Se secó las manos con el paño de la cocina.

– Y ahora, mamá, tengo muchas cosas que hacer. Los niños y yo tenemos que prepararnos para salir a jugar. ¿Por qué no te vas a la peluquería?

Sylvia se tocó su pelo perfectamente peinado.

– ¿Crees que necesito ir a la peluquería?-sacó un espejo-. Sí, quizás sí-dicho aquello se levantó, le dio un beso a su hija en la mejilla y se dirigió hacia la puerta-. Si necesitas algo, no dudes en llamarme. No pasa nada porque no seas el tipo de mujer que sirve para madre. Tu padre y yo te queremos igual.

Jillian acompañó a su madre a la salida y cerró la puerta en cuanto la mujer se marchó.

– Sí, pero me querríais mucho más si tuviera un marido y un montón de hijos.

¿Por qué aquella mujer hacía que siempre se sintiera como una fracasada?

– Bruja-murmuró ante la puerta cerrada.

– ¡Bruja!-gritó Andy.

– ¡Bruja, bruja, bruja!-gritó Zach.

Jillian se rió y corrió al salón donde se encontraban los niños viendo sus dibujos favoritos.

– ¿Qué has dicho, Zach? ¿Cómo has llamado a tu abuela?-le dijo al pequeño con el ceño fruncido y las manos en las caderas.

El niño señaló a Andy y éste a Sam.

De pronto, Jillian se dio cuenta de algo excepcional: ¡reconocía a los trillizos! Después de todo, tras el abandono de su niñera y la catastrófica visita de su madre, quizás lograra hacer que el día no resultara terrible.

Para las cuatro de la tarde Jillian ya había logrado sobrevivir con dignidad a más de la mitad de la jornada.

No había logrado el orden deseado, pero se las había arreglado para minimizar el riesgo de destrucción de los pequeños, cerrando todas las puertas, y había preparado una comida limpia y rápida que le había permitido ahorrar un poco de tiempo.

Sólo quedaban cuatro horas para que se fueran a la cama, y dos para el regreso de Nick.

Los niños llevaban ya un rato en silencio y decidió ir a ver qué hacían.

Se encontró con Zach y Andy entretenidos con sus juguetes en el pasillo, pero le faltaba uno: Sam.

Buscó impaciente al niño por toda la casa, pero no lo encontró. Finalmente decidió preguntar a sus hermanos.

– ¿Dónde está Sam?-preguntó-. Contadle a la tía Jillian dónde está vuestro hermano.

Andy señaló la puerta cerrada del baño.

– Está ahí. Sam está ahí.

– ¿En el baño?-preguntó Jillian sorprendida-. ¿Cómo ha podido entrar?

Andy señaló a su hermano.

– Ha sido Zach.

Jillian se llevó la mano al corazón que le latía muy deprisa.

– ¿Cómo has conseguido abrir la puerta?

Intentó girar el picaporte, pero estaba bloqueado. El estómago se le encogió. Estaba cerrado por dentro.

– Sam, abre la puerta-le dijo a su sobrino.

No obtuvo respuesta.

– Sam, ¿estás bien?

Silencio.

Todo tipo de imágenes macabras asaltaron la mente de Jillian. Quizás el niño se hubiera golpeado la cabeza con el lavabo o se hubiera atiborrado de aspirinas.

Decidió salir de la casa y tratar de mirar por la ventana.

Pero, una vez allí, comprobó que estaba demasiado alta. Sacó una silla, la colocó entre los matorrales y se asomó. Pudo ver que Sam estaba en el suelo jugando con unos coches. Jillian lo llamó y el pequeño se volvió con una amplia sonrisa y agitó la mano.

Jillian contempló la idea de romper el cristal y entrar a por su sobrino. Nick podría arreglar la ventana y, después de todo, tenía un par de horas aún para pensar en alguna excusa razonable sobre la rotura del cristal.

En un acto de desesperación, golpeó el cristal con la mano. Pero el efecto del golpe la lanzó hacia atrás con tal fuerza que no tuvo tiempo para sujetarse y cayó de mala forma entre la maleza.

Se torció el tobillo y se raspó la cara y, durante un rato, no pudo moverse. Pero, al oír la voz de Sam llamándola desde la ventana, se levantó como pudo.

– Te sacaré de ahí-le dijo.

Con gran dificultad entró de nuevo en la casa dispuesta a liberar a su sobrino. Quitó el picaporte, pero no logró nada. Luego lo intentó con una tarjeta de crédito y, finalmente, comenzó a quitar el marco de la puerta, pero pronto comprobó que sus esfuerzos eran vanos.

Angustiada y desesperada, optó por llamar a urgencias.

En cuestión de pocos minutos, la sirena de los bomberos resonó en el vecindario.

Los niños corrieron a la ventana a mirar.

Muy pronto, la casa se vio invadida por aguerridos bomberos cargados de cuerdas y hachas.

Jillian les explicó el problema y ellos actuaron con rapidez y eficacia, liberando a Sam. Mientras tanto, Zach no dejaba de saltar sobre los bomberos, ansioso por contactar con los héroes. Duke, por su parte, aprovecho la ocasión para demostrar sus dotes caninas y no hacía sino ladrar cansadamente y aullar.

– ¿Jillian? ¿Dónde estás?

Estaba sentada en una silla del salón y una enfermera le vendaba el tobillo dañado.

Al levantar la vista, vio a Nick ataviado con un imponente traje. Un pequeño quejido se escapó de su boca.

La enfermera se detuvo.

– ¿Le he hecho daño?

Jillian le sonrió avergonzada y negó con la cabeza.

En aquel instante lo que habría deseado era poder desaparecer. ¿Cómo iba a explicar aquel despliegue de personal de urgencias sólo por una puerta cerrada y un ventana rota?

Su orgullo estaba más herido que su tobillo.

Un policía le murmuró algo a Nick y luego la señaló a ella. Él se aproximó a toda prisa, se arrodilló a su lado y le tomó la mano, provocando una intensa corriente eléctrica. La miraba con verdadera preocupación.

Tendió la mano y le tocó con cuidado las heridas de la cara.

– ¿Estás bien?

– Sí-dijo Jillian-. Sólo me he torcido el tobillo.

El calor de su mano le aceleró el corazón.

– Parece que no te puedo dejar sola ni un segundo-dijo él dulcemente.

Ella le sonrió desganada.

– No lo había hecho tan mal, hasta que surgió un pequeño problema. Sam se encerró en el baño y, poco a poco, las cosas se fueron complicando, hasta que se convirtió en otro desastre.

La casa se fue vaciando y pronto se quedaron solos. Nick la tomó del brazo y la ayudó a levantarse, pero ella gimió de dolor al posar ligeramente el pie.

– Deberías tumbarte y elevar el pie. Has tenido un día muy duro.

La tomó de la cintura y acercó su cuerpo para que pudiera apoyar su peso sobre él. Aquella era la única ventaja de haberse torcido el pie: podía tenerlo cerca.

– No sirvo para esto-murmuró Jillian-. Cuanta más práctica tengo, peor lo hago.

Al pasar por el baño, Nick vio una tostada en el suelo.

– ¿Qué hace esa tostada ahí?

– Como Sam estaba llorando pensé que podría tener hambre y se la pasé por debajo de la puerta.

– Lo ves. Estás usando tu instinto.

Sin duda, Nick estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para hacer que se sintiera bien.

Ella lo miró con el corazón enternecido.

– Estás muy guapo con ese traje. Cuando te ví entrar, pensé que eras un agente del FBI.

Nick se rió mientras la ayudaba a subir las escaleras.

– Prométeme que no harás nada tan terrible como para que el FBI tenga que intervenir.

– Cuando la teoría del caos está en marcha, nada es previsible.

Dicho aquello, la tomó en brazos y la llevó hasta el dormitorio. Una vez allí, la posó suavemente sobre la cama.

– No se te ocurra irte a ningún lado-le dijo él.

Ella se hundió en las almohadas, reprimiendo su deseo de rogarle que se quedara con ella.

Se preguntó cuánto tiempo tardaría un tobillo en curarse. Después de todo, cualquier excusa era buena si eso suponía poder retener a Nick Callahan a su lado.

Capítulo 4

AL cabo de unas horas, cuando Nick subió de nuevo a ver a Jillian, se la encontró con el ordenador portátil en el regazo y un montón de papeles a su alrededor.

En cuanto lo vio aparecer, ella se quitó rápidamente las gafas y las ocultó bajo la almohada.

– A los hombres no les gustan las chicas con gafas-bromeó Nick, y ella se ruborizó.

Nick dejó la bandeja sobre la mesilla y se sentó junto a ella.

– Los niños ya están dormidos. He estado mirando los desperfectos del baño y no creo que me cueste mucha arreglarlos.

– Te pagaré lo que sea necesario para que Greg y Roxy no se enteren de todo esto.

– Jillian, esta es una ciudad pequeña y todos los vecinos han salido a la calle cuando han visto llegar a los bomberos y a la policía-el gesto mortificado de su rostro lo instó a consolarla-. Le podría haber ocurrido a cualquiera.

– Puede ser. Pero, ¿por qué siempre me sucede a mí?-volvió el portátil hacia él y le mostró la pantalla-. Mira. He estado elaborando un modelo de mi desastre. Le he asignado un valor numérico a cada factor de cada catástrofe acaecida: la importancia del problema, la frecuencia, el coste de las reparaciones. Lejos de mejorar, la situación empeora. Si sigo así, acabaré por provocar el mayor terremoto de la historia de New Hapshire.

Lo decía todo con total solemnidad y seriedad y resultaba increíblemente sexy.

Allí, en el dormitorio, no podía evitar algunas fantasías excitantes sobre todo lo que podría hacer con ella en aquella cama.

Se preguntó qué tacto tendrían sus senos, cómo se acoplarían a su mano.

– Y, ¿qué pasa si me metes a mí como otro factor?

– Bueno, en ese caso los riesgos se reducen a la mitad. Pero se incrementa el coste.

– De acuerdo, entonces no te cobraré.

– ¡No puede ser! Tú tienes que vivir de algo. Tu tiempo tiene un precio.

Si ese era el único modo de pasar más tiempo en su compañía, tendría que aceptar.

– De acuerdo, pero te cobraré sólo un sueldo por todas las actividades: niñera, carpintero, fontanero, cocinero-dicho aquello, le acercó la bandeja para que empezara a comer.

– ¡Esto tiene un aspecto delicioso!-admitió Jillian, y se lanzó a comer una de las tostadas con queso.

Nick sonrió al ver su gesto complacido.

– ¿En qué estás trabajando?-le preguntó él, ansioso por continuar la conversación-. Aparte de en ese modelo de desastre.

– Un artículo sobre números perfectos-dijo Jillian.

– Cuéntamelo.

– ¿De verdad?

El asintió.

– Los números perfectos son aquellos cuyos factores sumados dan como total dicho número. Pongamos por ejemplo el seis. Los tres números por los que la división por seis da exacta, el uno, el dos y el tres, suman entre sí dicho número.

– ¿Es a eso a lo que te dedicas?

– Es sólo una parte de mi estudio. Mi área abarca toda la teoría numérica, números enteros, etc.

– ¿Siempre se te dieron bien las matemáticas?

Jillian asintió y dio otro bocado.

– Era un verdadero portento en el instituto. Ganaba todos los concursos del Estado, lo que no me hacía muy popular entre los chicos.

– Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora has crecido-dijo él fascinado por su voz sugerente. Podía hacer que el tema más arduo sonara increíblemente sensual-. Seguro que tienes a un montón de hombres en tu vida.

Jillian sonrió y se apoyó en la almohada.

– Cuando empecé a trabajar en los números perfectos llegué a concluir que el amor era algo similar. Cada persona aporta una serie de factores y, cuando se suman, pues son la pareja perfecta.

– ¿Sigues pensando así?

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.

– No. Ahora creo que el amor es más como un número irracional, o como un número trascendental. Como el número «pi». Es imposible llegar a conocer su valor exacto.

La percepción que Nick tenía del amor era muy similar. Después de su relación con Claire, había llegado a la misma conclusión.

– ¿Has estado enamorada alguna?

Ella negó con la cabeza.

– Al menos no ese amor «perfecto». ¿Y tú?

Nick pensó en Claire. Había creído estar enamorado de ella, pero empezaba a dudarlo. Su vida pasada con ella le resultaba extraña y ajena.

– No. Creo que no.

Se hizo un silencio y Jillian se centró en acabarse la cena.

Nick sintió unos irrefrenables deseos de besarla. ¿Cómo podía haber olvidado a Claire tan fácilmente? En lo único que podía pensar en aquel instante era en Jillian, en su dulces labios y su cuerpo tentador.

– Lo mejor será que me vaya y te deje descansar. Has tenido un día muy duro. Mañana me ocuparé del desayuno de los niños para que tú puedas dormir.

– Pero se supone que tú no tienes que ocuparte de ellos hasta las tres.

– Bueno, llámalo «favor».

Ella sonrió.

– Si fueras un número, sin duda serías un número perfecto.

Nick salió de la habitación con la bandeja en una mano y cerró la puerta. Al llegar a la soledad de la cocina, se quedó mirando por la ventana a la luna llena que se reflejaba en el lago. Salió de la casa y respiró profundamente.