Sin embargo, por algún motivo, le resultaba increíblemente aburrido y poco atrayente. También la reunión empezaba a hacérsele tediosa.
Después de su energético trabajo de los últimos días, sus compañeros de profesión le parecían carentes de interés y vida.
– ¿Doctora Marshall?
Jillian salió de su ensimismamiento.-¿Sí?
– ¿Tiene alguna pregunta para el doctor Jarret?
– Pues… no-dijo ella-. Todas las dudas que tenía ya han sido contestadas.
El rector la miró extrañado y luego volvió al orden del día.
Jillian se sintió ligeramente avergonzada. Quizás debería haber preguntado algo. Pero aquel hombre estaba sobradamente capacitado para el puesto y todos lo sabían. La entrevista no era más que un mero trámite.
Minutos después, el rector dio por terminada la reunión y Jillian se levantó de su asiento. Pero, en lugar de unirse al grupo, se dirigió hacia la puerta con la intención de ir a llamar a su madre.
Antes de salir, el rector le interceptó el paso.
– Y bien, doctora Marshall-le dijo Leo Fleming-. ¿Qué opina? Esperamos que el doctor decida pasar a formar parte de nuestro instituto-sin darle ocasión a responder, la llevó a un rincón de la sala-. Doctora Marshall, al comité le gustaría pedirle un favor… El doctor Jarret va a pasar la noche en Boston y no conoce la ciudad. Nos gustaría que le mostrara los lugares más importantes y que lo llevara a un restaurante.
Jillian forzó una sonrisa tratando de mostrarse agradecida por haber sido elegida.
– Me temo que no va a ser posible, doctor Fleming. Tengo responsabilidades familiares.
– ¿Familiares?-preguntó el rector-. ¿A qué se refiere? Pensé que no tenía familia.
– Bueno, me estoy ocupando de mis sobrinos por unos días y no me gusta dejarlos con nadie más.
– Seguro que no les pasará nada por quedarse unas horas en compañía de otra persona-el doctor se aclaró la garganta-. Quizás no se haya dado cuenta aún de lo importante que es todo esto para el instituto.
– ¿Por qué no envían a otro? El doctor Wentland conoce mejor la ciudad que yo y procede de la misma universidad que nuestro candidato. O la doctora Symanski. Es toda una gourmet. Seguramente lo podría llevar a un excelente restaurante.
– Pensamos que usted es la persona más apropiada-insistió el rector.
Jillian sopesó la oferta. ¿Qué daño podía hacerle salir una noche en compañía de un hombre tan prestigioso? En cualquier otra ocasión habría estado ansiosa por tener la oportunidad de hablar con un hombre tan brillante como él.
– De acuerdo-dijo-. Pero tendrá que ser una cena temprana. Al acabar tengo que conducir hasta New Hampshire.
El rector sonrió y le estrechó la mano.
– Al parecer al doctor Jarrett le gustan mucho las mujeres. Espero que la cita se limite a lo estrictamente profesional-le advirtió el hombre-. También me gustaría que tratara de averiguar la razón real por la que ha decidido dejar Oxford. No nos conformamos con las razones que esgrime la universidad.
– Haré todo lo que esté en mi mano. Y ahora, si no le importa, iré a llamar para ver si la persona a cargo de mis sobrinos puede quedarse con ellos esta noche.
– Adelante.
Jillian miró al doctor Jarret y se encontró con que él la estaba observando y le lanzaba una cálida sonrisa. En cualquier otra ocasión se habría emocionado. En aquella no. Lo que realmente ansiaba era volver al lado de Nick y de los niños.
Encontró un teléfono justo al salir de la sala y, sin esperar más, hizo la llamada.
Esperaba oír caos de fondo, pero respondió sólo la limpia voz de su madre.
– Mamá, soy Jillian. ¿Qué tal va todo?
– Muy bien. Yo estoy aquí, tomándome una taza de té.
– ¿Y los niños?
– Están con ese amigo tuyo, Nick, en el estudio.
– No deberías dejarlos con él mientras trabaja. No le permitirán hacer nada.
– No está trabajando, está leyéndoles un cuento, y se están portando como angelitos. Ese un hombre es fabuloso con los niños, y ni está casado ni tiene hijos.
– Mamá, ¿lo has estado interrogando?
– Comimos juntos, eso es todo. Le preparé un pollo en salsa y unas verduras a la plancha. Lo agradeció mucho. Es tan educado…
Jillian gruñó por dentro. Lo último que necesitaba era que su madre metiera la nariz en su relación con Nick.
– Te llamo para pedirte que te quedes con los niños un poco más. Tengo que llevar al doctor Jarret a cenar y mostrarle la ciudad.
– ¿El doctor Jarret? ¿Es soltero, guapo, rico?
– No está casado, es atractivo y no nos conocemos lo suficiente como para poder pedirle un extracto bancario.
Sylvia suspiró.
– Me encantaría poder quedarme, pero tu padre y yo tenemos un compromiso. Lo mejor será que se lo pidas a tu amigo. Te lo pasaré.
– Mamá, no, no puedo…
Antes de que pudiera decir nada, Nick respondió.
– ¿Jillian?
Ella respiró profundamente al oír su voz varonil.
– ¿Qué tal va todo?
– Muy bien. ¿Cuándo vuelves a casa?
– Pues, por eso precisamente estaba llamando. Me temo que voy a llegar un poco tarde. Tengo que ir a cenar con el doctor Jarret. Espero estar de vuelta entre las nueve y diez. Me da vergüenza pedírtelo pero…
– No te preocupes. Puedo quedarme con los niños sin problema.
– Roxy se va a poner furiosa conmigo. Se supone que estás allí para hacerle las librerías, no para ocuparte de los niños. Pero eres fantástico con ellos y no sé cómo librarme de esta cita.
– ¿Cita?
Jillian tragó saliva.
– Bueno, no es exactamente una cita.
– ¿Vais en grupo?
– No-dijo ella-. Sólo el doctor y yo, pero es una cita estrictamente profesional.
– ¿Está casado?
– No.
Su respuesta fue seguida de un largo silencio por parte de él. ¿Se había enfadado? Jillian no podía descifrar su reacción sin tenerlo delante.
– ¿Nick?
– Ya te veré cuando vuelvas. Que te lo pases bien.
Jillian colgó lentamente con la sensación de que algo no le había gustado a Nick.
De pronto, sintió una mano sobre el hombro y se sobresaltó. Al volverse, vio al doctor Jarrett.
– Bueno, profesora Marshall, según me han dicho vamos a salir a cenar. ¿Está preparada?
Tras una breve parada en su apartamento para cambiarse, se dirigieron a un estupendo restaurante cerca de Kendall Square.
El camarero les recitó los platos especiales del día y los vinos. Aunque Jillian dijo no querer vino, el doctor Jarrett lo encargó igualmente. Acto seguido, se encontró con un largo discurso sobre las excelencias de cada vino de la lista y de cómo Jarrett había comprado varias botellas por el indecente precio de cinco mil dólares cada una.
– La primera vez que probé ese vino, supe que quería tenerlo-dijo él, extendiendo los dedos y tocando los de ella-. Y cuando quiero algo, lo consigo.
Jillian apartó la mano y trató de cambiar el rumbo de la conversación. Pero Jarrett continuó su inaguantable monólogo.
Ella miró al reloj y se dio cuenta de que ya era la, hora de meter a los niños en la cama.
Después de unos pocos días se había acostumbrado a todos aquellos rituales a los que obligaban los pequeños. De pronto, sintió ganas de tener a los pequeños querubines en sus brazos. Era fácil quererlos, aun a pesar de todos los problemas que causaban.
Jillian sonrió para sí y se puso a pensar en Nick. Se preguntó una vez más sobre su extraña reacción. ¿Serían celos? Quizás su frialdad se había debido, simplemente, a que Sylvia estaba cerca de él mientras mantenían la conversación.
– ¡Claro!-dijo Jillian en voz alta sin darse cuenta.
– Estás de acuerdo conmigo, ¿verdad?-dijo Jarrett, asumiendo que ella seguía el rumbo de su conversación-. El tope de esa botella de Bordeaux eran trescientos dólares.
Jillian rogó para sí que aquella tortura acabara pronto. Cuanto antes saliera del restaurante, antes llegaría a casa.
Se preguntó cómo la recibiría Nick, cómo se sentiría respecto a aquella cita.
Sólo un loco de amor podría estar celoso de un pomposo engreído y aburrido como el doctor Jarrett. Y dudaba de que aquel fuera el caso.
Nick acababa de comprobar que los niños dormían plácidamente, cuando, ya en la planta baja, vio abrirse la puerta de la calle.
Nick se quedó oculto entre las sombras al verla entrar.
Había cambiado el traje de chaqueta por un vestido negro entallado y sustituido el moño tirante por un cabello suelto que le caía en hondas sobre los hombros.
No le sorprendió su belleza, pero si el modo en que aquel atuendo la enfatizaba.
– Seguro que ese vestido los ha vuelto locos en el instituto-dijo él.
El sonido de aquella voz profunda saliendo de entre las sombras la sobresaltó.
– ¿Nick?-Jillian se acercó a las escaleras-. ¿Qué estás haciendo despierto a estas horas?
– Eso mismo podría preguntarte yo. Es más de medianoche, un poco tarde para una cita de negocios, ¿no crees?
Jillian lo miró confusa.
– La cena ha sido más larga de lo que esperaba. He estado a punto de quedarme en mi apartamento, pero luego he pensado que estabas aquí solo, con los niños… Me imaginé que preferirías que volviera a casa.
– Esta no es tu casa-dijo él en un tono de voz frío y distante-. Además, ¿por qué debía importarme lo que hicieras? ¿O si te quedabas en tu apartamento o en algún hotel de Boston, en la habitación de un extraño?
– ¿Un extraño? ¿De qué estás hablando?-le preguntó Jillian.
Nick pasó a su lado y se dirigió hacia el estudio, donde pretendía seguir trabajando. Pero Jillian no estaba dispuesta a pasar por alto su comentario.
– ¿Estás enfadado porque he llegado tarde?
Nick la miró. Pero la expresión de preocupación de Jillian no disipó su furia.
– ¿Te lo has pasado bien en la cena?-le preguntó con rabia.
Ella parpadeó nerviosa ante su tono intransigente.
– No, la verdad es que el doctor Jarrett me ha resultado un insufrible y aburrido egocéntrico.
– ¿Lo has besado?
Jillian se ruborizó.
– No… no exactamente.
– ¡Vaya, aquí nada es exacto! No es «exactamente» una cita, no es «exactamente» un beso. Tu especialidad son las matemáticas. ¿No podrías tratar de ser un poco más «exacta»?
El gesto jovial de Jillian se transformó en una mueca de indignación.
– De acuerdo. Me besó durante tres coma ocho segundos, usó dos centímetros de lengua y, en una escala de uno a diez, sentí, exactamente cero atracción hacia él-hizo una pausa-. ¿Por qué te importa todo esto?
Él la miró durante unos segundos, y la rabia se fue desvaneciendo.
De pronto, atravesó la habitación, la tomó en sus brazos y sus labios se posaron sobre los de ella. Pero era mucho más que un beso. Era el principio de algo, y el final de aquella danza de seducción que habían iniciado la noche que se conocieron.
Él alzó la cabeza y miró su rostro congestionado.
– Porque me importa-respondió él, suavemente. Acto seguido volvió a besarla.
Pero muy pronto, ella lo empujó y se apartó.
– ¿Qué estás haciendo?
– Pensé que era obvio-dijo él, con una sonrisa satisfecha-. ¿Quieres que siga, para que te quede más claro?
– ¡Ya está bien!-dijo ella indignada-. No… no puedes besarme así y esperar que con eso perdone tu actitud.
– Has sido tú la que ha llegado tarde de una cena con otro hambre.
– ¡Y tú el que se ha enfadado injustificadamente! Ni tienes derecho ni a enfadarte, ni a besarme así.
– Pues no te he oído protestar.
– Lo estoy haciendo ahora. Suéltame.
El la soltó rápidamente y se alejó de ella.
– Ya no tengo nada más que hacer aquí.
Dicho aquello, salió de la habitación, satisfecho al oír su gemido de frustración.
Un beso había sido suficiente para cambiar de rumbo la relación. Le daba lo mismo que Jillian Marshall quisiera un premio Nóbel o un hombre con el coeficiente de Einstein: se iba a encontrar envuelta en una relación con un carpintero, lo quisiera o no…
Quizás no tuvieran un futuro juntos, pero sin duda tenían un presente. Deseaba a Jillian más de lo que había deseado a ninguna otra mujer en su vida, y no estaba dispuesto a dejar escapar aquella oportunidad.
Nick acabaría por convencerla de que lo deseaba tanto como él la deseaba a ella.
Capítulo 6
Jillian se quedó en mitad de la habitación, completamente atónita, e incapaz de hablar y de moverse.
Lentamente, se llevó los dedos hasta los labios, donde el beso aún palpitaba.
Ya no le cabía duda sobre los sentimientos de Nick Callahan hacia ella. Aquel no había sido un beso de amigos. Había en él pasión y necesidad desesperada de poseerla.
Se estremeció.
¿No era aquello lo que secretamente había soñado en la soledad de su alcoba? ¿Qué debía hacer, cómo debía responder?
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