– No sé qué le pasa -dijo Bertie, que se retorcía las manos con nerviosismo.
De pronto miró a Olivia con expresión de extrañeza, pero no dijo nada. Se sonó la nariz y regresó a la cocina, pues sabía que Henderson estaba en buenas manos. Ojalá Olivia estuviera allí, hubiera significado mucho para él, pero al menos tenía a su lado a una de sus hijas.
Olivia pasó toda la tarde junto a su lecho, y Charles salió a cabalgar con Geoff después de llamar a su despacho para anunciar que no regresaría en varios días. Olivia se encargaba de atender a su padre, entraba y salía de su habi- tación, preparaba caldos y té con hierbas que suponía le ayudarían a reponerse. Bertie la observaba con atención, sin dar crédito a sus ojos, pero era imposible, jamás hubieran hecho algo así, debían de ser imaginaciones suyas.
La salud de Edward Henderson empeoró en los días siguientes. Le costaba respirar, y el médico propuso trasladarle al hospital, a lo que se negó en redondo; quería morir en su hogar.
– No vas a morir, papá. Te pondrás bien en un par de días -dijo Olivia.
Edward negó con la cabeza. La fiebre aumentó, y Olivia pasó toda la noche a su lado. No dejaba que nadie más se ocupara de él, y Charles no protestó, porque aunque reprobaba su actitud, sabía que era muy obstinada.
La mañana siguiente la joven comprendió que había llegado el fin cuando su padre, que apenas podía respirar, le suplicó que trajera a su hermana.
– Victoria… di a tu hermana que suba… necesito hablar con ella -balbuceó mientras le apretaba la mano con fuerza inusitada.
Por un instante Olivia no supo qué decir, pero al final asintió. Salió de la habitación y enseguida volvió a entrar.
– Olivia, ¿eres tú? -preguntó Edward.
Las lágrimas surcaron las mejillas de Olivia, que detestaba,tener que engañar a su padre.
– Soy yo, papá…soy yo. Estoy en casa.
– ¿Dónde estabas?
– Lejos -respondió mientras se sentaba junto a él y le cogía la mano. Su padre ni siquiera se fijó en que estaba embarazada-. Necesitaba tiempo para reflexionar… por fin he vuelto y te quiero muchísimo -susurró embargada por la emoción-. Tienes que ponerte bien.
Henderson negó con la cabeza y se esforzó por mantener la consciencia.
– Me voy…ha llegado mi hora…Tu madre me espera.
– Pero te queremos aquí, con nosotros… -balbuceó Olivia entre sollozos.
A continuación, con un hilo de voz, Henderson formuló la pregunta que le había atormentado en los últimos ocho meses.
– ¿ Estabas enfadada porque obligué a tu hermana a casarse con él?
– No, claro que no, padre. Te quiero -repitió mientras le acariciaba la frente.
– Le amas, ¿verdad?
Olivia sonrió y asintió. Tal vez le tranquilizara saber la verdad.
– ¿ Me perdonarás alguna vez?
– No hay nada que perdonar. Ahora soy feliz, tengo todo lo que quiero.
Henderson leyó en sus ojos que decía la verdad, cerró los párpados y se durmió. Al cabo de unos minutos despertó y la miró sonriente.
– Me alegra que seas feliz, Olivia. Tu madre y yo también somos muy dichosos… Esta noche asistiremos a un concierto.
Su padre deliraba de nuevo. Pasó el día semiconsciente y, cuando despertaba, no sabía si estaba con Olivia o con Victoria. Al caer la noche el aspecto de la joven no era mucho mejor que el de su padre.
– No permitiré que pases ahí dentro ni una hora más, Victoria -le susurró Charles con irritación cuando la vio en el pasillo hablando con Bertie.
– Lo siento. Me necesita -repuso ella antes de entrar de nuevo en el dormitorio de su padre.
Esa noche la fiebre remitió de forma misteriosa, y Olivia tenía la certeza de que su padre estaría mejor por la mañana. Sólo se quedó dormida una vez, poco antes del amanecer. En sueños vio el rostro de Victoria, y también el de su madre. Cuando despertó, tocó la frente de su padre y advirtió que había muerto. Se había ido plácidamente para unirse con su mujer, convencido de que se había despedido de sus dos hijas.
Olivia lloraba cuando salió de la habitación, y Bertie la mantuvo largo rato abrazada. Luego se dirigió a su dormitorio, donde Charles dormía, se tendió en la cama junto a él y pensó en Victoria. Lamentaba que no estuviera allí con ellos. Al menos su padre había pensado que sí estaba. Era el único regalo que podía hacerle. Al día siguiente le escribiría para comunicarle la noticia.
– ¿Estás bien? -preguntó Charles, que acababa de despertarse y se había asustado al verla tan pálida.
– Papá se ha ido.
No le llamaba «papá» desde que era pequeña, pero ahora que había fallecido volvía a sentirse como una niña. De repente pensó que había perdido a todos, a Victoria y a su padre. Sin embargo tenía a Charles, al que tanto quería, a Geoff y al niño que pronto nacería, aunque los dos primeros pertenecían en realidad a su hermana.
Eran las dos de la madrugada cuando Victoria despertó de repente. Se sentía muy extraña y temió que se tratara de su hijo, pero se llevó la mano al vientre y notó que se movía con norrnalidad. Era otra cosa. Cerró los ojos y vio a Olivia sentada en una silla con expresión sombría. No estaba enferma, no decía nada, pero Victoria intuyó que le sucedía algo.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó Édouard. Desde que Victoria era su chófer, le preocupaba que las sacudidas del coche al conducir por senderos tan abruptos adelantaran el parto, y sólo estaba embarazada de seis meses y medio.
– No lo sé. Ha pasado algo.
– ¿Con el niño? -inquirió con preocupación.
Victoria negó con la cabeza.
– El niño está bien… No sé lo que es. -Tenía la sensación de que Olivia estaba sentada junto a ella, intentándole decir algo, pero no la oía.
– Vuélvete a dormir -dijo Édouard con un bostezo. Tenía que levantarse al cabo de dos horas para organizar unas maniobras especiales en las trincheras-. Quizá te ha sentado mal algo que has comido o tal vez era que no había comido. Últimamente escaseaban los alimentos y siempre tenían hambre. Édouard la rodeó con el brazo, pero Victoria no logró dormir de nuevo y pasó días con el extraño presentimiento de que algo había ocurrido.
La carta de Olivia no llegó hasta principios de febrero. Fue entonces cuando Victoria comprendió lo que había sentido esa noche. Su padre había muerto. Sentía mucho no haber estado con él, pero le alegraba que no le hubiera sucedido nada a su hermana.
– Qué raro -comentó Édouard cuando ella le explicó lo ocurrido. Le inspiraba un gran respeto el vínculo especial que tenían las gemelas-. Me resulta difícil concebir que pudiera estar tan unido a alguien, excepto a ti o él-añadió mientras le acariciaba el vientre.
CAPITULO 30
El primer día de primavera, cuando Olivia bajó por la escalera para desayunar, Charles la contempló sonriente. Estaba adorable, pero enorme. Ambos esperaban con ilusión el nacimiento de su hijo, pero su aspecto en las últimas semanas era de lo más cómico, y la futura madre había dejado de salir a la calle. Lo más lejos que se aventuraba era ir al jardín. No cabía duda de que sería un niño grande. Charles estaba preocupado, pero no quería asustar a su mujer, sobre todo si se tenía en cuenta el historial de su madre.
– Sois unos maleducados -dijo Olivia con una sonrisa a Charles y Geoff, que se reían de ella.
Según sus cálculos, saldría de cuentas en una semana, pero el médico ya le había advertido de que era difícil establecer la fecha exacta. En cualquier caso, sabría cuándo había llegado la hora. Había decidido tenerlo en casa, pues consideraba que el hospital era para los enfermos.
– ¿ Qué vas a hacer hoy? -le preguntó Charles mientras Olivia le servía una taza de café.
Bertie había llegado esa semana se Croton para echar una mano y dormía en la habitación de invitados, pero Olivia había insistido en preparar el desayuno de su marido; era la única cosa que todavía podía hacer sin la ayuda de nadie. Incluso necesitaba a Charles para entrar en la bañera y, para salir, casi hacía falta una grúa. Bertie había acudido para atenderla cuando tuviera el niño, porque desde el fallecimiento de Henderson apenas tenía nada que hacer en Croton, y se quedaría toda la primavera con la familia Dawson.
– Había pensado salir al jardín y después sentarme en el sillón.
Prefería no tumbarse porque, si lo hacía, necesitaba que alguien la ayudara a incorporarse.
– ¿ Quieres que te traiga un libro? -preguntó Charles.
– Me encantaría. Acaban de publicar el nuevo libro de poesía de H. D., Seagarden. También podrías traerme unos rábanos en vinagre, si los encuentras.
– Los buscaré. -Le dio un beso de despedida y le acarició el vientre-. No dejes que nazca mientras estoy fuera.
Charles tenía mucho que hacer ese día y quería llegar a casa temprano. Le gustaba pasar todo el tiempo que podía con su esposa, sobre todo ahora que estaba a punto de dar a luz. Sospechaba que estaba más nerviosa de lo que quería admitir, pero se equivocaba. Olivia incluso se sorprendía de lo tranquila que estaba. Tenía el presentimiento de que el parto sería muy fácil.
Tan pronto como Charles y Geoffrey se hubieron marchado, Bertie se dedicó a lavar los platos mientras Olivia subía a la habitación en que dormiría el recién nacido para limpiarla. A primera hora de la tarde salió al jardín y, al entrar de nuevo en la casa, se fijó en lo sucias que estaban las ventanas del salón, de modo que comenzó a limpiarlas a pesar de las protestas de Bertie. Cuando Charles regresó del trabajo, la encontró arreglando la cocina.
– No sé qué le pasa -comentó Bertie-. No ha parado de limpiar en todo el día.
– Se está preparando -afirmó la cocinera.
Olivia se rió de sus palabras y fue en busca del costurero para zurcir unos calcetines. Nunca se había sentido mejor, hacía semanas que no tenía tanta energía. A Charles le alegraba verla tan en forma.
Después de cenar, cuando Geoffrey se fue a la cama, Charles y Olivia jugaron a las cartas y él ganó.
– Has hecho trampas -le acusó ella en broma.
A continuación se dirigió a la cocina para tomar un buen vaso de leche y de pronto notó un charco a sus pies. Pensó que quizá había derramado un poco de leche sin darse cuenta, pero al mirar el suelo observó que era agua y se apresuró a coger unos trapos. Charles entró minutos después y la sorprendió limpiando el suelo.
– ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces, Victoria? Deja que te ayude. -Mientras recogía el agua, Olivia no dejaba de reír. No sabía qué le hacía tanta gracia. De repente su esposa se dobló de dolor y le cogió el brazo-. ¿ Qué te ocurre?
– Acabo de romper aguas… -Olivia ya no sonreía-. Creo que voy a dar a luz.
– ¿Ahora?
– Quizá no ahora mismo, pero pronto.
Acto seguido notó una segunda contracción, esta vez más fuerte. Nadie le había dicho que sería tan doloroso. Se preguntó si habría algún problema, pues no tenía ninguna experiencia en partos ni una madre que le diera consejos. No obstante el médico había afirmado que no surgiría ninguna complicación.
– Vamos arriba -dijo Charles mientras la ayudaba a incorporarse.
Necesitaron diez minutos para subir por la escalera hasta el dormitorio.
La acompañó al cuarto de baño y la ayudó a desvestirse porque le costaba moverse. Charles salió un momento para pedir a Bertie que llamara al médico, y cuando regresó Olivia estaba muy asustada y respiraba con dificultad. Las contracciones eran cada vez más dolorosas.
– No me dejes sola -suplicó mientras le apretaba la mano.
Bertie, que apareció en ese instante, la ayudó a tenderse en la cama y a continuación preparó toallas y sábanas viejas. El ama de llaves tenía experiencia en esas lides, pero Charles no, porque cuando Susan dio a luz la dejó al cuidado de los miembros femeninos de la familia mientras él salía a emborracharse con su cuñado; cuando regresó, ya era padre. Olivia no pensaba permitir que se marchara y, cuando llegó el médico, agarraba el brazo de su marido con fuerza cada vez que tenía una contracción.
– Esto es horroroso -exclamó Olivia.
Bertie y el doctor intercambiaron una sonrisa, pero Charles estaba muy preocupado.
– ¿Cuánto durará esto?
– Probablemente toda la noche -respondió el médico con tranquilidad.
Olivia rompió a llorar al oír sus palabras.
– No lo aguantaré. Quiero ir a Croton -balbuceó entre sollozos.
De pronto se acordó de su hermana. Era como si estuviera con ella, compartiendo su dolor. Bertie se llevó a Charles de la habitación, y Olivia suplicó que volviera, pero el ama de llaves se negó a obedecerla.
– Sólo conseguirás preocuparle más. No querrás que te vea así…
– Sí quiero. Dile que venga ahora…
Bertie hizo caso omiso de sus palabras. Las contracciones eran cada vez más fuertes, y tanto el médico como Bertie la instaban a empujar con fuerza, pero no podía.
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