– ¿ Acaso intentaste resistirte? -preguntó ella con un brillo malicioso en los ojos.

– No, ni por un minuto. Soy incapaz de resistirme a tus encantos, cariño.

Esa noche le comunicó que al día siguiente partiría hacia Artois, donde se preparaba una ofensiva franco-británica. Las cosas no iban bien en esa zona, pues los poilus no estaban contentos con el comandante británico, sir John French, y querían a uno de los suyos. Había surgido un movimiento para reemplazar a éste por sir Douglas Haig, pero aún no se había dado ningún paso. Édouard había prometido que iría a Artois para ayudar a planear la bata- lla y levantar la moral de los muchachos.

– Ten cuidado, amor mío -dijo Victoria. Recordó que tenía que decirle algo, pero estaba tan cansada que había olvidado de qué se trataba.

La vida en Nueva York era mucho más civilizada que en Chalons-sur-Marne. Olivia y Charles llevaban una agitada vida social; visitaron a los Van Cortland varias veces, cenaron en Delmonico's con clientes de él y, a finales de octubre, los Astor les invitaron a la gran fiesta que ofrecían. Olivia estaba embarazada de cuatro meses, su figura se había ensanchado y lucía una hermosa barriga que los trajes conseguían disimular. Charles se sentía incluso más emocionado que cuando esperaba el nacimiento de Geoff. Quería que fuera una niña, pero a Olivia le daba igual; sólo deseaba que fuera un bebé sano y fuerte. Charles la obligaba a ir al médico con regularidad e incluso comentó una vez que debería mencionarle el aborto que había sufrido antes de casarse.

– No es necesario -repuso la joven.

No podía revelarle la verdad, pero temía que él mismo se lo explicara al doctor.

– Claro que debe saberlo, sobre todo porque estuviste a punto de perder la vida. Podrías volver a tener una hemorragia.

Ambos tenían miedo de que eso ocurriera, pero Olivia se encontraba bien de ánimo y de salud.

A pesar del horror de la guerra, Victoria parecía estar contenta en Francia y haber encontrado lo que buscaba. Aunque no aludía a Édouard en sus cartas, Olivia presentía que no estaba sola.

Esa noche se celebraba la fiesta de los Astor. Olivia se puso un vestido violeta y el abrigo que le había regalado su padre cuando se enteró de que estaba embarazada. Edward se sentía muy orgulloso de ella y le alegraba que fuera tan dichosa. Lo único que enturbiaba la felicidad de todos era que «Olivia» no hubiera regresado al final del verano como había prometido. La mujer que todos, salvo Geoff, pensaban que era Victoria aseguró que había recibido noticias de ella y que se encontraba bien. No había dado ninguna dirección de contacto, sólo mencionaba que vivía en un convento de San Francisco. Los detectives que contrataron para que la localizaran se habían dado por vencidos a finales de agosto, y Olivia tranquilizó a su padre garantizándole que se encontraba sana y salva; había tomado una decisión y tenían que respetarla. Henderson, que todavía se culpaba por la huida de su hija, insistía en que sospechaba que la joven estaba secretamente enamorada de Charles.

La noche de la fiesta de los Astor Olivia estaba muy atractiva. Charles permaneció a su lado hasta que se encontró con un viejo amigo de la escuela y la dejó hablando con una amiga de Victoria, que en ningún momento barruntó el engaño. Olivia, que ya se había acostumbrado a representar el papel de su hermana, mantuvo una agradable conversación con la joven.

Al cabo de un rato salió al jardín para escapar del barullo del interior. Admiraba los rosales cuando de repente se asustó al oír que alguien le preguntaba:

– ¿ Un cigarrillo?

Olivia no reconoció la voz pero, al volverse, vio que se trataba de Toby.

– No, gracias -respondió con frialdad.

Estaba muy atractivo, aunque había envejecido en los últimos años.

– ¿Cómo estás? -inquirió él acercándose más. Olivia detectó el olor a alcohol en su aliento.

– Muy bien, gracias -contestó e hizo ademán de marcharse, pero Toby la agarró del brazo y la atrajo hacia sí.

– No te vayas, Victoria, no debes tener miedo.

– No te tengo miedo, Toby -replicó con un tono que sorprendió a éste y al hombre que les observaba oculto en la oscuridad-. Es que no me gustas.

– No es eso lo que recuerdo -repuso él con tono malicioso.

– ¿ Y qué recuerda usted, señor Whitticomb? -exclamó Olivia con tono iracundo-. ¿Qué le gustó más, engañarme a mí o a su mujer? Lo que yo recuerdo es que intentaste seducir a una niña ingenua y luego mentiste a su padre. Los hombres como tú deberían estar en la cárcel, no en salones de baile y no vuelvas a molestarte en enviarme flores o mensajes de amor, no pierdas el tiempo. Soy demasiado mayor ya para esas tonterías. Ahora tengo un marido que me quiere y al que quiero y, si vuelves a acercarte, diré a todos que me violaste.

– No fue una violación.

Se interrumpió al ver que Charles se acercaba con expresión satisfecha. Estaba buscando a su esposa cuando vio que Whitticomb la seguía hasta la terraza. No había sido su intención escuchar la conversación, pero le había encantado oírla. Ya no existían fantasmas entre ellos.

– ¿Vamos, cariño? -Charles le ofreció el brazo y entraron en el gran salón-Me ha gustado mucho lo que le has dicho, pero recuérdame que no discuta contigo; había olvidado lo mordaz que puedes llegar a ser.

– ¿ Estabas escuchando?

– No pretendía hacerlo, pero le vi seguirte a la terraza y quería asegurarme de que no te molestara.

– ¿Estás seguro de que novestabas celoso? -Charles se sonrojó ligeramente-. No tienes por qué estarlo, es un gusano asqueroso y ya era hora de que alguien se lo dijera.

– Creo que lo has hecho muy bien -afirmó con una sonrisa, y le dio un beso en la mejilla antes de conducirla a la pista de baile.

CAPITULO 28

Ese año, el día de Acción de Gracias en Croton-on-Hud- son fue muy extraño para todos al no contar con la presencia de Olivia, aunque ésta se encontrara entre ellos. La joven añoraba a su hermana, era la primera vez que no ce- lebraban esa fiesta en familia, todos juntos.

El ambiente era sombrío. Cuando Edward bendijo la mesa, todos pensaron en el pasado y en los seres queridos que estaban ausentes. Lo único que les animaba era el nacimiento del bebé. Olivia, que estaba embarazada de cinco meses, sabía que a partir de enero tendría que restringir su vida social y limitarse a visitar a amigos cercanos o asistir a cenas muy íntimas. Albergaba la esperanza de tener gemelos, aunque el médico no lo juzgaba probable, y cuando comunicó su deseo a Charles éste entornó los ojos; no estaba seguro de estar preparado para eso.

La joven se encontraba bien y, a pesar de su rechazo a tener hijos, era feliz. No había vuelto a mencionar su miedo a morir en el parto, como su madre, y cuando Charles sugirió que tendrían más niños no pareció desagradarle la idea.


El invierno de 1915 en Francia fue muy duro. Ambos bandos preparaban nuevos ataques. Llegaron suministros y más tropas. En noviembre Édouard regresó a Artois y Victoria se trasladó a la granja con él. Habían corrido mu- chos rumores sobre su relación en el campamento, pero todos la aprobaban.

Una noche Victoria reía en la cocina mientras asaban el ave más pequeña que había visto en su vida.

– Seguro que es una codorniz -dijo Édouard con tono optimista.

– Me temo que no; por el tamaño debe de ser un gorrión.

– Tú no sabes nada -repuso Édouard con tono jocoso mientras la besaba. Durante su estancia en Artois la había echado mucho de menos. No podía vivir sin ella. Ahora nunca hablaban de regresar a casa. De hecho, él le había planteado la posibilidad de que se mudara a París después de exponer la situación a Charles y su hermana. Ninguno de los dos podía casarse, de modo que Édouard le propuso provocar un escándalo viviendo juntos en su castillo-. Quizás algún día, cuando muera la bruja, la actual baronesa, pueda hacer de ti una mujer honrada.

– Ya soy una mujer honrada.

– Por favor…si obligaste a tu hermana a que te suplantara en Nueva York.

Los dos rieron, pero Victoria al menos tuvo la decencia de mostrarse avergonzada. Nadie en Chalons-sur-Marne comprendía por qué Édouard la llamaba Victoria, pensaban que se trataba de una broma privada entre los dos.

Esa noche, mientras comían el minúsculo pájaro, Victoria explicó a Édouard que en Estados Unidos era el día de Acción de Gracias.

– Recuerdo que lo celebrábamos en Harvard -dijo él-. Había mucha comida y buenos sentimientos. Me gustaría conocer a tu padre cuando todo esto acabe.

Sin embargo ninguno de los dos sabía cuándo los poilus podrían abandonar las trincheras.

– Congeniaríais -repuso la joven mientras comía una manzana. Había sido la cena de Acción de Gracias más frugal de toda su vida, pero quizá la más feliz. Intentaba no pensar en Olivia, le dolía estar tanto tiempo separada de ella, pero jamás se había sentido tan dichosa-. Espera a que conozcas a mi hermana.

– La idea de veros juntas me espanta, debe de ser terrible.

Al cabo de un rato se acostaron y charlaron sobre su niñez. Édouard habló de su hermano, y Victoria adivinó que lo había querido mucho, lo suficiente como para casarse con la mujer a la que había dejado embarazada, aunque no la amara.

– ¿No tienes nada que decirme, señorita Henderson?

– No sé a qué te refieres.

– Mientes muy mal-observó Édouard al tiempo que le acariciaba el vientre-. ¿Por qué no lo has dicho?

Estaba dolido. Victoria se volvió hacia él y le besó con ternura en los labios.

– Me enteré hace tres semanas… y no sabía cómo reaccionarías…

Édouard no pudo reprimir una carcajada.

– ¿ Cuánto tiempo pensabas ocultar este bonhomme? -inquirió con una sonrisa. Era su primer hijo y estaba muy contento, pero de pronto la miró con semblante preocupado-. Deberías regresar a casa, Victoria.

– Por ese motivo no te lo comenté, porque temía que dijeras eso. No pienso ir a ninguna parte. Me quedaré aquí.

– Diré que estás utilizando un pasaporte robado -amenazó.

– No puedes probarlo. Abandona tú tu puesto si quieres; yo me quedo.

– No puedes tener el niño aquí.

No obstante, ningún lugar de Europa era seguro en esos momentos, excepto Suiza. Debía marcharse a casa, pero Édouard comprendió que no lograría convencerla. Además, no le apetecía discutir con ella.

– Tendré a mi hijo aquí -insistió Victoria.

– No quiero que trabajes quince horas al día. Hablaré con el coronel.

– Ni se te ocurra. Si lo haces, diré que me violaste y tendrás que enfrentarte a un consejo de guerra.

– Eres un monstruo. Tengo una idea mejor. ¿Te gustaría ser mi chófer?

– ¿Tu chófer? iSería estupendo! Podría conducir hasta que no quepa detrás del volante, pero ¿me dejarán?

– Sí. Se lo pedirié al coronel. Será lo mejor para ti, a menos que tengamos un accidente. -Siempre se quejaba de que conducía a excesiva velocidad-. ¿Estás segura, Victoria? ¿De verdad quieres quedarte?

Por lo que le había explicado, sabía que temía el parto, y Chalons-sur-Marne no era el lugar más apropiado para dar a luz..

– Deseo quedarme aquí contigo.

– ¿No te importa que no estemos casados? -inquirió él.

– Sí lo estamos, chéri -respondió Victoria-, aunque con otras personas.

– No tienes ningún sentido de la moralidad, pero sí mucho valor -afirmó Édouard antes de besarla.

CAPITULO 29

Ese año las Navidades en Croton fueron más tranquilas de lo habitual, pero muy felices. Geoff estaba encantado con sus regalos, y Charles se había mostrado muy generoso con todos, al igual que Edward, que por desgracia no gozaba de buena salud. Tenía tos y había flirteado con una neumonía varias veces ese año. Olivia estaba preocupada al observar que había envejecido sobremanera y temía que la causa fuera la desaparición de su hermana. El médico le había advertido que su corazón estaba cada día más débil. A pesar de todo, disfrutaron de las fiestas navideñas y volvieron a Nueva York poco después de Año Nuevo.

Dos días después de su regreso Bertie llamó a Olivia para informarle de que su padre se encontraba muy mal. Había contraído un fuerte resfriado y tenía una fiebre muy alta. Llevaba toda la tarde delirando y el médico no sabía si su corazón aguantaría. El ama de llaves propuso enviar a Donovan a buscarla, pero Charles insistió en llevarla él mismo. Olivia estaba en su sexto mes de embarazo y tenía el vientre demasiado abultado, o al menos eso pensaba él, para llevar sólo a un niño. Sin embargo el médico aseguraba que no eran gemelos, pues sólo escuchaba el latido de un corazón.

Geoff faltó al colegio para acompañarles y, cuando llegaron a Croton, Olivia observó que su padre había envejecido veinte años en tres días.