Lo encontró en el salón, de pie junto a una ventana mirando al río. Sus manos estaban escondidas en los bolsillos del pantalón y se balanceaba con cierto nerviosismo. Cuando se volvió para recibir a Serena, su aspecto era tan atractivo que a Serena le costó disimular la impresión.

Durante unos instantes, ambos se miraron sin decir nada.

– ¿Está todo listo?

Ella hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

– Ven aquí -dijo él, al ver que Serena no se apartaba de la puerta-. Tengo algo para ti -añadió y sacó una cajita de uno de los bolsillos de la chaqueta.

– ¿Qué es? -preguntó ella con curiosidad, aunque con reticencia.

– Ábrelo -ordenó él, entregándole la caja de cuero.

Serena se humedeció los labios y abrió la tapa para descubrir un collar de diamantes y unos pendientes a juego. Las piedras brillaban sobre el terciopelo rojo y Serena alzó la mirada perpleja.

– ¿No te lo vas a poner?

– No puedo ponerme esto -dijo ella con la voz temblorosa-. Es demasiado valioso.

– No digas tonterías -señaló Leo, haciendo un esfuerzo por aparentar rudeza-. Tan sólo son parte del disfraz. Con un poco de suerte, Oliver se dará cuenta de que eres mi prometida, no la suya -añadió irónico-. Venga, póntelo todo.

Serena se colocó los pendientes con nerviosismo y sin dejar de decirse que aquello era, como había dicho Leo, parte del disfraz, era un falso regalo de amor y no debía confundirse.

– Muy bien -dijo Leo, admirándola-. Date la vuelta para que te ponga el collar -añadió.

Serena obedeció y se imagen se reflejó en el espejo que había tras ella. Sintió las manos de Leo en su cuello y en la nuca mientras le abrochaba el collar.

– Ya está. ¿qué te parece?

Leo se había quedado tras ella y ambos se reflejaban en el espejo.

– Son preciosos -dijo ella con un hilo de voz. -Tú también… -murmuró él.

La mano de Leo acarició el hombro de Serenay, con un suave movimiento, la atrajo hacia él y la beso en el cuello.

Ella sintió una sacudida electrizante recorriendo su cuerpo y se puso tensa.

– No… no hace falta que finjamos en privado…

Leo alzó la vista y la miró a los ojos a través del espejo.

– No, claro que no, ¿acaso lo estamos haciendo? -dijo él y continuó besándola en el cuello y en el hombro.

Serena cerró los ojos y trató por todos los medios no perder el control. Un suspiro escapó de sus

labios.

– Preciosa -susurró él a su oído.

Leo la abrazó y ella, que seguía de espaldas, le agarró por las mangas de la chaqueta. Sentía los labios húmedos de Leo en la nuca y el deseo acabó

por vencer; sus piernas vacilaron y se apretó contra él con todas sus fuerzas.

Cuando el timbre de la puerta sonó, ninguno de los dos reaccionaron (le inmediato. Los labios de Leo continuaron jugueteando sobre la piel de Serena y ella abrió los ojos para verse reflejada en el espejo.

El timbre sonó de nuevo y, en aquella ocasión, Leo se apartó lentamente.

– Creo que nuestros invitados han llegado en el momento oportuno.

Bill Redmayne era un hombre corpulento y de aspecto colérico. La observó con el ceño fruncido cuando ella fue a saludarle y Serena temió que se diera cuenta de su temblor y precipitación.

Oliver le tendió la mano afectuosamente y le dio un beso en la mejilla, pero ella apenas se enteró, como tampoco lo hizo cuando Noelle la saludó fríamente.

La velada pasó rápida y Serena se sintió ausente o alejada de lo que estaba sucediendo. Hablaba, reía y trataba de esquivar los intentos de Oliver por flirtear con ella, pero parecía estar viendo una película en lugar de vivir una realidad.

La cena fue perfecta y Bill parecía encantado, con lo cual podía darse por satisfecha. Cuando Serena apareció con el postre, Bill se frotó las manos.

– Mi favorito -dijo-. No puedo aguantar los pudding que hacen hoy en día. Oliver quiere abrir un restaurante en el que sirvan ese tipo de comida basura y le he dicho que no funcionará.

– Un club de campo, papá, no un restaurante -corrigió Oliver.

– Como sea que lo llames; si tienes un poco de cabeza, llamarás a Serena para que te dé buenos consejos en cuanto a la cocina.

– Quizás debieras llevarte a Serena como consejera, Oliver -sugirió Noelle y sonrió.

– ¡Qué gran idea! ¿Qué te parece Serena?

Serena miró a Leo mientras él servía más vino en la copa de Noelle. Ambos se miraron a través de la luz de las velas que decoraban el centro de la mesa.

– Creo que tengo mi agenda cubierta por el momento -se disculpó ella.

Bill se echó a reír.

– Hablas como una mujer sensata. Haces bien en quedarte junto a Leo en lugar de unirte a las locuras de mi hijo.

A pesar de lo que decía la gente, Serena pensó que Bill era un hombre con un corazón más cálido de lo que se creía. Su imagen feroz escondía a un hombre franco con sentido del humor.

Noche y Oliver observaban perplejos el desarrollo de la conversación al ver a su padre tan relajado. Leo fue el que tuvo que ocuparse de los hijos del banquero, ya que Bill conversaba agradablemente con Serena.

Pensó que no se irían jamás; Jill había recogido la cocina y, cuando Serena fue a la cocina a preparar la tercera cafetera, el tema de la unión tan sólo se había mencionado una vez. Incluso comenzó a temer que Bill hubiera olvidado para qué se habían reunido aquella noche. Sin embargo, cuando ya se marchaban, justo en la puerta, Bill se volvió hacia Leo.

– No me gustaba la idea de la unión de los dos bancos. He oído que eres un operador frío y que te gusta el riesgo y no quisiera echar a perder la banca Redmayne. Sin embargo, he visto que has sido lo suficientemente sensato como para encontrar una mujer estupenda, así que, dile a tu secretaria que me llame para fijar una reunión la semana que viene. Con esto no te prometo nada, recuérdalo -explicó con el dedo índice levantado mientras Oliver y Noelle se miraban entusiasmados-, pero, al menos, escucharé lo que tengas que decirme y puede, solo puede, que considere tu propuesta.

Por fin se marcharon y Serena se sintió súbitamente muy nerviosa. Fue a la cocina corriendo para ponerse el delantal y comenzó a recoger las tazas del café a toda prisa.

– Creo que todo ha salido bien, ¿no te parece? -preguntó animada sin poder mirarlo.

– Gracias a ti -dijo Leo que la observaba mientras recogía-. El viejo tirano ha comido de tu mano y la cena estaba deliciosa. Si sale el trato, será gracias al pudding que has preparado.

– Oh, no creo; estoy segura de que tu propuesta le convencerá y, cuando vea que sus hijos están a favor…

– No -dijo él interrumpiéndola-. Si accede, habrá sido gracias a ti -añadió y la besó en la comisura de los labios-. Gracias -murmuró.

– Me alegro de que sientas que todo tu dinero ha merecido la pena -replicó ella con enorme dificultad y a punto de llorar.

– He recibido más de lo que esperaba -dijo él mirándola intensamente-. Mucho más…

– Voy a lavar estas copas -comenzó Serena, mientras caminaba hacia la cocina.

– Déjalo. Jill vendrá mañana y lo terminará todo.

– No me importa -insistió ella, pero Leo la alcanzó y la obligó a detenerse-. No creo que sea una buena idea -dijo vacilante cuando Leo la atrajo hacia él.

El sonrió.

– ¿No me digas? Pues a mí me parece estupenda. He estado pensando en ello toda la noche y tú también. ¡Quítate ese delantal y ven aquí!

El corazón de Serena comenzó a latir con fuerza y lo miró indefensa, atrapada en una espiral de deseo y pasión. Se preguntó si sería capaz de sacrificar su orgullo en aquel momento, pero pronto olvidó aquellos reparos, pues Leo era todo lo que ambicionaba.

El la esperaba sin hacer un solo movimiento para persuadirla y Serena sintió que se encontraba

a los pies de un abismo. Un paso más y caería fasta el fondo.

Muy lentamente se desabrochó el delantal y lo lejó sobre una silla.

– Ven aquí -dijo él sonriendo.

Serena suspiró, vaciló un instante, pero sucumiió ante una orden tan dulce.

CAPÍTULO 8

LEO ACARICIÓ su rostro con ternura sin dejar de mirarla a los ojos. -No me mires así, Serena -dijo él. interpretando erróneamente su vacilación-. No te estás comprometiendo para siempre. Ninguno de los dos espera una promesa; tengamos al menos el recuerdo de esta noche.

Sin compromisos, sin promesas, sin futuro. No era aquello lo que Serena quería escuchar, pero, al mirar a Leo, supo que no le importaba el futuro con tal de ser suya aquella noche.

– Sí, quedémonos con esta noche… -susurró ella.

Leo la agarró de la mano y ambos subieron al dormitorio. Una vez allí, Serena se quitó los zapatos mientras él encendía la luz de la mesilla de noche. En silencio, Leo le quitó los pendientes y el collar y los dejó junto a la cama.

Todavía en silencio y sin dejar de mirarla, Leo desabrochó la cremallera de su vestido y lo dejó caer al suelo. Sus ojos siguieron el recorrido de la tela y recorrieron hambrientos el cuerpo de Serena. Ella creyó perder el sentido al ver la expresión de placer en el rostro de Leo.

La tomó por la cintura y la apretó contra sí. Ella sonrió y lo besó por primera vez en el cuello; aquel beso inflamó la pasión que existía entre ambos y Leo comenzó a besarla en los labios.

– Serena… -murmuraba entre beso y beso mientras le quitaba las horquillas del moño para liberar la melena cobriza.

Serena, a su vez, fue desabrochándole la corbata y la camisa hasta que cayeron a sus pies. Cuando se abrazaron, la sensación de piel contra piel, hizo que ambos suspiraran de placer.

Mientras la pasión crecía, se acariciaban con mayor deseo y, por fin, se deshicieron de la ropa que aún vestían. Riendo ante la inflamada desesperación que se había apoderado de ellos, se tendieron en la cama. Leo se colocó sobre ella y besó todo su cuerpo antes de poseerla con tanta maestría que Serena perdió el miedo. Se abandonó al placer que el cuerpo de Leo le daba con sus movimientos rítmicos y, por fin, sintió olas de fuego recorriendo su cuerpo. Después, él continuó hasta que ambos se abrazaron en una explosión de júbilo al saber que se pertenecían el uno al otro.

Mucho tiempo después, Serena abrió los ojos y lo primero que vio fue su mano adornada con el diamante de su anillo sobre el hombro de su amante. El rostro de Leo estaba hundido en su cuello y notaba su respiración sobre el pecho.

Contenta de haberse entregado a él, Serena lo besó y sintió que él sonreía.

– ¿Sigues pensando que no ha sido una buena idea'? -bromeó él, alzando la cabeza.

– Bueno… ¡desde luego ha sido mejor que fregar las tazas!

Leo se echó a reír, pero su sonrisa se desdibujó de pronto.

– Todavía luchas contra la pasión que llevas dentro de ti, Serena.

Ella cerró los ojos, pues Leo acariciaba sus senos con intensidad.

– No -murmuró y tomó el rostro de Leo entre sus manos-. Ya no


Al día siguiente, Leo se levantó antes que Serena y le preparó una taza de té. Se la llevó a la cama y la despertó dulcemente para despedirse. Prometieron verse en el banco horas más tarde y Serena se quedó sola en casa de Leo. Poco después, se levantó de muy buen humor y se vistió.

De camino a su casa, se sentía la mujer más feliz del mundo; el recuerdo de aquella noche de amor la hacía ruborizarse cada vez que la revivía en su mente y, cuando llegó a su apartamento, creyó que nada podría enturbiar su felicidad. Sin embargo, se equivocaba.Después de ducharse, se dirigió al salón para escuchar los posibles mensajes del contestador. Lo conectó y escuchó la voz de su hermana que, llorando, le pedía que la llamara urgentemente.

Con manos temblorosas, Serena marcó el número que Madeleine le había dejado en la grabación y, aunque debía ser de madrugada en los Estados Unidos, la voz de su hermana parecía indicar que la situación era extremadamente grave. Madeleine respondió con rapidez a la llamada, ya que debía estar sentada junto al teléfono.

– Estoy en el hospital -dijo con voz cansada y tensa-. Bobby se puso peor de repente, así que tuve que utilizar el dinero que me enviaste para traerle al mejor hospital. Ahora, los médicos dicen que hay que operar, pero que costará mucho dinero. No creo que tenga suficiente y Bobby está tan enfermo…

Madeleine se echó a llorar y Serena trató de tranquilizarla como pudo.

– Mira, creo que sé de dónde sacar el dinero -dijo por fin.

La idea de pedirle el dinero a Leo, después de lo que había pasado entre ellos, no le hacía ninguna gracia, pero no tenía elección. No podía dejar que su sobrino luchara por su vida, sólo porque ella no quería recordarle a Leo que su relación era tan sólo comercial.