– ¿Qué tal tienes el tobillo?-le preguntó.
Ella lo estiró y lo movió de un lado a otro.
– Lo tengo mejor, aunque sigue algo hinchado. Pero no me duele demasiado. Yo creo que mañana ya estará bien.
Él se tomó un momento para admirar la suave curva de su pantorrilla y su fino pie. Luego, centró su atención de nuevo en la sopa de sobre.
Nick recapacitó sobre sus sentimientos hacia ella. Le gustaba estar a su lado y buscaba cualquier excusa para que pasaran tiempo juntos. Pero, ¿qué sucedería cuando volvieran Roxy y Greg?
No sabía si ella albergaba los mismos sentimientos hacia él. Siempre respondía con un desconcertante silencio a cuantas pruebas le daba de su interés.
Cada vez deseaba más besarla y tenerla en sus brazos, pero le resultaba realmente difícil acercarse a ella. No sabía cómo podía reaccionar.
¿Por qué se sentía de aquel modo tan extraño? ¿Tenía miedo? No sabía ya ni lo que quería. No podría soportar que lo rechazara, pero darse por vencido era aún más impensable.
Quizás lo más razonable fuera tratar de apartar de su mente a Jillian Marshall.
En cuanto terminó de hacer la comida, les puso a los niños los platos delante y Jillian y él se sentaron en el porche con unos sándwiches y té frío.
– Si tuvieras el pie mejor para mañana, podríamos ir a la ciudad. Los voluntarios del cuerpo de bomberos van a celebrar una fiesta este fin de semana y habrá ponys, payasos y algodón de azúcar.
Jillian sonrió.
– Sería estupendo-dio un bocado a su comida-. Quiero darte las gracias una vez más por ayudarme con los chicos. No sé lo que habría hecho sin ti. No puedo ir detrás de ellos con el tobillo hinchado.
Nick se recostó sobre el respaldo de su silla.
– ¿Por qué te empeñaste en asumir una responsabilidad tan grande?-le preguntó él-. Ya es bastante duro para sus propios padres, y tú no tienes experiencia alguna.
– Por eso, precisamente-dijo Jillian-. Por que quería ver cómo era eso de cuidar de los niños.
– ¿Por qué? ¿Estás pensando en adoptar a unos trillizos?
Jillian hizo una pausa.
– La verdad es que he estado pensando últimamente en lo de la maternidad. Pero después de todo lo acontecido durante esta semana, creo que ha quedado muy claro que debo olvidarme de ello.
– Yo no tomaría esta semana como ejemplo. Casi nadie tiene que cuidar a tres niños de la misma edad a la vez. Yo formé parte de una familia numerosa y no sucedían en todo un año tantos desastres como con estos diablillos en una semana. Es sólo una cuestión de…
– ¿Organización?-preguntó ella con una sonrisa burlona.
Nick se rió.
– Sí, eso es: organización.
La leve tensión generada antes de la comida ya había desaparecido por completo.
El deseo de Nick estaba de momento bien oculto bajo la superficie. Pero sólo otro leve tacto de Jillian sería suficiente para despertar de nuevo su virilidad y hacer patente que para él los límites entre la amistad y la pasión estaban cada vez más difusos.
Capítulo 5
El día siguiente, el tobillo de Jillian ya había vuelto casi a la normalidad. Las marcas de su rostro habían desaparecido y Nick estaba trabajando duro para arreglar la ventana, el marco de la puerta y el baño de abajo.
Cuando Roxy y Greg regresaran no se darían cuenta de nada de lo sucedido. Sólo los niños podrían acusar a su tía, pero esperaba que una divertida tarde en la fiesta de los bomberos voluntarios bastara para borrar de su mente los nefastos episodios. Nick había prometido llevarlos después de comer.
Jillian se secó las manos y se dirigió hacia la habitación donde estaba su adorable carpintero, pero el teléfono interceptó su paso.
Al oír la voz de su hermana, se quedó paralizada.
– ¡Roxy! No esperaba que llamaras tan pronto.
– Han pasado ya cuatro días. ¿Todo va bien? Tenía la sensación de que algo había pasado.
– Sí, muy bien-respondió Jillian con un tono animoso-. Ya te dije que si necesitaba algo te llamaría.
Se hizo un largo silencio.
– ¿Estás segura? No tienes ninguna experiencia con niños y no es fácil-dijo Roxy-. ¿Qué me dices de la alergia de Zach? ¿Y la herida que Andy tenía en la rodilla? No se le habrá infectado, ¿verdad? Y Sam no puede dormir cuando hace mucho viento.
Jillian notó cierta desesperación en la voz de su hermana. Quería sentirse irremplazable, pensar que nadie podía cuidar a sus hijos como ella.
Jillian se sintió culpable y contempló por un momento contarle la verdad a su hermana. Pero conociendo a Roxy y a Greg, sabía: que tomarían el primer vuelo de regreso, así que decidió suavizar un poco la historia.
– Lo único que ha pasado es que me caí jugando con los niños y me torcí un tobillo. Pero ellos están perfectamente. Déjame que los avise para que hablen contigo.
En cuanto los llamó, los pequeños corrieron al teléfono.
El primero en ponerse fue Zach.
Jillian se sentó en un taburete a tomarse un café, mientras escuchaba distraídamente a su sobrino.
– La tía se ha caído-dijo el pequeño.
Sobresaltada, Jillian dejó rápidamente la taza y le quitó el teléfono.
– Te paso ahora con Andy-le dijo a su hermana.
Andy agarró el teléfono y comenzó a reírse al oír la voz de su madre. Lo malo vino cuando respondió.
– La tía se ha caído-dijo-. ¡Bomberos, bomberos!
Jillian le quitó el teléfono al segundo soplón y se lo pasó a Sam. Al menos sabía que éste sería discreto.
El pequeño se limitó a escuchar a su madre hasta que su tía recuperó el auricular para despedirse.
– Jillian, ¿qué ha ocurrido?-preguntó Roxy-. Andy me estaba hablando de bomberos.
– Nada no ha pasado nada. Simplemente que nos vamos a, la fiesta de los bomberos voluntarios esta tarde-se justificó Jillian, con la voz ligeramente temblorosa-. Nick dice que habrá ponys.
– ¿Nick? ¿Nick Callahan?-preguntó Roxy con animosidad-. ¿Qué tal está Nick?
En ese preciso momento entró el hombre en cuestión. Sonrió y se dirigió a la pila para tomarse un vaso de agua.
– Se está portando fantásticamente bien con los niños-dijo Jillian distraídamente-. Es un fabuloso carpintero. Vuestra librería está quedando muy bien.
– Bueno, ¿y qué opinas de él?-preguntó Roxy-. Supongo que sabes que no es sólo un…
– Roxy, me tengo que ir-le dijo a su hermana. No iba a hablar sobre las virtudes del caballero teniéndolo presente-. Bueno, ya discutiremos de todo eso cuando regreses. Tengo que preparar a los chicos para salir. Adiós. Nos vemos pronto.
Colgó el teléfono y se dejó caer sobre el asiento, resoplando cansada.
– ¿Qué tal está Roxy?-preguntó Nick.
– Muy bien-respondió Jillian.
– ¿Les has contado todo lo sucedido?
– Por supuesto-le mintió Jillian con una gran sonrisa-. Justo antes de que tú entraras en la cocina.
Él se rió.
– ¿Y agarran el primer avión de vuelta? Jillian soltó una carcajada.
– Bueno, no les he dado una versión detallada. Sólo les he contado una parte. Ya se enterarán del resto cuando regresen. No veo la necesidad de arruinarles unas vacaciones perfectas.
Él le lanzó una de sus adorables sonrisas.
– ¿Estás preparada?
– Yo sí. Pero, ¿vas a ir así?-le preguntó ella, mirándolo de arriba abajo. Tenía el torso al descubierto y los pantalones a la altura de la cadera.
– No. Iré a darme una ducha y a ponerme algo decente-dijo él-. Pero estaré de vuelta antes de que te haya dado tiempo a ponerles a los niños los zapatos-bromeó él.
Ella le lanzó el paño de cocina contra la cabeza cuando salía por la puerta.
Dispuesta a demostrarle que estaba equivocado, colocó a los niños en fila en el sofá y les puso uno a uno los zapatos.
– ¿Lo veis? Es todo cuestión de organización. Vamos. No queremos hacer esperar a Nick.
A los pocos minutos de salir, apareció él, con el pelo aún húmedo de la ducha. Jillian pensó que era el hombre más atractivo que había visto jamás.
Él tomó a Sam y se lo puso a hombros y, todos juntos, se dirigieron andando hacia la feria.
Pronto atravesaron el arco de entrada y tuvieron que hacer un gran esfuerzo por evitar que los niños salieran corriendo.
Había entretenimientos de todos los tipos: tiro al blanco, pesca de regalos, prueba de fuerza…
Uno de los bomberos voluntarios llamó a Nick desde la distancia.
– ¡Vamos, anímate a probar tus fuerzas! Demuéstrale a tu mujer lo fuerte que estás y gana un osito de peluche para ella.
Jillian abrió la boca para corregir el malentendido, pero Nick se aproximó al hombre y aceptó el reto. Puso a Sam en el suelo, se frotó las manos, agarró el mazo y golpeó con fuerza. Inmediatamente la campana sonó. Había ganado el premio. Los niños aplaudieron complacidos. Cuatro veces repitió la hazaña, obteniendo un muñeco para cada uno.
– Tiene usted todo un marido-dijo el bombero.
– No es mi marido-dijo ella y el hombre miró a los niños-. Tampoco ellos son mis niños, sino mis sobrinos.
– No será usted la dama que está en la casa de los Hunter, ¿verdad? Cielo santo, ya oí lo de su llamada de auxilio. Siento no haber podido ir en persona, pero estaba en Nashua con mi familia, visitando a mi hermana. He oído que fue todo un espectáculo.
Jillian escuchó consternada pero educadamente el relato del hombre, hasta que Nick encontró una buena excusa para alejarse allí.
Pero durante el resto de su estancia en la feria, o bien la gente asumía que eran una familia, o recapitulaban el incidente de la casa del lago.
Parecía condenada a enfrentarse a una situación embarazosa lo quisiera o no.
Sin embargo, lejos de sentirse incómoda o molesta, se lo tomaba con envidiable e inusual humor en ella.
Quizás el motivo de aquella poco frecuente reacción fuera Nick. Le agradaba estar con él, que la tomara de la mano y le diera confianza.
Después de tres horas, emprendieron el camino de vuelta a casa, cansados pero felices.
Había sido una tarde perfecta, y Jillian había disfrutado como nunca, gracias en gran parte a la camaradería que se había ido creando entre Nick y ella.
Desde su primer encuentro, había podido ver varias caras de aquel increíble hombre: el excelente y organizado carpintero, el padre ideal, el hombre que despertaba sus instintos más básicos y el niño capaz de disfrutar sin más. Incluso, había podido llegar a imaginárselo como marido.
De pronto, aquella antigua lista de atributos para una pareja perfecta, la que tan meticulosamente había elaborado tiempo atrás, le resultaba absurda.
Siempre había pensado que podría controlar sus sentimientos, que se enamoraría del hombre que ella eligiera. Qué equivocada había estado.
El amor había llegado cuando menos lo esperaba y no había nada que pudiera hacer al respecto, sólo rendirse.
Jillian se sentó ante la gran mes de caoba de la sala de conferencias del Instituto de Nuevas Tecnologías. Iba vestida con un traje de chaqueta y una camisa de seda, su típico atuendo de trabajo. Pero se sentía extrañamente incómoda.
Al llegar a casa desde la feria, se había encontrado con un mensaje urgente. La necesitaban en Boston y su ética profesional le había impedido ignorar el aviso.
Nick se había ofrecido a quedarse con los niños, pero Jillian había preferido avisar a su madre.
Miró al reloj y se preguntó qué estarían haciendo los niños. Seguramente su madre les habría acostado la siesta. Nick, por su parte, estaría trabajando en la librería o quizás estaría dando algunos retoques a los desperfectos que ella había causado.
En cuanto acabara la reunión, llamaría para ver cómo estaban todos. La idea de que los pequeños la echaran de menos la conmovía. También pensaba que tal vez Nick se lamentara de su ausencia. ¿Pensaría en ella?
Desde luego Jillian no se lo había podido quitar de la cabeza en las últimas horas.
Durante el trayecto hacia Boston había recapitulado todo lo sucedido desde su primer encuentro hasta el instante mismo en que había abandonado la morada de los Hunter.
Las voces de los presentes resonaban en la distancia. Era incapaz de concentrarse en lo que decían. Todo el comité estaba allí presente, vestidos con sus mejores trajes, decididos a impresionar al doctor Richar Jarret. Jarret era un físico eminente que había expresado su interés en una de las vacantes del instituto.
Mientras los miembros del comité interrogaban al físico, se dio cuenta de lo silenciosa que estaba la sala. Sólo el sonido limpio de cada interlocutor alteraba el vacío sonoro.
Se había acostumbrado tanto al ruido continuo de los niños que casi lo echaba de menos.
Miró a Richar Jarrett y lo analizó. Era relativamente atractivo y tenía un currículo impresionante. Sin duda, se trataba de uno de esos candidatos perfectos al puesto de padre o marido.
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