Se había prometido a sí mismo que no volvería a complicarse la vida con mujeres. La ruptura con Claire lo había dejado dolorido y escarmentado. Además, una relación con Jillian, por muy corta y superficial que fuera, prometía ser complicada. Primero, era la hermana de Roxy y, segundo, no le gustaban los carpinteros. Trató de pensar en un tercero motivo, pero no lo encontró. Quizás, ¿lo mala madre que podría llegar a ser?

No, esa no era una razón. Nick sabía que, a pesar de la mala suerte de los últimos días, sería una madre amorosa.

Además, había algo en el modo en que lo necesitaba, en aquella vulnerabilidad, que la hacía irresistible.

Le resultaba curioso que una mujer tan brillante careciera, sin embargo, de sentido común. Lo extraño era cómo algo que debería haberle repelido, le parecía adorable.

Se acercó hasta el lago y, desde allí, miró a la casa y buscó su ventana. Todavía estaba iluminada. Se preguntó si estaría trabajando o se habría quedado dormida.

Nick cerró los ojos y se imaginó tumbado junto a ella, disfrutando de su suave aroma. Se la imaginó ante él, quitándose lentamente el camisón.

Abrió los ojos y captó exactamente la misma imagen en la realidad. Pero fueron sólo unos breves segundos antes de que la luz se apagara.

Maldijo entre dientes su mala suerte y luego se maldijo a sí mismo. Si ese era el modo en que apartaba a las mujeres de su vida, realmente estaba haciéndolo muy mal.

El día siguiente amaneció húmedo y tremendamente caluroso.

Nick se levantó el primero y atendió a los niños, tal y como le había prometido a ella. Luego le subió el café.

Molesta con su tobillo hinchado y demasiado descompuesta por los tórridos sueños que la habían asaltado aquella noche, siempre con Nick escaso de ropa, Jillian ansiaba la soledad de su cuarto y el refugio de su trabajo.

Pero, después de preparar a los niños con sus bañadores, cremas solares y salvavidas, sin previo aviso, Nick la tomó en brazos y se los llevó a todos al lago.

Gratamente sorprendida por que requiriera su presencia, ella no protestó y decidió que el trabajo podía esperar.

Durante la mañana se dedicó a disfrutar de las vistas. Por un lado estaban los niños, jugando divertidamente con el agua. Por otro estaba Nick, vestido con un pantalón corto y mostrando sus hombros espectacularmente anchos y su pecho musculoso. Sin duda, cargar maderas era un gran ejercicio que fortalecía y formaba cuerpos impresionantes.

Continuó estudiando sus atributos corporales durante largo rato. Tenía el vientre plano y apretado, la cintura estrecha y unas piernas largas y bien formadas.

Su mente no hacía sino recordar el instante en el que se había despojado de la camiseta. Una inesperada excitación la había tomado por sorpresa. Al verlo salir del agua como un magnífico dios griego, Jillian agarró su camiseta y la escondió bajó su cabeza. Si quería cubrirse tendría que utilizar la toalla.

Jillian suspiró suavemente. ¿A qué se debía aquella repentina obsesión por lo físico? ¿Eso era lo que les sucedía a las mujeres cuando se cruzaban con un hombre como Nick? Jamás antes había reparado en la anatomía de los hombres. Se sentía como una niña a la que le hubieran prohibido los dulces y estuviera ansiosa por comer caramelos.

Minutos después, su objeto de deseo ya estaba de nuevo en el agua, disfrutando con los pequeños como si fuera uno de ellos.

– ¡El agua está estupenda!-le gritó él-. Deberías bañarte.

– ¡No me he traído el bañador!-dijo ella, contenta con haber olvidado aquella pequeña vestimenta.,

La verdad era que ni siquiera poseía uno. No se había puesto un bañador desde que había asistido a clases de natación en el instituto. Nunca después se había atrevido.

Él salió del agua y se acercó a ella.

– Seguro que Roxy tiene alguno que puedes usar-dijo Nick.

Jillian se rió.

– No creo que debamos exponer a los pequeños a la espantosa visión de su tía en traje de baño.

Nick se tumbó en la toalla.

– ¿Por qué dices eso? Tienes un cuerpo precioso. Seguro que el bañador te queda estupendamente.

Ella abrió la boca para desmentir lo que él decía, pero no lo hizo. Si Nick pensaba que tenía un cuerpo bonito, ¿por qué iba a convencerlo de lo contrario?

Le gustaba la idea de que la considerara sexualmente atractiva.

Nick se sentó y se quedó, mirando fijamente el agua.

– Me gustaría que este verano no acabara nunca. No quiero regresar a Providence.

– ¿Es allí donde sueles trabajar? El asintió.

– Allí es donde está mi oficina, pero trabajo en proyectos en toda la costa Este.

– Debe de haber mucha gente necesitaba de librerías.

Él se rió.

– Sí, mucha gente.

– La verdad es que las estanterías son algo muy importante. Las bibliotecas y las universidades no podrían existir sin ellas. Y qué sería de los libros sin un mueble tan adecuado.

– Jamás se me había ocurrido pensarlo así-dijo él-. Aunque con el advenimiento de Internet y la información digitalizada, puede que acabe quedándome sin trabajo.

Ella no podía dejar de mirarlo, de observar el contorno de las curvas de su cuerpo.

– Seguro que rápidamente podrías encontrar otra cosa que hacer-dijo Jillian, pero la voz se le quebró inesperadamente, avergonzada por su insistente mirada sobre él.

Se hizo un extraño silencio entre ellos. Luego Nick llamó a los chicos, los impregnó de arriba abajo de crema solar y los mandó a construir castillos de arena.

– Tú también deberías ponerte crema-le dijo a Jillian.

– Estoy bien-respondió ella-. ¿Y tú?

Notó que la piel de Nick estaba bronceada. Era patente que aquel hombre pasaba mucho tiempo al aire libre y sin camisa.

El se miró los hombros.

– Sí, quizás debería ponerme un poco en los hombros-inesperadamente, le tendió el bote a ella-. ¿Te importaría?

Jillian tragó saliva con dificultad. ¿Acaso su propuesta había sonado como una invitación?-¡No!-dijo ella.

– ¿No?-preguntó él confuso.

– Quiero decir… que no me importa. ¿Dónde te echo?-ella rogó en silencio que no le hiciera ninguna sugerencia peligrosa.

– En los hombros.

Jillian aplicó la crema primero con desesperación, como si quisiera terminar cuanto antes. Pero, en el momento en que sus dedos tomaron conciencia de su musculatura, comenzó a deslizar las manos lentamente por las sinuosas curvaturas de su cuerpo, memorizando cada tacto.

Hacía mucho que no tocaba a un hombre como estaba tocando a Nick. En el pasado, las caricias habían sido siempre un acto mecánico necesario para llegar al punto al que era esperable llegar. Quizás siempre lo había realizado con la certeza de que no disfrutaría tanto como se suponía que debía disfrutar.

Sin embargo, con aquel juego accidental de caricias todo su cuerpo parecía estar despertando. Un sinfín de sensaciones inesperadas encendían su deseo dormido.

Suavemente, comenzó a masajearle el cuello.

– Eso es muy agradable-reconoció él.

Jillian se preguntó qué debía hacer a continuación. Quizás pudiera deslizar los dedos por su espalda hasta su cintura, alcanzando finalmente sus glúteos tentadores. Jamás antes había seducido a un hombre, nunca se había sentido capaz de ello. Tal vez, debería besarlo, debería rozar suavemente el tierno lóbulo de su oreja. Cerró los ojos y comenzó a inclinarse lentamente. Pero antes de que pudiera alcanzar su objetivo, la voz de él la sacó de su ensimismamiento.

– ¿Ya has terminado?-preguntó él.

Jillian abrió los ojos y se apartó rápidamente, retirando las manos como si de pronto su piel la estuviera abrasando.

– Sí, claro.

Él se volvió y la miró con una extraña intensidad. Ella pensó que, tal vez, estuviera enfadado.

Se levantó.

– Me voy al agua-anunció, envolviéndose la toalla a la cintura.

Al llegar a la orilla, soltó la toalla y ella vio con sorpresa lo que tan celosamente trataba de ocultar: su masculinidad erecta.

Cielo santo, ¿había sido ella la causa de aquello?

Jamás habría supuesto ni por lo más remoto que su tacto pudiera tener un efecto tal. No se consideraba, precisamente, una maga de las artes amatorias. Claro que los hombres a veces tenían respuestas inesperadas a ciertos estímulos, fueran intencionales o no.

Avergonzada por el incidente, estuvo tentada de salir huyendo. Pero no podía. Los niños estaban sentados a sólo unos metros de ella y eran su responsabilidad. Tendría que quedarse y enfrentarse a él lo quisiera o no.

Quizás, si fingía que no se había dado cuenta todo iría bien.

De cualquier forma, debía recordar mantener sus manos apartadas de él en adelante. No quería que Nick pensara que, además de un auténtico desastre, era una solterona hambrienta de sexo.

En lugar de entrar en la casa, Nick decidió que sería conveniente que comieran algo en la cabaña en la que se hospedaba.

Después del extraño suceso acontecido en el lago, se había creado entre ellos un difícil silencio. Su reacción le había sorprendido a él tanto como a ella. Se tenía por un hombre capaz de controlar sus impulsos. Pero desde el instante en que ella había posado las manos en sus hombros, había sobrevenido el desastre. Por suerte, había podido ocultar las evidencias de su estado con la toalla.

– Pasa-le murmuró Nick a una tímida Jillian-. Perdona el jaleo-le dijo, apartando unos proyectos que tenía sobre la mesa.

– ¿Qué es todo esto?-preguntó Jillian, entrando a la pata coja.

Nick no se había atrevido a tomarla en brazos para llegar hasta allí.

– Planos.

Jillian observó con detenimiento uno en el que había dibujada la fachada de una casa. Había estado pensando en hacerse una nueva casa, en desterrar de su vida aquella que había compartido con Claire.

– Me gusta dibujar casas.

– Pues eres muy bueno. Quizás debieras plantearte lo de convertirte en un arquitecto. Podrías volver a la universidad, hacer una carrera…

Nick le quitó el cuaderno de bocetos y lo puso bajo un taco de planos.

– Creo que ya he estudiado bastante.

Nick sabía que era el momento de decir la verdad. Engañarla respecto a lo que era y quién era realmente no haría sino crear problemas en el futuro. Ella había sido totalmente clara y él no le había pagado con la misma sinceridad.

Aunque, realmente, ¿qué futuro tenían juntos?

Lo había pasado muy mal después de lo de Claire y no quería volver a sufrir de aquel modo. Enamorarse sería un grave error.

– Siéntate-le dijo, retirando el resto de los proyectos de la mesa.

Ella se sentó y apoyó los brazos sobre la mesa.

A Nick le resultaba extraño tenerla allí, en su pequeño refugio. Se la había imaginado tantas veces sentada en aquella mesa, frente a él, en una cena íntima, o en la cama, con su cuerpo desnudo cerca del suyo.

Nick decidió centrarse en preparar la comida.

¿Por qué no podía dejar de fantasear sobre ella? Su sentido común le decía que Jillian no era su tipo. Y dado que Claire supuestamente lo era y, a pesar de todo, la relación había acabado en desastre, lo más probable era que con Jillian el desastre acabara siendo aún mayor.

– ¿Puedo ayudar en algo?-preguntó ella.

– No hace falta. ¿Qué preferís: sopa de sobre o perritos calientes?

– ¿Sopa de sobre?

– Es la solución de todo soltero que se precie-dijo Nick con una gran sonrisa.

– ¡Cielo santo! Creo que necesitas una esposa.

– ¿Te prestas voluntaria?-le preguntó él, sabiendo el efecto que aquella provocación causaría en Jillian.

Una vez más, ella se ruborizó.

– No creo que me quisieras como esposa. Soy terrible con las cosas de la casa, pongo mi trabajo por delante de todo y tú mismo has sido testigo de lo mal que se me dan los niños.

Todo aquello debería haber sido motivo suficiente para desanimarlo. Pero su sinceridad y sencillez le resultaron adorables.

– Pues yo creo que cualquier hombre que pudiera tenerte por esposa sería muy afortunado.

Ella sonrió nerviosamente y miró de un lado a otro del pequeño salón-cocina.

– ¿No crees que está todo demasiado silencioso?-se levantó sin dejar que él la ayudara-. Iré a ver qué hacen los niños. No quiero otro desastre aquí.

Se fue saltando hasta la puerta que daba al dormitorio.

Momentos después los pequeños salieron del cuarto, oliendo fuertemente a la colonia de Nick.

Jillian apareció detrás de ello con la botella vacía.

– Me temo que ni siquiera aquí saben comportarse. Han vaciado todo el bote sobre tu cama. Te va a ser difícil dormir ahí.

– No pasa nada-dijo él-. Últimamente, he dormido muchos días en la hamaca del porche. Me gusta escuchar el sonido del agua y los pájaros nocturnos.

Jillian se sentó ante la mesa, sin dejar de mirar a los pequeños.