es obsceno -añadió sin mucha convicción antes de que él la tomara en el agua.

Un rato después, Charles le dio una palmada cariñosa en el trasero y se marchó al trabajo. Al quedarse sola Olivia se preguntó si podría dejarle alguna vez. Faltaban dos meses para que regresara Victoria. Lo peor de todo es que ésta no amaba a su esposo y, cuando regresara, Charles notaría el cambio. Lo único que podía hacer por el momento era ofrecerle todo el amor del que era capaz.

Charles tenía la impresión de estar en el cielo, lo que compartía con su mujer era más de lo que había esperado cuando se casó con ella. De hecho, era más, mucho más, de lo que tuvo con Susan, aunque no se atrevía a reconocerlo.

– Sólo hemos necesitado un año para adaptarnos -comentó con sorna una noche después de hacer el amor-. No es demasiado tiempo, ¿verdad?

– Sí, lo es -respondió Olivia.

Charles la miró de hito en hito.

– ¿Qué ha cambiado? -En ese momento descubrió en sus ojos algo que le aterrorizó: eran las puertas de su corazón, que estaban totalmente abiertas para él. Se apartó de ella y agregó-: Supongo que tendría que sentirme agrade- cido y no hacer demasiadas preguntas.

Olivia presintió que en ese momento había intuido la verdad, aunque prefería no saberla. En cualquier caso jamás se mostraba extrañado cuando ella no recordaba pequeños detalles como dónde guardaban las facturas o las herramientas. Hasta Geoff perdía la paciencia en ocasiones por los despistes de Olivia.

A principios de junio, cuando se acabaron las clases, llegó el momento de partir hacia Croton-on- Hudson. Charles prometió que les visitaría cada fin de semana. Cumplió su palabra e incluso se quedó el domingo de su aniversario de boda. Edward estaba contento de verles tan felices. Incluso el ama de llaves había notado el cambio que había sufrido su relación.

– Seguro que quieres algo de él, como una casa más grande -comentó Bertie un día en broma a Olivia.

Sin embargo ambas sabían que Victoria heredaría la casa de Nueva York, y Ollie, Henderson Manor, pero la joven prefería no pensar en esas cosas. La salud de su padre había empeorado tras la desaparición de su hermana, aunque en esos días se mostraba más animado.

Geoffrey dormía en la antigua habitación de las gemelas. A Olivia todavía le dolía entrar en ella. Al ver la cama que había compartido con su hermana durante veinte años se le encogía el corazón. Había recibido dos cartas de Vic- toria en la casa de la Quinta Avenida y sabía que trabajaba en un hospital de campaña en Chalons-sur- Marne. Estaba claro que no se trataba de unas vacaciones, pero su hermana era feliz. Fueran cuales fueran las razones que la habían impulsado a marcharse, Olivia agradecía su ausencia, pues le permitía compartir esos momentos tan preciados con Charles y Geoff. En la noche de su aniversario, hicieron el amor con especial ternura. Después, Charles comentó cuán decepcionante y triste había sido para ambos la luna de miel. Olivia fingió recordarlo y, cuando volvieron a hacer el amor, sintió algo diferente, una unión de sus almas y sus corazones que no había experimentado antes.

Charles también se mostraba distinto con ella, y su relación se había tornado más íntima. Al día siguiente Charles partió de mala gana y, tan pronto como llegó a Nueva York, le escribió una carta para expresar lo mucho que la quería. Olivia lloró al recibirla. Jamás pensó que la vida pudiera ser tan perfecta.

Cada día Olivia salía a cabalgar con Geoff, cuyo estilo había mejorado muchísimo, y le enseñó a saltar obstáculos. Al niño le sorprendía que pasara tanto tiempo con él, notaba el cambio que se había operado en Victoria y quería creer que se esforzaba por llevarse mejor con él. Le recordaba mucho a Olivia, aunque en ocasiones todavía se enfadaba. La joven procuraba montar en cólera de vez en cuando para que no descubrieran el engaño, pero luego sentía remordimientos e intentaba compensar su mal humor con palabras y gestos cariñosos. Geoff disfrutaba en compañía de su madrastra, aunque todavía añoraba a Olivia. Hablaba de ella de tanto en tanto y era obvio que comparaba su desaparición con la de su madre. Olivia lamentaba el dolor que causaba al muchacho, pero no podía hacer nada al respecto.

Charles tenía previsto pasar el último fin de semana de junio con ellos en Croton.EI día antes de su llegada, Olivia y Geoff salieron a cabalgar. Cuando regresaban a casa, la joven saltó por encima de un arroyo y su caballo se tam- baleó. Al ver que el animal cojeaba, decidió desmontar y realizar el resto del trayecto a pie. Cuando llegaron al establo, descubrió que la yegua tenía una piedra clavada en la pata y, mientras intentaba extraerla con una uñeta afilada, el movimiento repentino de otro caballo asustó a su montura y se hincó la herramienta en la palma de la mano derecha. Comenzó a sangrar con profusión, un mozo acudió corriendo con una toalla y Robert se llevó al animal para sacarle la piedra. Geoff estaba a punto de llorar mientras la joven se lavaba la mano en la fuente.

– Quizá necesite unos puntos…señorita Victoria -observó un mozo con preocupación.

Pero Olivia afirmó que no era necesario, y Geoff acercó una caja para que se sentara.

– ¿Estás bien, Victoria? -preguntó.

– Sí -respondió ella. Cuando hubo limpiado la herida, tendió la mano para que el niño se la vendara con una toalla-. Apriétala bien, por favor.

Al ver su mano Geoff quedó perplejo. Acababa de descuhrir quién era en realidad.

– Tía Ollie…-susurró sin dar crédito a sus ojos. Había notado algo diferente en ella, pero jamás había sospechado la verdad-. ¿ Dónde está…? -El chiquillo se interrumpió cuando Robert se acercó.

– ¿Qué tal va la herida? ¿Quiere que llame al médico?

– No será necesario, estoy bien. -Olivia temía que viera la peca, pues ignoraba si conocía su secreto. Bertie, sí, desde luego, de modo que debería tener cuidado con ella.

– Ha tenido suerte de que no le atravesara la mano. Mantenga la herida limpia y bien vendada -añadió antes de marcharse.

Geoffrey, que apretaba la toalla, sonrió en cuanto se alejó. Después de todo, no había perdido a Olivia.

Ella le abrazó con fuerza.

– Te dije que jamás te abandonaría.

– ¿Lo sabe papá? -preguntó con expresión desconcertada.

– Nadie lo sabe, salvo tú. Prométeme que no se lo dirás a nadie, por favor, ni siquiera a tu padre.