Serena se metió en la cama.
– ¡Quizás él me ve como a una persona y no como un medio para conseguir un fin!
– ¡No te des tantos aires! -espetó Leo, que se metió en la cama con ella. Ambos se miraron bajo la tenue luz de la mesilla de noche-. Por la forma en que te has comportado, dudo mucho que ninguno de ellos estuviera pensando precisamente en tu intelecto.
– ¿Y tú? ¿Estás tú fascinado por el intelecto de Noelle?
– Por lo menos, ella no pretende hacer de sí misma un espectáculo.
Serena lo miró furiosa.
– Si ella es tan maravillosa, ¿qué haces aquí? -Sabes por qué.
– Después de verte con ella ya no estoy tan segura -dijo Serena y colocó una de las almohadas entre los dos-. ¡Pareces tener extrañas razones para acostarte conmigo!
– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó él. Serena, que le había dado la espalda, se volvió para mirarlo.
– ¿Por qué te has acostado conmigo antes? Porque no tenías nada que hacer aquella noche, ¿verdad? Porque pensaste que de esa forma me tendrías más controlada, ¿no?
– Porque ambos nos deseábamos -dijo.
Serena advirtió que Leo estaba demasiado quieto y aquello era un signo de peligro. Tal vez había ido demasiado lejos.
– Oh, ¿no me digas? -dijo con sarcasmo-. ¡Qué interesante! Creí que te había seducido por dinero.
– No creo que lo del dinero se te ocurriera hasta la mañana siguiente; era una oportunidad demasiado buena como para desaprovecharla, pero me deseabas. Eso dijiste.
– ¡En ese caso, mentí! -declaró ella, furiosa.
– No, no mentiste. Por una vez me dijiste la verdad. Me deseabas entonces y lo que es más -dijo y apartó la almohada que los separaba-, me deseas ahora.
– ¡Eso es lo que tú crees!
Serena quiso incorporarse, pero Leo se lo impidió colocándose sobre ella.
– ,Por qué no te lo demuestro? -sugirió.
Si Leo se hubiera comportado con rudeza, ella habría podido resistirse. Si hubiera tratado de forzarla, habría luchado contra él hasta el final. Sin embargo, no lo hizo. Comenzó a besarla en el rostro con breves y dulces besos hasta que llegó a sus labios y. en todo momento, ella habría podido rechazarle.
Pero Serena se deshizo bajo el contacto de sus labios y, cuando Leo advirtió que había conseguido traspasar la barrera de su resistencia, comenzó a desabrocharle los lazos del camisón.
Mientras la besaba, acariciaba sus piernas levantando el camisón, hasta que fue la misma Serena la que se lo quitó, quedando desnuda bajo el cuerpo de Leo. Fue ella la que le tendió los brazos para que la poseyera y ella la que gritó cuando lo hizo, dejándose llevar por las manos de Leo, quien la condujo por senderos de placer hasta el éxtasis que les esperaba a los dos al final del camino.
CAPÍTULO 10
El todavía dormía y tenía un brazo cruzado sobre el cuerpo de Serena, quien poco a poco a lo fue echando a un lado para incorporarse de la cama. De pie, Serena lo observó a cierta distancia y advirtió que dormido tenía un aspecto menos arrogante e invulnerable. Deseó poder meterse en la cama de nuevo y besarlo hasta que se despertara, pero no lo hizo, pues estaba decidida a dejar de hacerse ilusiones. Lo que había sucedido aquella noche entre los dos no era sino la expresión de un deseo físico, no de amor por parte de Leo y ella consideraba que el deseo sin amor no merecía la pena.
Pensó que lo que debía hacer era fingir que no había sucedido nada, que Leo la llevaría a su casa de vuelta y que allí terminaría todo; tendría que aprender a vivir sin él y, cuanto antes empezara, tanto mejor.
Con lentitud, se agachó y le dio un beso en la comisura de los labios; tal vez fuera la última vez en que podría decirle adiós de la manera que ella quería.
Era muy temprano y el rocío extendía su manto sobre el césped y las plantas. Serena caminó hacia la colina que había detrás de la casa. Se sentó allí durante un rato y comenzó a recordar cómo Leo le había hecho el amor. Había sido tan dulce y tan intenso que le parecía extraño que no sintiera nada
por ella.
Sin embargo, sabía que no podían pasarse la vida en la cama y, aunque el sexo fuera satisfactorio, había muchas cosas que los separaban y no podía vivir de la esperanza de que Leo algún día decidiera comprometerse con ella. Era más prudente considerar que aquél era el último día.
Cuando regresaba de su camino desde la colina, se encontró con Oliver.
– Te has levantado muy temprano -dijo él.
– Tú también -respondió ella con una sonrisa algo fingida.
– No podía dormir -explicó él-. Tengo demasiados planes en la cabeza y se me han ocurrida nuevas ideas esta misma noche.
Ambos regresaban a la casa y Serena asentía con la cabeza tratando de apartar el pensamiento de Leo.
– Me gustaría haberte conocido antes que Leo -dijo de pronto Oliver y Serena lo miró perpleja-. Necesito alguien como tú -añadió algo avergonzado-. Alguien fuerte, práctico y divertido. A mi padre no le gusta nadie y tú pareces encantarle. Sé que quiere que me case con alguien como tú…Oh, no te preocupes -se apresuró a decir cuando vio que ella abría la boca para hablar-. Ya sé que no tienes ojos para otra persona que no sea Leo. Incluso cuando no os miráis, se nota que hay algo entre los dos. Lo advertí la primera vez que te vi. Noelle se imaginó que podía ser la señora Kerslake al principio, pero pronto se dio cuenta de que no tenía nada que hacer frente a ti. Por eso volvió con Philip. Ha estado revoloteando alrededor de mi hermana desde hace años, esperando que ella se fijara en él, así que el que Leo estuviera comprometido contigo es lo mejor que les puede haber pasado a los dos
– De todas formas, ella y Leo parece que se llevan muy bien -señaló Serena, ocultando sus celos.
– Eso es porque ella ha decidido que quiere un trabajo en el banco. Noelle es más lista de lo que parece y sabe que Leo no se fijará en ella ahora que está contigo. Creo, que durante un tiempo, pensó que yo podía hacerte olvidar a Leo, pero no puedo, ¿verdad? -preguntó él con cierta esperanza en sus ojos.
– Lo siento -dijo ella. turbada.
– No te preocupes. Siempre lo he sabido -señaló él-. Bueno, si no te puedes enamorar de mí, ¿podrás hacerme un favor'?
– Por supuesto… si está en mi mano.
– Creo que he encontrado el lugar perfecto para el club de campo y me gustaría que me acompañaras ahora a verlo.
– ¿Ahora?
– Tan sólo está a diez minutos de aquí. Estaremos de vuelta antes de que nadie se despierte.
Serena no tenía ganas de ir, pero no supo cómo rechazar la sugerencia de Oliver. Además, se sentía un poco culpable por la forma en que le había utilizado para provocar los celos de Leo.
El lugar al que la condujo Oliver estaba más lejos de lo que él había dicho y transcurrieron al menos treinta minutos hasta que llegaron a la casa. Resultó ser una vieja mansión destruida por el fuego y Oliver le enseñó las ruinas a Serena como si fueran un auténtico monumento. Advirtió que allí habría que trabajar una barbaridad, pero aquello no parecía detener a Oliver, y Serena tuvo que admitir finalmente que el emplazamiento era magnífico.
Cuando regresaron a Coggleston Hall, los demás estaban sentados alrededor de la mesa desayunando. Todos miraron a Oliver y a Serena excepto Leo, quien continuó extendiendo la mantequilla sobre una tostada. Serena lo advirtió y se dijo que le estaba bien empleado ya que si no estaba enamorado de ella, qué más le daba con quién estuviera.
Se sentó en el otro extremo de la mesa y dejó que Noelle le sirviera una taza de café.
Su presunta rival se mostraba más cordial que de costumbre, quizás por el paseo que había dado con Leo el día anterior. Serena se bebió su café entristecida ante el aspecto de una Noelle que entraba en la vida de Leo, mientras ella salía.
Oliver se sirvió cereales y comenzó a hablar entusiasmado sobre el lugar que había encontrado y sobre la aprobación de Serena.
– ¡Es maravillosa! -dijo dirigiéndose a Leo-. Me dado unos consejos estupendos esta mañana. Le he dicho que, si se aburre cuando se case contigo, no dude en hacerse mi socia -bromeó Oliver, tratando de atraer a Leo en la conversación.
Pero Leo no estaba de humor para bromas.
– ¿De veras? -señaló con tal frialdad que produjo unos instantes de silencio.
Bill fue el que rompió el hielo.
– Bueno, ¿qué es lo que vais a hacer hoy?
– Me temo que nosotros nos marchamos ya-dijo Leo con brusquedad.
– Pero os quedaréis para comer, ¿no?
– Tenemos que volver -insistió Leo casi al borde de la descortesía.
Avergonzada, Serena se sintió obligada a mostrarse agradecida con sus anfitriones.
– Hemos pasado un fin de semana estupendo -dijo a Bill.
– Habrá muchos más fines de semana como éste -dijo él-. Espero que podamos veros por aquí a menudo.
Bill abrazó a Serena cuando ya se marchaban y volvió repetirle la invitación de que volviera pronto. Noelle, según advirtió Serena, se alegró al ver que ella y Philip se despedían y a Leo se lo llevaron los demonios cuando vio que Oliver besaba a Serena al entrar en el coche.
– Gracias por todo, Serena y vuelve pronto.
Leo no esperó a salir de los dominios de los Redmayne para discutir con Serena.
– ¡Pensé que tendrías la decencia de esperar un día más antes de buscarte un nuevo plan! -exclamó con furia.
– ¿Tengo que adivinar lo que te pasa o me vas a contar de qué estás hablando?
– Hablo de la forma tan astuta que has tenido de hacerte con Oliver -respondió él-. He sido yo el que te dije lo rico que era Bill, así que. ¿en quién ibas a poner los ojos más que en su hijo'? ¡Estoy convencido de que no te costará mucho montar tu restaurante en el maldito club de campo de Oliver!
– ¡No tengo el menor interés en el club de campo de Oliver! -exclamó ella.
– Es el dinero, ¿verdad? -dijo él-. Quizás estaba equivocado. Quizás, tu interés por el club de campo sea una tapadera para acercarte cada vez más a su cuenta corriente. ¡El muy idiota!
– Si lo que te molesta es que haya ido con Oliver a ver el club de campo, te diré que no fue idea mía, que me lo encontré por casualidad en el jardín y me pidió que le acompañara. No supe qué excusa ponerle.
– ¿Acaso crees que me voy a creer eso? Estuviste con él todo el día de ayer y flirteaste toda la noche en la cena y esta mañana resulta que te lo has encontrado de casualidad. ¿Cómo quieres que te crea?
– ¡Me importa un comino si me crees o no!
– ¡Eso ya lo sé! -dijo él, mientras conducía con concentrada cólera-. Si apreciara a Oliver lo más mínimo le diría lo peligrosa que eres; ¡y encima quiere que seas su socia! ¡Será estúpido! pasarías por encima de él, le utilizarías para tus propios fines, ¡igual que has hecho conmigo!
– ¡Contigo! -exclamó Serena, tratando de encontrar las palabras que mostraran su perplejidad-. ¡No me puedo creer lo que estoy oyendo! Tú sabes más de utilizar a la gente que ninguna otra persona que yo conozca. ¿Cómo llamarías a la forma en que me has tratado?
– Teníamos un trato -dijo Leo-. Te has metido en esto consciente de lo que te esperaba, así que, teniendo en cuenta la cantidad de dinero que me has sacado, yo no diría que te he utilizado, pero Oliver sí puede serlo si te asocias con él.
– Pero, ¿quién dice que me vaya a asociar con él?
– ¿Lo harás? -preguntó él y la miró brevemente para fijar de nuevo la vista en la carretera.
– Puede que sí -respondió ella para provocarle. Tengo que hacer algo ya que he perdido mi trabajo en Erskine Brookes.
– ¡Me has sacado tanto dinero que no necesitarás un trabajo!
– ¿Quién habla ahora de dinero? Estoy refiriéndome a un trabajo estimulante, de trabajar con alguien tan agradable y considerado como Oliver.
– ¡Te cansarás de él a los cinco minutos!
– Oh, no sé… piensa lo bien que nos lo podemos pasar gastándonos tu dinero -dijo ella para herirle.
El comentario había ido demasiado lejos y le valió a Serena el discurso encendido y colérico de Leo sobre las mujeres avariciosas, así que, cuando llegaron a Leeds, Serena no tuvo ganas de seguir aguantando.
– Tuerce allí -interrumpió ella al ver una señal que indicaba el centro de la ciudad.
– ¿Para qué? ¿Por qué?
– Porque ya no aguanto más. Llévame a la estación; voy a tomar el próximo tren de Londres. -¡No seas ridícula!
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